viernes, 29 de marzo de 2013

OFICIO [ARTE POÉTICA]

Elena Liliana Popescu




OFICIO [ARTE POÉTICA]




Para la poeta Elena Liliana Popescu.



Entendí entonces que siempre es la palabra
quien aprieta el gatillo,
armada de miedos y tormentas,…
MARIAN RAMÉNTOL




En el firmamento de los sonambulismos, el oficio de la tinta
apacienta el palpitar desbordado del horizonte;
forma la corporeidad de las palabras, acorde al silabeo de la respiración,
sobre la alberca de la página, piel de la metáfora susurrando,
océano del tacto en la vendimia del pecho;
debato desvestido con las alegorías, los años balbucientes de parábolas,
camino tocando el balcón de las palabras perseverando en el camino,
contando las puertas alrededor del frío, la sábana del pájaro
que gotea entre la foja incendiada de la sangre, entre lo exhausto
que significa sostener el vértigo de la trementina.
En el taller del poeta, el diccionario, los pulsos de tantos
libros, los punzones de las sombras sobre los párpados:
en cada letra voy adivinando o mejor dicho, poniendo en la alacena
de la memoria, ciertas reminiscencias, quizá para acortar la distancia
entre el humo y la niebla, entre los pretéritos y los ahoras galopantes,
entre el ojo humano y el ojo de agua de los espejismos,
el pensamiento y el desvelo, el despunte de la tormenta.
En la carpintería del alfabeto, la tinta de la garlopa, la cinta métrica
del aliento, el serrucho del jadeo entregado al vértigo del poema;
entiendo al poeta confinado en el folio de sus palabras,
—fácil o difícil—, la luz tanteando la sartén de la aurora, el albor
en la hoja del papel, el molino de las artillerías con su propio fuego.
Cada mañana el poeta esparce los insomnios en el sudor,
unge de los materiales del tiempo, acomete contra el tedio, comparece
ante las asimetrías del galope: nacen barcos en el mundo despoblado
de la respiración, desecha la zozobra que produce la melancolía,
deja que el trapiche se llene de palpitaciones y las luciérnagas
crucen el umbral, sin herrumbre, dando paso al aire necesario.
Mientras, en el exterior, hay ventanas borrosas y rapiña;
en el cuaderno va quedando aquélla lámpara,
—el fuego de cipreses que luego se volvió jardín, el milagro de la tinta,
sobre el vitral del horizonte:
veleros en el puño de la claridad, bolsillos de ardientes ojos.
Ahora, en el taller del poeta, el oficio de la tinta, esparce la sábana
del tejado, mientras el barro de la almohada quema las sienes,
el balcón del sobresalto, los andenes y escaleras de la memoria.
Y luego, cuando entra de nuevo a la noche, también despide las muecas
acerbas, olvida los meses de combate: nace el poema de las manos;
y, en ese oleaje consumado, el pan compartido del alfabeto.
del espejo, la piel de la poesía…

Barataria, 28.III.2013


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