Imagen cogida de la red
SINTAXIS DEL SENTIMIENTO
(MONÓLOGO)
Los paisajes de la saliva inmensos y con pequeños cañones
de plumafuentes
El tornasol violento de la saliva
La palabra designando el objeto propuesto por su
contrario
El árbol como una lamparilla mínima
La pérdida de las facultades y la adquisición de la
demencia
El lenguaje afásico y sus perspectivas embriagadoras
La logoclonia el tic la rabia el bostezo interminable
La estereotipia el pensamiento prolijo
El estupor
El estupor de cuentas de cristal
El estupor de vaho de cristal de ramas de coral de
bronquios y de plumas
César Moro
El
poema, en sí, nos lleva por esos vericuetos en donde a riesgo de equívocos,
plantea esa necesidad de integrar hombre y naturaleza, hombre y sociedad,
querida Teresa. En el poema, entonces, destaca una visión cósmica. Por eso mis
temas van desde el lirismo a la poesía narrativa. Más allá de esto, difícil
para mí sustraerme de lo agónico. Mi defecto o virtud quizá sea ese. Y cómo no,
si carecemos de un universo social en desarmonía. Tras esto uno busca senderos,
trasluces, pequeños resquicios donde la angustia no encuentra más cabida a la
necesaria. Todo lo que escribo forma parte del caudal de la experiencia, remota
e inmediata: describo los delirios y las melancolías, la tortuosidad de las
palabras, las estrofas de respiración que me envuelven en las aceras, o que
diviso al levantarme de alguna ventana. Tal el poema en cuestión, “TIERRA
VISIBLE”: “Hay un punto de cipreses en
que las alas quieren aferrarse a la arcilla./ Nada es extraño a los ojos cuando
ya el musgo es propio de los imposibles./ Nada más duro que caminar sobre la
espina horizontal de los litorales./ Nada más cierto que el pájaro de granito
abrasado por la boca/ múltiple de los titubeos. Sueño interminables máscaras
antes de bajar a la luz,/ antes de escribir el sigilo perenne de ciertas
tempestades.” Sin bálsamo para mis frenéticos tiempos, me vienen los bostezos y
los embudos y los dedales. Cada quien combate desde sus parpadeos, desde los
contrarios desquebrajados de la noche o el día. Caminar, solo caminar en medio
de la súplica, entre aguas hirvientes y hedores, entre lenguajes sumisos y
corales. En mis pensamientos todas las interrogantes resultan dolorosas, las
cunde el pánico y la catástrofe, aunque muchos la nieguen. Solo quienes se
lucran validan la desolación. A veces queremos limpiar las culpas con vilanos, pero
se transa a oscuras. El tiempo nos da su medida, las aguas eclipsadas de la
salmuera, las bofetadas y el desprecio. Entre agujas y ahogos se hace el poema,
resultan terribles los ijares corvos del aliento, el río imperturbable de los
amuletos y los refranes. A cada paso me desconciertan las figuras perennes,
casi puras de las estatuas, el musgo que protege las armaduras. Tartamudeo,
pero avanzo en esta larga jornada. Tartamudeo junto al pulso con las palabras. El
poema se somete a mi respiración, es la sintaxis del sentimiento la que acaba
presenciando los ángeles o demonios que se desplazan a través del soplo del
alfabeto. Debo decir que solo busco olvidos, no siempre el vasto mundo
sepulcral, no siempre la ruina, ni el tiempo estático de la tristeza. No
existen los pudores en la realidad, sino la continuación desnuda de la sintaxis
social. Siempre intento un ala ávida de luz, unas semillas de empapado cierzo,
unos gajos endulzados de candiles, un olor a lo humano, aunque transite a
través de perennes vacíos. Algo me recuerdan los poemas: el dolor de la
existencia, el grito, la moral aviesa de nuestro mundo. Desde mis años pasados
he escrito con asidua perseverancia la sucesiva memoria de mi vida. Escribo
según la gota de sudor que resbala de mis sienes: mi mundo es náufrago y
caótico. Mi mundo es ese calendario continuo lleno de ansiedades, allí lo
insólito y mis acumulaciones embrionarias. Junto a los raptos me colmo de
erratas y de fuegos, todos ellos informes como mi escritura.