jueves, 30 de junio de 2011

TEMPESTAD DESMEDIDA


En el agua, la rusticidad de los helechos olvidados, el goteo
desmedido de los espejos, los cántaros del tiempo girando
en la memoria; en cada página que escribo hay ventanas
irremediables, lluvias que no caben en la alforja de los ojos:
un día me embriagaron las palabras, la fragilidad de la hoja de papel...
Imagen de André Cruchaga




TEMPESTAD DESMEDIDA




Al regreso las sendas todas eran sombrías...
MANUEL MAGALLANES




En el agua, la rusticidad de los helechos olvidados, el goteo
desmedido de los espejos, los cántaros del tiempo girando
en la memoria; en cada página que escribo hay ventanas
irremediables, lluvias que no caben en la alforja de los ojos:
un día me embriagaron las palabras, la fragilidad de la hoja de papel
de los peces, la puerta hacia la lejanía, el aceite del crepúsculo
en la tabla rasa de las verjas. Desde entonces las gradas se volvieron
desmedidas, los días con sabor a caldera, e y las manos,
abanico de angustia. En el fardo de mi propia incertidumbre,
el bostezo del futuro; las paredes anegadas de conspiraciones,
el sueño propio enceguecido por el humo: hay agitación de ojos
en la memoria; perturban los fuegos artificiales, incluso, de la fantasía,
cuando se buscan intensidades comedidas.

De pronto los odios nos hacen naufragar y quemamos la frescura
del arrobamiento, los deseos naturales del alquimista.
(En esta tempestad, pasa de todo: la casa derruida, harta de deseos;
cerca la calle de los que perdieron la prudencia,
la peste inevitable de la oscuridad,
las verjas agolpadas de la agonía, los jeroglíficos moribundos
del follaje, los zapatos cansados del mismo modo que los barcos.)

Hay en las pulsaciones de la carne, aceras de fatigadas perplejidades
y vacíos que no caben en el cuenco de las manos;
nombres coagulados en pedazos de exacerbación,
pájaros con miradas gélidas y suertes echadas al azufre.
Rechazo el infinito desmedido de las luciérnagas, la tinta roja
al margen de la sangre, el aliento atrapado en las raíces
y hasta el estruendo del martillo sobre el clavo del calendario.
Uno no puede con tanto pétalo caído sobre el espejo, ni con el cambio
de tiempo que rompe las palabras; hoy mismo deseo borrar
la inclemencia de los aromas: volver la espalda a la intensidad
de las arañas, a este tiempo de casos rotos; volver a comenzar
sin la edad de la ceniza,
—ya son muchas las conciencias subterráneas en este pequeño
laberinto urbano. Duelen hasta el cansancio los costales viciados
del aire, la caricia huraña a las manos, el ojo torrencial
de las goteras cayendo en las sienes, los labios agrietados
por la espera. Un día, uno, se harta de tanta tempestad:
la razón mancillada, la fe subvertida por el mercado,
los cientos de gusanos mordiendo la carne. Esta oscuridad agolpada
opaca toda luz, el folclor con sus monumentos ancestrales,
los simbolismo del ajo o la cebolla, las páginas de clasificados,
el Santo Patrono, descolorido en la acuarela del tumulto.

Hay días que no le dan tregua a la memoria ni para sacudirse
el hollín de los perfumes baratos en el mercado de pulgas,
ni para invocar palabras nuevas.

Barataria, junio de 2011

miércoles, 29 de junio de 2011

RIESGOS DE LA LUZ


Siempre hay riesgos en la rama que contiene aire del follaje:
la carne del ala en la audacia del himeneo; siempre el largo tren
de llaves hacia la alquimia de las pupilas, nítida avidez
de las sirenas alzándose sobre Ulyses. Toco la penumbra conjetural
de las sábanas, los jardines de la levadura profética,...
Imagen de Miren Eukene Lizeaga Tamayo





RIESGOS DE LA LUZ




cruza entonces, a velas desgranadas,
La airosa teoría de la nube.
JOSÉ GOROSTIZA




Siempre hay riesgos en la rama que contiene aire del follaje:
la carne del ala en la audacia del himeneo; siempre el largo tren
de llaves hacia la alquimia de las pupilas, nítida avidez
de las sirenas alzándose sobre Ulyses. Toco la penumbra conjetural
de las sábanas, los jardines de la levadura profética, la embriaguez
de los destellos en las manos. Toco la miel de la bruma
en la canela de la lengua, los trocitos de azúcar en el instante
de la porcelana desangrada. Siempre hay riesgos en el drama
de la ópera, en el ardor húmedo de la luz,
en la mano que hace crecer el ansia,
los días hondos de la cena. Caminamos sobre los peldaños
de nuestras propias claridades oscuras;
llueven cipreses fundidos en los pájaros, himnos de extraviados
almacenes, comensales en las aldabas de la noche.

Toda la vida así, sin haber pactado con la anestesia: expuesta
la respiración a la náusea, a las sastrerías fatídicas de los poros;
hay riesgos en los tapiales y en el propio espejismo, en la bocina
del perro que lame mis pesadillas, en cada conversación abstracta
que sostengo en las aceras. (Por supuesto que hay momentos
más propicios para la crueldad; momentos donde se incuba en óxido
de los barcos y los trenes, la pasión duradera de la cópula
sin invalidar todas las palabras que nos merodean.)

Debo suponer que los riesgos son mayores en el tránsito de los féretros
con epitafios de melancólico aliento, que las habitaciones guardadas
en los bolsillos, la sed en los dedos de la espiga, las caídas oxidadas
de la fe en los cántaros tirados al horizonte. Todo es posible ahora
que se agolpan las básculas y el karma se vende en onzas de éxtasis;
por si acaso, hay que cruzar la gravedad haciendo caso omiso
de las Leyes de Newton. Contra todo pronóstico.

nos difuminamos en el asfalto, en el nido macerado de la lengua,
agudas palabras en la rotación telúrica del sofoco.
En los días de guardar ni qué decir de los caracoles;
la piel transforma fósforos y espuma, hasta bajar al pubis del aullido.
También en cada espejo arrecian verjas y tapiales,
estertores de cíclope en el cráter, largas palmeras de sol;
¿hacia dónde van todos los paréntesis masticados por los ajos,
la sal, las aspas del plano cartesiano, el vértice de las estaciones,
los líquidos alisando las monedas de la rotación?
Cierto es que hay riesgos hasta en la hora que hierven los ombligos,
el ápice circulatorio de la saliva, las moléculas de esperma
de las esquinas, el trasluz del ojo frente al espejeo.

(Sin duda, nadie sale ileso después de caminar desnudo en el hambre;
nadie que yo sepa, renuncia al fuego tangible, por más riesgos
que atesore la vertiente.)

Barataria, junio de 2011

martes, 28 de junio de 2011

ARPA FÚNEBRE


A veces la música es un silencio de ciegos: crece el arco iris
junto al canto fúnebre de los días; las arpas son fugitivas olas
de los ecos, cansancios del médano en la noche. He subido
a las altas copas del infortunio, sin más compañía que el poema
y los remolinos de la tinta sobre el cuaderno de viaje.
Imagen de André Cruchaga





ARPA FÚNEBRE




Esto que escribo ahora es un minúsculo
ensayo de mi vida,
solamente un intento
de llamar a las cosas por su nombre,…
MARÍA SANZ




A veces la música es un silencio de ciegos: crece el arco iris
junto al canto fúnebre de los días; las arpas son fugitivas olas
de los ecos, cansancios del médano en la noche. He subido
a las altas copas del infortunio, sin más compañía que el poema
y los remolinos de la tinta sobre el cuaderno de viaje. Recuerdo
en las esquinas de las cuerdas todos mis días prófugos, las palabras
que me han servido de pretexto para cobijar los sueños; en cada nota,
la saliva de la herrumbre, los amuletos que nunca me han servido
para encontrar nuevos caminos o enderezar los existentes;
nunca pude hospedarme en las campanas, sino en féretros
y con el agravante de no obtener la absolución para resucitar.

Alguien, además, recordará esta hierba de la noche;
los días que vengan, la ardiente cuerda de las frondas anunciando
verdes litorales; alguien de seguro, encontrará una cama
mejor a la mía y pueda ascender al musgo con el fuego de la alegoría.

Aborrezco esta cárcel con sombreros; mejor debí pedir asilo
a los paraguas, a la caverna que padece la oscuridad sin mayores síntomas.
Caminar siempre entre abismos me resulta ya, familiar
y gratificante: en la almohada atisbo hasta los sonidos más insólitos,
las aguas más hondas de las lámparas, los orgasmos más blancos
del hambre. Ante la lucidez, descubro tumbas, sin ningún equívoco;
la despiadada madera que alucina mi carne, la sal cambiante
de las paredes, las manos hundidas en el linaje de la ceniza.

La música de la lluvia se escucha en el brazalete ciego de los poros,
en el combate que libran las puertas, en el cuartón que mañana,
seguramente será polilla. En cada objeto de mi delirio, hay noches
y fósforos; hay cirios y pabilos, pacientes habitaciones de murciélagos,
estériles piedras cubiertas por la sábana alfabética de las telarañas:
todo en su conjunto forma mis noches y días, el estanque
donde la respiración multiplica los escarabajos, el luto como la fila
del cortejo. ¿Cuánto más debo caminar para hacer sonar una armónica,
la escalera del día sin naufragar otra vez en el tiempo?

¿Cuánta aritmética necesito para descifrar la oxidación del alambique,
el grito ahorcado de la ceniza, los huesos del crepúsculo, el alfiler
de la ponzoña? Hay días donde ya no caben las arpas, ni la imagen
fúnebre de la mesa sin mantel, ni el pantalón con el infortunio
de un cuerpo cansado. Hay días que se cansan los zapatos
de ser sepultureros; hay días donde los cementerios se vuelven
espectáculo de domingo: uno se cansa del tamaño del insomnio;
muerde la hoja del desvelo cada una de las gradas del regazo,
cada una de las fosas que arrebata la nostalgia.

Barataria, junio de 2011

lunes, 27 de junio de 2011

RESONANCIA DE LA HOJARASCA


Cansado de ventanas, el fermento de la luz, los mismos insectos
entre galope y trueno; la rama del yo en la sombra de la aridez,
la escarcha del aliento, el cuerpo consumido, ataviado de hojas
de guarumo, ixcanales, almendros. Al cabo la indulgencia
de la conciencia: la ropa atada con nudos en los tendederos de la brisa,...
Imagen de André Cruchaga





RESONANCIA DE LA HOJARASCA




En la vida de un hombre hay almacenes llenos de objetos y maderas con insectos,
hay tensos mundos artificiales y canales por los que discurre la sangre hasta los vasos,
JUAN CARLOS MESTRE




Cansado de ventanas, el fermento de la luz, los mismos insectos
entre galope y trueno; la rama del yo en la sombra de la aridez,
la escarcha del aliento, el cuerpo consumido, ataviado de hojas
de guarumo, ixcanales, almendros. Al cabo la indulgencia
de la conciencia: la ropa atada con nudos en los tendederos de la brisa,
dientes que han renunciado al tiempo, exilio de los sueños
como un puñal de ceniza. —Ahora sé que el martirio puede durar
toda una vida; las honduras se han tornado arenas movedizas;
el párpado, en sal permanente; las cucharas,
emboscada de abejas letales. La hojarasca bebió la última sangre
de las proclamas: la niebla en la piel del alarido, cuarenta noches
de poros desgarrados, cuarenta días sin campanas; arden, por supuesto,
los fuegos trizados por la apatía, el hervor maltrecho de las manos,
los tiempos consumidos por el letargo, el condón escarchado del follaje.

Sin saberlo, he escrito relámpagos sobre las tumbas giratorias
del universo; el luto me hace inventar acantilados:
justo cuando las tardes no retoñan,
ni el ojo se percata de los candados del cierzo. ¿Dónde quedan
las resonancias, sino en el tronco sordo del subsuelo,
quizá en el hacha arrancada de la intemperie, en la neblina dispersa
de tantos libros en el grito de la alambrada?

—Reconozco que el musgo de los recuerdos es despiadado:
yace abierto el golpe en el rostro, no el olvido que tanto he deseado
en mis manos. (Pero debo caminar con los centímetros de luz
que me quedan: hijo de la oscuridad desconocida, la transparencia
quebrada de los vidrios, la caricia por decreto que no llega a infinito.
Nada es extraño ante las lecciones purulentas de las alcantarillas;
todo obedece a un orden de imágenes turbias, esto fue decretado
en la medianoche de los sueños. Y así, con esperanzas o sin ellas,
escribimos cartas en los tapiales del alma, atardecemos rostros
en la marcha, atravesamos la antigua sombra del orgasmo.
Hay ecos que se abren en las fotografías. Sombrillas conjeturales
rompen las costillas hasta que sangra el manubrio de las neuronas.)

Pienso que la hojarasca entraña alegorías de absurdos dientes;
hay aguas contaminadas en todo este petate de penumbra, hojas
desabridas por la orfandad, delirios que las sombras hacen visibles.
Al interior de las ventanas, las monedas ruedan en el mismo
calendario: ¿Habrá alguna vez, ardientes brújulas para atisbar lo lejano?
—Por ahora, me quedo con el prólogo de la herrumbre;
después buscaré, en el fondo de la brújula, algún tipo de viento
con hojas no caducas. Así queda escrito en la sentencia de los sueños,
en el otro espejo que empuja el combate.

Barataria, junio de 2011

domingo, 26 de junio de 2011

CONSTANCIA DEL HUMO

En medio del humo, esta constancia del espejo. Hay días donde
las palabras se confunden con el humo, paltos, calles, piel,
pétalos caídos del devenir, días de pañuelos desintegrados
por la salmuera, manos de mojados ataúdes. Súbitamente
me despeño en la niebla: ¿Es humano este río de premoniciones,...
Imagen de André Cruchaga





CONSTANCIA DEL HUMO




Han pasado los años y ya nada es igual.
ANDRÉS TRAPIELLO




En medio del humo, esta constancia del espejo. Hay días donde
las palabras se confunden con el humo, paltos, calles, piel,
pétalos caídos del devenir, días de pañuelos desintegrados
por la salmuera, manos de mojados ataúdes. Súbitamente
me despeño en la niebla: ¿Es humano este río de premoniciones,
vívida respiración en medio de la niebla, realidades de herida caligrafía?
El rostro cada vez, dentro de trocitos de agua; presentes de uñas
y hambre, abiertas dentaduras de la niebla, soles de ciénaga dejados
al desamparo como cualquier tiliche. Los candados gobiernan
los candiles: hay un ejército de sordos merodeando el fuero
de las sombras. Huele cada centímetro de putrefacción,
huele la extensión de los alambres del sahumerio, el batallón gris
de la neblina, las noticias del desamor, la gravedad de las noticias
donde hay sobornos, quema de buses, alguna cita truncada
por la aritmética precoz de l orgasmo. Ahora está de moda
el ecumenismo de las legumbres, aunque vistamos caricias sobornables,
virtudes de mesón, sombrillas de yute, o simplemente despilfarremos
el altruismo en los tragantes. De todas formas caminamos en las calles,
con esparadrapos, mendigos consuetudinarios, canastas, trapos
para limpiar parabrisas, rostros bonitos en vallas publicitarias,
dudosas mercancías y aguas de sórdida embriaguez. Bajo los tantos estados
de la materia, los niños comen el alborozo de la escarcha,
almuerzan con el hambre del delirio, recogen colillas de los ceniceros
y luego hacen acrobacias en las paredes del in finito. Sobre las aceras
el silencio de mi saliva. Sobre las aceras, el libre tránsito del hampa,
la mugre hundida en los dientes, la aurora congregada en los ijares;
en la espina hecha témpano, la indiferencia como una estatua olvida;
la procesión de los santos invocada por el subconsciente,
los residuos del fuego en la oscuridad. A menudo, todo me sabe
a canícula; días sajados por la demencia,
acomodo de la piedra en el barro; vados de arqueados almácigos,
hay en esta coronación de pulsaciones. El humo resulta feroz
en las ventanas. ¿A qué precio tenemos que pagar los escapularios
de la fe, las romerías de la luz para salir de este hacinamiento
de petrificados huesos? —Crece la niebla debajo de las sábanas:
no hay remansos; crece el desvelo en los tejados, el vaho degollado
en los balcones; muerde el humo la matata de las sienes: la intemperie
chorrea de obscenidades; en la otra calle del presagio, parece
que la alegría llegó a fracciones de centavo, a pócimas de vinagre;
mientras, aquí, sigo en los zapatos de esta pesadilla,
en esta respiración boca a boca de la sombra.

Barataria, junio de 2011

sábado, 25 de junio de 2011

ECO DEL RESPLANDOR


Todo es hondura en la sed del tiempo: eco del resplandor junto
a la hoja que mece el viento, cristales de la puerta alucinada
del recuerdo, manos en bocanadas de sueños, rostros sin rehusarse
a la hoguera de los días. Guardo en la página pétrea del aliento,...





ECO DEL RESPLANDOR




Y así vamos de mares y de orillas
al límite final que nos espera.
EUGENIO FLORIT




Todo es hondura en la sed del tiempo: eco del resplandor junto
a la hoja que mece el viento, cristales de la puerta alucinada
del recuerdo, manos en bocanadas de sueños, rostros sin rehusarse
a la hoguera de los días. Guardo en la página pétrea del aliento,
las manos que obedientes, compartieron manos, ires y venires
de las aguas hasta la orilla, ires y venires hacia dentro donde
no cuentan los sonambulismos. ¿Cuánto duró la luz, la mecha
del ocote? No lo sabemos, porque nunca abrimos las edades inefables,
ni subimos al barco con los poros abiertos. No lo sabemos:
hay ecos como cerraduras que jamás pueden abrirse;
hacen falta llaves, engrasar los golpes desabridos, conquistar
 irrevocablemente las campanas, guardar el tiempo para respirar
en un momento las lejanías. —Recuerdo, de pronto,
tantas cosas irreales: el bosque de espectros en las esquinas, el telar
de la saliva sobre las pupilas, el claroscuro de una canción mientras camino,
a solas entre los árboles. Recuerdo. De un lado,
las sombras de siempre; de otro, los nuevos tiempos que atraviesan
con cierto desdén el calendario. Hay ecos de monedas cayendo
en los tragantes, caricias demasiado frágiles para asirse,
luces mortecinas, ahora bajo la lluvia de junio; ojos que emigran
hacia los cadáveres del crepúsculo. Y, aunque parezca paradoja,
todo el resplandor de la memoria y el olvido, está aquí en el espejo
del poema. Entre la feligresía del eco y la propia historia, el barbasco
escarba en el relámpago de este pasar sobre la llaga del escarabajo.

(Ahora que lo recuerdo, las calles escapan a la ebriedad de las ventanas.
¿De dónde el escombro o los niños de la calle jugando a la florescencia,
como nosotros, a la desnudes de párpados, a la caricia alterada,
de pronto del bagazo? ¿En qué huella quedan bien los calcetines,
la sartén de la claridad, los güishtes de la soledad, el olor a escupidas
en la calle? Para alumbrarnos debemos recurrir a la luz natural
de las ventanas: la tormenta quemó en el abandono nuestra memoria;
el poema se hizo chingaste de remotos caballos.
Las aguas saladas han roto el cántaro de la conciencia,
el peltre pronunció luciérnagas oscuras.)

—Debo suponer que hay
un poquito de ajuate en la ventana de cada poro; aún hay ecos
de espeso nixtamal, sombras que pueden verse en su propio destello,
y andamios donde huele el espejismo. Siempre pienso en la esponja
llovida de la piel, en aquellos balcones de ardiente mediodía,
en la sombra que ilumina la ceniza. Siempre me detengo
en la resonancia de laguna palabra: el sonido golpea puertas y paredes;
en el lavatorio, no necesito de sombreros, ni de fósforos:
me es suficiente el desatino de cada gota de agua en los ojos.

Barataria, junio de 2011

martes, 21 de junio de 2011

RAMA DE LA ESPUMA


Nada enturbia la espuma como el agua salobre del cuerpo:
pinturas al óleo, ramas de raída anatomía, aquel fuego de furias
bajo la sábana: enredaderas, abejas, lucha de contrarios
en pos del triangulo abisal del tiempo. Recuerdo que mi primer empleo
fue de vigía: desde el planeta oscuro divisé los escombros,...
Imagen de André Cruchaga





RAMA DE LA ESPUMA




Hay momentos de frío
en los que estrangulas palomas y te calientas con sus alas.
Hay momentos de gravedad
en los que sientes que has caído ya entre los que caen.
VLADIMIR HOLAN




Nada enturbia la espuma como el agua salobre del cuerpo:
pinturas al óleo, ramas de raída anatomía, aquel fuego de furias
bajo la sábana: enredaderas, abejas, lucha de contrarios
en pos del triangulo abisal del tiempo. Recuerdo que mi primer empleo
fue de vigía: desde el planeta oscuro divisé los escombros,
lo errátil de las palabras para sostener el equilibrio de las aguas,
cada faro fue homérico para mi respiración; en la distancia multipliqué
el parpadeo de las semillas, toda la memoria audible del fogón.

Mi segundo empleo ha sido, deambular por las calles, tocar puertas
con la urgencia del anhelo, desvelar la metafísica de las sombras,
buscar la acequia de los prismas. En este ir y venir, ser y no ser,
la espuma ha sido trofeo en los solsticios, respiración de mundos
confundidos. Y claro, hay ecos y memoria acumulada. Mi tercer empleo
ha sido, no sin algunas disyuntivas, el de cronista: al cabo,
hago recuento de manteles sin comensales, de espejos que han perdido
por completo su abecedario; escribo sobre el girasol que se esparce
en la memoria, —entinto las cartas aladas que le envío a la eternidad,
los kilómetros de instinto recorridos en las ventanas, las variadas
almohadas que han escapado de mis manos, los muertos
que han resucitado en la transpiración de las acequias. (Llevo días
haciendo agujeros en la arena de los litorales; la misma arena gris
de la noche, la sal opulenta en los ojos. Nunca puedo conciliar el toro
del insomnio, el caballo de la vigilia, la aparición de relojes oxidados
en el ojo de las moscas. Leo el pájaro negro, desplomado en la puerta,
los callejones de hambre que hace la espuma sobre el cataclismo
de los peces. Nunca concluye el grito de las ruinas, el socorro
que no llega en la sombrilla del cierzo, la Patria de la mujer que copula como
un campanario, la fuga doble de la monotonía.
Me he convertido, así, en una calle pitagórica: no hay intermedio
entre las puertas, sólo luz profunda, equidistancias de mi propia esencialidad.)

Al final, por supuesto, quedan las secuelas del trajín
y la fatiga inminente de la espuma; el susurro de la saliva escupida
al filo del día, los suicidios y la falsa democracia que se bebe
en tragos de aguardiente. —Y vos, desde luego, que nutriste mi alma
de gritos; sedujiste las larvas de mi carne, humedeciste con losas
el muñón del cielo, cada día de invernaderos en el litoral
de las brasa, arenas sumergidas en la noche.
Vos, sí, que después de todo roíste el aliento hasta irrevocar el olvido,
los transeúntes de las estaciones, la nostalgia sin remordimientos,
el adiós de los barcos con su propio latido de espuma.

Barataria, junio de 2011

lunes, 20 de junio de 2011

CLARIDAD INHABITADA


Hemos clausurado los cristales de nuestras manos. Renunciamos
al último pabilo de las campanas; el hartazgo de la emboscada
pudo más que el pabilo natural, desvelando el follaje. ¿En qué tiesto
se fue haciendo moho el ardimiento de la garganta, los sueños
que el espejo bebió en el galope, en aquella música desenterrada...
Imagen de André Cruchaga





CLARIDAD INHABITADA




la manera de terminar un poema
como este
es quedarse de pronto
callado.
CHARLES BUKOWSKI




Hemos clausurado los cristales de nuestras manos. Renunciamos
al último pabilo de las campanas; el hartazgo de la emboscada
pudo más que el pabilo natural, desvelando el follaje. ¿En qué tiesto
se fue haciendo moho el ardimiento de la garganta, los sueños
que el espejo bebió en el galope, en aquella música desenterrada
de la hoguera? Hoy, simplemente, inhabitamos brea y llama;
preferimos caminar, solitarios sobre las criptas. Nos muerde el guacal
desfondado del laberinto, las cucharas de palo, oscuras para trasegar
el azúcar a la lengua; el sonambulismo nos retrata con monedas
oxidadas, islas donde toda realidad es engañosa; lo ilusorio,
verdad tangible. Hay días obstinados como la codicia, días
de confesiones donde se clarifica la deslealtad, estrías de salmuera
en la boca; rostros destinados a la orfandad, irrevocables desiertos
de la contrición en la trementina lejana de los tambores. Alguien dirá
que el estado de mi locura en consuetudinario, pero no; es cuestión
de estos días atroces de baldíos, de carcomas insomnes en los portales;
es en fin la respuesta al ser merodeador de oscuridades.

Descubierto todo, hay alivio en la respiración: el sofoco se torna luz;
la máscara un trofeo de monedas inservibles. (De hecho, siempre
me ha tocado caminar entre vestigios de calles y astilleros;
nunca fue celeste la almohada del calendario, ni filigrana la yerba
arrastrada por las aguas; ninguna confesión da fe de la inocencia,
ni absuelve de tajo la queja del espejo. Cuando se hace el balance,
los días se yerguen como muros de esta soledad ontológica,
harapos de dormitados fuegos, escoria que los pies fueron gastando
y esparciendo con la escoba de las semanas. Es posible que allí
se encuentre la explicación de los sudarios, los días sin indulgencias,
la ofrenda a la perduración del destiempo. Siempre terminan ardiendo
los calcañales, el sueño sedicioso de la humedad, la sombra rutilante
de las paredes desde el combate que sostienen los demonios.)

No sé si después haya días hábiles para los pájaros, días no cercenados
por el abismo, días esterilizados del mar humor,
lluvias donde el poema se convierta en milagro. No sé si la luz es
insobornable en estos tiempos de embuste: camino en el hilo aéreo
de la intemperie; sostengo mis párpados en la hamaca enturbiada
por el verdugo; la noche siempre amanece en la garganta;
gira el terraplén de la espuma, la migaja del diluvio, el trueno debajo
de la sábana. Los meses son así: nos dan la miseria sin talismanes,
el espejismo, la ceniza hirviendo en el nixtamal; el tatuaje del estanque
nos habita. Deshabitamos la claridad para oscurecer el vuelo.

Cambiamos las palabras por el balastro; soterramos la dulzura
e inmolamos la garganta: ahora la escena, es suplicio descarnado…

Barataria, junio de 2011

domingo, 19 de junio de 2011

ARDE LA LLUVIA DEL CUERPO, DESPEDAZADA


Arde la lluvia del cuerpo, despedazados pañuelos de este oleaje
de trajinar en medio de antiguas identidades; consume
desde la ventana de los poros, huésped la sal que meció los alelíes
del cansancio y la desconfianza; también la duda ha saltado
de su recinto de sombras, los vedados paraguas del follaje:
Imagen de André Cruchaga






ARDE LA LLUVIA DEL CUERPO, DESPEDAZADA




El camino de tierra que conducía al manicomio
se despliega otra vez como los ojos…
ROBERTO BOLAÑO




Arde la lluvia del cuerpo, despedazados pañuelos de este oleaje
de trajinar en medio de antiguas identidades; consume
desde la ventana de los poros, huésped la sal que meció los alelíes
del cansancio y la desconfianza; también la duda ha saltado
de su recinto de sombras, los vedados paraguas del follaje:

la realidad siempre es otra, y no la que ven nuestros sentidos,
por eso existe la confusión y de pronto se alargan las distancias,
las paredes del insomnio, el hollín del desvelo con su secuela
de sombreros mortuorios. —Quizá debamos entender la lluvia marga
de la breña, descifrar el sangrado mortecino de la polilla,
entender la fugacidad del viento, decirle adiós a los días que caen
como castillo de naipes. Siempre resulta difícil adueñarse de la luz
de las ventanas, descifrar los mensajes del arrepentimiento,
no permitir que los recuerdos conviertan en sal el calendario,
ni en hollín el trabajo diario del tiempo. (Ante la adversidad,
son necesarios trocitos de paciencia; ante lo insensible,
el mejor antídoto es la indiferencia: así he salido de la locura
y bebo de los manuales que escribí junto al espejo.
Aunque desde luego, no hay recetas, ni arte culinario que valga
para atizar los ojos o quitar las máscaras que pululan como seres normales
en la calle de todos los días. Evito el prurito de las almas contritas:
pienso en la fetidez del cielo: ya antes, la ambigüedad
atizó mis sentidos; lo irracional mordió las cortinas del aliento.
Descubrí los significados desvanecidos de los centavos con un puñado
de tierra putrefacta en la boca. Nunca ha sido fácil entender el ADN
de la luz, el gris de las palabras con piñatas, el arco iris a punto
de ser daga. A tiempo he descubierto el chip de las simulaciones,
el inconsciente anterior a la escritura.)

Ahora debo entender el suicidio de cada uno de los días:
aquel puñado de relativismos que la gente común no entiende;
transitar las magnificencias del futuro con esos pensamientos
fundamentalistas de las esquinas: a menudo sesgamos la lucha
diaria con la intriga; nos persignamos, pero envenenamos
con el desastre los propios pensamientos.

Después de tanta violencia vivida, lo único que deseo es ascender
al sosiego despojado de alambradas y otros materiales deleznables.
Ha llegado el momento de decirle adiós a toda pesadilla:
los ruidos en vez de los destellos; la ficción en vez de lo real.
Todo ha sido atroz: junto al sarcasmo, el pecho vencido por el humo;
junto a la red de los pescadores, la podredumbre de las estaciones,
los cielos filtrados en los andenes, la piel mordida por el desmayo…

Barataria, junio de 2011

sábado, 18 de junio de 2011

PRESAGIO DEL ESPEJO


A mano alzada la respiración de la boca en el espejo. Los estiajes
impacientes del propio yo huyendo del maremoto de la imagen,
esa otra imagen resbalando en las palabras, en las paredes transparentes
que la contienen. He conocido nombres apenas irreconocibles;
duele el aliento en el sonido difuminado, en aquel imposible,...
Imagen de André Cruchaga





PRESAGIO DEL ESPEJO




(…)todo cuadraba para mí: lo que impedía ser feliz
y qué era primero en el mundo: el huevo o la gallina.
GÜNTER GRASS




A mano alzada la respiración de la boca en el espejo. Los estiajes
impacientes del propio yo huyendo del maremoto de la imagen,
esa otra imagen resbalando en las palabras, en las paredes transparentes
que la contienen. He conocido nombres apenas irreconocibles;
duele el aliento en el sonido difuminado, en aquel imposible,
reiterada forma del camino, ambiguas nubes convertidas en estribos,
donde cualquier resplandor asfixia los sueños. En el grito,
también se da el aprendizaje de los espejismos, el ojo despierto
sobre la superficie lisa de la lágrima. En este caos, somos imagen
y semejanza del mundo, abandonados astilleros del pánico.

Algo nos traspasa hasta llegar al fondo del cansancio; hay nombres
y lugares cundidos de espinas, existen otras formas del pánico,
más aviesas que esta de mirarse al espejo con las vísceras mordidas
por el vértigo. Crecen las raíces clavadas en el presagio;
desciende la opacidad de las ruinas, —el yo con su creciente ceniza,
el dolor que indaga en la imagen de los pájaros, la descarga de la sed
a la orilla del polvo; mudez que de pronto, allí, se vuelve agua y estalla
hasta llegar al resplandor del tiempo. Nos movemos en el bosque
de los puntos suspensivos; ciegos infinitos del dolor de estar vivos
y andar y concluir en el estallido de los símbolos.

(Pienso que es otra manera de morder el anzuelo: morder las palabras
con nombres ilegibles; caminar sobre las escaleras de la lava;
y sin embargo, permanecer en la materia, fiados un instante
de la conciencia. No veo la salida para esta imagen atrapada en la lengua
menguada de los colores: de cierto, en el fondo, existen acantilados,
precipicios que expanden las inconsistencias del ser en la pantalla
del suplicio. Siempre me he anticipado a tantas noches,
a la voz infinita del río que me mira, sin que los caballos detengan
sus trotes amarillos, la breña colmada de manos tenebrosas.)
Cada vez se reduce la escapatoria del desvelo; cada vez el laberinto
desemboca en el aliento, sin que en los alrededores desaparezcan
los árboles del crepúsculo con aleros y cicatrices siniestros.
Alrededor de cada página pasan fortuitos incendios,
miedos convertidos en ansias, escapularios de aviesa feligresía.

Es difícil la inmunidad cuando alrededor palpitan las abejas,
cuando las enredaderas desordenan la armonía. Y sin embargo,
seguimos abiertos a este infinito de espejos subterráneos.
¿Habrá salida del ojo en la vigilia del armario, recurrentes fantasías,
puertas sin que nos toque la ficción o, en todo caso la ráfaga?
—Siempre las vísceras sobre el drama del asfalto,
el escenario donde el rostro sufre de continuos espasmos y delirios
de aquello que nos anticipa.
Ahora es inútil no reconocer la imagen en la herida que nos precede;
Es inútil respirar desde la noche del tejado…

Barataria, junio de 2011

viernes, 17 de junio de 2011

DESATINOS


Todo el asedio de las sombras en la noche. Aquellos vitrales
trizados por el viento, los días emboscados en el laberinto
de la propia conciencia, los rostros entretejidos de los árboles
en plenos adoquines, casi follaje subterráneo destinado a los vivos.
Muerdo la serpiente azul que arde en la rabia del infinito,...
Imagen de André Cruchaga





DESATINOS




—De ahora en adelante hay que usar la cabeza sólo
para cargar la gorra.
ANTONIO SKÁRMETA




Todo el asedio de las sombras en la noche. Aquellos vitrales
trizados por el viento, los días emboscados en el laberinto
de la propia conciencia, los rostros entretejidos de los árboles
en plenos adoquines, casi follaje subterráneo destinado a los vivos.

Muerdo la serpiente azul que arde en la rabia del infinito,
las máscaras que cubren los sueños, la llaga del golpe cotidiano,
enturbiada en comensales de tabanco. Dan pavor los siete pilares
de la fosforescencia, la suntuosidad del apocalipsis según Hollywood,
la aridez debajo de los poros, como un paciente soportando
los días mudos del alma. Cada día friego los azulejos de la Esperanza
y limpio la ventana de las promesas; desdoblo los brazos,
ardo en la atracción de los imanes: de un lado a otro,
sin encontrar el resquicio del sosiego. Sé que debo caminar a imagen
y semejanza del tiempo, aunque pervierta mi individualidad,
sacrifique el día de los muertos y todos los días festivos del calendario.

Ningún rumbo es totalmente cierto o seguro, ahora que priva
el desencanto, —Ahora que los Poderes del Estado,
han entrado al debate bizantino: rueda el mapa sobre la carreta
sonámbula de las sienes. Se nos avecina la debacle:
pienso que un día recobrará la sensatez este País; ahora es fácil
hacer entuertos, simular infamias, penetrar en los bolsillos hasta sangrarlos.
(Por aquello de que no sólo de pan vive el hombre,
también se elaboran brebajes y sudarios,
campañas contra cualquier cosa y cálices de irrevocable cielo.

De cuanta aridez suscitada soy testigo: vos y yo lo sabemos cuando
tocamos el cielo de la lengua y no encontramos vestigios de frijoles,
ni tomates, ni chiles verdes; así nos hemos pasado la vida
anhelando la taza de café del vecino, que no la taza del retrete,
ni la tasa de crecimiento del PIB.
La única forma de vivir es respirar como los mortales:
cuando morimos, se volvieron insomnes los portales,
los desfiles de los extintos cuerpos de seguridad, la manía de vernos
en las fotografías, escuchar un tanto o encumbrar un barrilete
con la saliva de la Esperanza. —Nadie sabe que levitábamos a causa
del hambre: comía en tu ombligo, mientras el césped gastaba el sueño
de la cópula.) Hemos caminado desde entonces, largos trenes de sueño,
a ratos, la herrumbre y el harapo, los días marcados en las paredes
como presidiarios. En el balance priva el azogue, los mismos vientos
descontrolados de octubre, el cadejo feroz de antaño.

—Vos y yo, nos hemos convertido en señuelos de este disparate:
pero cumplimos así con la trama de las lencerías;
y por si acaso, desafiamos la grandeza de Heráclito: extrañamente
lamemos el ph del vértigo, sin pensar en que los féretros carecen
de rostro e identidad. Apenas somos huéspedes en este combate…

Barataria, junio de 2011

jueves, 16 de junio de 2011

CAPITAL DEL ANTIFAZ


Oí mi voz en manos de la agonía: la sangre reventada en la cara,
la arena sombría en el embarcadero de los escapularios;
vi mi propia máscara incandescente como un extraño presente
donde todos los labios y bocas van a la deriva. Agria saliva
hubo que mordió con adustez la sábana de luz de la aurora.
Imagen de André Cruchaga





CAPITAL DEL ANTIFAZ




y la demanda de seguir provoca
una honda búsqueda interior!
ROBERTO MANZANO DÍAZ




Oí mi voz en manos de la agonía: la sangre reventada en la cara,
la arena sombría en el embarcadero de los escapularios;
vi mi propia máscara incandescente como un extraño presente
donde todos los labios y bocas van a la deriva. Agria saliva
hubo que mordió con adustez la sábana de luz de la aurora.
Pero bien, todo dejó de ser el pozo mudo de las sombras.
Ahora, libro otras batallas ante tantos espejos:
infunden miedo las sombrillas entre el escombro;
caen los paraguas en medio de las enredaderas; el ojo, absorto,
no se cansa de arder tras el hierro que demacra el sudor.

Juro que quiero borrar los sueños de mi memoria,
los inviernos y sus muelles y sus manos y todos los ruidos abiertos
del sollozo y todos los nombres estériles
y todas las llagas en la cara de los días inciertos
y el hilo de la risa macabra
y el puñado del paladar y el atril de la nostalgia
y todo el puñal del frío en mi costado. Me cansó el brebaje
de los sermones; ahora sepulto lo que antes nombré con ahínco,
el matapalo de la noche en los párpados, las efigies en nudos
de pájaros, la cicatriz que dejaron las aguas amargas del culantro
y la cuajatinta. Si miro al futuro debo salir de esta capital:
hay tantos antifaces como tijeras,
—las sombras bajan a la piel y dan su dentellada;
atraviesan las intemperies y las entrañas, roen anverso y reverso,
a oscuras tiran los dientes como ráfagas. Ahora me deslío, también,
de las muertes y los muertos,
de la risa artificial de la mansedumbre, sin escarbar en los talismanes
de la cruz. Llego al punto de donde partí:
sólo que hoy avanzo con cierta clarividencia; veo desde lejos
los poderíos del esmalte, el espejo consumido en la dureza
de puertas y paredes. Sacado de la caverna, podré nombrar
la fosforescencia, la ropa limpia de la luz, rescatar la brasa
de la sed para mi cántaro de agua.

(Siempre los antifaces ocultan sueños, gavetas de transparente
arco iris, almohadas de titubeante polvo. En cualquier lugar
se escucha el susurro de su boca cercenada; a menudo sobrevive
en los laberintos de la eternidad, envuelta en frazadas de melancolía.)
escuché mi voz detrás de su vaho; pero hoy, aquí,
tengo un tizón para ahuyentarla. Ya no hay fantasmas en mis cerraduras,
ni en la ceniza del olvido.

Aún cuando camino en medio del disfraz de la calle, me separa
el aire de ese martirio. Ahora ya no veo mis párpados debajo del engaño.

Barataria, junio de 2011

miércoles, 15 de junio de 2011

RELOJ DEL MUSGO


Al tallo del árbol, la piel del musgo, el ojo cansado de vivir
entre la tormenta sorda, desplomada del reloj en el océano
de la tierra; hay calles aquí que edificaron los insectos
durante la noche, días invadidos por combustiones de nombres ilegibles,
astros subterráneos que dan vértigo, hornillas de un cielo olvidado.
Imagen de André Cruchaga





RELOJ DEL MUSGO




Seguirás inadvertido,
aunque en la mar del viento giren tus
ramas,
tristes aspas desheredadas,…
JAMES RAWLINGS




Al tallo del árbol, la piel del musgo, el ojo cansado de vivir
entre la tormenta sorda, desplomada del reloj en el océano
de la tierra; hay calles aquí que edificaron los insectos
durante la noche, días invadidos por combustiones de nombres ilegibles,
astros subterráneos que dan vértigo, hornillas de un cielo olvidado.
En el anochecer se vuelven inhóspitos los charcos,
el destello de cada respiración que consumen las sombras,
el violín agónico del musgo en su tejido de escalpelo.

A menudo me parece el antifaz de las raíces; la lluvia deshace
los nudos apretados de la ceniza que lo cubre: son días de conjuro filial,
invocación de sosiego ante el vendaval. Salvo el alma en su tránsito,
todo parece estacionario en el vuelo de ultramar,
en cada agujero hecho en el fango, en el sigilo constitucional
de las metáforas. Hoy en día abundan los adefesios jurídicos,
las felonías y hasta la ignominia sobre la mesa:
no caen la gaveta el esperma de los estambres, ni es posible advertir
vitrales en el karma, mucho menos alcanzar la humedad de alhelíes,
la estación donde no sonría la ceniza de los relojes.

Vivimos tiempos de realidades intangibles, dueños de la noche ensortijada
de navajas; vivimos sílabas de asonantes flamas,
sinalefas sin concordancia, alusiones perifrásticas, aliteraciones,
difrasismos y nieblas como herraduras ecuestres. Cuando el huracán
azota, levito sobre los pómulos de las piedras:
siempre el escombro inunda las palabras; no hay salvavidas
para el santo grial de la queja, ni para el altar desde donde cuelga
la sal del agobio. En la antesala de los litorales, un aviso importante:
décadas de duelo para la fantasía, veredas confiables;
calles temibles, aceras de dudosa saliva, discursos emparentados
con el escombro, hazañas de zompopos. Si alguien discrepa,
contamina, por inercia, el aire; para retornar a la estación del día,
se hace necesario borrar el matasellos del sonambulismo de los ajos;
quitar el matapalo del latido, purificar las nubes cosiendo el rocío
hasta que la rama de la transparencia quede firme en los zapatos.

Andamos la deshora en la herrumbre del pecho:
en cada reloj estalla el crepúsculo, la capucha oscura de la adivinanza,
el cáñamo con púes de las alambradas.
Lo que se ve no son acequias para el regadío, sino estiajes, cárcavas,
noches de musgo sobre la sábana de los poros,
plumas flotando sobre el agua que es el vivir. Fotografías al filo
de la noche, colillas que adornan la escena del pubis de la Patria.
—Quizá un día hagamos colchones de la madera de los aserraderos;
por ahora, en el palco, sólo cabe la gangrena,
el entierro de las brújulas. Pero se vale, supongo, dejar una rendija
por si acaso: la pinza de la luz en los ojos…

Barataria, junio de 2011

martes, 14 de junio de 2011

BALASTRO


Imagen de André Cruchaga





BALASTRO



I
Ante el parpadeo,
Se rompen las tapicerías.




II
En cada espectro de la noche,
El desatino núbil de los cipreses.




III
El poder de las palabras está
En la conspiración contra el miedo.

Barataria, junio de 2011

lunes, 13 de junio de 2011

CANDIL DE LA CALLE


Imagen de André Cruchaga




CANDIL DE LA CALLE



I

En los días oscuros,
Siempre el candil se vuelve compañero inefable.




II

Recordé un día de estos a Megan Fox;
Bajé las escaleras de la sed y encontré agua.




III

Lo audible tiene su propio metabolismo;
De lo contrario no tendría sentido la memoria.

Barataria, junio de 2011

domingo, 12 de junio de 2011

CAMPANA


Imagen de André Cruchaga




CAMPANA



I

Cada golpe en las paredes,
Suena para poner los pies sobre la tierra.



II

Ninguna campánula, en las frondas,
Resiste al frío de la intemperie.



III

El aire que recibe la garganta, ingenuamente,
Hace del sigilo una herida de sonidos.

Barataria, junio de 2011

sábado, 11 de junio de 2011

ACECHANZA


Imagen de André Cruchaga




ACECHANZA



I
Una caricia a la distancia,
Pulula de hambre en las estrellas.




II
En el pergamino del agua,
Las ramas del cielo son transparentes.




III
La única tempestad que conozco,
La descubrí en los fantasmas de la ducha.

Barataria, junio de 2011

viernes, 10 de junio de 2011

LIBÉLULAS


Imagen de André Cruchaga




LIBÉLULAS




I
En la antesala del jardín,
cada pupila tiende un arco iris de pétalos.



II
Aquí, insomne,
los sueños han salido a pasear a las frondas.

jueves, 9 de junio de 2011

CONSTRUCCIÓN DEL DESGARRAMIENTO


Un instante mal vivido dura más que la felicidad,
pues ésta se esfuma como el éter. En la nube gris del invierno,
el aire anda con muletas; las rendijas de las persianas,
con ojos de recogimiento.
Imagen de André Cruchaga





CONSTRUCCIÓN DEL DESGARRAMIENTO





Un instante mal vivido dura más que la felicidad, pues ésta se esfuma como el éter. En la nube gris del invierno, el aire anda con muletas; las rendijas de las persianas, con ojos de recogimiento. Cada estación del tiempo tiene su propio polen: digamos que la oscuridad es una quimera de la inteligencia; y las hipérboles, una pantalla gigante de nuestros deseos.la buena voluntad a menudo es la impotencia del paisaje,; en el destello de cada día florecen los trenes, crepitan los anfiteatros de las postales, la solemnidad del retumbo de las palabras. En días como estos de aplausos, es difícil ver los túneles, los universos secretos de la ciudad, los semáforos despidiendo estelas de humo, el prójimo deambulando en su persistencia de monedas. En las aspas del éter también se esfuman los deseos, acontecen hervores como el orgasmo en una olla de presión para cocer verduras. En el día a día somos buenos para inventar anécdotas, elaborar taxonomías, evocar a Heráclito, lamer el auricular del azúcar, merecer el amor proscrito de un antro. En el río revuelto del parpadeo, cada quien procura descifrar su propia sombra, esa que lame la yerba de los sentidos.

Barataria, junio de 2011

martes, 7 de junio de 2011

LLUEVE A CANTARADAS


En cada gota de agua, el destello invisible del sonido,
el litoral de la respiración, el libro de lecturas a media luz,
la hoja de la brasa que alumbra la cortina de los poros,
la ventana con madera de salivas ancestrales, —vértigo tras vértigo,
la alegoría dispara arrecifes, palabras de metal en los muros:
Imagen de André Cruchaga





LLUEVE A CANTARADAS




Quién nos quita lo vivido?
en el seno del olvido…
MIGUEL DE UNAMUNO




En cada gota de agua, el destello invisible del sonido,
el litoral de la respiración, el libro de lecturas a media luz,
la hoja de la brasa que alumbra la cortina de los poros,
la ventana con madera de salivas ancestrales, —vértigo tras vértigo,
la alegoría dispara arrecifes, palabras de metal en los muros:
la historia de ayer y hoy, aspas de alambrada en el silabario
de la viga que sostiene los aleros adustos de las tejas.

De vez en cuando el moho despabila los insectos;
el pájaro prendido en la rama de ciprés, la astrología
de los dedos en la tormenta de costura de las nubes;
el cántaro derrama la brama del rocío, los goterones del paisaje
en las pupilas, los caballos que pastan en el calendario de los poros:

me afirmo en la caverna, sin mástiles, sin armas, sólo esta pulsación
de la madrugada que recoge el soplo,
los estertores de las palabras, este vivir quitando el telón de circo
todos los días. A menudo amanecen plomizas las banderas,
la esquirla sorda de los analgésicos, el rascacielos de la piedra
a la orilla de los fósforos, el anzuelo curvado de la tinta,
la lija de la edad mordiendo los talones: es inútil el filo
del pedernal en la rama del eucalipto; no hay ajuares
en el terrón del badajo, ni gallardetes salvados en la piel quemada
de las calles. En la saturación del agua, muerde el cieno
en los brazos, corroe o derrumba los tiliches, moja el tabaco
de los claveles, nubla el enjuague en el lavatorio de los pies.

Por cierto que no me sirve ningún paraguas para andar estos lupanares;
respiro entre monedas líquidas, el cáñamo de los colores dejó de ser vitrina;
ahora es un riesgo caminar entre las guas.
(Después de todo, he sido hecho a la usanza de los líquidos,
sólo que ahora la placenta es un laberinto perverso,
donde no cabe el torrente del postigo, esa manera de cazar zopilotes
en plena hambruna. Conforme llueve, despeino los jardines invisibles
en la respiración: hago una sola sombra de las carretas en el musgo
que pervive en la penumbra.)

No hay aquí resurrección de claridades, ni armaduras de orégano,
ni hornadas de canela, ni levadura, ni anís, ni zapuyulo.
Hay cántaros como el mar y la espuma, quebradas aguas en la boca,
ramas desgajadas por el azogue, ombligos en un País de salmuera,
cuadernos borrados en la máquina Singer del pespunte,
dunas en el pergamino de la piel, hojas sin zaguanes de aire,
relámpagos que resplandezcan en las pupilas.
Sé que llueve a cantaradas en la antigua alegoría del deseo;
sé que también oscurece en el perro flaco de las pupilas, en el piano
de los techos donde sin duda también se dibuja el musgo…

Barataria, junio de 2011

lunes, 6 de junio de 2011

FICCIÓN DE LA AUSENCIA


Nos gastamos en la supuración de la espera: despellejamos
el abdomen de las sombras, contamos el desplome de los mocos
en el tórax, casi a la orilla, sin claridad, la ciénaga inmunda
de la caridad. Ya tuve en mis haberes la desnudez inmensa,
el suicidio, el cadáver, el dolor de la mendicidad en aspirinas,...
Imagen de André Cruchaga





FICCIÓN DE LA AUSENCIA




(…)no era bueno este angosto cautiverio; no era bueno para las ideas
ni para el ritmo de la sangre, del que manaban las ideas...
THOMAS MANN




Nos gastamos en la supuración de la espera: despellejamos
el abdomen de las sombras, contamos el desplome de los mocos
en el tórax, casi a la orilla, sin claridad, la ciénaga inmunda
de la caridad. Ya tuve en mis haberes la desnudez inmensa,
el suicidio, el cadáver, el dolor de la mendicidad en aspirinas,
el estribillo de las pulgas en carrozas,
toda la ausencia inexplicable de las tildes, retretes en vez de paraísos
de lámparas. Cada día se acumulan las ausencias, los trajes vacíos,
los grises putrefactos, el teatro de calle ejecutando la nueva escena;
—en realidad me faltas, pero te haces presente en el rótulo desgarbado
de los promocionales de Colgate Palmolive, en el cuentacuentos
que hace olvidar, por un momento, el ruido del delirio
en el tragamonedas del día. En el guacal de cada día se hacen evidentes
las irrealidades de un juego surrealista, el cubo de la bocanada de humo,
el miedo a los testamentos de la sed,
el precio de la soledad que siempre deja el odio, la telaraña dejada
en los labios, al atardecer de las piernas, en el entrecejo de la bilis.

Ahora me duele la presencia del frío que tiembla en los ijares;
el régimen de las libertades al desnudo, cuando el asesino
ha roto las cortinas, los pasadizos secretos de la confianza.
No vivimos como Dios manda, sino como espías, viviendo la vida del otro,
mordiendo los callos del aullido, bostezando en el libro negro
de la conspiración. Desde luego no son ficciones las que se viven a diario,
aunque el País, se haya convertido en ficción.

No duele, a fin de cuentas, cuánto falta, sino el sarcasmo
con que se viste el horizonte, ser ciervo del estiércol,
sin borrar los adoquines en el sueño.
La ambigüedad nos despierta cada día con sus epifanías;
creo que en el pecho no caben tantos absurdos,
ni los ojos soportan el caos. De pronto, ya me acostumbré a vivir
esta ficción de ciudad blanca: a jurar en las mañanas que todo está bien,
sin advertir la obsesión por los cadáveres. Alguien puede brindarme
explicaciones dialécticas de la noche, porque el desvelo lo trasnoche,
pero no puede negar los algoritmos del hampa,
la renta per cápita en los antros, el amor fatuo que levita
en los ordenadores. La muerte siempre finge en las postrimerías
de los cadáveres: la ausencia es una actitud eminentemente política,
no como el arte de servir, sino de engañar con la lengua a la aurora.

Por supuesto hay ficciones creíbles; hay ausencias ciertas;
lo que no puedo asegurar es que “en mujeres, ciegos y clérigos,
los mosquitos son elefantes”, salvo que en la locura,
uno sea de los mandamases.
En la escena de la justicia, necesitamos paracaídas para evitar la caída
libre del espejo ciego de la cópula…

Barataria, junio de 2011

domingo, 5 de junio de 2011

EPÍSTOLA MORTUORIA


Siempre la vida nos desconcierta: la fragilidad diario nos acecha
y nos asedia; estamos amedrentados por la piedra de la muerte,
por esa apretada fragancia de lo efímero por tantos equívocos
a media asta del féretro. Mientras la lluvia de la vida pasa,
avanzamos hacia la sombra segura de las cruces;...
Imagen de André Cruchaga





EPÍSTOLA MORTUORIA




(…)y en lo hondo de la pieza, en el fondo del espejo,
encontré no obstante un nuevo objetivo, y grité,
solamente por oír el grito al que nada responde y al que tampoco
nada le sustrae la fuerza de grito,…
FRANZ KAFKA




Siempre la vida nos desconcierta: la fragilidad diaria nos acecha
y nos asedia; estamos amedrentados por la piedra de la muerte,
por esa apretada fragancia de lo efímero por tantos equívocos
a media asta del féretro. Mientras la lluvia de la vida pasa,
avanzamos hacia la sombra segura de las cruces; y es que el mundo
cada día es más extraño. En realidad siempre ha sido extraño:
uno anda la vida colgada del suicidio diario.

Temo que no hay escobas para barrer los cuchillos; en el trajín diario
de los cadáveres, la impunidad nos amenaza tanto como el suicida,
ese que incluso, se persigna antes de revisar la agenda del absurdo.
De pronto ni siquiera las ventanas son respiro, sino certeza de tumbas
malolientes; hay suplicios en las calles, peces moribundos,
hombres que comen con la sangre ajena, niños que tropiezan
con la carroña, fieles sepultureros del espejo, el prójimo olvidado
sin seguro de vida, semanas, meses, trimestres, semestres,
quinquenios, décadas, con esta ponzoña que cortó la risa.

A diario nos toca aprender, comer, caminar, reír, trabajar con la muerte:
ella está aquí, impune, con los ojos abiertos en el día y la noche.
Todo lo blanco lo corroe: los cementerios, el bisturí, los muertos
que juegan al frío; los asesinos que vigilan la cuna. Nadie está ileso
en esta noche larga de matorral; en el pozo macabro flotan los cabellos,
a la orilla de la noche, en el labio horadado por el cuervo,
en el litoral del viento cuelgan las cabezas: nos asiste la tragedia
de la duda y el titubeo. Días oscuros de cuadernos y caligrafía,
días con cuellos cortados de abandono, historias de ficción negra,
para amanecer en un cuento de Agatha Christie,
o de Sir Arthur Conan Doyle, o las historias sacadas
de los cuaderno de Boris Vian: “Todos los muertos tienen la misma piel”,
Con las mujeres no hay manera”. Al filo del amanecer, en ayunas,
nos encontramos con la lluvia morosa de los huesos: charcos oscuros
con el ADN cegado sobre las aceras. Y como siempre, después del hecho,
no pasa nada: uno se acostumbra a ver las imágenes de los reportajes
periodísticos. Pero al final, no pasa nada.

La piedad es un artículo de lujo demasiado caro para ponerlo a la vista
de todos. Algunos en la estampida, extravían los zapatos,
las horas del sueño colgando de cortinas, después la solemnidad
de los entierros, la falta de claridad de los gusanos, la justicia
que no llega para desmontar este orgasmo letal.
Queda dicho entonces, de principio a fin, este universo macabro,
la arteria rota al calor de la palabra: pasarán años para desclavar
este lenguaje adormecido en el nombre del Todopoderoso, en la oscuridad
del atrio, en el agua sutil de la duda que bebemos a diario:
quizá un día nos dé vergüenza el cuchillo y el garrote, este universo
donde impera la salmuera del caos…

Barataria, junio de 2011