Imagen cogida de la red
LAS CALLES
Al lado
de los pensamientos, se suceden toda clase de calles. Desde luego
no son
menos las castraciones y los pedales de un tiempo infame.
Cada
quien huye humedeciendo pañuelos y sal. O busca en algún muñeco
muestras
de redención: una sonrisa en vez de sudar la angustia.
Solo
avanzamos inexplicablemente en lo inmóvil.
Cáscaras
de saliva bajan y cunden la fisura empedernida de la almohada.
(Siempre resulta extraño desplumar la gota de
cierzo, el ojo de luz que entra
a través de los zaguanes, los comedores de la
calle y su embriaguez
de moscas, los desaparecidos que nunca saben
dónde están.)
Cada
cierto tiempo, las calles únicamente se llenan de ecos. Y trastos viejos.
Alguien
ha dicho que se pueden confeccionar abrigos de telarañas.
Aquí
sudamos el enajenamiento y creamos silencios artificiales: vemos, claro,
humazón
de chorizos, y ruiditos de sexo sin ningún reposo.
—Usted
también, por si acaso, hace sus propias autopsias.
O
comparece ante una eternidad siniestra de cruces o de comodidades.
Según
los espantapájaros del vejamen hay necesidad de convertirse
al
cristianismo, guardar alguna bolsita con
escapularios en la cartera.
Algunos
saborean el conformismo sentados sobre el pedestal de alguna estatua.
Claro,
hay calles donde sólo desde la lejanía se oye ladrar a un chucho.
Quizás,
allí, son otros los que defienden la memoria.
Como
vos, mi vida sucede en estas calles y no es que camine dormido.
En
realidad, uno arde en la desnudez de las palabras que abriga;
los contrastes
delatan el oficio de las erratas… Se ofrenda la vida sin detalles.
Barataria, 06.I.2017