viernes, 30 de diciembre de 2011

REHÉN DEL FUEGO


De lo oscuro pasamos a las horas terribles se la sed:
a la limonada pervertida del vaivén de las hamacas, al guacal
cosmopolita del pecado, al cadáver, después de los molinos de viento,
cuyos dientes quiebran los espejos, el vaso derramado del volcán...
Fotografía de André Cruchaga




REHÉN DEL FUEGO




¿No seremos de su misma sensatez
Aunque el amor no viva sino un día?
JAMES JOYCE




He vuelto la mirada al mar y las gaviotas. Al jardín construido
en el tejado, al helecho de soles cárdenos en mis pupilas,
siempre a velocidades de orgasmo, o bien de relámpagos a manos
llenas, horizontes del tamaño del fuego en mi calendario
de juegos ensimismados: edad, sed, espejos, me acompañan,
―estás aquí a través de los muslos, pese al peligro de la violencia,
a donde vamos, el agua inmune del rostro, caída del tráfico;
a dónde nos volvemos uno sólo: en la estación del gran poder
del día, en el aserradero de la saliva, en el trapecio de la lengua
que atraviesa la garganta todos los días azules de azúcar.

La llave del poema rompe con la cáscara de huevo
o del granizo en el precipicio del jadeo,
o del taburete inclinado de la flama en pleno concierto de guitarra,
o el ansia que reina en la hondura del precipicio del lóbulo,
o la caverna que nos guarda de los ecos, nos aparte y pastorea
nuestras manos hasta alcanzar plenitud de antorcha.
Después de todo, los pasos que damos son de la sangre:
son todo lo que nuestro espacio permite, sed, arena, botánica
subterránea para nuestras caras en transición perpetua;
la carreta y los bueyes nos acostumbran a la acústica de pueblo,
gira el lápiz loco del sol de mediodía alrededor de las ventanas
de aire que promulgan los ijares,
el acecho de las tizas, los diferentes pasadizos del sueño,
a veces inexactos para nuestros molinos de viento,
ciertos con la acústica de las llaves en la cerradura, en poniente
donde la noche se agiganta, a momentos posibles en el poema.

De lo oscuro pasamos a las horas terribles de la sed:
a la limonada pervertida del vaivén de las hamacas, al guacal
cosmopolita del pecado, al cadáver, después de los molinos de viento,
cuyos dientes quiebran los espejos, el vaso derramado del volcán,
el cambio de fuego de los caballos, las siete flores blancas
del cielo, donde escribimos poemas en los labios.

A veces arde Troya en los poros del cuerpo, aun aquéllos
dibujados en el petate, absortos senos del alba sin sostén,
hechos para el café espeso de la noche, sin voz ni forma, líquido
con los vagones del ferrocarril de mi infancia,
al punto de gritar hasta alcanzar toda la luz, la semilla cocida
del atardecer, con el apio empapado de las furias.

(Soy rehén, ya lo he dicho, de este relámpago abierto en mis pupilas,
me nutro del polen de los girasoles y para ello tengo paraguas,
cuando en cascada cae la risa, las aguas de la lámpara del ombligo;
por todo, me quito la ropa de los solsticios,
parto hacia la alucinación de las linternas, construyo, así,
mi propia palpitación: la piel hasta los pies de la poesía.)

Barataria, 27.XII.2011

miércoles, 28 de diciembre de 2011

SUITE EN EL BOSQUE IMPOSIBLE DE LOS AMARILLOS


El tiempo nos mira con su follaje de cántaros, a manos llenas
el diluvio de las pupilas, los ojos desplomados en el placer,
quizá el pubis trastornado en su propio vitral cárdeno.
Fotografía de André Cruchaga





SUITE EN EL BOSQUE IMPOSIBLE DE LOS AMARILLOS




Quiero llegar a un bosque apenas sensitivo,
hasta la maquinaria del corazón sin saldo.
Yo quiero ser diciembre.
LUIS GARCĺA MONTERO




En los bosques amarillos los peces se hacen inolvidables como las pupilas
al trasluz derretido de los carruajes que nos llevan al cuerpo
de los espejos, bebemos la memoria en sorbo de bosques, cielo azul
en el armiño, bebiendo los pies en el mito del resplandor del tallo gutural
de la balanza, las palabras útiles encerradas en el sostén del suspiro.
Estamos sitiados por el palpitar de las piedras, de pronto las ramas
levantadas del alfabeto, el tren del éxtasis de los senos,
el litoral de las campanas en la contraventana del azogue: todo nos es
dado en cada pulgada de camino recorrido, el árbol que murmura
en el amarillo del arrecife, la voz se ha vuelto enigma en los lóbulos,
intermitente roca en el torrente de los muebles:

llegamos hasta aquí con el sueño hasta en los calcañales,
ay el placer de los vilanos en el calor del cuerpo, de los cuerpos frente
al fanatismo de los ojos, convertidos en esfinge, cielo en la pira
del aliento, miel cristalizada en la albahaca del cuaderno;
nos baña esta suite de murmullos: el heater en la sábana del césped,
los días de canarios colgados de los aleros de la lengua, la saliva
a punto de ser anillo al dedo del gozo, por encima de la nieve
que traslucen las ventanas del horizonte;
nos volvemos a la sangre del pan diurno, a las sombras domesticadas
por los zapatos, la lámpara negra de los cabellos, dispersa en la sabana.
El tiempo nos mira con su follaje de cántaros, a manos llenas
el diluvio de las pupilas, los ojos desplomados en el placer,
quizá el pubis trastornado en su propio vitral cárdeno.

Nos hemos acostado sobre el mimbre de cada pálpito, sobre la bandeja
de la tierra, en la sed bestial de las colinas que llegan a la boca.
Vos suspirás junto al muérdago que se eleva hasta las sienes,
entreabierta, casi inconsciente disfrazada de barcos seminales.
—Vos y yo, aquí, quemando las calorías del bosque, llenos de mundo
e islas aladas; vos, tatuada, frontal al tren de las gaviotas,
con la fuerza ilimitada de los relámpagos,
con insectos que pulverizan los sentidos, viento oblicuo como el suspiro
del tumulto de la ráfaga, cumbre donde la luz se vuelve éter.

Nunca fue en vano el tapiz de la canela bajo los poros, el furor
permanente de los sentidos, la enumeración de las aguas mientras
nos entregamos, mientras sangra la luz nupcial del sueño.
Después de todo, volvemos soluble la noche petrificada, salpicados
de rieles, desvelados en el desvelo de lo prodigo;
hemos ganado el vencimiento a la muerte, despiertos caminando
sobre el océano precipitado en las venas: en el trayecto quizá volvamos
a la noche, pero hemos caminado sin reparar en la luz y en el frio,
en la respiración de los durmientes, en los pinares de peces,
sin enloquecer de incendios forestales…

Barataria, 26.XII.2011

domingo, 25 de diciembre de 2011

FUSIÓN DE PUPILAS


Para vivir más en el castillo de la luz de tus pupilas,
la espina dorsal de la lengua con sus redobles, la puerta
en la mecedora de las luciérnagas, la noche sobre los hombros
del pan, al nivel del vaso de los senos donde se bebe el agua
quemante de las axilas, las unas clavadas en el arpa del ombligo,...
Fotografía de André Cruchaga





FUSIÓN DE PUPILAS




Aquí están alineados
cada uno con su ofrenda
los huesos dueños de una historia secreta
JOSÉ EMILIO PACHECO




El ojo insoluble, petrificado en el taburete marítimo de las olas,
el animal que soy en el delirio de las sombras, pupilas de la raíz
al ras del suelo, la memoria quemante de la tormenta,
paraguas flotando en el pecho,
girasoles de hielo lamiendo las calles, este amor terrible de brasas
en plenos pájaros de sombrillas, a merced de estos ojos
que miran agónicos, silban en el azúcar sexual de los parpados;
vos me hablás con los ojos prohibidos de los relojes,
ponés las redes de tus manos en el umbral del candil donde apenas
veo el tabanco, la carrera del mapamundi del aroma,
misteriosos ojos en la efervescencia del cuerpo en las redes
de la saliva, ansias del algoritmo de las reincidencias.

A esta fusión, se entrega ahora la sed, los tentáculos firmes del orgasmo,
el registro de la sábana en los poros,
el humo del aire real en el nido donde se nutre la garganta de ahogos.
Para vivir más en el castillo de la luz de tus pupilas,
la espina dorsal de la lengua con sus redobles, la puerta
en la mecedora de las luciérnagas, la noche sobre los hombros
del pan, al nivel del vaso de los senos donde se bebe el agua
quemante de las axilas, las unas clavadas en el arpa del ombligo,
sin más respiración que el relámpago en el aliento,
dentro del pecho los ecos febriles de los molinos de viento,
la luna ahogada en el terciopelo del azúcar: me disemino en todo,
y es todo, por supuesto, el cuerpo en los dominios del velamen,
marcado por la fisonomía de los espejos, la palabra en todas las palabras
de la furia, este nombre tuyo girando en la isla del iris,
ardiente hechizo donde la sangre atraviesa las atarrayas de las pestañas,
esta realidad demasiado real del cuerpo.

Aquí todo y nada. La pirámide del atributo sobre la lanza,
el combate del hambre en la colmena del relámpago, la voz que toca
el riachuelo del torrente y supone oír melodías al borde de la piedra
donde el ave hurta los sueños de los tobillos, la calle robada de la felicidad,
encima del corpiño que vuela como una llama de anticipados
objetos, anillos que preceden a los poros hipnotizados:
flama y cuerpo avanzando en el árbol de la sed al estío del instinto,
lámpara al fin del calendario imposible de olvidar, amantes animados
que se reconocen en el agua, en la fruta fugaz de la ola,
en el aerosol del espectro de las hadas, en el alero petrificado
en el bosque con sus códigos de piel diurna.

En la carroza de las estrellas nos reconocemos, nos vemos de párpado
a párpado e interrogamos al mar, sin abandonar lo que significa
la fogata de la sed, el tumulto de entregas en cada parpadeo del mapa.

Salt Lake City, Utah, 25.XII.2011

sábado, 24 de diciembre de 2011

EL INVIERNO NOS CUNDE DE PALABRAS EXTRAÑAS


(Siempre nos resulto extraña esta suerte de paraíso:
el aire etéreo de las gaviotas en las pupilas, los verbos impregnados
de estatutos, los poros cabalgando en lo pulsante de la nieve...)
Fotografía de André Cruchaga





EL INVIERNO NOS CUNDE DE PALABRAS EXTRAÑAS




Escribir un poema se parece a un orgasmo:
mancha la tinta tanto como el semen,
empreña también más en ocasiones.
ÁNGEL GONZÁLEZ




El invierno aquí, nos cunde de palabras extrañas, la vigilia es atroz
entre vigilias y ungüentos, días de respirar insomnios y espejos
que al soñarnos, nos acechan, como los meses grises en el cuerpo,
—el tuyo y el mío que, nunca antes, supieron
Sino de sábanas y constelaciones en equilibrio.
Dejo tantas cosas: la madera del cuerpo, el disturbio compacto
de la saliva, La humareda del aliento, la perpetuidad de tu presencia
a quemarropa. (Siempre nos resulto extraña esta suerte de paraíso:
el aire etéreo de las gaviotas en las pupilas, los verbos impregnados
de estatutos, los poros cabalgando en lo pulsante de la nieve.
Pienso, desde luego, en los caballos desmesurados del ansia,
en todas las hormigas arrastrando el semen de los relojes,
aquel horizonte húmedo atravesado por el frio. Vos una constelación
a semejanza de mi rostro: subidas y caídas en la noche.)

Quizá debimos tener otro alfabeto sin mayores carencias,
otra escalera empinada hacia los ojos, sin arrugas ni ardores;
—quizá, digo, pero es sólo un simple decir, al trasluz del fuego
de las ventanas que nos dieron otros silencios hasta tocar los pies.
Desde aquí, oigo tu cuerpo, madura la piel al roce del deseo;
desde aquí, el incendio quema las cobijas,
se hunde la almohada en el cuello, drenan las axilas su propio rio,
hacia dentro, ahondo mi boca en tu ombligo, curvas y lengua
en la brasa de la cerradura, —puerta diferente al aullido de los perros,
tierra ávida donde bebe agua el zodiaco,
la sed donde se talaron las ansias y los jadeos,
calles donde ambos cuerpos se volvieron invisibles ente la gente
y su ir y venir sin rumbo, como la neblina ensimismada del ojo
sobre la copula del vestigio.

Desde aquí, siempre, tus palabras con un invierno de hostias sin fatiga:
sumiso el sonambulismo de los espejos, los días feriados
del calendario, el labio detenido a contraviento de las mareas,
y los trenes, por supuesto, que ascienden hasta nuestras sienes,
hasta llevarnos al mar de lo invencible, hasta el eclipse de las luciérnagas
dentro de las pupilas. Hasta el árbol plantado del cierzo.

Así me permaneces en la vendimia del cuerpo, así me sudas
y me confundo con las aguas del invierno, con estos grises que para mí,
sólo son tiempo, materia de nuestro propios sueños, —los tuyos
y los míos, el pájaro desnudo del asombro, en la pupila que se rompe
en la luz, en la imagen que pestañea en sobre el fruto,
mariposa o campana en la redondez crecida de la aurora.

Salt Lake City, Utah, 24.XII.2011

viernes, 23 de diciembre de 2011

NOS MORIMOS AQUĺ, EN ESTE FRĺO INTENSO DE BRAZOS


En un sólo instante de un día cualquiera, la respiración se volvió
irreparable, —como irreparable, también, el alfabeto del primer orgasmo,
el cuerpo húmedo de las letras en las manos;
ahora, nos inclinamos a la deriva de la noche: en algún lugar
desertaremos de la bruma, si por fin amanece en los espejos…
Fotografía de André Cruchaga





NOS MORIMOS AQUĺ, EN ESTE FRĺO INTENSO DE BRAZOS




Y, víctima extasiada de mi clarividencia,
Arrastro en pos serpientes que mis talones muerden.
CHARLES BAUDELAIRE




Nos morimos aquí en este frío intenso de brazos, en medio de calles
saturadas de soledad, con los ojos resbalando en lo incierto,
los cuerpos cada vez, hundidos en el despojo, sin siquiera pronunciar
nombres reales, como el espejo inclinado en el agua.
La orfandad se siente hasta en los huesos, por más que andemos
entre multitudes afables, presencias que mueren en los pies;
hay respiraciones imposibles y hojas que caducan en el pecho:
—nunca me hablaste del viento y el silencio, del césped donde se pierden
los dientes, de los hombros verticales donde se cuelga la salmuera
que preside al insomnio, a la honda oscuridad sobre las sienes.

Entretanto, la indiferencia y el desaliento se van tornando tareas
del desgano pero ciertas, olvido si se quiere jugando a la muerte;
hoy sé que nos moriremos sin siquiera trepar al pecho de los puentes,
sin quitar las cadenas de lo desandado, los brazos acostumbrados
a los naufragios: —Sé que nos morimos aquí, sin que logremos
despertar a tiempo la garganta de los pájaros, la leche diurna del palpito.
Igual que los ojos y la herrumbre en la intemperie,
nos pusimos a llover distintas aguas, aves migratorias acrecentadas
en la forma de la penumbra que sobre nosotros se cierne sin reparo.

Cada frio cuelga de la boca de las sombras, —nosotros, quedados,
silenciosos, como queda la memoria cuando pende del anhelo,
cuando sólo recordar es letal para el alma:
sin duda, no cupimos en el vaso del día, por eso se alargó la noche
a los pañuelos, se hizo evidente el cielo falso de los parpados,
la cercanía liquida de la brasa en el abismo, el cataclismo en pergaminos,
la respiración sobre manteles grises.

Cada cuerpo sabe cuándo no hay aldabas en los brazos, ni alfileres
despertando el tacto, el nosotros consumido de la risa en la mariposa
del vértigo, las renuncias prolongadas de dos labios, a punto
de convertirse en furia del abrojo, en noche donde se rompe el aliento
umbilical de los poros: —Al final, y dondequiera que estemos, llega
el vejamen con su furia y perfora ojos y asombro y alma.
¿Qué nos queda después de perder la esperanza, sino el viento del olvido
que se torna muerte, la cama como un calendario de fantasmas?
En mi frío y en mi muerte, la piedra de la memoria a la intemperie;
ya los brazos no alcanzan a cubrir el tamaño de las sombras,
ni es suficiente el calor para evitar el titubeo que produce el frio.

En un sólo instante de un día cualquiera, la respiración se volvió
irreparable, —como irreparable, también, el alfabeto del primer orgasmo,
el cuerpo húmedo de las letras en las manos;
ahora, nos inclinamos a la deriva de la noche: en algún lugar
desertaremos de la bruma, si por fin amanece en los espejos…

Salt Lake City, 23.XII.2011

miércoles, 21 de diciembre de 2011

EN EL RĺO JORDAN


da igual no tenerte, impúdica, descarada, desnuda, mordiendo
el desván de la luna en el cuarto creciente del aullido,
saltar sobre la barda y remar a golpe de ventanas, y empujar
las luciérnagas sobe el césped del calendario, a menudo tan fuerte
como los golpes que propicia cualquier cataclismo.
Fotografia de Andre Cruchaga





EN EL RĺO JORDAN




En la destruida alcoba de tu ausencia
pisoteados crepúsculos reviven
sus harapos, morados de recuerdos.
CARLOS PELLICER




El tiempo de danzar en medio de la luz ha llegado: suéter, cigarros
y fósforos, me acompañan. A las orillas, abrojos, secas espigas
cubiertas por el hielo; cruzo la garganta de los puentes y tantas
casas de madera al borde de las riveras del rio y la montana.
Camino entre maniquíes, y profundos miedos, abollados desfiladeros
al lado de campanas horizontales, planicies de lenguas,
diluvios de saliva en los furgones, del ímpetu casi mecánico
de los establos, donde reses y caballos muerden el Dow Jones
de las monedas devaluadas por la crisis global.

No es extraño caminar entre paredes y aceras anónimas: olvidar
la propia identidad, quemar las fronteras para volver al nomadismo;
entre el tumulto del frio danzan los números en rojo, los calcetines
vacios en oscuras palpitaciones, —después de todo, mi País no me cobija,
así da igual cualquier intemperie:
da igual no tenerte, impúdica, descarada, desnuda, mordiendo
el desván de la luna en el cuarto creciente del aullido,
saltar sobre la barda y remar a golpe de ventanas, y empujar
las luciérnagas sobe el césped del calendario, a menudo tan fuerte
como los golpes que propicia cualquier cataclismo.

Nuestra gota de esperanza se pierde en la piedra de la lágrima
rodando en las escaleras o los ascensores del horizonte, en los muslos
que ahora han dejado de ser el rocío del alba y se han convertido
en un sollozo de dientes que nadie entiende, sino en la terraza estremecida
de la angustia con sus analgésicos.
¿Desde qué esquinas o aldabas te yergues? ¿Desde qué tambores
desolados me invocas a la hora en que todos duermen, en medio del ruido
sin descansar de la calefacción, dentro de pequeños cuartos
arrancados a la ceniza? En la saliva hay platos rotos sin pesebres:
fermentos de insaciables patos, nubladas ventanas sin jardines.

Alrededor nuestro, la suculencia de ciertos restaurantes: las propinas
que de pronto se han vuelto salvavidas,
muelles, farmacias, desde donde se pueden izar otras banderas;
con todo, se agolpan mis pupilas en tu desnudez, embarcadero
de mis aguas, definitivas esperma a la velocidad de los paracaídas,
al tiempo vertiginosos del ansia que nos toca vivir, —que nos ha tocado
vivir, cuando solo tenemos una brisa de malos augurios,
arañas trepando en el hollín de los tabancos, con tropezones en ayunas.
Después de todo, no sé si es luz o viento el que silba en los ijares
de la tierra: en la goma de masticar, vamos perdiendo sed y aliento,
y aproximándonos a ser otra materia sin medida, otras oscuras ruedas
colgando de las crayolas del aleluya, de ciertos escapularios
hundidos en lo ignoto de la sangre. Lo demás ya lo sabemos.

Salt Lake City, 21.XII.2011

martes, 20 de diciembre de 2011

KEETLEY

Fotografia de Andre Cruchaga 




KEETLEY




Bajo las bocanadas de silencio, nos alcanza la desnudez de la noche con el buitre del frio debajo de las sábanas; ¿qué nos quedará después de agotar el calor de los cuerpos, la emoción desgastada en cada intemperie? A fin de cuentas, peregrinamos al cruzar tanto silencio, si acaso un cuervo entre el bosque, el cuaderno de apuntes para escribir tantas ciudades nocturnas. Para vivir, atravesamos heladas palabras, sin más abrigo que las calles ancladas en el agua. Sin más regocijo que los poros torpes acercándose a la puerta de los latidos. En medio de tanto cuerpo apacible, nosotros ansiando luciérnagas, obligados al pulso de la saliva. (Después de todo, nos convertiremos en fotografías de inciertos otoños: nos exponemos al frio como a la luz, desordenamos nuestros ojos en la niebla, masticamos fechas y tabaco mientras el amanecer limpia el cenicero de la noche.) El invierno juega con nuestras propias sombras, siempre juega como una ventana frente a la nostalgia.

Jordanelle State Park, (Salt Lake City), Utah, 20.XII.2011

lunes, 19 de diciembre de 2011

CHAPEL RIDGE


Fotografía de André Cruchaga




CHAPEL RIDGE




El viento de las manos cae cuando amanece en la cresta húmeda del cierzo: Cabelas, con arco y garganta de nieve, aquí las alas como una saeta blanca donde los pájaros tiemblan en mis brazos; a cada paso alargo las venas de la altura, el temblor del viento sobre la capilla de las pupilas: tus capillas, ahora, ondeando, acompañadas por el aliento que busca los senderos de la boca. Subo la marejada de las ventiscas, mirando hacia tus brazos, hacia la aureola del reloj que nos habita. Me doy cuenta que en nuestras manos vive la alegría pese a tenerlas entumecidas de blanco sumergido en las venas. —Me es suficiente, digo, después de tantas horas tristes y muertos por doquier, caminar sin ser vencidos; florecer hasta en las mas diminutas cosas, sin abrirle otras cicatrices a los barcos. Toda tristeza ha sido borrada por la respiración de los nuevos tiempos: para la paz, a menudo, solo es necesario, desechar la cruz del quebranto y subir al alto relieve de la garganta, colgados del asombro.

Cabelas, (Salt Lake City), Utah, 19-12-2011

domingo, 18 de diciembre de 2011

SOUTH CASCADE SPRINGS


Fotografía de André Cruchaga





SOUTH CASCADE SPRINGS




En el tránsito de la niebla, el fluir del ansia en el costado, el pájaro oscurecido en las flechas de la sangre, los encajes del horizonte donde veo tu cara, el fuego de la campana que nunca declina en las tardes. Bajo al sur, en secreto, creando con mi mano el arte del desvelo, hacia adentro donde ciego puedo ver la luz, quizá la tormenta desatada en las pupilas. —No sé si alguna vez, en el sueño soñamos, el estado de la tormenta elevarse a vuelo, si el viento despierto también es luz, o simple espejismo atardecido en huidas. Ahora no necesitamos las palabras en medio de la nieve que roza los cabellos, ni el tren que lleva nuestras ternuras: somos todo, vos y yo, en la entraña de estas alturas, ebrios corazones sin ayeres. Lo único cierto, después del vacío, es mi hambre adherida a la memoria, los dilatados caminos sin tregua que hemos tenido, el fugitivo rio de tiempo que nunca termina, sino en el hálito del pecho mortecino.

Salt Lake City, Utah, 18-12-2011.

sábado, 17 de diciembre de 2011

KAMAS


Fotografía de André Cruchaga




KAMAS




Adentro del bosque, en lo profundo, el aliento. Platico conmigo y con el Dios que llevo dentro, con la piedra y el camino: cada vez el frio muerde la herradura de los establos, el abrojo alto del cierzo en medio de la maleza, bocanadas de humo como una lenta chimenea. Todos los objetos se adueñan del estertor del hielo, témpanos colgando del ideograma del césped, contenedores sin desagüe en la lengua del cielo; desde los pies al cuello, los pájaros congelados de las ventanas, la oscuridad abigarrada que me recuerda a mi País, como un espantapájaros en la efigie de la saliva. Hace días ya, que me visto con ropas invisibles: es decir, con atuendos, del tamaño de los ojos que lamen el horizonte. Alrededor, los animales salvajes del espejismo, los castores sumergidos en las curvas del agua, sin mediodías, porque aquí, todo es gris, tan gris como el pájaro que cruza el hambre sin itinerarios.

Kamas (Salt Lake City), Utah, 17-12-2011

viernes, 16 de diciembre de 2011

LITTLE MILL


Fotografía de André Cruchaga




LITTLE MILL




Abajo, en la profundidad de los cañones, el riachuelo y el venado, las aguas gélidas mas allá de los poros, la noche blanca del viento con su única arma: el frio denso a punto de horadar los labios; toda claridad aquí es despojo, y si no, hay que preguntárselo a los roquedales de la noche, a este invierno de espejos de acero, a los paréntesis violentos del bosque. (Hay en esta sucesión de despojos fotografías gastadas de los ojos —tu cuerpo que trepó  a la saliva y reverberó el tambor de los poros; mas allá, el tren confundido en los durmientes, la sombra oscura del cuervo invadiendo la ambigüedad del crepúsculo.) De cualquier forma, ante el fogonazo de la memoria, pronuncio tu nombre, hay cuevas tan silenciosas como tus latidos, donde solo cabe el silencio.

Kamas, (Salt Lake City), Utah, 16-12-2011

jueves, 15 de diciembre de 2011

CASCADE CIRQUE


Fotografía de André Cruchaga





CASCADE CIRQUE




A media orilla la hondonada, avanza el albedrio hacia lo fugaz, hacia el revés del cuaderno de las consistencias, hacia la eternidad huidiza del relieve. Ebria la piel se extingue en la nieve, me vuelvo ciego en esta incandescencia, los múltiples abrigos arropan los poros. Ah esta flor gris al amanecer, los labios ansiosos de hélices, hace frio en las piernas azules que lamen la saliva; hilos nasales agonizando sin aroma en la cárcel de los pezones, nos borra el pensamiento cada agua congelada. Existe aquí la sangre coagulada sobre el granito, la lengua que se ha ido fermentando en la sustancia de los espejos. En las ramas más altas, los cuervos, la sombra tuya hasta el vértigo de los párpados. Mientras vaciamos el último amanecer en la niebla, el olfato sigue incesante en la herida.

Salt Lake City, Utah, 15.12.2011

miércoles, 14 de diciembre de 2011

TIBBLE FORK


Fotografía de André Cruchaga





TIBBLE FORK




Nos muerde este cielo falso sobre el granito, el venado, la zorra, o a la ardilla. Arde la saliva dentro del tiesto del aliento, muerde la pupila gris en el bolsillo de la hoja del calendario que se adentra en el riachuelo de las venas. A menudo toda altura se convierte en desvarío; luego inventamos artificios como trepar al paracaídas de la neblina, masticar los guantes o los calcetines, la cama que se ansía, al natural, ausente de hornilla y fósforos. Horizonte y nieve se unen en ese tránsito leve de la vida: encajes blancos se tienden sobre las ramas, a veces como una luz olvidada en el rostro; es hermoso este gris que nos mira desde el ojo del tiempo, desde este trasfondo donde se esconden las estrellas: se hunden en lo liviano las palabras profundas, esta otra manera de llover desde el subconsciente de los pergaminos que el alma avienta en nevada. (Supongo que es gozo esta luz ciega que emerge, que dilata sin tregua las aceras. En el sostén de la carne se enraiza esta nostalgia de mañanas, vos que inmóvil te estremeces en la nada y te morís ensimismada en el olvido.)

Salt Lake City, Utah, 13-12-2011

martes, 13 de diciembre de 2011

GRAY FOREST


Fotografía de André Cruchaga




GRAY FOREST




Perdió el bosque hojas y retoños. La gelidez vino también al liento, los días de la semana sin abrigo, el titilar duro de la saliva. Hay hangares de puro hielo donde se quiebran las palabras, gritos de piel en bengalas oscuras, torpes manotazos devastados por la niebla; ahora, quemo mi piel en los helados grises del bosque, afilados yugos retuercen los parpados, ―nada hay de gozo cuando no fructifican las semillas, cuando toda ignición ha sido corrompida por roquedales despiadados. Después de tantos días, desde luego, salta la nostalgia: debo aprender a vivir entre encarnados despojos, solo la mirada entre paréntesis, (gris, no blanca la fotografía en el espejo ,los tapiales rotos en las mejillas, los fantasmas presentes en los ojos tras las rejas de todo este calendario colgando de las cáscaras de los acantilados.) Después de todo, cada cosa resulta inútil en medio de tantas aguas estancadas, hacia el mismo círculo ciego del poema.

Salt Lake City,Utah 12-12-2011

lunes, 12 de diciembre de 2011

LUNA EN EL PONIENTE


Imagen de André Cruchaga





LUNA EN EL PONIENTE




Luna en el poniente, ausencia de gallos. Solo el badajo de los chiriviscos y la hojarasca mordida por el tiempo. Entre ramas, hostia florecida, pájaro cuya campana la ahoga el riachuelo de plomo que atraviesa el suspiro de la noche. Se perdió el arcoíris en la sombrilla del sollozo. Madre, ¿con que pañuelos detengo el rocío, los relojes que no duermen en el frio? Sobre el ombligo, la geografía de la boca, la órbita de los poros en el tablero del pecho, la lengua en los puntos cardinales de la locura. Sobre el tejado, postales de sueños, el horizonte y la neblina con su albedrio.

Salt Lake City, Utah, 12.12.2011

domingo, 11 de diciembre de 2011

TIMPANOGOS


Fotografía de André Cruchaga




TIMPANOGOS




A Alfonso y Beatriz




El frío baja como una aguja sin paracaídas hasta los ijares; bufa la niebla con esa parsimonia gris de Timpanogos, lengua gélida en el traspatio sin sábana de la intemperie. Chimeneas arden en cada esquina de la boca: a lo lejos, las altas montanas, los zapatos anónimos de la saliva, ―pasa un día y otro: ciudades construidas sobre rocas; aquí, baja la luna a morder las aguas estancadas de los lagos artificiales, donde los patos anidan sobre las plumas de la espuma. Entre estatuas devoradas por el silencio de ciudades dormidas, el jardín desnudo de los sueños, los rincones ateridos de los dedos de las manos, la sangre en los vasos de los pájaros ateridos por tejados oscuros. Mientras el látigo de los dientes punza al aliento, el ciervo blanco de la nieve se vuelve abanico. Luego, todo parece fuego invertido…

West Valley, Salt Lake City, Utah, 11.12.2011.

viernes, 2 de diciembre de 2011

ANATOMÍA DE LA HERRUMBRE


Crece la piedra alrededor de la boca, la perennidad del escondrijo,
el hervor de la noche en las llagas fatigadas,
la basura a mordidas del alma, las mismas palabras del despojo.
¿Y qué decir de la inclemencia, de las flotas de pus transitando
en el dolor, de lámparas que palidecen cada mañana,...
Imagen tomada de Miswallpapers.net




ANATOMÍA DE LA HERRUMBRE




Atroz historia venidera,
¿en qué manos estamos, cuántas trampas
tendrá que urdir la vida para seguir viviendo?
JOSÉ MANUEL CABALLERO BONALD




Y qué de la mesa de otoño en el mantel de la herrumbre,
sepia el trino en este viaje de maletas purulentas,
herido en las llagas del murmullo, sal retorcida en los zapatos,
hierro sinuoso en las baldosas de la lengua, perros carcomidos
por la sarna de las laderas,
lámparas a media asta del declive, sin más responsos que el folio
de las osamentas, la claridad ensombrecida por las sombras.

Y qué del litoral duplicado de los féretros, caídos en las manos
del despojo, calcados en la salmuera de las puertas,
en el marchito ojo de los candiles: inciertos cuadernos como frutas
podridas, maduras de tanto caer en el tarro inaccesible
de compuertas hechas de cascos y naufragios, de respiraciones
sucedidas, cercenadas por la broca del aliento.
En las paredes está dibujado el reloj de las sombras, los meses
cerrados de las ventanas, las luciérnagas redondas de las agujas,
todos los golpes que se han ido acumulando en silencio,
la escoria con su espesor de neumáticos: giro en el vaho liso
del vómito; es densa la verticalidad de los metales, las tantas
coordenadas difusas del tacto, la amenaza que broquea la lucidez
aparente de los domingos;
en los rastrojos de los pañuelos, las llaves ciegas de los ascensores,
el sol desgastado por el forcejeo de vigilia y paredes,
la sonrisa, ¿dónde aspiramos a la sonrisa, cuando todo se ha vuelto
constante barro de amenazas, escrutinios de escoria,
lanzallamas de zozobra, sábanas para albergar la destrucción?

Crece la piedra alrededor de la boca, la perennidad del escondrijo,
el hervor de la noche en las llagas fatigadas,
la basura a mordidas del alma, las mismas palabras del despojo.
¿Y qué decir de la inclemencia, de las flotas de pus transitando
en el dolor, de lámparas que palidecen cada mañana,
proscrita la luz en las aceras, en el hombros donde se carga el sigilo?
¿Qué divinidad nos puede devolver la transparencia,
qué calle no es una maquinaria de oscuridades hoy en día?
¿Qué salmo está ileso de este inframundo, muerde solapada
en cada esquina de la neblina, días de absurdos amarillos, sepia
el falso jardín de los encajes, las aldabas del matorral, los pasos
al vaivén del sigilo, sangre coagulada en el rostro?

Vos lo sabés después de caminar tantas noches de óxido,
sordas miradas de horizonte, peces hundidos en las aguas,
los besos colgando de hisopos oscuros, como murciélagos sobre
la grava del olfato, a punto de cruzar la noche.
¿Y qué decir de los tantos inviernos acumulados en las paredes?
Una tras otra la sorda estridencia, el firmamento de lo árido,
este turbio cobijo de mi propia anatomía que se ha vuelto parte
duplicada de la infamia, tumba del sueño…

Barataria, 01.XII.2011

jueves, 1 de diciembre de 2011

DETRÁS DEL DESVELO


Detrás del desvelo hay titubeos y oscuros tragantes donde el viento
sopla durante las noches,
colillas de aviesas sombras, péndulos de murciélagos con trapecios
de almas cruzando el firmamento,
historias que se pierden como en un manicomio.
Imagen tomada de Miswallpapers.net




DETRÁS DEL DESVELO




Abandonarme entonces
al sonido sin pausa de la tierra
mientras me vence el sueño algún instante
y me moja las sienes con su agua bendita.
VICENTE GALLEGO




Detrás del desvelo hay demonios de insaciables puertas. Hornillas
con impermeables invernaderos, dolidas fragancias de harina.
La voz tensa, cómplice de lo recurrente, otro tiempo de cipreses
en la vigilia del ojo sobre la llama tutelar de las historias inconclusas
del aire; Y es que, en la trastienda del aliento, perviven los murmullos
del oleaje, los desatinos respirados en silencio,
y hasta un oasis que nunca pudo quebrarse en las labores propias
del instinto. Ahora me toca viajar a través de un laúd de edades:
cumplo así, con el rincón circular del espejo,
alma en constante aleteo donde sobrevuela cada costado del aliento;
presagios que las manos han ido arrebatando a las funerarias,
neblinas que el propio aliento ha derramado,
en el desván de las aldabas, fuego a solas el pasillo ciego de las sábanas,
la luz arrebatada al presagio.

Detrás del aliento, también el musgo desmigajado,
el cristal fugaz del espíritu, el vado hacia el olvido tan necesario
en el trance del invierno. Tan necesario.
Hurgo qué hay en las habitaciones vacías, en esta euforia sin sentido,
sin nomenclatura: cada respiro se torna albedrío;
cada trance en el costado, ardido goce de pañuelos, emanación
de pálpitos, misterio de la conciencia.
Detrás del desvelo hay titubeos y oscuros tragantes donde el viento
sopla durante las noches,
colillas de aviesas sombras, péndulos de murciélagos con trapecios
de almas cruzando el firmamento,
historias que se pierden como en un manicomio.
Cuando llega el cansancio, las aguas se aquietan en olvidos,
y dejan de fluir, las ventanas duplicadas del élitro,
el vaso de la ansiedad con sus tentativas de vértigo, el aroma denso
y giratorio de los muslos, el cardumen con su levedad transparente.

(Me olvido, pues, de todo o, todo sale a flote: las esquinas
del aire en las puntas del rocío,
el pulso grave del trino, la maroma de la melancolía con sus giratorios
anhelos, el consuelo de alcanzar la gracia perfecta sin andar descalzo
alrededor de las brasas, sobre el rostro virgen de algún pétalo
esperando en la antesala del fuego.
Después de todo, he aprendido a vivir así: mudo ante el mortis
del jadeo, expectante ante los ruidos que devienen de la noche,
cauteloso antes de entrar al mapamundi de la mesa servida, antes
que la carne pierda su sabor a levadura,
antes que los brazos, solos, se pierdan en el vacío del mantel
de los poros enhiestos de la cópula. Luego, frente a mí, los ojos firmes
de la tortura: la realidad jugando a hundirse en mis sienes.)

Barataria, 18.XI.2011

miércoles, 30 de noviembre de 2011

AQUEL SAHUMERIO DESDE LOS POROS


En cada río de jadeos, el dilatado folio de la hoguera,
 instala el costado en las sábanas, dispara el secreto del azúcar
hacia la boca, hacia la clave del alambique del sahumerio…





AQUEL SAHUMERIO DESDE LOS POROS




Aquel sahumerio desde los poros como la textura de un perfume ancestral: noches enteras quemando el incienso de los encajes, la luz abriendo las fojas del cuaderno, el aire en la vitrina de las pupilas, después los rastros arrancados de la memoria: días al acecho en el desván donde desclava los labios el arcoíris, este metal o madera suavizada a garlopa, la luz como un farol planetario en el espejo. Cada palabra es una llave durante los días de la semana, en medio de la lluvia, la humedad nos envuelve sin aniquilarnos, sin dejar de ser ese murmullo de la brasa galopante, el grito dúctil en la alforja de los poros, la señal de que el cielo nos alumbra sin declives ni olvidos, sin rejas ni osamentas. En cada río de jadeos, el dilatado folio de la hoguera, instala el costado en las sábanas, dispara el secreto del azúcar hacia la boca, hacia la clave del alambique del sahumerio…

Barataria, 29.XI.2011

martes, 29 de noviembre de 2011

INVOCACIÓN A LA SALIVA


Contra el día, el oficio de humedecer las vísceras de la llama,
la ebriedad del entresueño,
también las criptas oscuras de la ceniza, el desvelo transpirado,
Listo para morder el dorso de la sal, las esquinas de los huesos,
el sabor aferrado a ventarrón.





INVOCACIÓN A LA SALIVA




Espera que la plancha haya quemado la camisa de rocío
para hacer florecer en ella el reflejo del cristal escondido…
BERJAMÍN PÉRET




En la boca, la saliva brama sus litorales, ¿de qué estás hecha
para morder los crepúsculos, el pulso claro de las palabras,
los peces del fuego? Gira alrededor la ráfaga de los minutos,
deambula la ebriedad de los sótanos,
los superhombres de la ficción, los silogismos de la penuria,
esta suerte del vaho en la esperma que emerge con la doble cara
del día, el ardor clava sus estanterías en la carne,
saliva explosiva de las sombras de la garganta, de la grieta del esófago,
de nuestra íntima respiración de fósforos,
agua marginal donde se respiran telarañas como bosques mitológicos.

Contra el día, el oficio de humedecer las vísceras de la llama,
la ebriedad del entresueño,
también las criptas oscuras de la ceniza, el desvelo transpirado,
Listo para morder el dorso de la sal, las esquinas de los huesos,
el sabor aferrado a ventarrón.

(Venid aquí, llaga desterrada de la lengua, estación purulenta
de la boca, venid, terco furor del cuerpo,
a repasar los típicos sonidos del fingimiento, de este mundo animista
en cierto modo, desazones de sueños agridulces,
albañales sorbidos por los trastos extraños de los días.
Entra a los mudos utensilios del frío, a la catedral pétrea
de la oscuridad, a la música irrespirable de los nudos que la voz
hace cuando flamean oídos y aromas,
Máscaras más nítidas que las vitrinas reales del día a día.
Así como en la boca, arrasa contra lo insustancial…)

Ven afilado collar de los sabores, herida del cuerpo o diluvio,
hosco pezón de la cuerda del equilibrio, hiriente en cada flor
de las palabras, contra-azúcar, digamos, en la vida secular del beso.
Nos enfrentamos al relucir diario de la desnudez,
a menudo, a la ironía de las esferas,
solos, caras y monstruos; palabras gravitando en el fondo
de la boca, ebrios taburetes, agarrados absurdamente
de las extrañas escaleras de las telarañas, de la sombra mordida
por el perro callejero que deambula en lo oscuro para jugar
con las tumbas despiertas de los matorrales.

He visto cuando el eco se empantana en el aleteo de las calles,
cuando la querella revive lo áspero,
ansias de adversa sal en la comisura del traje que viste la neblina,
las agujas del acoso cuando la respiración se vuelve tortura,
el llamado a preservar la fragancia de las ventanas.
Por supuesto le doy la bienvenida a todo lo que revela la saliva:
el vértigo que nos describen los anzuelos, el placer de dispersarse
en el aire e intimar con la claridad naciente, hasta volver
al trance de las alacenas, a la cocina del ombligo respirado.

Barataria, noviembre de 2011

lunes, 28 de noviembre de 2011

TE QUEDAS CABALLO AZUL


Te quedas caballo azul en el lavatorio blanco del cielo
junto a la luz oscura de los ascensores de las nubes,
cuyos dinteles me recuerdan los sombreros ceñidos al último recuerdo,
al espejo púrpura del sexo cruzando la estampida del fuego.
Imagen tomada de Miswallpapers.net




TE QUEDAS CABALLO AZUL




Te quedas caballo azul en el lavatorio blanco del cielo junto a la luz oscura de los ascensores de las nubes, cuyos dinteles me recuerdan los sombreros ceñidos al último recuerdo, al espejo púrpura del sexo cruzando la estampida del fuego. La lluvia tiene frondas de ascuas, ríos donde la imagen bebe las flechas de las olas anudadas a los pezones de cada silbido del cuerpo; es una ciudad destilando catedrales de enredaderas, atrios de luz incendiando los ojos, ¡qué oquedad es está donde se hunden mis manos como la sombra del folio en la fruta madura, en la sed sin capitular en la lengua? Azul, también este cuerpo en la extrañeza, meses de transpirar sin oxidarnos, espejos innumerables como juego de trenes, abiertos al vilo en el vagón del gozo; de par en par siempre en la redondez del orgasmo, en la cubeta de la memoria donde el vaho es ráfaga de viento. En el río de la piel, la balsa sacudida de la fantasía, las aguas en la red de los párpados, cada folio en la vitrina del quejido. En el silencio, los pájaros y la espuma, el rastro dactilar sobre el relieve embalsamado de lo poseso: la llave al mar del tránsito…

Barataria, 27.XI.2011

domingo, 27 de noviembre de 2011

UN MAPA. UNA PUERTA.


la noche es tan antigua como mi sed, como la necesidad de sábanas,
ante el acecho oscuro de las estaciones. “Duélete”, decía Góngora,
me duelo en consumir estos jardines opacos, casi inciertos del aliento.
Imagen tomada de Miswallpapers.net





UN MAPA. UNA PUERTA





Un mapa, una puerta: el desvelo igual que las tablas de multiplicar, los algoritmos del horóscopo, a veces la bruma llena de mí, distraído en la puerta que da paso al destino: ayer, hoy, el oasis de ciertos nombres, el espejo decisivo de la vida sobre el ansia, el eco del cilantro en mis manos recaídas, ver la tierra, esperar con vos, desenrollar la aurora de la lengua bajo la sombra de una nube infinita. Salgo. He salido de tantos espejismos: la noche es tan antigua como mi sed, como la necesidad de sábanas, ante el acecho oscuro de las estaciones. “Duélete”, decía Góngora, me duelo en consumir estos jardines opacos, casi inciertos del aliento. Es casi la “Estación total” de don Juan Ramón, la tarde, la gangrena sobre la herida. Y a fe de tantas cosas, digo, como don Luis de Góngora: “Todo se halla en esta Babilonia,/ como en botica grandes alambiques,/ y más en ella títulos que botes.”

Barataria, 25.XI.2011

sábado, 26 de noviembre de 2011

CON FRECUENCIA HIERVEN A DESNUDEZ LOS CABELLOS


Hoy toco las vocales intensas, íntimas del territorio de tus brazos,
la rosada guitarra de tu ombligo, las lunas detenidas en tu espalda,
el río obligatorio del día con tus evidentes poros de hambre.





CON FRECUENCIA HIERVEN A DESNUDEZ LOS CABELLOS




nunca los búhos tuvieron los ojos tan redondos.
ROSA ROMOJARO




Con frecuencia hierven a desnudez los cabellos; a veces me pierdo en esos jardines sin traje del agua, cataclismos de piel sobre piel vívida, sin envejecer de olas y mar las manos, la ternura que cae como una iglesia mojada en el trueno del suspiro. Sobre la cúpula, la cópula verde del relámpago, collares de gotas diminutas en el desfiladero, pan desmedido deslizándose en mi pecho, piernas como lirios en mis ojos. Húmeda carne sobre el ala del lecho. Hoy me reencuentro sin vacilar con la madera suculenta del pescador en la atarraya del balcón y flotan los peces, en rebelión hacia el poema de tus muslos. Hoy toco las vocales intensas, íntimas del territorio de tus brazos, la rosada guitarra de tu ombligo, las lunas detenidas en tu espalda, el río obligatorio del día con tus evidentes poros de hambre. Hoy, aquí, hinchada en las espigas del camino, respirando el silabario, lamiendo la habitación de la furia…

Barataria, 24 de noviembre de 2011

viernes, 25 de noviembre de 2011

MEDIANOCHE, GOLPE DEL PÁLPITO


En cuanto a los sonidos de la medianoche, éstos suben vivos a los poros,
 deliran los pensamientos, hijo del olvido el cuerpo entero.
Descreo de mis propios pensamientos…
Imagen tomada de Miswallpapers.net




MEDIANOCHE, GOLPE DEL PÁLPITO




No había un escudo
alguien que regara las plantas del jardín
y jugara con los niños del vecino.
REYNALDO GARCÍA BLANCO




Agonía en el acantilado de la llaga, esta intemperie de relojes oxidados. La medianoche en el ala del ocaso; juega el pálpito a salvarse de la espuma, cada sombra disputa los lamentos, esta porción de ladera del pálpito, el aliento resbaladizo de la carne, todos aquellos muertos indescriptibles en la luz. Juego a jugar en la ventisca de los bolsillos. El cuerpo cada vez más cerca del fuego, creo en la duda que sostiene mi cara: los jardines de sal de los ojos, no sirven para darle vida a los alelíes, ni para masticar el anís que torea al olfato, al paladar empapado de rostros, ese magma que se rehúsa a los ojos, a las gladiolas copiosas del sexo. En cuanto a los sonidos de la medianoche, éstos suben vivos a los poros, deliran los pensamientos, hijo del olvido el cuerpo entero. Descreo de mis propios pensamientos…

Barataria, 22 de noviembre de 2011

jueves, 24 de noviembre de 2011

ODRE EN EL PEDESTAL DE LA SED


Aquél odre está ahí, figurado, escondido en la sed; pero dejó de ser
balcón para convertirse en pesadilla, obra para muertos,
sospecha de sórdidas homilías, riesgo para construir certezas.
Ahora que lo recuerdo, cada pájaro realiza vuelos inefables,...




ODRE EN EL PEDESTAL DE LA SED




¿…de repente los ojos
y rodar por el sueño como un tonel
y el mundo ya mezclado con mis fermentaciones?
HEBERTO PADILLA




Largos odres recorridos por la sed, he tenido que devorar, estiércol,
caminantes, luz dudosa construida por los pensamientos,
pergaminos destejidos en la ciénaga de la materia.
He caminado dentro de esta vasija de la sed, he caminado, cómo
no escapar ahora del estruendo del agua en la ceniza,
de los nombres que nunca terminan en la lluvia del aliento:
supuran espesas cabelleras de sombras, danzan en la sangre
del martirio, aunque no sirva de nada el ala sobre la letra escrita,
el cuentagotas del recuerdo, derramar los sueños
con las culpabilidades del pasado.

Aquél odre está ahí, figurado, escondido en la sed; pero dejó de ser
balcón para convertirse en pesadilla, obra para muertos,
sospecha de sórdidas homilías, riesgo para construir certezas.
Ahora que lo recuerdo, cada pájaro realiza vuelos inefables,
porque así es la destrucción, sombra construida con epitafios,
nombres que no avisan cuando mueren en el frío,
trapecios de la sed contra el tiempo.

Tan sólo el cuero de la carne como armadura, tan sólo la campana
borrosa de la sed, el pedestal hundido en el ojo,
la garganta expuesta a los suplicios de cada día, ebria indagación
de los vientos deshabitados de la boca, alambiques moribundos
del alfabeto negado en las sombras, de la sábana que olvidaron
los poros, paredes con sombras, incomprensibles losas tocando
las manos, transformando en sollozo la saliva,
el odre que se volvió piedra en el sueño.

Abrazado a este anhelo, veo la castración del sudor sobre muros,
la boca más allá de los enjambres de la herrumbre,
y los petates tiznados por la urgencia, por el cirio que muerde
la oscuridad, la brama asfixiante del calendario.
Más allá del rostro que se hunde en la desesperación del agua, están
las parábolas del viento que tornan lo abyecto, en ese ideal de mar
purificado, en ese otro aliento de borrar pesadillas.

En los ojos, sin embargo, suben escaleras ilegibles, aguas
colgando del péndulo de la sed,
bocas mortales sobre la tierra, sonido ronco de llaves, juegos
de aleatoria desnudez. Nombres que besan en secreto las entrañas.
Supe desde el primer espasmo de la boca, que la sed sería
mi mayor locura, ante el jardín líquido de las aguas, ante la danza
derruida de la noche con sus ajetreos;
ante tantos nombres que desnuda el sueño, el equilibrio se vuelve
sólo una forma afilada que ofrece el tiempo.
A pocos pasos, la rigidez de los pedestales, la respiración
fúnebre de la última hoguera, el olor extraño de las frutas…

Barataria, noviembre de 2011

miércoles, 23 de noviembre de 2011

CALENDARIO


Siempre el universo se reduce a lo que nos niega: en el lecho de la tolerancia
aprendemos la certidumbre de la vida; hurgamos en lo herético casi con sentido suicida, ...




CALENDARIO




Aquellos días, aquéllos, que abrieron el pálpito, el océano del musgo en el olfato, la manzana del horizonte en la estrofa del poema, aunque estuviera destinada, después, al silencio, a la letra estancada en la costura de la herida. Siempre el universo se reduce a lo que nos niega: en el lecho de la tolerancia aprendemos la certidumbre de la vida; hurgamos en lo herético casi con sentido suicida, irreverentes convertimos el hambre en dones de impúdica colmena, —vos con tu oficio férreo de soñar; yo, en el patio volcánico de la poesía, esperando la erupción volcánica de la tinta, los celajes encendidos del polen. Allí, en el fuego de la piedra, la hoja de papel desnuda en la perplejidad: adentro, ya existimos junto a los meses, el alma gemela que irrumpe junto a nosotros, llovizna, santuario del sueño en la memoria, ojos del jardín que nos sostienen río adentro la luz de las aguas, el árbol del follaje en el pecho, la sombra innumerable del fragor.

Barataria, 22 de noviembre de 2011