Imagen cogida de la red
JUEGO DE DISTANCIAS
Siempre
acontece en el bolsillo de la memoria ese juego de las distancias.
El pulgar de
los manuales me sirve para darle vía al vaivén de las hormigas.
En la
blandura de las palabras procuro descifrar la eternidad,
esa densidad
de puertas a la altura de la muerte;
de la piel
apretada u olvidada, los ríos profundos, dilatados de la lejanía.
Nos sangran
los brazos hechos puño frente a los manotazos de la ceniza.
En algún
sitio, nos tortura la sed de los bolsillos y la memoria de la ausencia,
pero también
las linternas que desangran el grito,
cuando
hieren el basalto del aliento.
A veces uno
juega al clamor de unos brazos quemados, extraños y oscuros
como la
tristeza cansada de su propia sombra: alguna duda de dolor cabe
en medio de
los puntos suspensivos, entre una grieta y otra, entre la ebriedad
de la flama
y los inquilinos del tiempo.
No sé si
allí tiene sentido el hollín de alguna elegía, o la lengua posesa
de un
epitalamio, o el hombro del pez hurtado del frío, o el hueso infatigable
del alma con
su mundo definitivo de revelaciones.
¿A qué
jugamos, después de todo, cuando el vómito arrecia como la tarde,
y las
distancias se convierten en aforismos muertos cruzando el horizonte?
Luego de
vivir un alud de filos, y ver mi cadáver agónico en medio de la zarza,
qué
conciencia quedará indeleble en las paredes,
en cada uno
de los caminos de la locura, en la ciega bandera de la luz…
Ondean los
gemidos del horizonte en el amarillo del desatino.
Barataria, 12.V.2016