martes, 28 de junio de 2016

JUEGO DE DISTANCIAS

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JUEGO DE DISTANCIAS




Siempre acontece en el bolsillo de la memoria ese juego de las distancias.
El pulgar de los manuales me sirve para darle vía al vaivén de las hormigas.
En la blandura de las palabras procuro descifrar la eternidad,
esa densidad de puertas a la altura de la muerte;
de la piel apretada u olvidada, los ríos profundos, dilatados de la lejanía.
Nos sangran los brazos hechos puño frente a los manotazos de la ceniza.
En algún sitio, nos tortura la sed de los bolsillos y la memoria de la ausencia,
pero también las linternas que desangran el grito,
cuando hieren el basalto del aliento.
A veces uno juega al clamor de unos brazos quemados, extraños y oscuros
como la tristeza cansada de su propia sombra: alguna duda de dolor cabe
en medio de los puntos suspensivos, entre una grieta y otra, entre la ebriedad
de la flama y los inquilinos del tiempo.
No sé si allí tiene sentido el hollín de alguna elegía, o la lengua posesa
de un epitalamio, o el hombro del pez hurtado del frío, o el hueso infatigable
del alma con su mundo definitivo de revelaciones.
¿A qué jugamos, después de todo, cuando el vómito arrecia como la tarde,
y las distancias se convierten en aforismos muertos cruzando el horizonte?
Luego de vivir un alud de filos, y ver mi cadáver agónico en medio de la zarza,
qué conciencia quedará indeleble en las paredes,
en cada uno de los caminos de la locura, en la ciega bandera de la luz…
Ondean los gemidos del horizonte en el amarillo del desatino.
Barataria, 12.V.2016

domingo, 26 de junio de 2016

BOSQUE INMÓVIL

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BOSQUE INMÓVIL




Los escapularios dan sordos gemidos, justo desde el dorso rasgado del cielo.
Hay gotas de saliva y orina en los fragmentos en ruinas de los cadáveres.
Existen sensores instalados en cada una de las esquinas del porvenir;
hoy son muchas las cruces, que ya no queda lugar para escupir el olvido,
ni siquiera para apartar lo pútrido que queda en las manos,
ni nacer de nuevo como decían nuestros antepasados.
No basta quemar los ojos con el resplandor de tanto mundo a oscuras;
llegados al bosque, sólo la escoria y las aguas sobre las lápidas, esas cópulas aviesas 
de la noche, sobre ese acaso del sueño o la huida.
Desde la cloaca vienen los ojos desgarrados, el modus de este galope tenebroso,
la lucha punzante de la oscuridad en la almohada,
y quién sabe si el grito y la lágrima en los tantos cuerpos extraños del absurdo.
(Siempre es hiriente el clamor de los deudos, el acecho en ventana abierta.
Nunca hay respuesta para esclarecer las borrosidades, degustar la hostia ofrecida 
aun entre dudosa feligresía.
Vivimos un terror ahogado de martillos. Vivimos un grito de excrementos.
Vivimos en medio de una ternura inmóvil, casi como un tropezón de resortes oxidados, 
caso como un difunto entre fotografías vacías.
Mientras pasan o llegan, pienso en la rosa de sangre de las alcantarillas.)
Aquí sólo esos jirones de camisas en las cunetas y los dientes de cáscaras 
inexplicables: duelen, por cierto,  esos zapatos rotos a la deriva.
Duele la ausencia del alba en el pájaro yerto de tanta desnudez insensible.
No hay nada nuevo en ese otro lado de las solapas, sino escoria y espuma.
Barataria, 2016

viernes, 24 de junio de 2016

AMPLIACIÓN DEL CAMINO

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AMPLIACIÓN DEL CAMINO




Es el otro camino de la ampliación del viento, la libertad peligrosa de la locura.
Durante muchos años la única prevalencia ha sido la farsa.
A veces se nos arrima la bestia con todas y sus nostalgias juntas, se quiebran
los imaginarios, demasiados renglones tiene la carudad de la noche.
Demasiadas bóvedas con pupilas ciegas, demasiados ojos estrechos en el vacío.
Duele el ijar en la bocacalle del polvo, mortal acaso como el universo;
el ala del pálpito derramado en el remanso alto de la boca,
también la desnudez de la muerte entre las manos, la oscuridad del estertor 
buscando la ternura, los otros rostros que tiemblan en la memoria.
Por este lado de la dureza del granito, el mismo manicomio y sus figuraciones,
los kilómetros de entonces ahuecados, clínicos en el aullido.
Ante todos estos laberintos, siempre muerdo las vértebras de la tierra,
pero nunca escarmiento de ese desgarrón que provoca el abismo.
(¿Qué puedo decir aquí de todos los miedos, de las tantas noches colgadas
de las sienes, de las rodillas que no caben en los bolsillos?
¿Qué puedo decir de todos los que partimos junto a tantas pesadillas?
Al final, ¿cuántas sonrisas tienen las semanas, un nosotros en el montón
de madrugadas del frío? Ya no sé si ampliamos o reducimos los caminos.
Tampoco sé si el infinito es infinito cuando la sombra es el arma blanca
del paisaje, y no hay manteles como flores en el zumo.)
A lo largo de los dientes, muerdo los fuegos crecientes de la lengua.
Sólo sé que en el espejo, uno acaba siendo el otro espejo blanco del sollozo.
Barataria, 2016

miércoles, 22 de junio de 2016

IMPOSIBLES CONSTANTES

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IMPOSIBLES CONSTANTES




Suenan dolientes las sombras en las manos. Esos imposibles de corpórea beatitud, mientras todo espacio se cierra.
Por la tierra los pies cansados y a la deriva como el ascua febril de la brisa.
Sobre las escamas de los círculos trazo mis propias coordenadas:
existe un filo crucial en los párpados, los vagos amores que siempre permanecieron 
en el umbral de la negación de la piedra de la noche.
En la garganta nunca se cumplen las profecías del tiempo,
ni amanece limpio el regazo de los ojos,
ni se sostiene el galope cercenado por los trenes,
ni la miseria deja de ser lágrima después de todo ante la piel deshabitada,
ni la remota hoja de sal habla en el pecho.
A veces sólo quiero cambiar de esqueleto, para tal caso hablo con los muertos.
También quiero vaciar el infierno de los espejismos.
(Morder los litorales descampados del aliento, apartar la dura limosna
del infinito, masticar la sed hasta ya no recordar el hambre.
Echarle tierra a las distancias y acercar las voces y clausurar los pañuelos.)
Más allá de nuestras narices, la soledad inmola lo tangible de las melodías.
Quizá nada quede de los espejos de ascua de las palabras borradas;
desterrar los sofocos es la siempreviva de las ocultas líneas del musgo.
Hay días que avanzan y nunca perseveran, días que escapan de las manos
como la espuma, días ciegos detrás de las ventanas.
En el dolor gimiente de mis torpezas, pía la luz enceguecida.
Antes del éxtasis, desnuda puse la página sobre la superficie de la mesa:
era elegante el sigilo y espléndido el fulgor abierto del principio.
Nadie pausaba ahogado en medio de las vocales…
Barataria, 2016

domingo, 19 de junio de 2016

DESTINO

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DESTINO




Un coro de hollín gotea sobre los escarabajos fortuitos de mi sed y poros.
En los líquenes oscuros del aliento, todo lo inanimado.
En el pájaro endurecido en medio de los dientes, sólo el cráter y la entraña
raída, los límites derruidos que crepitan en el espejo,
el cuerpo ya salpicado por el silencio absoluto.
Ignoro el sitio en el que se apaga mi boca: el horizonte definitivo de la palabra,
aquel oscuro resplandor entre mis manos endebles.
El tiempo nos revela sus cobijas amarillas, la tierra vuelta chiriviscos
o andrajos, este dolor en fin sin salvoconductos, sin luz ya para colmar.
Toda la oscuridad amontona el filo sobre las crepitaciones desnudas
de los brazos. A lo mejor, alguien desde el paraíso, grite: ¡Aleluya!
O disocie los candiles que alumbran las monedas, o camine sobre el último clavo 
de las letanías, o las acequias envejecidas del bramido.
¿Hacia dónde caminan las axilas del andrajo, el tiempo que tambalea
en mis zapatos, la sílaba rota de la página?
Voy como van los féretros y su espesura siniestra. Voy  de repente en silencio.
Hacia lo abandonado, el desánimo de las luciérnagas. El hollín real del eco.
Pasa siempre cuando uno ya ha caminado todo lo humano que tienen los vacíos
y los olvidos, y la extensa rosa del pulso donde ciego anda el desvarío.
En la hoja que está ahí, la memoria ha hundido todas sus sombras.
Hace ya mucho me salpicó la esperanza. Soy materia peregrina frente a cada muro, frente a todas esas lavanderías y sarcófagos de la noche.
Barataria, 03.V.2016

jueves, 16 de junio de 2016

GOLPES ROTOS

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GOLPES ROTOS




Mientras la  voluntad no cierre el ojo, es posible ver hirviendo el sinfín.
En los golpes rotos de las palabras quizá los periódicos como astillas del árbol 
de la noche, apiñada la mirada hacia el absoluto.
Todo pasa: duele la tristeza cuando se bebe por completo al día.
A veces sólo somos bultos amarillos sobre la piedra fija de la indiferencia.
A veces los recuerdos nos arrancan las palabras del pecho: el puño de la sombra 
cae en el aliento, el grito, la súplica, el frío.
Aquí o allá la luz en desorden sobre la mesa, incierto el candil del tabanco
sobre la desnudez indemne.
Roza la piedra que descansa en las sienes. Cada golpe se adentra en la bóveda
flamígera de los ahoras, en la rama oscura del ardor, en la palabra fija
que no responde a nada, sólo al descenso siniestro de la voluntad.
El desvarío acumula sombras y hace de los acasos un ardor perenne, incierto.
Todo se viene a la cara: la lluvia repentina, el cuerpo inasible de la claridad,
la niebla como una tristeza amarga en mi pecho.
Todos los golpes quedan en la conciencia, nos gruñe todo cuanto existe alrededor, 
la hoja de ceniza del fuego, el río de súplica de los brazos.
El suelo se alza hasta la altura.
La monotonía es un largo camino de pájaros muertos, huesos del confín labrados 
en el aliento, espejos obstinados a esta jauría de asechanzas del hoy.
En medio de toda la fosforescencia apagada, tenue el aire y las alas.
Barataria, 01.V.2016

lunes, 13 de junio de 2016

TRASUNTO DEL FRÍO

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TRASUNTO DEL FRÍO




Pálida la embriaguez de aquellos brazos oscuros de la intemperie, frío el cálido césped de lo inexorable, mórbido el riel roto de los trenes en plena marcha.
Debajo de la tormenta las axilas escapadas de las aguas.
En toda la redondez de los cansancios brama el feroz ojo de la oscuridad.
Uno acaba siendo la rama desgreñada del viento, o la orilla del jadeo, siempre
el jirón del sesgo, o la esquirla hacia el ojo de la herrumbre.
A veces sólo se es dueño del sustantivo que lo nombra a uno, de las caídas
y de los bocetos de la muerte, de las asfixias que ahogan los dientes, 
de los truenos del moho que la soledad cárdena guarda en el pecho.
No es posible fiarse del destello de los acasos, sin inquirir en la boca que abre
sus aperos: uno vive o se disuelve en la claridad o la sombra.
Uno, por cierto, es humano aguacero hecho de tiempo y viento y de carpas
y de silencios. Aquí o allá la flecha del reloj nos abrasa con potente rabia,
hasta hacernos sangrar de noches y olvidos.
Uno es dócil a la palabra que asoma su alma y la revela en la conciencia.
En el trasunto del frío, ─supongo─, también existen abismos de anticipadas
sombras, ─hoy lo advierto cuando los zapatos miran con cautela
todas las noches amarradas al aliento.
(El pabilo en las sienes une la luz mientras asciendo al delirio que me crea.
Quizá todo sea fúnebre, el río de lava blanca, la súbita flor que me embriaga,
desde la infancia ya ida, hasta la ciega materia de la flama.
Quizá solo al final podamos gozar la libertad aun entre legiones de miedos.)
Barataria, 30.IV.2016

viernes, 10 de junio de 2016

TIERRA

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TIERRA




Ahogada en mi geografía, el pan nocturno de la carne y su rigor de sombra.
Incesantes los dientes de las palabras y su sola señal de fríos habitados.
Cabalgan, abruptos, los hombros de la noche hasta estallar en miradas muertas 
y silencios infinitos y  lenguajes inmóviles.
(Uno presiente la tormenta, fiera y desencadenada, interior, ansiada de islas y edades postreras. Los buitres amurallan esta condición de inclemencia.
Los ojos escapan absolutos con todas las dudas que me deja el pájaro en vuelo.
La sed en mi boca seca, las puertas en la claridad de lo inhóspito.
Por si acaso, me sublevo como lo hacen los guijarros debajo de los durmientes.
Hay que estar muerto para soportar la vida: la luz es fiera en el dictado
de la página, fiera y necesaria como la vida.
Desde mi infancia cualquier combate fue lícito: solo así tienen sentido
las proclamas y las diversas resurrecciones, la claridad incorporada al cuerpo.
Pero la tierra absoluta de lo profundo, reunida en definitiva en mis manos.
Y sin embargo, tengo alas eternamente perecederas.
En el orden del mundo, roídos féretros y ciegos lodazales en los ojos.
Uno se queda ligado a ciertas historias como fiel degolladura.
Mientras la boca mastica imposibles, el rostro refleja el puño de golpes que recibe, 
desde el silencio tirado a la calle.) Es la tierra, me digo. La cavidad húmeda.
Avanzo firme para cumplir el mandato del bajomundo, dudar de las pocas monedas 
en mi bolsillo, horadar el ansia del harapo hasta alcanzar el gesto
de la arcilla en esta tierra desmenuzada en gritos.
Barataria, 27.IV.2016

martes, 7 de junio de 2016

DESTINO DE LA SOMBRA

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DESTINO DE LA SOMBRA




En aquella boca de dolor, la piedra de la sombra y ese redondo hoyo
del infinito, allí,  tendida la rama del pecho, como otra oscuridad doliente.
En algún rincón, junto al prurito de la polilla, el extraño absurdo
de la esperanza, los tantos destinos, el mío y el goteo del sollozo, mordido
por los fríos del último aliento.
─Siempre he caminado junto a mi sombra y he abierto el orificio necesario
para saltar, por ejemplo, al otro lado del cerrojo.
(Cada quien en cada página desnuda como quiere la piel, más allá del ritmo
de lo que otros quieren; yo no soy comensal en ciertas mesas o lugares,
donde caben los ungidos: no creo que la miseria nombrada con miseria, tenga 
que ver con las palabras, si acaso, con cierto titubeo.
Ante ciertos acordes no encaja mi luz, aunque el pozo del tiempo haya acumulado 
mundos hospedados en la tinta. Simplemente canino con la fuga
en los hombros, junto al fuego estremecido de los precipicios.
Siempre estuve allí, solo y desangrado cuando las agujas se robaron mi espacio;
a nadie vi, salvo al paraguas de la paranoia.
Salvo la respiración de mi sombra.
Salvo mi infancia trastocada.)
Todas las caras que vi, las sombras,  las enredaderas, algunas camas cansadas,
los insultos, le dieron a mi sombra el sentido necesario para entrar o salir
de los burdeles: mis pies nunca fueron hechos para la controversia.
Mis palabras son el árbol de un cuaderno de tinta diferente…
Barataria, 25.IV.2016

sábado, 4 de junio de 2016

MAR DE TIERRA

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MAR DE TIERRA




Entre la blanca espuma del grito, los terraplenes de sal en el fondo terrestre
de la conciencia: se es eco, se es ruido, se es todo en las hendiduras
de la historia, en la saliva transitoria de tantos nombres amarillos y mustios.
En el mar de tierra el sollozo a escala plural como los cementerios terminales 
del beso, entre el matorral de tantos insomnios.
La noche se ha intensificado junto a las aguas crecidas del vértigo.
Migran los párpados descalzos hacia otras almohadas sin agujeros.
Cuántas promesas nos arrebató el breñal de la ráfaga, el discurso nefasto,
esta inmensidad de astillas, fieles en su embriaguez oscura.
Debajo de mis ojos, el océano de la tierra sin aliento, los oscuros destellos
de las sepulturas, esa forma líquida de arder en medio de tanto pantano.
Quizá toda la inmensidad del destrozo sobre nuestros hombros, la inmensa 
tumba como un inútil sudario.
Simplemente leo el ijillo en el libro secreto de la ceniza: en la vastedad,
la tierra salpicada de guijarros y esquirlas, de cultos hacia la herida.
Uno sabe, entonces, que es difícil no caminar junto a alguna mortaja insomne,
desvivida en la mueca hermanada con la sombra del espejo.
Ha crecido, crece, todo el ventarrón crispado de la niebla: uno lo entiende.
La indefensión es otra rosa de fantasmas entre el diluvio de rendijas.
(El país nos golpea. Nos golpea el silencio cuando cruza las calles. Nos golpea
la cadena de la historia, y la amenaza del fuego a vivir en cuevas.
En todo el extravío, no existe ave que se detenga en el quicio de la puerta.)
Barataria, 2016

miércoles, 1 de junio de 2016

ESTACIÓN CALLADA

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ESTACIÓN CALLADA




En el éter amarillo del parpadeo, vacío el viento que trastoca la madera.
Extrañas las cornisas con hojas secas y frías en la medianoche.
Es como si al tiempo roto, se le hubiesen envejecido las luciérnagas,
o el ojo purgara fieros desamparos.
No sé si se pueda esconder el silencio absoluto en los armarios, las rendijas
que nos deja la tenaza del éter, la soledad y su misterio subterráneo.
Después de estos largos despojos del paladar, nadie hay y nadie viene:
Uno se acostumbra desde los orificios podridos de las ojeras, a sobrellevar
los cansancios, doblados en la pisterita del evangelio con olor a ruda
y a jengibre. (Callar es de sabios, se nos ha dicho. Aunque no deje de ser mera treta. 
Hay un galope sordo en el relincho rancio del ambiente.
Todo el aliento está colmado, pareciera que alguien hurgó en demasía y sólo quedaron aquellos transeúntes imaginarios del far west.)
Detrás de tantos alientos zurcidos, el horizonte nublado del alfabeto.
La historia se puede calcar en la línea de tiempo sucesiva de las ventanas.
Después han quedado pulverizadas en mi memoria: una a una, las que vi
y transité, en tantas músicas ahogadas.
En el aguijón de los recuerdos, el ruido y la claridad indivisible,
esos suspiros quemados,  debajo de la lengua de sal del misterio.
Detrás del árbol de las palabras, el largo tren, oscuro sobre los rieles:
nada, tiene sentido, salvo la carcoma sobre el ojo vacío de la pobreza.
En aquellos tiempos, claro, no había tanta complicidad para el miedo.
Barataria, 22.IV.2016