Imagen cogida de la red
ESTACIÓN CALLADA
En el éter
amarillo del parpadeo, vacío el viento que trastoca la madera.
Extrañas las
cornisas con hojas secas y frías en la medianoche.
Es como si
al tiempo roto, se le hubiesen envejecido las luciérnagas,
o el ojo
purgara fieros desamparos.
No sé si se
pueda esconder el silencio absoluto en los armarios, las rendijas
que nos deja
la tenaza del éter, la soledad y su misterio subterráneo.
Después de
estos largos despojos del paladar, nadie hay y nadie viene:
Uno se
acostumbra desde los orificios podridos de las ojeras, a sobrellevar
los
cansancios, doblados en la pisterita del evangelio con olor a ruda
y a
jengibre. (Callar es de sabios, se nos ha
dicho. Aunque no deje de ser mera treta.
Hay un galope sordo en el relincho
rancio del ambiente.
Todo el aliento está colmado, pareciera que
alguien hurgó en demasía y sólo quedaron aquellos transeúntes imaginarios del
far west.)
Detrás de
tantos alientos zurcidos, el horizonte nublado del alfabeto.
La historia
se puede calcar en la línea de tiempo sucesiva de las ventanas.
Después han
quedado pulverizadas en mi memoria: una a una, las que vi
y transité,
en tantas músicas ahogadas.
En el
aguijón de los recuerdos, el ruido y la claridad indivisible,
esos
suspiros quemados, debajo de la lengua
de sal del misterio.
Detrás del
árbol de las palabras, el largo tren, oscuro sobre los rieles:
nada, tiene
sentido, salvo la carcoma sobre el ojo vacío de la pobreza.
En aquellos
tiempos, claro, no había tanta complicidad para el miedo.
Barataria,
22.IV.2016
No hay comentarios:
Publicar un comentario