Ilustración: Pintura de Joan Miró: Cabeza humana.
Himno a los ojos
Sobran las palabras cuando el color se percibe a través de los ojos de todos.
No bastan los brazos para leer otros cuerpos, necesaria es su esencia:
Siempre que hubo hambre han estado ahí espiando los condimentos;
Embriagados de invierno aumentan las aguas del mar, el fuego crece
En el tropel de las pestañas. Islas son a veces de la tristeza. Montañas de sal.
Desde siempre transpiran las piñatas del interior o ese infierno de cuchillos
Que depreda inexplicablemente los hilos de la conciencia. En la imagen
Que se forma, imagen de la tinta creciendo en papeles de perfectos vitrales,
El horizonte mancha de sangre las pupilas y fructifica inútilmente el sollozo.
¿Pero y las mañanas y las tardes de los que no ven? La noche no importa
Para los ojos cerrados, para los ciegos cansados de ver las atrocidades
De la verdad. Mañanas, tardes y noches son apenas un lenguaje sin encajes,
Un instante del grito, un esqueleto del abecedario verde de los pájaros.
Para algunos los ojos son puertas o ventanas parecidas a las palabras.
Los he visto de todos los colores y tamaños y también con espesas lágrimas:
Pintan las instantáneas de los crisantemos, pero también los alfiles del viento,
Y la lluvia abierta de la alegría o las heridas. En cada ojo hay siete claridades
De colores y epifanías latiendo en su misterio. Viajes de asombro desfilan
Por los ojos —viajes que el tiempo graba en la memoria con cierta resonancia.
No es la razón la que descubre el delantal de la ternura, ni las palabras, sino
Las espigas de los ojos, el espejo sangrante, surco erguido de los sueños…
El alba entra a través de ellos con su leche abrasadora. También los caminos
Donde los ciervos agonizan, también donde el júbilo rompe sus raíces,
Y los labios mudos muerden la tortura de la piel —ellos hablan en su batalla
Diaria de hambre, la fuerza de la sed los abraza. El tiempo los abre a los colores
Del suspiro —el mundo los desvela con extraña transparencia…
Rastros de la Patria forman en ellos quejidos —la desnudez descansa
En su tejido, en los relámpagos de la ráfaga, en el cesto transfigurado
/de los espejos.
Cuando la lluvia desata el tren metálico de las gotas, las pupilas muerden
Los murmullos, la noche gime como un fantasma del asfalto, la ternura resbala
En los ojos, la sed por la luz fluye entre las venas y lame la cara.
Y a los que les llegó la noche, ¿qué hacen? Los que no pueden ver libros rojos,
Ni escaleras ¿qué hacen? Los que duermen con el candil cerrado de las puertas
¿qué hacen? La penumbra los muerde, la hora consume su pelo silencioso.
Los que no tienen ojos preguntan por el tiempo y descienden al césped
De la medianoche, a los cuerpos deslizados en el tacto, a la brisa del olor
/en las camisas.
Pero también a los que ven les rodea, de pronto, el polvo de las cerraduras.
El mar o el fuego ahuyenta las puertas, pasan dormidos sobre el lecho
O ignoran el libro que ilumina el dintel o los ríos auscultos del cuerpo.
Al nombrarlos, invoco al viento, a la ceniza en la garganta, al humo
Cuando toca las ventanas, a ese ir con la tinta de su luz, subrayando las noticias
De la tierra, que a veces lanzan piedras de terror sobre lo más visible
/de la almohada.
Aquí donde a menudo, las mañanas son noches, —lágrimas y ojos forman
El óleo del cuerpo y también el agua y el fuego de los espejos…
Barataria, 23.VII.2008
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