Imagen tomada de eljardinerourbano.com
FOLLAJE CLAUSTRAL
Desde las rendijas de la corteza láctea de los sueños, cualquier coleccionista de antigüedades ve colgado el calendario de la luna, en el ruiseñor que volando emerge del subsuelo del pétalo clandestino del oleaje. En medio de la hondura del estribillo del pellizco, la danza casi apocalíptica del cordero incauto de las penas, el remojo del ascua del pozo de los deseos, encima el bosque de cuervos zurciendo cada rama del grito, echado en el azúcar del ombligo. El claustro es absorbente. Me quedo aquí, jugando a huésped de cactus dentro del trasmundo entresacado del olvido, al florecido hurto de las pupilas que reclama fluviales arco iris, o coágulos de desnudez sobre la piedra de moler del nixtamal, el poyetón hacia el final del desvarío. Intuyo que este pulso no es transferible a la ceniza, sino al espejo fluctuante del zumo de la piedra tocada por las manos de la lluvia, insomne túnica del rocío sobre el diámetro seminal del sabor. No hay tiempo para el bostezo cuando en el cráter bracea inevitable el campanario en el domicilio de la arcilla. En la tierra de las ojeras de la noche, las cerraduras del tiempo destinadas al polvo, los cadáveres palpitantes de las aceras, la grieta hasta el fondo de la lluvia. Aquí, en este follaje claustral donde busco los peldaños del rastrojo, hay rotas sábanas y suspiros, y atrevidos fantasmas que cortan las ramas del aire. Entonces, busco la puerta para entrar a la normalidad, juego a las posibilidades de la levadura.
Barataria, 29.VIII.2012