miércoles, 29 de febrero de 2012

DIMENSIÓN DEL HASTÍO


(Cansa que la verdad sea objeto de negociaciones mecánicas,
de las circunstancias en función del carácter personal que ésta tiene.
Cansa el pelaje transfigurado de las sombrillas, la memoria desolada.
Cansan los enunciados sin argumento y las falsedades concluyentes:
con todo y la temperatura alta, debemos darle ciudadanía al raciocinio.)
Imagen tomada de Miswallpapers.net





DIMENSIÓN DEL HASTÍO




Digo, ahora, después de tanta historia presentida y vivida, que la vida
es una extraña forma en el cuerpo: tan extraña que espejos y cuerpos
se tornan respiraciones marginales en la noche. Todo cansa, después
de todo. Cansa la espera y la duda; cansan los burdeles y las noticias;
cansa la respiración y el teléfono; cansan los ascensores
y las escalera de la nostalgia, cansa la mentira y las ciudades,
cansan los libros y la ropa, las páginas suicidas del minuto,
cansan los caminos líquidos de la sal, las persianas,
cansan los portales, los jardines, la luna en la madrugada,
cansa la mazorca del alfabeto,
cansan los horarios y los barrotes que se transpiran en cada calle,
cansa la usura, el mercado, la conspiración de la intimidad,
cansan los semáforos en la retina de los ojos, la máscara y la armadura,
cansan los olvidos y las calamidades de la mente,
cansa la neblina y las piedras, las palabras confusas del tobogán,
cansa el relámpago del alma cuando sólo es interrogaciones,
cansan los vientos que sirven de cobija en la intemperie,
cansa la perversión innumerable del poder, —tu proximidad hierática,
cansa tu presencia únicamente en el entresueño, el olor fermentado,
cansa el clamor sin fragancias, el lecho oscuro de espinas,
cansa este dolor pálido desde los ijares a los ojos,
cansa toda la irrealidad del susurro, del jadeo, frente a la ventana.
Cansa todo y aún me pasas la factura de los trastos quebrados,
de la certidumbre que produce el terror a la hora de cerrar los ojos,
del País purificado en contantes vigilias, pervertido en su desnudez
de fiesta dionisíaca, —los desaparecidos y no encontrados
en las páginas amarillas de los periódicos,
cansa este petate de señuelo para el gavilán con su ojo de lince,
can los mismos cuentos de misterio a la hora de la cena,
el sombrero negro del rito sobre la vela de incienso,
la ciberficción en los trenes de medianoche cuando los excesos
tienen cierto ascetismo por necesidad, más que por convicción.
Cansa la modorra de la hostilidad del grano de arena,
sobre esta prolongada hambre del ovillo, deseo y sopor en el césped
que acecha firmemente hasta desordenar la sintaxis de los poros.
(Cansa que la verdad sea objeto de negociaciones mecánicas,
de las circunstancias en función del carácter personal que ésta tiene.
Cansa el pelaje transfigurado de las sombrillas, la memoria desolada.
Cansan los enunciados sin argumento y las falsedades concluyentes:
con todo y la temperatura alta, debemos darle ciudadanía al raciocinio.)
Cansan, pues, las bodegas de cuervos en la rama agrietada del sueño
y la tolla de los sofismas en la cama irradiando fuegos…

Barataria, 20.II.2012

lunes, 27 de febrero de 2012

CÉSPED EN EL ALBEDRÍO DEL ANSIA


¿Hasta dónde puede el césped conciliar mis ojos, el tríptico riguroso
del follaje, la cantina oval del cierzo, la robustez sin el titubeo,
el zigzag de los horcones y las lágrimas, dentro de puertas irrespirables?
Fotografía de André Cruchaga




CÉSPED EN EL ALBEDRÍO DEL ANSIA




Sobre el césped, calendarios de tinta, siglos de inventariar el nombre
de diversos caminos, el césped táctil de la lluvia, los testamentos
de la saliva que extienden su lengua más allá de los roperos establecidos
del follaje, los ritos paganos que profesa el instinto
cada vez que anochece al filo de los ojos, —los cascos de las aguas,
de las persianas tuercen el vaivén dolido de las estaciones: este descubrir
el universo cada día con las manos, al roce hondo de las paredes,
cuando la demencia se expande en el rostro como un hongo carcomido.
—Por ley natural nos toca el cordón umbilical y luego petrificarlo
en alguna alacena, hasta volverlo otro lenguaje aferrado a la historia
personal del tránsito. Nunca supe, qué cosa es el destino;
y sin embargo, entendí los tendones de ceniza alrededor de los zapatos,
sobre la joroba de la pesadumbre, en la voz desmembrada de la espuma
con toda su pureza de sal, salmos galopantes de las sombras.

¿Hasta dónde puede el césped conciliar mis ojos, el tríptico riguroso
del follaje, la cantina oval del cierzo, la robustez sin el titubeo,
el zigzag de los horcones y las lágrimas, dentro de puertas irrespirables?
Sé, sin embargo, que también la simplicidad duele. Duele el galope
del perfume, duele después de todo, la cama sin cobija,
y el parche poroso del cielo en el cuerpo y la vieja pirámide de la ilusión.

(También sé que la brasa de la linterna de la aurora, es otra forma,
sutil, de presentir el magnetismo de los sueños, reconciliar los poros
en el albedrío de la sed; cuanto más agreste es el césped; arduo
el sigilo que nos toca develar, la fuerza con la que sentimos el murmullo.
Nos movemos dentro de cierta perplejidad de círculos:
aldabas y aldabones y cerraduras, días que revientan al filo
del murmullo, del granito, de las especias reservadas de la ráfaga;
escarbamos hasta llegar al subsuelo de lo unitivo, es decir, al sol de azúcar
del portento, mismo que nos vuelve la boca y la piel, voz audaz del tacto.)

—Después de todo somos aire respirado por el aliento:
tan elementales como el fuego o el frío; tan ciertos que traspasamos
la flama que gobierna el candil, la pira que se suma al pálpito,
el jardín del césped donde perdura el gozoso extravío.
Nada es tan cierto que la germinación táctil del viento, la humedad
a goterones, este viaje sin que se agote el ansia, el velamen del suspiro
alrededor del fermento del imaginario.
Sobre el césped, vos, semejante a un alma indeleble; al arcoíris verde
del alambique, a todas aquellas almohadas donde crepitan las semillas.

Barataria, 19.II.2012

sábado, 25 de febrero de 2012

MEMORIA DE CADÁVERES


Hacia la ventana, el fuego perenne del invierno, la piel huyendo
de las manos, el estallido del plomo en los ojos,
la caravana de cadáveres buscando su propia historia: himnos,
ciudades difíciles por donde transitar sin que la calle o las esquinas
sean la bandera envejecida de la razón, el pómulo roto de la escena.
Fotografía de André Cruchaga





MEMORIA DE CADÁVERES




Now no-one's knocked upon my door
For a thousand years, or more
All made up and nowhere to go…
THE POLICE




Con el viento sangran las luces de estos caminos de polvo,
los centímetros salvajes del aliento del relámpago,
las primeras gotas de sudor que nos avientan los coleccionistas
de antigüedades, la doble zambullida del ojo en los estiajes:
recuerdo el manubrio de los féretros por todas partes donde
los confesionarios disuelven los pecados más atroces,
las alas cortadas en el silencio de la noche, sin más cobijas
que los portales negros de la tempestad.

Hacia la ventana, el fuego perenne del invierno, la piel huyendo
de las manos, el estallido del plomo en los ojos,
la caravana de cadáveres buscando su propia historia: himnos,
ciudades difíciles por donde transitar sin que la calle o las esquinas
sean la bandera envejecida de la razón, el pómulo roto de la escena.
No es sólo cuestión de estadísticas cuando la impudicia llega
hasta el cuello, ni de bostezos parecidos al humo del cigarro,
ni de ampliar los cementerios,
ni siquiera de rezar del diente al labio, ni de confundir los orígenes
de esta pandemia, ni de colgar espejos para ver la transparencia,
ni de difundir más barras shows, ni bares, para que las aves
de la noche beban sangre en los ascensores de la oscuridad.

(Tanto nos muerde el deseo que tensamos la lengua del viento
para sostener la melodía dura del cuerpo, la luz de las cruces
como una fortaleza, el misterio de los encajes en los dientes,
este registro que tenemos de tanto estruendo en nuestras memorias,
a veces rodeadas de andamios subterráneos.
A veces nos perdemos entre perros y cuerpos humanos, y así
debemos andar al ras del suelo, sin cama ni cobija, sólo con el bozal
del hambre; entre la pobreza, los vértigos y el deseo, las hojas del filo
en nuestro regazo de hojarasca. Con todo, el pecho se entrega
a nuestras propias armas, al Dios que nos promete tanto
en tiempos de tribulación: nosotros, a prueba de todo, con los ojos
abiertos, por si acaso, embozados, confusos, expectantes ante
los presagios de andar sin remedio colgados del grito, hartos,
desgastados de tanto rezo, de tanta paz dibujada en los manuales
de convivencia. El polvo muerde nuestras bocas, el hollín es la respuesta
a esta suerte de vivir entre el cieno de tanto cadáver.)

En la carcoma de nuestras propias creencias, tu sexo desafiando
el sustento de mi hoguera: las pocas monedas que me quedan
antes de ponerme la soga al cuello, antes de prolongar las escaleras,
este conjuro profundo en plena luz del día…

Barataria, 15.II.2012

jueves, 23 de febrero de 2012

LIBÉLULAS


Siempre miro el trayecto del disparo como una recta que oscila
en el aire, luego le quito la omnipotencia al azar;
el sol a menudo invariable en el espejo, la caída de la sed
en el pantano de todos los días sin ningún analgésico.




LIBÉLULAS




En los paréntesis del agua, cuántas libélulas urgentes de vuelo.
Al costado de la ternura, el aliento hímnico de las ventanas,
la puerta visible del caracol ávido, las curvas promisorias
—el aleteo del anhelo enredado en el aliento del manglar: un haz
de luz ciega las sombras que me sostienen,
la misma tumba del cielo en los hangares de la alegría.
Siempre miro el trayecto del disparo como una recta que oscila
en el aire, luego le quito la omnipotencia al azar;
el sol a menudo invariable en el espejo, la caída de la sed
en el pantano de todos los días sin ningún analgésico.

Zumba desde el alambique, el cuatrojos, el hígado gastado
de la aurora y el césped negro cultivado en las paredes: crece
el ojo en auxilio de veleros,
la sábana, a menudo, desproporcionada del delirio, la suerte
del deseo en una antorcha de ixcanales, de sienes arrugadas
de tanto buscar llaves, de tanto leer en manuales, la propia tortura.
En cada trozo de madera la suerte está echada; a falta de rituales,
debo encender los espejos de la tarde con el humo del aliento;
la voz empuja la contemplación de los colores,
el espejo del fuego quema los floreros, en ninguna parte de mi memoria
encuentro fechas imprescindibles. No recuerdo la primera
escritura de la alegría, aun poniendo pretextos, como la algarabía
del pubis en mi secular aprendizaje, ni la rama madura en la boca,
sólo este fluir de tumbas, convencido de la muerte.

(Sin duda existen días al ras del suelo, donde columnas de libélulas,
lamen el epitafio apócrifo del hombre,
las paredes de la demencia donde escribo el abandono con los brazos
abiertos, la mirada perdida sin ninguna posibilidad de parpadeo.
A veces la soledad nos produce cierta amnesia, —vos y yo—,
perturbadores de nuestros propios sueños, acróbatas de la salmuera,
aprendices de campanas, entre un vaivén de circunstancias,
cobijados con el polvo adusto de la realidad.
Hoy, tal vez, no sirven ya las categorías dialécticas, tienen la fisonomía
de un neumático gastado, la gratuidad desaforada del grito,
la silueta del cántaro en la sombra de la conciencia.)

Siempre estamos empantanados queriendo reconquistar la pérdida
del habla, los días febriles de la otredad, el tren, por ejemplo,
con vagones de peces, pero la historia es la misma ciénaga donde
hemos estado tanto tiempo: allí los desniveles propios del abismo,
el hilo de los rieles gastados del cuerpo, la densidad de la materia
en descomposición, la oscuridad certera de los brazos,
en cada bocanada de aire de las cerraduras…

Barataria, 14.II.2012

martes, 21 de febrero de 2012

MUSGO


En el túnel del subconsciente, el trasluz de cuantos mensajes
entreteje la memoria, el hondo horcón de las abejas, la otredad
que acaso sea, un mundo paralelo a esta alta piedra del imaginario,
al suspiro inmutable de la oscuridad, a ciertos jardines
con epitafios, donde el tacto extiende las indagaciones de la sal.
Imagen tomada de Miswallpapers.net




MUSGO




El musgo me salva de la oscuridad de los depredadores; en la levadura,
elevo las palabras a los tiempos estremecidos de la lengua: tiempos
a la velocidad del bien o del mal, a la letra muerta o viva;
hoy, la libertad tiene las fosforescencias propias de la noche,
la ficción que produce la alucinación de lo imaginario.
En el túnel del subconsciente, el trasluz de cuantos mensajes
entreteje la memoria, el hondo horcón de las abejas, la otredad
que acaso sea, un mundo paralelo a esta alta piedra del imaginario,
al suspiro inmutable de la oscuridad, a ciertos jardines
con epitafios, donde el tacto extiende las indagaciones de la sal.

Toda forma tiene inexplicables simetrías: en cada tiesto despedazado,
hay velocidades irreales, duros panes de lluvia,
platos que nunca llegan a la mesa, ávidos de ojos.
Cada catástrofe tiene heridas e incertidumbres, imágenes indefinibles
que luego pasan a ser parte del retablo de la memoria,
días de campanas mutiladas, vertedero de lentos escapularios;
por doquier, la intensidad exasperada de las puertas, el musgo
crecido en los dientes, los itinerarios del búho en la noche,
hasta extenuar la piel con los acantilados del eco, esa rotación
del péndulo en manos del asesino, llena de solapas y decursos.

Al élitro húmedo del soplo, se suman los goznes y las vísceras,
esa ansiosa prolongación de los gladiolos, el pubis a quemarropa
de los poros, arte del agua en el tranvía de la brasa.
Sobre cada portafolio de la hojarasca, el pájaro avanza
hacia el regazo del pie del árbol que lleva a la pirámide, césped
negro del cuerpo, desbordado por la nicotina de las hamacas,
por el ojo ampliamente recorrido del póstumo hechizo en el aliento.

(Será siempre desvelo el caballo buscando el forraje,
la restauración de los hangares, la flecha sin ser castrada
por las raciones diarias de la levadura: el celo del arquero
se ha vuelto arco iris del alba, grueso reloj en el tronco del árbol.
Bajar al pozo del musgo, resulta una suerte de masticar libélulas,
entre un dique y otro, los invernaderos,
los tributos secretos de las armas del aliento, el césped encarnado
en la bestia, los colores diversos bebiéndose el ombligo,
quemados gritos en el kiosko del lago, sin usura el arte de moldear
la artesanía, la harina gruesa sometida a las labores de las abejas.)

En cada oscuridad verde, retumba el granito del musgo:
el litoral gira en el ala, peces de viento engullen el éter, entran
a las redes avizoradas por los ojos; sobre el ras del muelle,
la gaviota de sal en el tablero duplicado del agua, convulso
horizonte el espasmo, esta desnudez del aguacero,
este charco introspectivo del confín atesorado en la boca…

Barataria, 13.II.2012

domingo, 19 de febrero de 2012

CÁNTARO SUMERGIDO


En presencia del aire carcomido, los tiestos quemados y desteñidos,
del adoquín sobre los huesos, artificios del poder en candelabros:
somos extrañas gotas del alambique solitario, aguas reventadas
en el pétalo de la saliva, al servicio de la ceniza o la alegoría.
Fotografía de André Cruchaga





CÁNTARO SUMERGIDO




Conozco los vacíos que dejan las iglesias en los ojos, las palabras
agonizantes, endurecidas en el agua, los designios cada vez mayores
del cántaro roto de la sinrazón, sumergido en el fluir de la memoria.
En el interior del pozo, el fuego dilatado, líquido de pavor;
el sonido desangra las bisagras del insomnio,
a veces en el quicio de la puerta se coagula la angustia,
la garganta absorbe el grito de los trenes, las manos hundidas
en el sueño, el espejo que siempre es un salto mortal sobre la hoguera.

(En el espantapájaros de la muerte, la vida nos engaña,
o es otra manera de latir con algún desenfado: ¿hacia qué hondura
nos hundimos, gris arcilla en el ojal del traje último?
Hemos sido los tristes de siempre, jamás escapamos ni huimos
con nuestros ojos agredidos, de este mundo sumergido en la respiración
de los calcañales, cuellos sordos en el sepulcro.
El barro cada vez se perpetúa en la conciencia, sombra crecida
en el alma, nacida aquí del reloj debajo de la roca.)

En presencia del aire carcomido, los tiestos quemados y desteñidos,
del adoquín sobre los huesos, artificios del poder en candelabros:
somos extrañas gotas del alambique solitario, aguas reventadas
en el pétalo de la saliva, al servicio de la ceniza o la alegoría.
—Intentamos evitar las monedas gastadas de los pañuelos, la sombra
del cántaro roto, sin pegamento en la humareda anónima de ciertas
liturgias, concebidas para la faena de las estatuas;
en el tragaluz de alacenas gastadas, humea el subsuelo sin restañar
el taller de la risa, el consorcio de la lluvia, las palabras ardiendo
en la gente, el azúcar de la sábana.

Todo es al caer la línea del horizonte sobre la piedra despierta del duelo,
simple añicos el tiesto del futuro, la cabeza abajo, hipotecada
al subsuelo como el pensamiento en el anaquel de algún epitafio.
Al peso de los párpados, en la boca del búho,
el eco húmedo de la campana subterránea, el semen pulsante
de la ebriedad, la audiencia del albedrío en los escarabajos del despojo:

(Vos y yo, achicharrados en la ceremonia secular del olvido,
empozados en la última alforja del día, sin impedir la trastienda
oscura que hace de la voz, suicidios a destiempo, —que nos ocupa,
con hipoteca, hasta ser en paralelo, la sombra del señuelo,
ese vívido fondo de las sombras, el abismo en cifras del harapo.
La intemperie tiene extrañas latitudes: existimos en el sonido
de la breña. En la ceniza del pecho, las erratas de la brasa, la herida
en su diluvio de estertor, el zumo de la piedra cansada de ojos,
—tus ojos y los míos—, envejecidos de dureza y pesadumbre,
definitivos en el dardo de la oscuridad. Cierto.)

Cada vez duelen los despueses de la brújula: en el cántaro sumergido
de nuestra humanidad, sólo está el hueco de los tabancos,
la sombra y las mismas preguntas del péndulo, la limonada
sin azúcar de las ventanas, allí el cuerpo largo de los tropezones.
Para salvarnos, no es suficiente dejar de morir, en medio de la maraña
de la hojarasca, vomitar las moscas del subconsciente,
sino, hacer creíble la luz, sacudir las llaves del delirio y correr,
como un niño, sobre los rieles esenciales de las aguas que fulguran
en el pulso, saltar de la duda al fuego de la verdad…

Barataria, 11.II.2012

viernes, 17 de febrero de 2012

MAPA DEL PORO EN EL ESPEJO


Cada día las pupilas descubren el asombro en rostros diversos:
en el mapa de los sueños, la luz lanzada del espejo,
sobre el vendaval de luciérnagas, el blanco de la sombra
del poro en la ventana cautiva del reojo: frente al tiempo,
la descarga solar de los peces, la historia de las manos en el vaso
convulso del cono de leche en el estío.
Imagen tomada de mis Wallpapers.net





MAPA DEL PORO EN EL ESPEJO




Toda la geografía de la desnudez en el altar del espejo, —himno
del tiempo enredado en la hora ceñida del suplicio.
Para ver las paredes del pálpito, me interno en el rumor
del espejo, en las manos infinitas de la transparencia
que me provee el viento largo del aliento, —el asombro, de nuevo,
es la ciudad donde habita el universo de los paraguas.
Cada día las pupilas descubren el asombro en rostros diversos:
en el mapa de los sueños, la luz lanzada del espejo,
sobre el vendaval de luciérnagas, el blanco de la sombra
del poro en la ventana cautiva del reojo: frente al tiempo,
la descarga solar de los peces, la historia de las manos en el vaso
convulso del cono de leche en el estío.

En el desagüe del mundo, hay ausencia de pájaros: la luz
es insuficiente, cuando la nostalgia disuelve los objetos del espejo,
las sombras destruyendo el pálpito, la piel en su rasgado abismo;
al poro existe el espejo evaporado,
la retina adusta en la sed absoluta de los tejidos del aliento,
los sueños que atraviesan la embriaguez del alma,
el cristal de las palabras entregado al hangar de los espacios que,
de pronto, se tornan pesadillas, cantos que los sentidos no siempre
interpretan con acierto. Hemos hecho mapas y puentes
para que el sueño, en su mundo paralelo, perviva como elemento
del día, acompañe el sonido del poro,
con la fuerza de la voz y el deseo, con todo el magma de los paralelos.

(Un día sabremos, si la libertad de expresión, es en realidad
camino, o simple tajuilla en los pasos del día o la noche;
sabremos, —vos y yo—, si es otro de los tantos estratagemas
que se hacen por decreto…
A menudo pienso que no tenemos ninguna salida: no sé, realmente,
si el conocimiento puede quemar la conciencia,
o lo puede convertir a uno en ceniza indeleble, en pira de extraña
vigilia. La soledad pare vientos oscuros.)

Por más que lo neguemos, siempre hemos sido escoria del poder,
extrañas formas de viento en la ventana, caminos quemados
el uno al otro, desconocidos, extraños, sospechosos; nuestra caries
nos mete en peligrosos designios, en cauces de agua fatigada.
Siempre estamos repitiendo con insistencia las atrofias del poro.
¿Habremos de salir un día de estas endurecidas estampillas?
Quizá en medio de nuestra fragilidad, optemos por escribirle una carta
A Santa Claus, y hacerle una limpia a los espejos…

Barataria, 08.II.2012

miércoles, 15 de febrero de 2012

SOBRE EL PAPEL, LA TINTA, LAS PALABRAS…


En cada foja hay lámparas de tinta, —las palabras insistentes;
en cada palabra, —el puerto preciso para volar sobre la fuente
que yergue a las estatuas de la memoria;
en cada tinta, —la ventana perdida del alma, las jirafas celestiales
de los sesos, el caballo desconocido de la embriaguez,...
Imagen tomada de Miswallpapers.net





SOBRE EL PAPEL, LA TINTA, LAS PALABRAS…




Sobre el papel, la tinta manchada de las palabras, el sorbo de la nada
en el abandono, el largo camino de moscas sobre las piedras.
Siempre volvemos al mismo papel y a la misma tinta:
las aguas del recuerdo con sus intermitencias, aquí la luz
repetida de los litorales, la almohada honda del océano, casi
infinita en las llaves del índigo. (Las palabras emergen como una brasa
alada dentro de los días a veces intangibles del relámpago.)
Respiramos con el corazón deshecho del mertiolato en la llaga,
y desafiamos en reloj de peces, el fuego,
el papel de la madera en la caligrafía de la nostalgia;
mordemos, de pronto, la flor de hielo a nuestros pies, la bruma
del aceite comestible en la sartén donde humea el calor como una pipa
recién aperada con nubes de tabaco, barcos de humo, rieles
aéreos dan la sensación de volar en el corazón del Nosotros.

En cada foja hay lámparas de tinta, —las palabras insistentes;
en cada palabra, —el puerto preciso para volar sobre la fuente
que yergue a las estatuas de la memoria;
en cada tinta, —la ventana perdida del alma, las jirafas celestiales
de los sesos, el caballo desconocido de la embriaguez,
Lautréamont en el País de los muertos, vivo como el alcohol rutilante
de las ciudades, los puertos sin bruma perdidos en las inglés,
del parche líquido de la lengua,
a la hora de lamer el petrograbado invisible y desafiante del pubis,
sumido en el cristal oscuro del musgo, con el rostro al toque
de la cama, reconociendo las flor desbordada del mineral del sueño.

(Ante cada palabra, hay cielos de sombras infinitas:
las veo venir, deseadas y deseantes, en las manos no cabe el árbol
del alfabeto, la sustancia maldita que las forma, o la divinidad
que las resguarda de ciertos predadores,
azores con guantes y frac, gánsteres como bailarinas góticas,
Lolitas de la noche, bebiendo el carbón líquido de las osamentas.)
Ante cada palabra, es ininteligible la túnica de la polisemia:
de pronto el lavabo o la bacinica, se yerguen como monumentos
de la imaginería, —de pronto la hornilla, sólo es posible a través
del olfato. Vos y yo, descargamos la furia de la tinta en el guacal
sacudido de los poros, siempre nos vamos al extremo de la yesca,
le hacemos nudos al yute de los brazos, masticamos el muérdago,
hasta convertirlo en el té para aliviar el insomnio.

Un día, ahora, endurecemos la tinta para dejarla indeleble
en el cuaderno, sin aspirar, desde luego, a que se convierta otro
evangelio apócrifo. Por si acaso, matamos a mansalva las palabras;
aunque a veces, las convertimos en el frijol mágico del desorden,
en simple objeto de transacción de los sentidos…

Barataria, 07.II.2012

lunes, 13 de febrero de 2012

EL VACÍO A LA CARTA


No hay lugar seguro, sólo la carta del hollín pegada al paladar,
la niebla desparramada en todo el espejo de la calles,
y el juego peligroso del albur, en manos de los prestidigitadores
de turno, los que rompen con la cópula desde la infamia.
Imagen tomada de Miswallpapers.net





EL VACÍO A LA CARTA




Me nutro de los rigores del ala, a la altura del sabotaje del tiempo;
vivo entre olvidos comestibles y el vacío que desprenden ciertos
manteles de tortura, los diversos objetos de la conciencia que rompen
finalmente con el propio sosiego. La luz en el territorio del sobresalto,
la lágrima desbocada a merced de la sed de todos los días.
A veces cada instante es un martillo en la tristeza: bajo la cama
cuelgan los cuartones de la noche,
el sudor de un blues, raído por los guantes de la avidez;
salta a la vista el territorio de la hamaca, las escaleras vacías
del pájaro, con un chillo de saliva, la herrumbre de los muertos
habla con sarcasmo, así aprendo que la felicidad la corroe de a poco,
el destino, la culpa donde agonizan los muros,
el terraplén caduco de la leña, el enredo de los recuerdos
como la asechanza de la caligrafía en los tapiales de la ciudad.
Me doy cuenta que el vacío produce los vahos más inciertos:
cae el rocío como un largo silencio en las sienes,
embriaga el espesor de la garganta en la hora tendida de moscardones.
Lo único visible es el hueso descarnado al pie del desfiladero,
el seno sajado por el moho del cansancio,
los ojos a quemarropa del vaso vivido de la tormenta que supura
a la diestra profunda del absurdo.

(Fundido el estribillo carnal del sexo por el césped convocado
de las palabras, —bajo la oda o el madrigal— el dístico del entusiasmo
en sonidos, los rostros hundidos en la humedad de la boca;
la lira del viento, que con el ojo, consume el despojo, la caída
a las aguas, severas y postreras del alma
donde la inmundicia se deja ver a golpe de hormigas.)

Pero no sólo es el retrete el que está a la vista de la carta, sino,
el nicho el frío, cegadas lámparas de su propia pedagogía.
No se necesita de un oráculo para entender el charco de sal
en las pupilas, la pipa servida en el plato de la sobremesa,
el gato negro visible en el cielo irreal de los delirios; hoy es suficiente,
divisar el aullido, siempre mortal en todas direcciones,
siempre pegado al vértigo del calendario.

No hay lugar seguro, sólo la carta del hollín pegada al paladar,
la niebla desparramada en todo el espejo de la calles,
y el juego peligroso del albur, en manos de los prestidigitadores
de turno, los que rompen con la cópula desde la infamia.
Con todo y el cansancio oscuro del polvo, con todo y esta correlación
de fuerzas impuras, hay quien espera dar su última caída,
sin caer, en la depredación del mareo, —enterrar la demencia—,
sino en otra tierra más pródiga…

Barataria, 05.II.2012

sábado, 11 de febrero de 2012

CREPÚSCULO CON PIEDRAS


No sé, ahora, qué nombre tiene tanta joroba, los gérmenes sudados
del alma; por cada suburbio circulan juguetes malignos,
historias que uno aprende escritas en la cópula de los cementerios.
Imagen tomada de Miswallpapers.net




CREPÚSCULO CON PIEDRAS




y el pez de la memoria deslizándose, yéndose
por palabras perdidas, con su rumor de niño.
ANTONIO CARVAJAL




De nuevo el crepúsculo con su rictus de piedra, hundido
en la voz, opaco como los ojos en medio de la neblina. Bajo el tiesto
de los ecos, qué noche nos vigila hasta estremecer las sienes,
a veces la poca quietud de la medialuz, mientras no nos cunda
el sobresalto de la bala inminente o la gravedad de la ceniza,
cegando párpados, derribando el techo, o los dientes hundidos
en el resplandor de la sal, sin opciones más que la piedra oscura
de la losa erigida en cama, la última estancia de los sueños.

En la incertidumbre nos acecha el óleo de la muerte: el miedo
nos pone su brida, nos hace gemido en su anchura;
ahora, Patria y violencia están sincronizadas, perdimos
el equilibrio de la savia, el regadío por la cultura de la violencia,
el portento por la sombra amarga:
es irremediable esta vendimia de salmuera, somos ciervos
ante el día oscuro: desde el tatuaje, la arteria rota y la lágrima,
nosotros aguardando en la madriguera del óxido, en la gaviota
desangrada de los sueños, como simples tiliches de arcilla.

(Allí, con el tacto inevitable, vos y yo nos desangramos: la lengua
hunde los silencios en su hechicería; los dedos derriten el estertor
del césped, te palpo y renazco en tus garras sedientas.
Allí en tu pecho, cae la luz cerrada, pese al resplandor mortuorio
que nos acecha, a esta fluctuante turbación de dientes,
que con su insania nos anhela para hacernos descender a lo impuro.
Toda esta respiración yerta nos hace sangrar en demasía:
alguien nos roba el aliento, aúllan las campanas, en qué tragaluz
nos ha metido la violencia y no la Paz,
la piedra del antro de la inmundicia, las aguas negras del horror.
De pronto no tenemos tiempo ni siquiera para el olvido.
Entre una tragedia y una elegía, hay aromas fúnebres: nosotros,
¿nos salvaremos del torrente de este jardín en tinieblas?
Sobre la roca, la inmensidad del silencio. El polvo de la agonía.)

No sé, ahora, qué nombre tiene tanta joroba, los gérmenes sudados
del alma; por cada suburbio circulan juguetes malignos,
historias que uno aprende escritas en la cópula de los cementerios.
Tampoco la casa es refugio seguro cuando la pólvora cunde
a raudales, o el corte en frío es tan poderoso como un tanque.
—Tras un largo silencio, pienso también en la oscuridad que produce
el cansancio, —tiempo mío y tuyo, insoportable, insostenible
en pañuelos, complicado para la alegría, aferrado a la miseria.
Como una brújula en caos, esta película de terror que lame
las sienes, crónica al fin, del agua hasta el cuello.

Barataria, 03. II. 2012

jueves, 9 de febrero de 2012

MIENTRAS ARRECIA EL FUEGO


Donde la oscuridad es habitual conciencia, qué vida nos asiste,
qué mesa nos proclama, qué manteles aúllan sin armadura;
dónde el cielo llena bodegas de herrumbre, qué infinito resplandece
al punto de tornarnos visibles, sin cadenas, ni escorpiones.
Imagen tomada de Miswallpapers.net




MIENTRAS ARRECIA EL FUEGO




Todo esto es tan antiguo como la misma muerte,
tan confuso y tan raro como la misma vida.
FRANCISCA AGUIRRE




De algún lugar desconocido viene el fuego. Desde la ventana
el ala y el escombro, los años que acaban en azogue,
el aire que nos mueve con paraguas de ansia, —todo arrecia
cada día, la vida es avara, nos va consumiendo en su temblor
de ascua, siempre el ahogo empieza por los ojos y concluye en la boca,
—la brasa nos advierte, vigía del destino,
a la hora de los barcos en la pesadumbre, a la hora del azor
carcomido en la solapa de los párpados.

Mientras llego a lo que debe ser: la oquedad inalterable,
debo caminar sin destruirme a través de senderos sinuosos,
pasadizos fatuos, borrar de mi memoria los tiempos de aguacero.
Borrar, digo, manos y amores con la misma avidez
fundacional de su germinación;
la vida al final, es un espejo en desbandada que sólo se ve y tiene
sentido a cierta edad, cuando la amenaza o la caída es inminente,
cuando el cuerpo solo va quedando como roca fría
en el sendero de la cueva. En el pozo donde descansa la corteza.

—No sé si todo lo que pasa queda,
cuando el tiempo es únicamente un destello de destrucción
permanente, nuestra carne es éter y va a la tumba indeleble,
nuestros pasos y mirada están marcados por ese ardor que escapa
de las manos, por la luz que quiebra el dique de los párpados,
por la flecha que horada los anhelos, sin disimulo.
Entre un sobresalto y otro, el tronco del árbol se ahueca,
vivimos porque morimos y en este enredo, se nos gastan los dientes,
el aliento se hace cada vez, inaprehensible;
el fuego nos consume y es cierto; pero también lo hace la espiga,
el engaño del espantapájaros en el eco, el amor que nos muerde
y pervive en la herida, el odio que asciende a respiración,
las dudas que respiran el yute de la saliva o las certezas, que son,
en cierto modo, aguas movedizas sobre las aguas de los edictos.

Mientras el dolor exista, habrá piedras y oscuridad sin límites;
mientras la vida sea morir en nuestras pupilas,
sólo el grito es claridad, síntoma de la sangre horadada.
Donde la oscuridad es habitual conciencia, qué vida nos asiste,
qué mesa nos proclama, qué manteles aúllan sin armadura;
dónde el cielo llena bodegas de herrumbre, qué infinito resplandece
al punto de tornarnos visibles, sin cadenas, ni escorpiones.
Mientras todo esto arrecia, el azul con viñetas de ceniza,
me preparo para comulgar con mi espejo, y así partir ileso,
—indiferente, con mi única claridad, un pájaro en la lágrima de la lluvia,
otro grito sin quejarse en las aguas profundas de la flecha.

Barataria, 31.I.2012

martes, 7 de febrero de 2012

RELECTURA DEL MAGMA (COLLAGE)


Durante ciertos días debo releer la herrumbre como antesala
del futuro, al suicida invisible en el bosque de Caperucita o Penélope,
el triunfo de los cadáveres como espejos matemáticos,
el viento de la paz a paso de tortuga, el gozne roto de jardines
en la boca, la crin colgada de los puntos suspensivos de la placenta.
Fotografía de Lázaro Aguirre





RELECTURA DEL MAGMA (COLLAGE)




He retorcido los guantes rojos de los pájaros, el bosque absurdo
de la risa en la nieve, el cuchillo rectangular de los dientes
en el tapiz que me dejan las hormigas en el bolsillo.
Después de todo, intento todos los días, ponerle calefacción a mis huesos,
derretir los poros en la saliva de la calle, amar hasta el límite
la luz de los faroles que bostezan en la intemperie,
jugar a los antojos del relieve de la idiotez, ponerle sombreros
al torrente de la mesa, masticar el pan francés alrededor
de la erección que se alimenta de fauces vespertinas.

Igual que el mal agüero, el cuervo alrededor de lámparas ciegas,
semanas mudas de bocas y labios con sabor a ceniza,
soles en la migaja del granito, después noches oscuras trepando
en las vigas del tiempo, en el castillo subconsciente de la lengua.
No sé hacia dónde va el corredor del invierno
con todo el magma de los sueños, los telares a cuestas del tronco
de los árboles, el ocaso que llena bodegas de deseos,
más allá de la roca de la muerte,
con sus estribaciones de monótono dolor.

Durante ciertos días debo releer la herrumbre como antesala
del futuro, al suicida invisible en el bosque de Caperucita o Penélope,
el triunfo de los cadáveres como espejos matemáticos,
el viento de la paz a paso de tortuga, el gozne roto de jardines
en la boca, la crin colgada de los puntos suspensivos de la placenta.
A menudo el llanto es un cuchillo de excrementos,
irremediable oscuridad en el curso del embudo,
hermano de la sal a la hora del harapo; duelo si se quiere, sin ningún
consuelo, sin ninguna píldora para imaginar senderos.

Vociferamos junto al aullido del grato en brama del tejado,
ardemos en la pústula del tobogán insensible,
nos sonríe la máscara de nuestro nombre, el del santo patrono
de los escapularios sacados del vientre de las hostias.
Luego, entonces, nos viene el agujero negro de los diviesos:
la mazmorra sórdida de la basura,
a veces la candidez con sus estribillos de lupanar en medio del ansia
espumosa del jadeo: infamia del cielo en el jadeo de la sábana.
En nada se parece el río convulso de las venas, al río de verdad
que atraviesa los pensamientos, la noche desértica del aserrín,
la bocanada de espejos en el nosotros, plural poema colgado
de barrotes, ahora negro en los dientes del tabaco.

Al final, sólo me quedo con esa sensación de vigilia, el insomnio
de lobo en el quicio de la puerta,
el toque de queda disuelto en el pecado, el trapo ciego de los poros
de tanta modorra, las sastrerías que hacen grietas en las yemas
de los dedos, el mausoleo del cigarrillo frente a los ojos.

Barataria, 29.I.2012

domingo, 5 de febrero de 2012

EXPOSICIÓN DEL GRITO


De pronto, cumplimos años disputándonos el suicidio cotidiano,
esa demencia desenfrenada del absurdo,
la risa de un disparo al momento de la cópula, el justo defensor
de lo sórdido, en el retrato espejo de nuestra envoltura.
Después de tanto grito, nos convertimos en bocina infatigable:
así acrecentamos la tortura y nuestra presencia,...
Imagen tomada de Miswallpapers.net





EXPOSICIÓN DEL GRITO




Gritamos cuando la fiebre de la noche puja en la garganta,
cuando las sílabas han sido cercenadas en una nevera,
cuando para vivir debemos cultivar el oficio de masticar moscas,
cuando la boca enmudece carbonizada
sobre los tiestos inverosímiles del espejo roto tirado a la deshora
de la colilla inmóvil que está allí como un cadáver en el sueño.

En cada porción del papel de los recuerdos,
el viento grita en los anzuelos de la lluvia, terrazas de metal
en los poros, algunos excrementos en nuestro propio laberinto,
donde el cráter de los ojos dispara telares de piedras,
bacinicas con ciudades de asco, amotinados odios en el sepia
de las bodegas, inútiles campanas en la boca cerrada
de los cadáveres que nos asedian alrededor de los escarabajos.
—Cada vez nos exponemos a todo: el cielo oculto en el entrecejo,
la pecera de Sócrates en el bufón del suicida,
la baratija del crepúsculo ganando interés, supremo coito
de la luna en el momento en que la herida edifica lo imposible,
el espejo en su virtud de castillo de naipes,
los caballos disecados del ansia, la soledad que nos abraza
en la jaula hecha de peces muertos y salmuera para los días
postreros de la separación de las aguas.

—Siempre hemos estado expuestos al aullido del perro, al tragaluz
calcáreo del granito,
al estruendo procedente de los pañuelos,
a la esquina indiferente que arrecia sus tentáculos, siempre
hundidos en el pozo de la sobrevivencia, sin alas el bostezo del aire,
el camino donde la sombra es la sombra de uno,
con toda la oscuridad redonda de las monedas desgastadas
del aliento, —cuchillos por doquier como abrazos, dunas de harapos
sin balanza, celebrando la monotonía del frío, el cadáver del cielo
con sus quejas, —vos a punto de perder tu rostro en la joroba
de la mecedora de la muerte.

De tanta piel descubierta, nos quedó el grito del poro, la ceniza
de la embriaguez en las sienes, la cruz ácida de la apariencia,
la piedra del dardo en el velo del paladar;
esta enfermedad de morir a pausas, sin recuperar los pedazos
del reino destruido, el ave fénix sin la confusión de las casas de cita.

De pronto, cumplimos años disputándonos el suicidio cotidiano,
esa demencia desenfrenada del absurdo,
la risa de un disparo al momento de la cópula, el justo defensor
de lo sórdido, en el retrato espejo de nuestra envoltura.
Después de tanto grito, nos convertimos en bocina infatigable:
así acrecentamos la tortura y nuestra presencia,
nuestra palabra en la caverna del grafiti…

Barataria, 28.I.2012

viernes, 3 de febrero de 2012

RETRATO DE LA ABSTRACCIÓN


En el timbal de las fotografías siempre encuentro dilemas:
hasta cuándo, el ala destruida, el agua al cuello, los labios sin boca,
el aire como un tronco hueco en la garganta.





RETRATO DE LA ABSTRACCIÓN




Muriérame, sí, pero no antes
de saber qué me anuncia este desasosiego,…
ANA ROSSETTI




¿Qué crujir de dientes debo suponer cada vez que la memoria,
en su afán de alacena, me trae bocas y retratos de otro tiempo
con hormigas, de ciertos utensilios, de pronto inasibles?
Aquí te odio con el amor y la tristeza que me dan los pañuelos
cuando vaticinan ríos, cuando la voz se rompe,
como los trastos de porcelana en los colmillos, como el foso devorado
por la noche junto al aliento que entreabre la boca.
Te odio con todo el deslumbramiento que la luz produce:
en cada centímetro la piel del sueño,
la sombra amarrada sobre la piedra de la ceguera, el devaneo
vertical de las palabras en el paladar masticado de la pena.

Porque tanta miseria en la mesa, hace que perdamos la Esperanza,
porque tanto escalofrío castra la paciencia, vacía el cuándo;
porque te amo, odio el grifo de la distancia,
los pedazos de tiempo en los zapatos, el balanceo del zumbido,
el hilo sofocado de la telaraña en el plato, la jaula del circo.
(De tanto amarte te odio. De tanto odiarte te amo.)
En el timbal de las fotografías siempre encuentro dilemas:
hasta cuándo, el ala destruida, el agua al cuello, los labios sin boca,
el aire como un tronco hueco en la garganta.
(De tanto amarte te odio. De tanto odiarte te amo.)

A medianoche los bultos expuestos a la intemperie, sin semáforos
el abismo en la sangre, la pequeñez del mundo en la hibernación
de la modorra, consciente de la somnolencia que producen
las palabras en los aleros atrapados del lamido.
Una y otra vez el bostezo en los alfileres del zancudo que pulula
alrededor del taburete de la respiración;
fruto del espejo la combustión del pensamiento, el remo arqueado
de la madrugada, el tacto con su vieja memoria de poros.

(De tanto amarte te odio. De tanto odiarte te amo.)

Jamás hemos podido ser, sino en la unidad de la noche,
sobre la piedra, la flor; junto al resplandor, el hierro del relámpago,
en el aliento, la carne de los muertos,
el arado sin descanso de las sombras, la destrucción de la saliva,
los poros marcados por la pesadez del látigo. Hoy, todo es abstracción:
al cabo así duermen los párpados, el pájaro separado del nido,
las cataratas con aguas de súplica y resignación.
En la trama del dolor, te odio y te amo.
En las ramas ciegas del pálpito te amo, es decir, te odio.
Amarte y odiarte sólo tiene límites inefables, memoria e historia,
cóncava ficción de horizontes, sumados a la caligrafía
de los muros, al epitafio que corta la comedia y el hilo umbilical,
al signo del nosotros invertido del alba…

Barataria, 26.I.2012

miércoles, 1 de febrero de 2012

VREMEA DISCORDANȚELOR/ TEMPS D’AFONIES/ TIEMPO DE AFONÍAS


Nu există niciun oraș care să evite flagelul. –Eliberăm umbra
pavajului și încrucișarea, sucombă auzul și mirosul.
Imagen tomada de Miswallpapers.net




VREMEA DISCORDANȚELOR/ TEMPS D’AFONIES/ TIEMPO DE AFONÍAS




VREMEA DISCORDANȚELOR*




E vremea de plutit prin zone înclinate, însă, cu siguranță,
nu pe pânza orizontală a câmpiei, impregnată de respirații
condensate. Vedem venirea aerului, reținut
în transpirația muscoilor, ulii în așteptarea
zilei următoare pentru a se îmbăta cu cenușă.
Să punem alături lava cotidiană a cadavrelor, îngropate
sau lăsate în voia soartei, înstrăinate de atâtea straturi de frunze.
Frunzișul este sinistru în lumina fiecărui trecător: intuiția
a devenit necesară pentru a face să transpire acest paraclis
în care respirația încetinește înspre un zori de zi încețoșat,
fără o altă luminozitate decât doar vechiul discurs al funiginii.

(Cu toată astă conjurație, conspirații și tranzacțiuni,
nu putem, unul pentru altul, să găsim propia noastră cameră:
nu e doar molia cea care găurește aripa, tortura ca atare
ne vine din toate direcțiile, face praf din suflet,
pătrunde iremediabil în corp,
are toate capacitățile pentru a intra în teritoriul nostru;
astfel, cu tresăriri, trebuie să gândesc la sediul pubisului tău;
să surâd pe de altă parte peisajului deschis, să mă lansez,
să cad în delirul spermei.)

Nu există niciun oraș care să evite flagelul. –Eliberăm umbra
pavajului și încrucișarea, sucombă auzul și mirosul.
Procesul în sine ne supune înfometării, spectre
ce mușcă din spirit și rațiune, -cuvântul are chip de lână,
incertitudini asemănătoare infinitului nopții,
amărăciunii de la lipsa iubirii ce bântuie lumea. Astă discordanță
face parte din abisurile ce ne le lasă noaptea
cu manifestările ei de nebunie.

(Poate că într-o zi nu va fi necesară o cadelniță după poartă,
nici nu va fi nevoie de invocat suflete pure, setea presupune sunete noi
care să se rotească în irealitatea gâtlejului,
în astă tandrețe necunoscută a ombilicului tău, propriul călcâi a lui Ahile
ce se vrea pipăit, clarviziune pe o altă fereastră la răscrucea drumului.
Respirația este stranie când îmi vii în valuri mari,
când suntem împrăștiați, deja nu din causa violenței ecumenice,
ci de la delirul științei orgazmului.)

Nicicând democrația nu a avut un preț atât de înalt: plătim pentru centimetrii
de libertatate de care dispunem, cu acest abandon zilnic al demisolului
întunecos și folosit drept pâlnie a ecourilor nopții;
în oricare sărăcie, umbra dezgustului, careul spart al sentimentelor,
visul gata să nască noi obiecte, noi superficii
pentru abisul acesta, unde se obișnuește să se purifice scheletele
sau să le convertească în simple statistici pentru anuare.

Barataria, 11.I.2012

Traducere în română de Andrei Langa





TEMPS D’AFONIES




És temps de navegar per zones en declivi, i no, justament,
en la lona horitzontal de la planície, impregnada de respiracions
condensades. Veiem l’acompliment de l’aire, detés
en la transpiració de borinots, astors a l’aguait
del següent dia per a embriagar-se de cendra.
A això sumem la lava diària dels cadàvers, soterrats
o en la intempèrie, alienats per tanta mà de fullaraca.
El fullatge és sinistre a la llum de cada vianant: la intuició
s’ha fet necessària per a transpirar aquesta capella ardent
en què l’alé s’ofega davant d’un llostreig de boira,
sense més lucidesa que el vell discurs del sutze.

(Malgrat tot aquest contuberni, conspiracions i transaccions,
no podem, l’un a l’altre, trobar la nostra mateixa cambra:
no només és l’arna que fa permeable l’ala, és que la tortura
ens ve de totes bandes, arrasa amb l’ànima,
penetra irremeiablement en el cos,
té plenes facultats per a sucumbir al nostre territori;
i així, amb sobresalts, dec pensar en la mansió del teu pubis;
somriure altrament al paisatge desbocat, llançar-me,
precipitar-me en el desvaríament de l’esperma.)

No hi ha ciutat que escape a aquest flagell. —Lliurem l’ombra
del paviment i la cruïlla, mor l’oïda i l’olfacte.
El devenir ens assetja amb fam obstinada, espectres
que mosseguen esperit i raó, —la paraula té rostre de llana,
incerteses semblants a l’infinit de la nit,
a l’angúnia del desamor que habita el món. Aquesta afonia,
és part dels penya-segats que ens aventa la nit
amb els seus perfils de follia.

(Un dia potser ja no caldrà un incensari darrere de la porta,
ni haurem d’invocar ànimes pures; la set suposa sons nous
que giren en l’imaginari de la gola,
en aqueixa tendresa desconeguda del teu melic, el meu taló d’Aquil•les
al tacte, vidència d’una altra finestra en la bifurcació del camí.
L’alé és estrany quan me vens en onejades,
Quan som assotats, ja no per la violència ecumènica,
sinó pel deliri de la ciència de l’orgasme.)

Mai la democràcia no tingué un preu tan alt: paguem els centímetres
de llibertat que tenim, amb aqueix abandó quotidià del soterrani
ombrívol i l’embut de la nit en els ecos;
en cada penúria, l’ombra del fàstic, el pati romput dels sentits,
el somni a punt d’infantar nous objectes, nous exteriors
per a aquest abisme, on és costum purificar els esquelets
o convertir-los en simples estadístiques per als anuaris…

Baratària, 11.I.2012

Traducció al català Pere Bessó





TIEMPO DE AFONÍAS




Es tiempo de navegar por zonas en declive, y no, precisamente,
en la lona horizontal de la planicie, impregnada de respiraciones
condensadas. Vemos el acontecer del aire, detenido
en la transpiración de moscardones, azores a la espera
del siguiente día para embriagarse de ceniza.
A ello sumamos la lava diaria de los cadáveres, soterrados
o en la intemperie, enajenados por tanta mano de hojarasca.
El follaje es siniestro a la luz de cada transeúnte: la intuición
se ha hecho necesaria para transpirar esta capilla ardiente
en que el aliento se ahoga ante un amanecer de niebla,
sin más lucidez que el viejo discurso del hollín.

(Con todo este contubernio, conspiraciones y transacciones,
no podemos, el uno al otro, encontrar nuestra propia habitación:
no sólo es la polilla que permea el ala, es que la tortura
nos viene de todas direcciones, arrasa con el alma,
penetra irremediablemente en el cuerpo,
tiene plenas facultades para sucumbir en nuestro territorio;
y así, con sobresaltos, debo pensar en la mansión de tu pubis;
sonreírle por otro lado al paisaje desbocado, lanzarme,
precipitarme en el desvarío de la esperma.)

No hay ciudad que escape a este flagelo. —Libramos la sombra
del pavimento y la encrucijada, muere el oído y el olfato.
El devenir nos asedia con hambre obstinada, espectros
que muerden espíritu y razón, —la palabra tiene rostro de lana,
incertidumbres parecidas al infinito de la noche,
a la angustia del desamor que habita al mundo. Esta afonía,
es parte de los acantilados que nos avienta la noche
con sus perfiles de locura.

(Un día quizá ya no sea necesario un incensario detrás de la puerta,
ni haya que invocar almas puras; la sed supone sonidos nuevos
que giren en el imaginario de la garganta,
en esa ternura desconocida de tu ombligo, mi talón de Aquiles
al tacto, videncia de otra ventana en la bifurcación del camino.
El aliento es extraño cuando te me vienes en marejadas,
Cuando somos azotados, ya no por la violencia ecuménica,
sino por el delirio de la ciencia del orgasmo.)

Jamás la democracia tuvo un precio tan alto: pagamos los centímetros
de libertad que tenemos, con ese abandono cotidiano del sótano
sombrío y el embudo de la noche en los ecos;
en cada penuria, la sombra del hastío, el patio roto de los sentidos,
el sueño a punto de parir nuevos objetos, nuevos exteriores
para este abismo, donde es costumbre purificar los esqueletos
o convertirlos en simples estadísticas para los anuarios…

Barataria, 11.I.2012