©Pintura de Franz
Kline
MUERDE EL MOHO [Insane
Asylum]
Aún el alba es un pájaro
perdido.
JORGE LUIS BORGES
Muerde el moho como
los días grises de manicomio y la nostalgia,
me muerde el papel
celofán de las aguas extenuantes de los jeroglíficos
sobre el Dios (al que
acudimos atribulados) y que tritura al pájaro
confuso y estéril en
sus alas demolidas por el grito y la herejía,
—me socava la pared desértica
del día y la noche, el espectáculo de águilas
muertas, las
esquirlas esparcidas de lo lóbrego de la inutilidad,
el crepúsculo
aturdido de la piedra rimbombante de relámpagos
sobre la mesa fría,
hermética e impetuosa
de este dolor de la
flor fugaz que me arrodilla.
Detrás del abandono,
también los caminos del éxodo, la codicia que deslee
epigramas detrás de
los relojes saqueados por una humanidad acobardada,
la genealogía del
tizne y su maldita penitencia de flor negra,
el afán apenas de una
rendija a través de la cual enloquece la hoja
de culantro, el otro
reino petrificado de los anhelos,
la lluvia obsoleta
que empacó su vestimenta y se fue de este reino,
los días caducos de los
brazos caídos en la mudez de los féretros:
eco el hambre
dispersa
en la trenza hermética
del libro desgarrado.
Es duro el camino
frente a los candiles que muerden la herida de siempre.
Hay tantas pezuñas
que trizan las gaviotas, tantos trenes y cruces
en los brazos
milenarios del pescado, en el cuenco del duelo de los espejos.
Todo se vuelve
silencio en el cielo de las ventanas.
Todo es cementerio y
debo aceptarlo.
Es como la última
gota que amanece clausurada de voces y de Eva
en el monólogo de los
huesos por el escombro desconocido;
en la sartén
atormentada del regazo nadie acaricia las manecillas del reloj,
la celda como
realidad herética de noche sin valor como las palabras,
las muchas muertes
que tienden su mecate y se quedan sin brújula
sobre la montaña del
páramo.
Se hiela la boca en
los capiteles de la espera:
se agazapa la torpe
respiración, breve teogonía de mis pulsaciones
de estanque y emergen
lápidas como juegos de aliento.
En el cántaro de la
risa, no obstante, donde se guardan cadáveres de perros
Asesinados, reptan
los pájaros.
—Nunca olvides la sed
con los peces de tu nombre escrito en una lápida,
el telar de la copa
del cielo del cual proviene la lluvia y las sotanas,
las oscuras palabras
del precipicio que nos persiguen como peste,
el relámpago que
avanza en las horas del hambre.
No lo olvides.
No lo olvides, aunque
tengamos disperso el viento y atravesada la cruz
entre nuestros dedos,
dedos deformados por los pasadizos de las cloacas,
aunque la destrucción
o el polvo sean nuestro tatuaje,
aunque el abismo nos
visite cada día con sus pústulas frenéticas:
sólo hay que darle
crédito, a este saqueo de lobotomías futuras.
Digamos no a la
devastación póstuma de los enigmas y analfabetas
de guitarras, sí a
ese tren con caballos alados de nuestra infancia ida
y que dialoga
irrevocablemente con nosotros:
aun descalzos podemos
sentir la prolongación del tiempo en las lombrices
de tierra, la música
inexorable de la ráfaga familiar
de nuestras bocas.
Hay un lugar de
candiles entre nosotros, la hoguera con su tabanco de ríos,
podemos oír las
palabras debajo de nuestras sábanas, las palabras
profundas del amor de
mamá y levantar el techo en el momento febril,
hasta el punto cero,
urgido del vacío.
Sé que entre nosotros
la levedad abre sus vértebras, criatura a menudo
fragmentada en una
cuadricula de ecos, fatídica verdad del hospital
Que frena la libertad
y me convierte en mercancía desechable.
En esta sed de moho, el
moho lento en la redondez de relojes taciturnos.
Los ecos quebrados de
la ceniza buscan la ternura.
El tedio es igual que
las escenas del aire en un urinario público.
Barataria, 2012
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Del libro: «Blues
island, Insane Asylum y otros poemas para Koko Taylor», 2012
©Pintura de Franz
Kline
©André Cruchaga