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SÓLO UN
PASAJERO
Para mi asombro,
los paisajes aburridos del cielo. “Así es la vida, tal como es la vida”, dice
César Vallejo. La vida adentro de una jaula susurrándonos al oído, la vida con
su ortografía de página en blanco, o en desorden como las mercancías en las
calles, o como las calles en concordancia con la mercancía. Es casi seguro que
la vida prometida no existe, y a ratos resultan incómodas las almas tristes de
las calles, el césped alrededor de las pilas bautismales, la gota de sangre en
el ojal de las costurerías, los tropiezos encanecidos de la carne, las vitrinas
asmáticas de los montepíos, ese mundo del prójimo con deseos ahorcados, el sol
degollado en el último aullido del perro doméstico.
—“…voces humanas
nos despiertan, y nos ahogamos.”, según Eliot. En la travesía de la carne, la
vida es sólo pensamiento. Todo infierno tiene su propio huerto: juego alrededor
de su filo, entre los absolutos y lo desvanescente; entro al muelle y desciendo
hasta el último vilano. Así advierto que sólo soy un pasajero más en ese mar de
tus brazos. La oscuridad, es mi única certidumbre.
(Supongo que en la carcajada de lo
trágico, resucita la gramática; juego a las palabras, en medio de rieles entumecidos. Sangra la demasía de mi
sombra como un semoviviente en el matadero.)
Del libro: “Antípodas del espejo”, 2018
©André Cruchaga
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