sábado, 30 de octubre de 2010

ABRAZOS

“Déjame que te abrace”, o abrázame desde
La profundidad de tu piel, necesariamente
Sintiendo las palabras y los minutos;
Enrédame en tu vocabulario encendido,
Abrázame con el ciprés de tu cuerpo, con
El milímetro de las sílabas, con el libro verde
De tu piel, sintiendo la salvación de tus manos.
Imágenes en blanco y negro





ABRAZOS




Cuando/ nos abrazamos/ vamos/
a otro mundo/donde/ nos abrazamos/
y marchamos/ a un trasmundo/donde/
nos abrazamos/y donde tal vez sólo/ nos abrazamos.
CLAUDIO RODRÍGUEZ FER




“Déjame que te abrace”, o abrázame desde
La profundidad de tu piel, necesariamente
Sintiendo las palabras y los minutos;
Enrédame en tu vocabulario encendido,
Abrázame con el ciprés de tu cuerpo, con
El milímetro de las sílabas, con el libro verde
De tu piel, sintiendo la salvación de tus manos.
Déjame encontrarme con la certidumbre
De tu geografía, con el abrazo sin prisa donde
Cada cuerpo se funde como un atlas de pájaros.
Déjame que te abrace sin teoremas,
Déjame tus brazos perfectamente como el día,
Como un ahora sin diccionarios…
Deja que tus brazos sean un siglo de sábanas,
Déjame ser un caballo en las proximidades
Del relincho, un mundo de semanas enteras,
Una energía tórrida en tus contornos.
Déjame ese rastro de ciénaga en la memoria,
El hilo de los ecos, desnudo en las manos,
La espiga del relámpago de tu cuerpo,
Y las manos temblorosas, hundidas, en la ternura.
Acumula en mis uñas el firmamento.
Estremece la furia total de tus manos
En la música de los brazos, en la lluvia mordida
De los cabellos, en el tren metálico del viento.
Déjame que te abrace, como quien juega
Con la sed del mediodía y jardines interminables.
Mientras estoy, que las puertas retengan,
Cantando, los brazos abiertos de la ternura:
—Ese libro de la adolescencia que fuimos,
Ese apretar el pecho ardiendo sin olvido.
Ese morder el césped sin escalas, cerrados en lluvia
Interminable…
Déjame que te abrace como lo hago con los libros,
Con la mesa, con el lecho suave donde reposan
Tus brazos, con la ventana donde se reclinan
Los barcos, con la tinta de la saliva, deshaciéndose
En los pájaros de la garganta.
¡Cuánta hambre ahí en tus brazos sin envejecer!
¡Cuántas luciérnagas girando en las venas!
¡Cuánta compañía aquí con sombreros de luz!
¡Cuánta albahaca centelleante y solemne en cada
Abrazo —tierra alta donde la noche no cabe.
¡Cuánto tiempo aquí, mirándonos a quemarropa!
¡Cuánta oscuridad derrotada con la respiración
De nuestros brazos!...
Déjame que te abrace, así, como un niño abriendo
Los nombres del Planeta…

Barataria, 04.III.2009

viernes, 29 de octubre de 2010

AUSENCIA

Las ausencias siempre tatúan la vigilia. Esa hoja seca, desbordada
De la noche. —Sobre el follaje el aliento alucinado de los meses.
El río de caballos que no es el mismo, los tropeles en las sienes,
Y esa distancia irremediable de la paz. Esa lluvia lenta, horadando
Las paredes de abobe, masticando la intemperie.
Imagen tomada de la red





AUSENCIA






Las ausencias siempre tatúan la vigilia. Esa hoja seca, desbordada
De la noche. —Sobre el follaje el aliento alucinado de los meses.
El río de caballos que no es el mismo, los tropeles en las sienes,
Y esa distancia irremediable de la paz. Esa lluvia lenta, horadando
Las paredes de abobe, masticando la intemperie.
Es un poco velar mortajas esta espera. Es la plegaria del pabilo
Mortecino, duna encarnada en el silencio, palabra sin estribo.
A menudo me toca remover los huesos del alfabeto o las alas
Que descendieron a lápidas, o tragar el vapor ajado de los harapos.
(Ahora mismo tengo un puñado de sílabas tormentosas, y quién
Sabe si de guijarros pasen a ser polvo, ataúdes rotos, días comidos
Por la sal de la lágrima, lecho invadido por almohadas rancias.
Ahora mismo Leteo se apodera de los pájaros y de la noche y los nombres.
Después de todo queda la travesía por el fuego: exasperado paraíso
De demonios donde vos ni yo somos inocentes).
El extravío es tal que ya no tienen nudo los sentidos. —De hecho
El firmamento es una rama de ocote en plena combustión. El vértigo
Desfonda los orgasmos, el hocico del planeta se ha vuelto látigo.
Lo indecible pierde las crestas del tacto. La sangre traspasa, sin embargo,
Las noches de los embudos y los aluviones, el sol del sexo en el subsuelo.
A menudo —y aunque sea paradoja— en el espejismo uno recobra la cordura;
Al menos eso me pasa cuando la memoria piensa en las enredaderas,
En las persianas simulando escaleras, en las efigies inevitables
De la existencia. De pronto, tras la ráfaga supura la boca de lo ignoto.
O lo ignoto desteje esos hilos que se ocultan en el Universo.
El trasluz se hizo de andrajos. No sé si existe todavía extensión
Para la transparencia: —o para encontrar rostros bajo la lluvia,
O para alcanzar al viento, ahora, con los ojos recostados en el lecho de la almohada.
¿Dónde es menos adusta la distancia, cualquier distancia?
¿Dónde puedo encontrarte sin aldabas, sin puertas, sin paredes, con ventanas?
¿Dónde el miedo ha dejado de ser patrimonio, piedra en la boca?
—Algún lugar habrá menos frívolo que ciertas películas de Hollywood.
No sé si en los mataderos de semovivientes, en las cucharas soperas,
En las catedrales donde la memoria simula zapatos, en los jardines del eco,
O en la simple cobija que cubre la chispa del laberinto.
Nunca sé cuando los días son tan ciertos como el papel reciclable.
O los abrazos se hacen pepitas de aliento, o semillas del desvarío.
Aún así escarbo en las trampas de la fe. No en el niño de Atocha,
Ni en los Santos de la Santa Iglesia, ni el mapamundi del azar, ni en la espuma
Gastada por los dientes de las olas, ni en el nahual de mis ancestros.
Doy por cierta la hora visible de los poros: —El escombro copiado
A la brisa, la pesadilla de las tijeras en las pupilas y los poros y las sienes.
Doy por ciertas las jaulas y las máscaras, el porvenir genuflexo,
Doy por cierto, la alacena vacía —el espejo a oscuras de las sábanas
Sin cuerpos, las trampas del alfabeto en las tapicerías, y esta forma simple
De ser tras los pájaros atisbando fardos de vuelos.
Doy a lo imposible el único rostro que tengo: —el mediodía innumerable,
Y este recelo de perro agolpado en las aceras,
Y este bosque ensangrentado de letargos,
Y esta sustancia de mimbre con días oscuros,
Y este latido de amaranto en la cinta de mis zapatos…

Barataria, 29.VIII.2009

jueves, 28 de octubre de 2010

Luz a ciegas

Yo sólo sé del tiempo que cae sobre mis hombros.
Nada más de ese tiempo que ata mis raíces al destino.
Lo que fue llama —forma efímera de la alegría.
Construí caminos y en ellos perdí toda compañía.
Perdí cada hora en la conquista de nada: perdí
Libros y la verdad al pie de los zapatos —nada queda
Sino el ojo que se alía con un torrente de sal.
Imagen tomada de la red





LUZ A CIEGAS



Yo sólo sé del tiempo que cae sobre mis hombros.
Nada más de ese tiempo que ata mis raíces al destino.
Lo que fue llama —forma efímera de la alegría.
Construí caminos y en ellos perdí toda compañía.
Perdí cada hora en la conquista de nada: perdí
Libros y la verdad al pie de los zapatos —nada queda
Sino el ojo que se alía con un torrente de sal.
Las puertas sobre un juego de vacíos extenuantes;
La verdad del rayo en la aridez ardiente:
El luto como un tugurio de cartones sin vocablos,
El íntimo dardo desvivido en los recuerdos…
Un día y otro día feroz el polvo de los alaridos,
Los silencios lentos del olvido, las manos atardecidas
En el horizonte sin que el mundo abra su bosque
U otro itinerario sin ausencias…

Yo sólo sé del tiempo que cae sobre mis hombros.

Sé de los pétalos sobre los pómulos de las piedras.
Sé de la memoria que iza el sigilo de la clorofila.
Sé del mar obseso ahogado en mis recuerdos, de las sombras
Que siempre han aguardado mis desvelos…
Sólo me queda el rastro de la pureza en mis manos:
La claridad o el misterio expiraron en mis labios,
Se los llevó el deambular del incienso, el rostro extraño
De las ansiedades, o el abismo donde los espejos
Languidecen de ramas y caminos: hundo mis sienes
En la ventana del viento —la piel ha perdido su tinta
Verde en la nada: la noche es vidente y la luz, ciega
Mesa para retener los puertos entre los dientes.

Yo sólo sé del tiempo que cae sobre mis hombros.

Ahora veo el mundo desde el claustro de las celdas.
Lo veo en el claustro doliente de lo adusto —ahí también
He desgarrado las entrañas y la sutil asechanza de las abejas.
Nada me es extraño: ni los relojes roídos de los golpes,
Ni el coloquio cómplice de las ficciones, ni las paredes
Que duelen al límite de lo humano…
Ahora callo sin despertar las campanas, después de exterminar
Los colores, y probar oscuras criaturas en mis pupilas.
“Solo como una nota que florece en las alturas del vacío
No hay bien no hay mal ni verdad ni orden ni belleza”…
No hay más verdad que la penumbra rompiendo los espectros;
Solo el vacío indiferente de las miradas y el frío aturdido
De los sueños…

Barataria, 21.IV.2009

miércoles, 27 de octubre de 2010

CÁLCULOS Y ERRORES

Ahora debo olvidar la almohada y el galope. Vencer el hambre. Tirar
Unas monedas en el asfalto, ceñirme al galope con la paciencia
De un bisturí, desechar los ladridos inoportunos, renunciar a la órbita
De los espectros, quedarme en el rincón del monólogo,
Para evitar el rapto rapaz de la hojarasca.
Imagen tomada de la red




CÁLCULOS Y ERRORES




De todas las palabras han de pedirnos cuentas.
Pronunciadas o no, y aun impensables,
han de comparecer contra nosotros,
testigos del olvido.
DOMINGO F. FAÍLDE




Ahora debo olvidar la almohada y el galope. Vencer el hambre. Tirar
Unas monedas en el asfalto, ceñirme al galope con la paciencia
De un bisturí, desechar los ladridos inoportunos, renunciar a la órbita
De los espectros, quedarme en el rincón del monólogo,
Para evitar el rapto rapaz de la hojarasca.
—Y si, debo dar cuentas de la abeja nocturna en el establo; del miedo
A las rodillas dobladas, del umbral que rebasa los murmullos.
Al canto de los gallos, está próxima la claridad: con su herramienta
Quitan los harapos de la noche, desclavan la mudez de la sábana.
No sé si aquí hay cálculos y errores, pero la órbita espectral
De los fermentos, rompe las aldabas de puertas y ventanas. Así de simple.
(Un día, Vos y Yo, habremos de poner nuestra memoria en la balanza:
Dar cuenta de los sueños; volver a las verdades idas,
Quitarle al techo la oscuridad de ayer.)
Ahora, entre la agonía, es tiempo de rescatar las verdades dejadas
Al olvido. Y aceptar que el polvo o el frío pueden podrir la madera.
Uno, de pronto desea salir, de cada uno de los laberintos
Que el asedio ha ido tejiendo en su acontecer rutinario. Es un dar cuentas
De cada risa o boca en el espejo de la lágrima que nos hizo diferentes
En la multiplicación de las contradicciones.
A partir de cada palabra se juega a las complicidades: podríamos
Respirar inexplicablemente ciertas ventanas, sorpresivos cuchillos,
Sombras que juegan al destino.
Después de reconocer nuestros errores, lo que queda en realidad, es
La inmolación arrojada a la hoguera de nuestra propia existencia.
Al instante de otra angustia imprevista,
A la tentación de otras manos de sicario, imagen rotativa de la sombra
Y el polvo. Cada palabra dicha es un vértigo.
Cada pez helado es una pasión.
Cada exorcismo un tragaluz de hollín; y por ello, habremos de abrazar
El dolor, y cada barro de nuestros propios huesos.
Tarde o temprano encendemos nuevos vértigos. Exasperamos la salmuera
En el lecho, ardiente almohada de los felices;
Aunque la nuestra esté siempre limitada al desgaste del forcejeo.
No logramos caminar sobre la intemperie, sin que la zarza del día,
Muerda el camino. Sin que lo oscuro nos lance rachas de confeti,
Ciegos neumáticos, y ráfagas de espacios desconocidos.
Debajo de la ceniza y los remordimientos, hay puertas quemadas
E imágenes de un presente imperfecto que solapado,
Se vuelve incontable en la conciencia…

Barataria, 26.X.2010

lunes, 25 de octubre de 2010

DETRÁS DE LA MEMORIA ENTERA

Un tren que se va en los rieles del pensamiento, te vas. Me quedo
Herido en otra ciudad desnuda y sin compuertas.
El latido es un aire encarnado en las postales, en mares y en ciudades
Desvividas, recuerdos ahora que juegan al dibujo de la fuga.
El reloj se nos escapa en las curvas de las cometas, quizá en la queja
Ancha de las anclas, en el labio que descabalga los presagios.
Imagen tomada de la red





DETRÁS DE LA MEMORIA ENTERA




Recuerdo…ya no sé. ¿Cuándo empezaste
a estar detrás de la memoria entera,
detrás y como un tren que caminara
sobre dos vidas en la misma rueda?
LUIS ROSALES




Un tren que se va en los rieles del pensamiento, te vas. Me quedo
Herido en otra ciudad desnuda y sin compuertas.
El latido es un aire encarnado en las postales, en mares y en ciudades
Desvividas, recuerdos ahora que juegan al dibujo de la fuga.
El reloj se nos escapa en las curvas de las cometas, quizá en la queja
Ancha de las anclas, en el labio que descabalga los presagios.
—Desde siempre es un andar entre la niebla de los cipreses. La túnica
De la lluvia en los grises, la tormenta transitoria, andada a golpe,
En aquel árbol de espejos arraigado a las raíces.
Ahora, es la memoria entera la que juega a los peces blancos
En las sienes: polvo de oscurecida duda, errante ojo donde declina,
El ave del luto, el pecho ensangrentado de sombras.
Con todo y la muerte como aurora,
Riego las dos vidas que somos con el recuerdo vivo en la piel.
Frente a la indiferencia quedan los vados del sabor. Y, aunque la historia
Teja sus propias ausencias entre otros ojos y mundos,
No me inunda, en este caso, el olvido.
Pervive el horizonte en mi sangre. Pervive la música sumergida,
La rama de la luz en las riendas del horizonte. La ciega cópula
En la noche, este sueño viril derramado en el tacto.
—Cabes detrás de toda mi memoria: estás en el agua del mediodía,
Junto a la soledad vacante del alma,
Junto a las flechas del fuego,
Junto al esqueleto de mi sombra,
Junto a este declive de desnuda ternura.
Desnuda estás como una ola de azúcar en mi memoria.
Y aunque el silencio es alto, la sangre sueña con el despertar de tu piel,
Con tus nieves derretidas en el despojo de la osadía,
Con la noche transparente del ansia que atravesaron mis ojos.
¿En qué ahoras, tus ámbitos existen, en qué alacenas el verdor que fue
Espejo? No lo sé cuando en el sueño no hay puertas,
Ni ríos que desvelen las verdades, ni ojo que vea la piel.
Sólo sé que, en medio de la alta noche, el pájaro de los recuerdos
Cruza el papel celofán del alma.
Lo demás, ya lo sabes: todo es noche aunque estés aquí, titilando
En el candil porfiado de mi cuerpo.
Todo es demencia que, a veces burlo, cuando estoy despierto…

Barataria, 25.X.2010

domingo, 24 de octubre de 2010

HÁBITAT DEL ERMITAÑO

La cueva es una lección de monótono solfeo cuando la noche irrumpe
Sobre los poros, cuando cuelga el tul de la tierra sobre las sienes.
Por cierto que aquí, se requiere de aplomo para los efluvios
Y el suplicio. Los colores desvanecen su acuarela; finge la arena
Del cielo en los ojos; resbala el hímen cada centímetro de perfume;
Imagen tomada de la red





HÁBITAT DEL ERMITAÑO




…recuérdanme dos lámparas prendidas
en la penumbra de un altar desierto.
RAMÓN LÓPEZ VELARDE




La cueva es una lección de monótono solfeo cuando la noche irrumpe
Sobre los poros, cuando cuelga el tul de la tierra sobre las sienes.
Por cierto que aquí, se requiere de aplomo para los efluvios
Y el suplicio. Los colores desvanecen su acuarela; finge la arena
Del cielo en los ojos; resbala el hímen cada centímetro de perfume;
Al ras, el manglar del olfato; al ras, el toldo del fuego,
La racha verde del musgo,
El índigo de la luz sobre las ingles, el desván creacionista del esperma,
Como la epilepsia en la sombra horizontal
De los muslos en la ola del incensario.
¿Hay paz en el encaje del murmullo, en esta racha de por si oscura
Del cordaje? —la hay en la giba del eco y el jadeo.
La hay en la ramazón lívida del velamen, en el muelle sinfónico
De la gota, en esa herida que clama el ritmo de la ola.
La luz asume su actitud de granito. Es luz esta ancestral escalera
De la pirámide, vitales jeroglíficos del paraje, pinares de flamígera
Resina como el aroma del libro encantado.
(Avanzan las aguas entre montaña y mar, avanza la ceja de la lengua
Sobre el cuerpo filoso de las dos persianas, sobre el lomo de la lejanía.
Todo aquí es pórtico lacio, meditación acumulada,
Fuego de lluvia interminable, fines de semana sin reposo.)

Nacemos en la mesa circular del sueño. Las paredes borran el espejo
De esos nombres demenciales del periplo.
Y es que los ojos, en la comida, desconocen la ceniza; solo inventan
Almendras de memoria para la armónica de bestia sobre el polvo.
De pronto nos sobra el lenguaje de las palabras.
De pronto el silencio, sordo, se acomoda en los poros.
De pronto las aguas de la semana requieren de barcos.
De pronto este hábitat esparce los sonidos del pan. Amanece la sangre
En cada traje del jadeo,
En la flauta elocuente de la sed, en el caballo que ahonda
La diafanidad, en aquel dócil balcón del ansia.
De pronto la bestia de la porfía al servicio de la caverna.
(El imán repita su porfía en la hamaca de la llama; mojarra que llueve
En las manos con sabor a madera.)

De pronto el génesis como un colibrí colgando de la campana
Del conjuro, —hogaza de luciérnagas en la yugular.
Después, la saliva desenrolla las claves de la Patria. Ante todo, seca
Las cortinas del vértigo. Ante todo quema la sal de la esgrima.
Por cierto que aquí, no necesitamos de paracaídas, ni de paraguas,
Para bajar o cubrir el entresueño…

Barataria, 23.XI, 2010

sábado, 23 de octubre de 2010

CAPRICHOS DEL DESIGNIO

En la bocacalle, la pústula de la cal, el trueno indeciso de la sangre.
El sudor que resbala como un globo en los poros.
Los libros mojados por filosos tiempos de polvo. El alfabeto
Que aprendí en la tinta del vientre,
Las vísceras que encienden pestañas de fósforos.
Imágenes en Blanco y Negro





CAPRICHOS DEL DESIGNIO




A quién pedir auxilio
no es interrogante
en el umbral de una madrugada que se deja morir.
IRINA OJEDA BECERRA




En la bocacalle, la pústula de la cal, el trueno indeciso de la sangre.
El sudor que resbala como un globo en los poros.
Los libros mojados por filosos tiempos de polvo. El alfabeto
Que aprendí en la tinta del vientre,
Las vísceras que encienden pestañas de fósforos.
En cada calle me encuentro con el estiércol mojado de los perros:
Con la hija del vecino mordiendo el asfalto
O lo que me queda de mi frustrada inocencia.
Un seno que se me entrega parece la absolución a mis pecados,
La puerta al infinito con sus extremidades completas.
Pero, debo suponer a diario, que las alas me dan vértigo. Y que,
En los ojos, sin quererlo se dibujan equipajes de sal, próximos a la noche.
No sé de otra memoria menos lúdica que los poros.
No sé de otros días de olvido más que la boca, que el mar en ancas
Deshaciendo la espuma.
A menudo las ventanas son insondables vetas de augurio.
Todo se vuelve a mover aún en aquellas regiones devastadas
Por la lluvia y los contrastes de la noche. Todo vuelve a ser puerto
Y calle desde la diminuta gota de las libélulas.
La eternidad se funde en cada hoja de mi cuaderno de apuntes.
Cuando escribo las nostalgias quedan al descubierto. —los nombres,
Todos, que una vez naufragaron en el olvido; las calles de mi absoluto
Extravío, las costumbres que cayeron en la demencia de las piedras,
La mujer selvática en el pez ermitaño,
La bestia que mordió el olor del césped, y el humo del equipaje.
Siempre dudé de las distancias, del escalofrío de los trenes,
Del sigilo de las lombrices en el pantano, de los escondites sin antorchas.
Digamos que me hice imperceptible dentro de la saliva devorada.
Digamos que desde la cama es imposible alcanzar el firmamento,
A no ser la brisa de los encajes, el limo con el asterisco del vestigio.
Justo en el nudillo de los meridianos,
La edad de fondo de los zapatos, el plano cartesiano de las ingles,
El abismo próximo a descender, la viga en el talón Aquiles.
En el umbral, el graznido de los muslos, —la querencia del fango
A las alas del cuaderno, aquel movimiento expectante de cocina:
Memoria de incesantes condimentos, espejos, fugas, ropa en el suelo,
Fregaderos de transgresores sueños.
El tiempo nos devuelve el color de las palabras: —el escape hacia
Las persianas de las llaves, la botella de mar rescatada en el follaje,
La verbalización de la sed en la garganta al punto de abarcar
El Universo, esa otra piel complementaria a mis obsesiones.

Barataria, 22.X.2010

viernes, 22 de octubre de 2010

EN EL DINTEL, VENTANA ABIERTA

Aquí nacen las ropas de mi pensamiento. Quizá también
Los pensamientos rotos, el sueño hundido en la madera.
En cada centímetro de calle, el mal nos orilla: el tiempo
De las moscas y la rabia lunar de la atmósfera, y el mismo misil
Ebrio de la noche y la misma ventana caótica que no sale a la luz.
Imágenes en Blanco y Negro





EN EL DINTEL, VENTANA ABIERTA




El mal desborda y sus cadenas rompe
y se torna en alud: ¡alud de cieno!
Matar la esperanza es un gran crimen…
FRANCISCO GAVIDIA




Aquí nacen las ropas de mi pensamiento. Quizá también
Los pensamientos rotos, el sueño hundido en la madera.
En cada centímetro de calle, el mal nos orilla: el tiempo
De las moscas y la rabia lunar de la atmósfera, y el mismo misil
Ebrio de la noche y la misma ventana caótica que no sale a la luz.
El temor aprieta con sus ácidos limones. Cadenas de fuego lanzadas
Al vacío, alambradas de miedo en el salero,
Túneles de resistentes clavos, vinagre como fervorosos huesos.
Aquí el matapalo inclemente en el rostro, mordidas las estatuas
En el quirófano, espejos violentos, palabras de reseca grama.
En la chimenea del tabaco se ven ángeles inefables: son esos
Fantasmas que el sueño avizora, la tierra con pinzas jadeantes.
—¿De qué materia estamos hechos que el cáncer nos amedrenta,
Nos mete en las cavidades del tarot,
Muerde las líneas de los sentidos, rompe la puerta de las sienes,
Abre el sordo puerto de las lápidas?
El filo que nos viene nos corta de tajo la Esperanza:
En los huecos no verbales, no se funden los infinitivos,
Ni los gerundios, ni los participios,
Ni la yerba pesa todo el ámbito del crepúsculo, esa cruz embebida
Entre las multitudes. Allí en el alud del ascua, el cielo irreversible
De la medianoche, la sensación alterada de la voz,
La hora del frío al golpe del cuchillo.
¿Nos sirve, acaso, esta forma errátil de los trastos sucios
En un fregadero de heces para salir indivisibles del cuerpo?
(El mal nos arremetió con su lengua de cobre. Un golpe tras otro,
Clavó su mirada en nuestro tiempo: estamos húmedos en el equilibro;
Aunque despacio, la tierra no es firme para el abrazo.
Nuestra historia tiene heridas: —¿habremos de lamerlas siempre
En la oquedad de la fe de todos los días,
En este lento cierzo de la noche, cuando apenas veo tu sombra
De incienso, cuando has entrado a otra forma que no es la mía?)

—Se nos muere la batalla. Sangran las pulgadas de alas.
¿Vive la ceniza en la luz que se nos escapa?
Un día vos y yo veremos el viento en las banderas. Y no sé si sea
Tarde o temprano. No sé si respondas a lo que todavía respira.
No sé si hundirnos en la noche sea avanzar hacia el olvido,
—Harapo lo que toco en el cuenco de mis manos.
Horizonte corporal en mis pupilas. Césped dejado a su sino.
En el dintel, hacia la imagen de ti misma, el lenguaje de la noche
Es uno solo: oscuro cuerpo con mi nombre pronunciado. Oscuro
Crimen, desdeñar, la veta que nos muerde…
El río que fluye y nos desangra, la lluvia que nos clava sus caballos.

Barataria, 20.X.2010

jueves, 21 de octubre de 2010

FOLIO INCONCLUSO EN EL VOLCÁN DE LA ESPIGA

Debo nacer para reconstruir mis manos. Debo quitarme el engrudo
De los ojos y limpiar los cascos de la almohada
Y suturar la lluvia de las sábanas. Y clavar una postal en la pared
Que dé al viento el color del arco iris.
El adobe muerde la piel de mis libros. Navega en cada ferretería...
imagen tomada de la red





FOLIO INCONCLUSO EN EL VOLCÁN DE LA ESPIGA




…en aquel momento se había ido tan lejos,
que era como si no existiese memoria de su nombre.
EUGENIO FLORIT




Debo nacer para reconstruir mis manos. Debo quitarme el engrudo
De los ojos y limpiar los cascos de la almohada
Y suturar la lluvia de las sábanas. Y clavar una postal en la pared
Que dé al viento el color del arco iris.
El adobe muerde la piel de mis libros. Navega en cada ferretería
De mis lapiceros, en la tinta de invierno de las fragancias no desveladas,
En el pan desnudo sobre la manta o servilleta.
Siempre ando disperso en el latido de las espigas: cada hoja es folio
Inconcluso en este postrero follaje de mis párpados.
(Dejo que la lluvia amarre mis cabellos con su silbido de boyero.)
Cuelgan los calcetines como una granada decrépita.
El reloj muerde la luna arrugada de la noche.
Invoco la carne parida de los burdeles: la sagrada carne del espejo
Sobre la geología de la herida.
Llevo días masticando el tabaco de la miseria. Días donde no hay
Memoria y es necesario comenzar de nuevo en la probeta del sonido,
En el arado del vocabulario, o en el féretro del abrojo.
Llevo días comiendo alones de mausoleos.
Labios machacados en la resina del badajo, sulfato de humus,
Bacilos de un acerbo espeluznante, anteojos sobre bacías de espuma.
Hongos donde Hera, aroma las estanterías del pecho.
(Dejo que tiemblen los neumáticos ahumados de las mercancías
Envueltos en las enredaderas de las moscas;
Dejo que el follaje me roce como un dardo de calurosa gacela.)

Pero no puedo sustraerme, ahí, de la rabia y la ponzoña. De la silla
De los barberos, del aguamanil debajo de la cama.
No dejo de pensar en las manos duras de las tumbas. En lo que fue
La coliflor de los cuchillos erizados,
En la alfombra de conejo del arco iris, en la lagartija subiendo al arca,
En el puente colgante de los bolsillos y las axilas.
La dicha está en el escapulario espeso de la leche, en la escalera
Del subibaja, en la mesa de centro del cielo, en el anillo de la cocina
Con el hocico violento del ocelote.
Junto a los dientes del calendario, sin duda, el combate del alma
Frente a la hipnosis; frente al sudor desparramado,
Esta locura de la voz colgada del fuego, —el hilo de fondo de Heráclito,
Pitágoras en el número irracional de la desnudez, (—Vos, allí,
En la vitrina pulmonar de lo sombrío, con un dejo de esoterismo
A ultranza, con un triángulo de mortaja genésica.)
Después de todo, debo juntar papel y lápiz para dejar escrito
El limón calcinado en las sienes, —ese papiro de territorio inconcluso.

Barataria, 19.XI.2010

miércoles, 20 de octubre de 2010

ALTOS RUMORES, EL AZAR SOMBRÍO

Altos rumores, el azar sombrío de las cortinas y las horas. Altos.
Sobre las aguas, el espejismo de la aurora.
Esa moneda efímera del instante, —el azar que crece en el suspiro
O el dolor, el exceso de epitafios como un violín inclinado
En las escaleras de la ficción-
A veces las palabras me saben a mercado nauseabundo.
Imágenes en Blanco y Negro





ALTOS RUMORES, EL AZAR SOMBRÍO




¿desde dónde ha caído esta hoja amarilla
sobre el papel en el que escribes?
ESPERANZA ORTEGA




Altos rumores, el azar sombrío de las cortinas y las horas. Altos.
Sobre las aguas, el espejismo de la aurora.
Esa moneda efímera del instante, —el azar que crece en el suspiro
O el dolor, el exceso de epitafios como un violín inclinado
En las escaleras de la ficción-
A veces las palabras me saben a mercado nauseabundo. La ciudad
Acumulada de hojas en el pecho, rostros cuya intemperie los desvive.
No sé de qué piel oscura devienen los muros, ni hacía donde las paredes
Avientan la ceniza que responde a la órbita de los ojos.
Cruzo los gajos de niebla entre cucharas de dudosa procedencia.
El desatino muerde la alta noche del azúcar.
Ahora los ojos muerden el barro nocturno de los candados,
El trébol de la leche, el espejo de los pétalos, los sonidos de las botellas,
La luna carcomida por el lápiz titubeante,
El desagüe de la boca en el polvo, el plato ciego de la carne sobre
La tierra con sabor a manos sudorosas. —De pronto, la luz moja
La corteza de mis abismos: todos los pañuelos desintegrados
De los pájaros, el caballo súbito de la garganta, con sus filosos cascos.
Durante los fines de semana me queda tiempo de reírle a las sombras.
Pulso el pronóstico de los periódicos,
Las palabras verdes del aire,
La niebla de las mañanas que de pronto se acuesta sobre las calles.
A veces las heridas contagian el fondo del viaje, —dudo de las inocencias
Anónimas, del rostro al trasluz del candil, de los espejos tímidos
Y callados, que en la soledad levantan la neblina,
Y queman las palabras con su dentadura. Y gastan sus uñas mientras
Duermen. Y duermen en la babel súbita de la luna.
El tiempo es una bicicleta de insospechada sangre. Este horizonte
Que gira inenarrable sobre la escritura de tanto pájaro en desbandada.
Cualquier rumor encandila las aguas de este nosotros de sueños
Y angustias. Hay vientos que no son de este mundo. Hay fríos
De extensas cuartillas. Hay súbitas habitaciones que todavía no conozco.
Hay banderas desfilando como sortijas y también agolpados inviernos
De áspero hollín.
Ahora debo aprender de nuevo a caminar entre el horror, justo en medio
Del hacha sorda del regazo, casi en la intemperie con las frondas
Arrancadas, del gas pimienta de las puertas cerradas, del grito que hiede
Próximo a los centímetros de la piel.
Salvo las plumas que son insolubles, lo demás es un atroz quiebrahuesos
Contenido en el aliento o en la respiración de la alcantarilla.

Barataria, 17.X.2010

lunes, 18 de octubre de 2010

CONJETURAS

Lo que escribo no son más que conjeturas, destellos de la ansiedad:
Monotonías, penumbras, sombras, —aguas de la sed contenidas
En el naipe de las aceras.
Los cementerios guardan el sigilo del frío en la hamaca de la tierra;
De hecho, las raíces, se lían como brazos alrededor de la apariencia.
El sarro se la soledad juega a podrir los huesos.
Imágenes en blanco y negro





CONJETURAS




pues todo lo apostado se perdió en el propio engaño.
Pero me tengo al fin.
Ya no me busco en el espejo. Soy el que soy.
LEOPOLDO ALAS MÍNGUEZ




Lo que escribo no son más que conjeturas, destellos de la ansiedad:
Monotonías, penumbras, sombras, —aguas de la sed contenidas
En el naipe de las aceras.
Los cementerios guardan el sigilo del frío en la hamaca de la tierra;
De hecho, las raíces, se lían como brazos alrededor de la apariencia.
El sarro se la soledad juega a podrir los huesos.
En la calle cada quien juega con las canicas del invierno.
Cuando los caballos relinchan vuelan los sombreros del soplido.
Obra del ciego es la otredad del cayado bebiéndose las aceras.
Por cierto que en boca abierta, la saliva se vuelve barbasco;
Y no necesariamente una invocación.
El oficio más viejo es inventar historias alrededor de los relámpagos.
¿De dónde proviene la libertad? ¿De la noche o del día?
Cuando abro la ventana del poniente, la res muge tragándose las alas
Del relámpago que brilla en la madera.
En la hoja de afeitar, a menudo se concentra el miedo.
Para los que buscan las huellas del pasado, deben primero contar
La niebla con un escalpelo.
La luz nos asfixia cuando respiramos, ¿es verdad?
Mientras presentimos, todo lo yerto es armonía. Certidumbre. Oquedad.
Toda forma nos depreda: al borde de la oscuridad el taburete
De la noche, la brocha desgasta de la duda.
La parsimonia de las sombras muerde el tren del horizonte
Cuando éste se instala en las pupilas.
(¿Dónde estás, al cabo de tantas mutaciones? ¿Dónde pones los sostenes
De la calma, y el rezo de la purificación?)

—Yo sabía que el mundo incinera la madera hasta convertir la audacia
En carbón, en inminente furia de alfiler.
No sé si haya aún, reino para este Universo: toda eternidad es efímera
Aunque la paradoja parezca absoluta.
La felicidad usa disfraces de deshora: cada evocación chorrea
Paraguas de salmuera; cada lenguaje termina siendo estallido.
En la fragancia el olfato orea los jardines.
—Siempre los murciélagos nos arropan de tiniebla. (Siempre tu vos
Sobre mis yermos, palabras cedidas a la nostalgia.)
En los próximos días, la claridad arderá en las sartenes de la ausencia.
Al final, toda tragedia eructa güistes; los ojos, chingastes de sal.
Me alegro de lamer cuerpos salados: los ríos en el peltre
De las luciérnagas, y el destello sordo de las piedras sobre alguna
Lluvia de desollados poros…

Barataria, 16.X.2010

domingo, 17 de octubre de 2010

POLVO INFINITO

Ahora en medio del polvo el olor a cipreses. La sangre vencida
Alrededor de agujas. Entre mis dedos, el himno de la escritura,
Rodeado de la yerba inminente del color desdentado.
La locura alarga sus páginas de cieno.
Siempre la habitación imperfecta de los recuerdos, presente en el cojín
O la almohada, la saliva que viola el ojo de la campana,
El estiércol que mastica los retretes.
Fotografía de D. Francisco José Jiménez Manzano





POLVO INFINITO




Sí, nos equivocábamos creyendo que el paso por el día
era lo efímero, el agua que resbala por las hojas hasta hundirse en la tierra.
JULIO CORTÁZAR




Ahora en medio del polvo el olor a cipreses. La sangre vencida
Alrededor de agujas. Entre mis dedos, el himno de la escritura,
Rodeado de la yerba inminente del color desdentado.
La locura alarga sus páginas de cieno.
Siempre la habitación imperfecta de los recuerdos, presente en el cojín
O la almohada, la saliva que viola el ojo de la campana,
El estiércol que mastica los retretes.
Siempre equivoqué el vértigo por el abismo y en ese trance perdí
Sombreros y paraguas: perdí las palabras en el ojo del túnel.
A riesgo de la pesadumbre, desfallecen en mí los girasoles:
La mezcla de ruido y lluvia ciega los párpados de las puertas.
—Los insectos discurren en el vaso de mi respiración. El fósforo
De la duda quema el follaje, resbala en las cuencas, hasta la frontera
Del pez de la fragilidad.
El animal crepuscular del polvo muge en los cuchillos ahorcados
Del óxido; muerde la lengua de las bisuterías,
Rompe el pájaro sucesivo de las ventanas.
De pronto el hierro de la soledad se siente en la piel. Caen los cabellos.
Baja la temperatura de la cama,
Coarta el abanico de la angustia. La noche diluye los zapatos.
De la lengua de cada mes bajan hilos de saliva, las bocinas del polvo
Con su saña, el continente mordido del desierto.
De pronto nos asedia la séptima oscuridad de la albahaca
Con sus pómulos de domesticada escalera. La voz, alrededor
De la servidumbre, los altares benéficos de los muros. La teogonía
De la polilla en su propio sótano.
En las afueras son favorables los burdeles. Newton, Copérnico,
El Caballo de Troya, el gozo suculento de la decrepitud con sus atavíos
De cíclope, el pan extraviado en los albañales,
Y hasta el ojo ciego de los pasadizos.
Lo cierto es que hay más de cuarenta días arrojados a las aguas
De la paranoia; y más de cuarenta noches de lúgubre alarma.
Aquí los ojos en la lápida del polvo. En el sótano de la herejía, bailan
Los cepillos de la alucinación.
El tropo de las cunetas duerme en los poros. Espejo ciego al adicto
Del tizne. La noche de la tortura infinita, pavor amargo de la alambrada.
Todos los relojes atardecen en el pájaro de la tarde.
Húmedos los ojos, contradicen a los paraguas. ¿Hay otra puerta
Que arrastre el polvo?
—La sombra del polvo se enreda en mis dientes. Deliran las libélulas
Premonitorias de la respiración…

Barataria, 13.X.2010

viernes, 15 de octubre de 2010

HUÉSPED DE LA FUGA

Somos, de alguna manera, esa expresión latente de la fuga. El animal
Que huye con su piel desgarrada, material transitorio de la vida.
La fuga es diaria como el pétalo marchito de las manos,
Como el aire que toca la lengua de los mares,
Como la miel extraviada en el pecho.
Imagen tomada de la red








HUÉSPED DE LA FUGA




No sabes si
el mundo huye de ti o eres tú velocidad de fuga
entre sus fauces.
AMALIA IGLESIAS




Somos, de alguna manera, esa expresión latente de la fuga. El animal
Que huye con su piel desgarrada, material transitorio de la vida.
La fuga es diaria como el pétalo marchito de las manos,
Como el aire que toca la lengua de los mares,
Como la miel extraviada en el pecho.
Los nidos son postreros a los pájaros. Son el azogue fugaz de los peces.
—¿Sabrán un día las palabras a esa música indeleble,
A las hormigas sin ojeras,
A la forma profunda de la ternura?
—A menudo nos toca huir de nuestros propios insomnios, de esa herida
Rotunda que nos acaricia y mengua, de ese mundo, hondo,
Del desasosiego.
(La música se fuga de mis manos; quema la espina inestable
De la niebla; ruge en la sangre la garganta final del agua;
Quiebra lo fugaz, los mundos compartidos de tanta espera.)
Somos, también, ese río de la tristeza acostumbrado a lo inaccesible.
Nada es perenne en la corteza del árbol, aunque ésta, hunda las sábanas
En el fondo de su pecho.
Si algo nos destruye a diario, es la avidez ciega del labio,
Ese nunca tocar el musgo sedentario. El mar íntimo de los brazos.
Algo deja de ser, por cierto, en la porcelana del pecho: el ojo, el rostro
Los sueños, las manos nacidas de lo terrestre.
Porque somos imán y sedimento, —pero también, rasguño, espuma
Y salmuera. Cárcavas de una ceñida guitarra.
Y, aunque todo tiene fronteras, la fuga es el propio horizonte
En estos siete círculos comprimidos en las manos.
Lo cierto es que cada día la luz traza su propia ruta. Detrás de cada día
Hay rieles que conducen a otro tiempo, a otras estaciones desconocidas.
Fluyen los anfiteatros, grávida neblina del vuelo.
Hay segundos, minutos, horas que revientan en los dedos,
—y no son rasguños de conciencia—,
Sino la perennidad de la sospecha de que nunca se permanece
En tierra firme: al cabo uno escapa de ciertas palpitaciones,
Del mar, de los dientes de la vida, del cieno, de la risa, de los acasos.
Siempre estoy saliendo del estruendo, hacia otra rama de brazos.
Mutar es parte del éxtasis humano: ríos nuevos sorprenden la lengua,
De seguro, Heráclito está aquí, como una florecilla invisible,
Como un horizonte con hélices,
Esencial motor de los zapatos. Aliento terrenal del misterio.

Barataria, 14.X.2010

jueves, 14 de octubre de 2010

ROSTRO DE INMINENCIAS EN LA RECURRENCIA DEL RELOJ

El perro en la noche comiéndose siempre el silencio. Lo que el vacío
Ofrece como merienda para calmar los anhelos, ese ladrar a secas
En la superficie del terror.
Hay relojes recurrentes en el rostro, pancartas inminentes, negación
De libros palabras, sobrevivientes del parto de los transeúntes que van,
Vienen desaforados, distantes, sordos, en medio del sonambulismo
De la vida, la garganta rota de los sueños.
Imagen tomada de la red





ROSTRO DE INMINENCIAS EN LA RECURRENCIA DEL RELOJ




y, por tanto, un lenguaje de piedras,
pues sabe que en el total de la vida
una piedra
dará paso a otra piedra
PAUL AUSTER




El perro en la noche comiéndose siempre el silencio. Lo que el vacío
Ofrece como merienda para calmar los anhelos, ese ladrar a secas
En la superficie del terror.
Hay relojes recurrentes en el rostro, pancartas inminentes, negación
De libros palabras, sobrevivientes del parto de los transeúntes que van,
Vienen desaforados, distantes, sordos, en medio del sonambulismo
De la vida, la garganta rota de los sueños.
La proximidad es engañosa en el paladar de las palabras.
La proximidad a menudo tiene perfectas hipocresías: un susurro
Que desvela cualquier amanecer en la sombra urgida de los calcetines.
Suceden tantas cosas que la lógica del reloj ya no es necesaria.
No hay por qué afanarse para mostrar que el reloj nos muestre la otra calle
De las dolamas del alma,
Ni tender los pañuelos del cielo sobre la almohada.
Toda mano es recurrente en el paraguas del cierzo. Manos hambrientas
Que no hallan sosiego en las osamentas,
En los cementerios,
En todas las ventanas derruidas del yodo, del cloroformo,
De la herida pálida de la espuma,
Con sus escorias de escaldada piel, con cicatrices de mar y herrumbre.
De modo tal nos convocan los naufragios, los de mar y tierra,
Los del reloj a cuestas de la inminencia, los de la recurrencia fortuita.
(En ese callado sismo de la nada, es fácil recordar lo horrible:
Las vejaciones, la respiración del escombro, ciertos autismos de la propia
Habitación estrujada en los taburetes,
Husmeando en el hocico de las cajas febriles de la desnudez.)
En el lomo de la piedra, la piedra en la espalda de cada día.
La ropa sucia mordida junto a los libros mordidos por la catástrofe.
La sensación de sobrevivir al río de los dientes.
La memoria masticando la inutilidad hasta cierto punto de otros
Destinos más o menos ciertos en el espejismo de la congoja.
El futuro a menudo es una navegación perversa sobre ciertos ídolos.
Por eso inhalamos la nostalgia con somníferos, aunque al final,
Sea el desvelo quien se apodere de nuestra carne:
Sombra amarga en la ilusión del calendario. Sombra desvivida del sopor.
Para quienes confunden las banderas, es preferible navegar en un pubis
Sobre la mesa, beber su bisílaba humedad,
Y luego divagar en la redondez de las palabras de su ombligo.

Barataria, 12.X.2010

miércoles, 13 de octubre de 2010

EFÍMERO PÁJARO, EL SUEÑO…

Efímero el pájaro que en el azúcar nos sonríe. Discurre el labio
Transitorio del vilano. El cristal del instinto en la bruma. El labio
En la ceniza. La vida es esta entraña desgarrada que se repite desde
Cada palabra en la arteria de la insistencia.
Navegamos en la llama íntegra del fósforo, en las aguas, sin embargo,
Que nos da la carne del sueño, la antorcha visceral de lo oscuro,
La adicción por la respiración de las luciérnagas.
Imagen de André Cruchaga





EFÍMERO PÁJARO, EL SUEÑO…




Cuando sobrepasemos la raya que separa
la tarde de la noche, pondremos un caballo
a la puerta del sueño…
MARÍA VICTORIA ATENCIA




Efímero el pájaro que en el azúcar nos sonríe. Discurre el labio
Transitorio del vilano. El cristal del instinto en la bruma. El labio
En la ceniza. La vida es esta entraña desgarrada que se repite desde
Cada palabra en la arteria de la insistencia.
Navegamos en la llama íntegra del fósforo, en las aguas, sin embargo,
Que nos da la carne del sueño, la antorcha visceral de lo oscuro,
La adicción por la respiración de las luciérnagas.
El tiempo siempre es una lección de creciente herida:
—El tiempo, digo; pero en realidad es todo el vértigo de la historia
En su nefasta quemadura que nos adentra en el oficio de la espina.
Después de la sombra herida en el latido, los caballos quebrados
Del viento, y la obsesa boca convocada por la sal.
Cuando cada letra nos da sus señales visibles, uno puede sacar el soplo
Del alambique y beber el gozo que ahí se decanta.
Desde luego estamos conscientes de cuanto nos habita: —la parábola
Aprendida en el vado del hambre y los alisios fuertes de lo pasajero.
El sueño está ahí como una adicción de los veleros sobre las aguas
Ensimismadas del agüero.
Está ahí, tenaz, hurgando la plenitud de la espuma. (Repetido en el tejado
Y en el alero, en el camino del alquimista.)
Detrás de cada pájaro o sueño, el aliento impar del albedrío; es decir,
El calendario, con su órgica mesa de números.
Repta la tarde y la noche: sólo un tranca sutil separa el vuelo
Y la respiración; la intuición y la indigencia feroz de cada rocío quemado
En el trajín del guijarro o el azogue.
De pronto una puerta salva los miedos o los anhelos.
La sangre anochecida del fuego.
La piedra que se empoza en el alma.
Las sienes arqueadas en el instante del tránsito.
El humo que se quema en la herida desvivida.
—Sólo queda el sueño en la conciencia después del desatino de sobrepasar
El tiempo como parte del juego de las linternas.
Lo demás es agua o brújula transitoria. Agua disgregada en el sueño.
Desvela, después, la llama entumecida; el ala rota del vitral, colgada
Del cordel de la respiración.
La noche y el día rompen, en cierto modo, los vínculos del sueño,
Aunque parpadee el cordón umbilical de las indigencias.
Después de todo, uno se queda escuchando la bocina del agua. Donde
El surco quebró los símbolos y el camino se hizo añicos.
Ahora sé que desciendo después del último recurso: —cada estrella
Madura en los gusanos de la ceniza, en la llama incompleta de la lengua.

Barataria, 12.X.2010

martes, 12 de octubre de 2010

ESCENAS EN LA CALLE

Uno ve hoy en día, ángeles y demonios en las calles. Lluvias como aserrín
Desparramado a lo largo de las aceras. Niños de Atocha, Satos Rosarios,
Ramos de flores domésticas, trompos, capiruchos, yoyos,
Hacinamientos en los mercados, la ciudad subiendo su caspa religiosa
Para volver a la inocencia, quitar los pecados,
Imagen tomada de la red





ESCENAS EN LA CALLE




A Pere Bessó


Demás están túnica y manto,
—Para bajar a los infiernos,…
FRANCISCO GAVIDIA




Uno ve hoy en día, ángeles y demonios en las calles. Lluvias como aserrín
Desparramado a lo largo de las aceras. Niños de Atocha, Satos Rosarios,
Ramos de flores domésticas, trompos, capiruchos, yoyos,
Hacinamientos en los mercados, la ciudad subiendo su caspa religiosa
Para volver a la inocencia, quitar los pecados,
Aunque el resto de la semana, a excepción de los domingos, se pierdan
Las normas de urbanidad, el amor al prójimo,
El auxilio al menesteroso.
Los domingos guardamos en una nevera la espuma del espejo,
Por aquello del escarnio y la imagen de uno en el vecindario.
Por un momento pensé que uno no envejecía tan pronto, pero resulta
Que estaba equivocado: uno envejece cargando el deudo de suciedades
Que otros tiran en la calle.
Por si fuera poco, repetimos las encíclicas como urracas.
Envejecemos con la cara desvivida de la respiración, añorando
Una mecedora para escuchar mejor el zumbido de las moscas.
En el signo de los tiempos presentes dejan de ser importantes las normas
De urbanidad, aunque la biblia se exhiba desde un balcón
Con gallardetes y los perros ladren al vecino que pasa o se acerca.
Desde las imágenes satelitales del Sistema meteorológico es posible
Ver el río que destruye el himen de los pétalos,
Los patios de las casas, los animales de corral, las huellas del Bicentenario
Con todo y sus dioses, semidioses y héroes.
Debo confesar que aquellos oficios antiguos ya no existen.
Ahora vivimos una época de gansterismo local. —Alguien nos dice
Que es parte del folclor nacional, como el día dedicado a las pupusas,
A las carreras de cinta, al jueves de ceniza con su confeti.
No es extraño, en pleno centro de San Salvador, caminar entre ríos
De espesa orina, polución de discursos, manicomio de semáforos,
Peleas callejeras o huir de un delincuente en una parada de buses.
Por eso uno no puede respirar con los ojos cerrados,
Ni gozar de las musas entre el paisaje de humo de las calles,
Ni peinarse con el espejito mágico de la virgen María.
Uno ve a niñas, todavía, dando chiche a bebés en las cunetas, junto
A la vecindad de las moscas, los canillitas, y los amigos de lo ajeno:
Constituyen escenas oscuras en la transparencia de los ojos, digo.
Aunque en realidad, nunca he encontrado fantasías plenas
En los escombros cotidianos de la ciudad por más que me esfuerce.
Algo de todo esto se lo lleva el viento o lo distribuye en la ciudad.
De hecho esta es parte de la felicidad que vivimos diariamente.
Ya para nosotros no es imposible vivir en medio del hampa. Es parte
De la luz inventada por nuestras alas. Es parte de la esencia transfigurada
Piedra fundacional del excremento de los estadistas,
Alta noche donde aprendemos el anonimato…

Barataria, 08.X.2010

lunes, 11 de octubre de 2010

CAMPANARIO DEL OMBLIGO

En el fondo, la saliva prolonga las bajas aguas del postigo. Plantar
Pupilas en la redondez del papel, avanzar en el grosor del viento,
Madurar el trino en cada espacio de la caricia.
Este campanario de tibia ramazón, tensa la rotación de los relojes,
Muerde el soplo redondo del temporal.
Imagenes en blanco y negro





CAMPANARIO DEL OMBLIGO




alba rosada sobre el gris de un gato,
con las puntas nocturnas de los pechos
CARLOS BARRAL




En el fondo, la saliva prolonga las bajas aguas del postigo. Plantar
Pupilas en la redondez del papel, avanzar en el grosor del viento,
Madurar el trino en cada espacio de la caricia.
Este campanario de tibia ramazón, tensa la rotación de los relojes,
Muerde el soplo redondo del temporal.
Para cuando la sangre quiebre sus sábanas, el día será costilla
En este desvelo de filosa ventana. Y vendrán los perfumes petrificados
En las manos. Y la lengua jugando al abismo.
Hemos recorrido kilómetros de ternura. Mediodías de muslos.
La sal, líquida, recorre como una hamaca la piel y la lluvia del sigilo.
Por fortuna las aguas del lecho no nos pierden,
En la sedienta colmena de la espesura.
Entre el índigo de las velas, las aristas de la espuma en el litoral,
—el pétalo en la pipa del bosque,
La insomne aurora de las bragas, la fértil pupila de la sed,
El otro yo en el dolmen del toro. En el montículo lindando en la aurora.
Estoy. Estamos en la ola norte del oleaje. En el ritmo acantilado
De la roca, en el clamor elevado a incendio.
Hace pasos el agua en la llama. Barco de sangre la fuente ígnea
De la hora en la luz del horizonte.
No llega la noche ni el día se extingue. Sólo es ola y vuelo el mar
Del pálpito en su brisa circular de isla.
El verdor se enreda en las pupilas. El verde exhalado de la atalaya,
La garza ascendida a hojerío,
El efluvio inmenso de la escritura en el ombligo.
Estremecen los arcanos rotos del velamen. El lodo del firmamento.
Esta bermeja intuición del ansia. Este viril oficio en el encaje.
Y no es para menos el manglar en el espejismo.
Y no es para menos, el errátil horizonte, después que se enfunda
La tiza en la mordida del paisaje.
Y no es para menos, la imagen y los símbolos: la luz hostial de la yedra,
El abanico lunar al pie de la caligrafía. Al pie del alero del pan.
En el torrente de la mesa o el taburete duplicado
De aguas y faroles incandescentes.
Esta suerte de campanario salta entre las gaviotas del pecho.
Blanco y negro, párpados y pesca en la fuga, chimeneas y redes,
Trenes azules en los ojos. Trenes de colores confundidos. Barcos salados.
Ocres tutelares en la boca.
Lentos óleos de los faroles en el espejo del salmo trasegado.
Aguas todas en el aeroplano líquido del jardín, en el ojo de las cuartillas,
En el verde nido del filo, en la pupila absorta de la fronda.

Barataria, 03.XI.2010

domingo, 10 de octubre de 2010

MEMORIA ASONANTE DEL AVE EN SU SOMBRA

Sólo puedo darte mi desesperación, estos días míos de silencio incorregibles.
En cada calle descubro el supremo sigilo de la lluvia:
La respiración de todo lo humano.
Procuro la luz en esta brevedad del sueño que me arropa;
Porque la escoria se parece a la tristeza.
Quiero que me anuncies, Patria, la risa y no las rutas de la muerte.
Imágenes en blanco y negro






MEMORIA ASONANTE DEL AVE EN SU SOMBRA





Quiero beber tranquilo mientras arde
el licor de la luz en mi cabeza.
WALDO LEYVA





Sólo puedo darte mi desesperación, estos días míos de silencio incorregibles.

En cada calle descubro el supremo sigilo de la lluvia:
La respiración de todo lo humano.
Procuro la luz en esta brevedad del sueño que me arropa;
Porque la escoria se parece a la tristeza.
Quiero que me anuncies, Patria, la risa y no las rutas de la muerte.
Si al menos pudiésemos caminar, el olvido diluiría tanta madera
Rota, —íntimos dolores que obstruyen la brecha—,
Por el surco y el rocío y el arado.
Pero, mientras la siega sea el desgarramiento; y la sombra, el hijo,
No podemos, Patria, dilucidar tanta disyuntiva.
(Jamás podré vivir tanto tiempo con esta herida en el costado.
Partir o quedarme a fin de cuentas es lo mismo:
La historia nos provoca con sus piedras de olvido.)
Sólo puedo darte los espejos de mi infancia. El caballo de madera
Y el astillero que construí para alimentar mi propia herida.
De aquellos tiempos sólo queda la mancha de lo que fuimos:
Los recuerdos. Los homicidios grabados en el rostro. El gesto callado
De los senderos que transitamos buscando la Esperanza.
Ayer como ahora, los recuerdos se nutren de albañales, —limosnas
Torpes que juegan a los ojos,
Insectos desde un reino jorobado, abismos con risas oscuras,
Pasadizos secretos del odio. Es el mismo charco sin respuestas.
Nada es más complejo que los escuetos borradores de la memoria:
En la desnudez, caen las moscas y las manos
Estériles de las enredaderas, los labios inmundos de la sombra,
El pájaro desorbitado de la conciencia.
Llevo días viendo la danza de los zumbidos. Llevo meses bajo la lluvia.
Llevo años queriendo descifrar el retruécano de los cirios,
La anáfora de la bienaventuranza,
El candil deshabitado de la comunión. El horcón caído de la sangre.
Llevo agonías de sangrienta cruz en los párpados.
Ando tormentas de inmensas lombrices.
Como del polvo y del estiércol que le canta a la luna y al infinito.
Muerdo los nudos de las pesadillas, aquí en esta hora de la tierra.
Quiero estar tranquilo: disolver las preguntas y respuestas,
Andar papel en blanco y libros en medio de mis axilas,
Beber las gotas de rocío antes que se confundan con el sollozo,
Sonreírle, después de todo, a los cementerios,
Sangrar hasta beberme toda la asonancia de la escritura.

Barataria, 09.X.2010

viernes, 8 de octubre de 2010

TRÁNSITO RESUCITADO DEL PULSO

Inventamos el pulso de los días sordos e insomnes. Los días sin aperos.
Desesperados en el paisaje que habita el espero, en la neblina opaca
De los días con intensas lluvias, gotas rodando en los cristales,
Como un río lento de Vía Crucis, conjuro revelado en la llama del ojo
Que apenas se acerca a esa nebulosa, alucinada forma escombro
Que habita las burbujas del escapulario.
Imágenes Blanco y Negro





TRÁNSITO RESUCITADO DEL PULSO




No es el sonido del agua en los opacos cristales
(la oscuridad de invierno, que ahoga los sonidos)
ni la luz nebulosa de los astros de acero.
PERE GIMFERRER




Inventamos el pulso de los días sordos e insomnes. Los días sin aperos.
Desesperados en el paisaje que habita el espero, en la neblina opaca
De los días con intensas lluvias, gotas rodando en los cristales,
Como un río lento de Vía Crucis, conjuro revelado en la llama del ojo
Que apenas se acerca a esa nebulosa, alucinada forma escombro
Que habita las burbujas del escapulario.
Las madrugadas tienen un silencio sepulcral, ese duelo de la noche
Entre ceja y ceja del umbral. Allá, distante, la campana de un gallo
En posesión del día que se avecina en el anhelo.
Lo demás es oscuro: la lluvia, el viento, la mesa, las cucharas,
La olla de peltre, los árboles de asimétricas formas, los zapatos debajo
De la cama, junto al perro que ha renunciado a la calle.
(De pronto una taza de café. Otra taza de café. Otra taza de café
En plena madrugada, Andrómaca o El Caballero de Olmedo, Madera
De héroe, Lázaro, Las ninfas…)
Toda la oscuridad revelada en mi sosiego, la piedra germinal de mi osado
Y confeso abismo. Al final no importa cuánta oscuridad haya o exista
En mis huesos, sino la que viene con fragancia de herida y no de cicatriz,
La que está desde siempre impune en la conciencia sin olvidarse,
Torre asumida, nacida en la luz.
(De nuevo ya no la taza de café, sino la tasa del tiempo, El beso
De la mujer araña, Doña Flor y sus dos maridos, Fedra o pabellón
De reposo, las aguas en negro del sueño.)

La luz no aguarda como los pasajeros en cualquier estación del mundo.
El hollín de los muertos espanta la risa de las abejas.
(Ya amanece otra vez en el quicio de mi puerta. La luz cuelga,
Cuelga de las mochetas del amanecer, de la hoja desprendida
De las manos, de lo ganado o perdido con los pies.)

La oscuridad es la carne que respiran mis sentidos. Gira en la carne,
Arde en la ráfaga salobre de los muros. Un día seremos absoluta duda,
El mismo desvelo del aguacero en el ayuno,
El granito tumbado en las cortinas del pecho, el engaño enroscado
De la avaricia, esa sombra de agua, fría en la boca.
En el traspatio, el colibrí deslía las begonias. La sed del día rebasa
Las hojas con ese zumbido de los alfileres. Con esa cascada incesante
De la tinta en la mano temblorosa de la página.
Lo demás es cama o bandera, oscuridad o transparencia, tránsito…
Sólo que en las manos, siempre queda la sensación del sargazo,
Del árbol de la sombra, del arcoíris de la oscuridad.
Como en todo, siempre hay un pelo en la sopa, las herraduras
Rechinando en las sienes. La intimidad mojada de botellas.
Otra taza de café. Otro cordel líquido y oscuro en mi garganta.

Barataria, 07.X.2010

jueves, 7 de octubre de 2010

“ABISMO DEL NO SER AL SER ABISMO”

Mudo, la alegría que me alcanza y deja. Conmigo, golpes de agonía.
Siglos de calendario habitan el grito. Cuerpos silenciosos en las ansias.
Siempre este matarme atado a mi propio olvido.
Siempre entre cielo y tierra el tren, el mar, los litorales.
Siempre una piedra y otra piedra y otra piedra, sombra en mi alma.
Ahora respiro: aún soy nada sobre el muro de la intemperie.
Imágenes en Blanco y negro





“ABISMO DEL NO SER AL SER ABISMO”




A mitad de camino entre la mar y el suelo
que hace fértil un gesto de vida proseguida,
sobre la arena oscura expuesta al sol, propongo
yo … mi balance…
MARÍA VICTORIA ATENCIA




Mudo, la alegría que me alcanza y deja. Conmigo, golpes de agonía.
Siglos de calendario habitan el grito. Cuerpos silenciosos en las ansias.
Siempre este matarme atado a mi propio olvido.
Siempre entre cielo y tierra el tren, el mar, los litorales.
Siempre una piedra y otra piedra y otra piedra, sombra en mi alma.
Ahora respiro: aún soy nada sobre el muro de la intemperie.
Sólo me sostiene el golpe de los zapatos de la noche, y la ciudad ciega
Quemándose entre mis dedos, vivido foco en el trapo de la ceniza.
Todo el azogue del tiempo desciende a mis costillas. El olvido y la lengua
A oscuras, el camino de las alucinaciones.
La sal toca el rostro del pájaro en la ventana. Boca enlutada, la boca
Mía de siempre, el reloj carcomido en la memoria, el libro desértico
De los peces, esa caricia oscura en el sobresalto.
En todos estos años vividos he gastado equivocadamente mi memoria.
Salí del viento y entré a la tormenta. Cerré los ojos para extender
Las manos. Caminé para no irrumpir en la sed.
(En la travesía tus piernas fermentadas de río, el paracaídas
En la ramazón de las vísceras, Pegaso sorbiendo en el espejo.
“Esto de no ser más que tiempo espanta.” Siempre he tenido miedo
Al miedo y al naufragio; y al asedio inerme de la sospecha.
Pero “tus manos estremecidas”, han sido para mí el fuego de cada día.)

Lo sé ahora, a propósito de este balance.
Recuerdo haber dibujado en la ventana todas mis salidas: —unas guardan
Todavía, al pie, días mejores; otras se fueron diluyendo en la fuente
De agua de mis ojos. Y otras sólo se volvieron espejismos sobrecogedores.
He dado a la luz lo que le pertenece; a la noche, mi almohada,
Tijeras, insectos, la historia de todos los días que, a decir, verdad
A nadie puede interesar.
Siempre he andado en ese círculo interminable de la respiración:
Nunca desayuné otra cosa que no fueran recuerdos fallidos.
Me propuse edificarte, alma, en lugares absurdos; aún con el ojo avezado,
Jamás pude encontrar la verdad absoluta; y si, descubrí los vacíos,
Los gérmenes malolientes del aliento, el misterio que encierra cada
Palabra, el mundo no revelado de la conciencia.
Entre el cielo y la tierra, la historia como una lámpara abre los párpados.
Entre ambos mundos, mi mundo de dudas y soledades.
Entre ambos mundos, el columpio del movimiento.
Entre las extrañezas que llegaron a mis manos, (—vos que te volviste
Fantasma de mis sueños, labio voraz sobre mi silencio,
Vocación de liturgia, puerta bebiéndose mis deseos.)
Aquí mi “abismo del no ser” entre horizontes de campanas sordas.

Barataria, 06.X.2010

miércoles, 6 de octubre de 2010

CEREMONIA LUNAR DEL PARAGUAS EN EL JARDÍN

Asisto como es costumbre, a sangrar en el jardín bajo el paraguas
De la luna. Escribo mientras hierve la materia.
Hay demasiada saliva para tan pocos apóstoles. Cal. Desventurados
Fantasmas con el hambre a cuestas del calendario cercenado.
Entre el rebaño habremos de amarnos con los ojos cerrados:
Subir la montaña del sueño, sembrar el canto del aleteo,
Imágenes Blanco y Negro





CEREMONIA LUNAR DEL PARAGUAS EN EL JARDÍN




¿Dónde termina la tarde dónde comienza la ciudad
dónde termina la ciudad dónde comienzas tú
dónde termino yo dónde comienzo?
NAZIM HITMET




Asisto como es costumbre, a sangrar en el jardín bajo el paraguas
De la luna. Escribo mientras hierve la materia.
Hay demasiada saliva para tan pocos apóstoles. Cal. Desventurados
Fantasmas con el hambre a cuestas del calendario cercenado.
Entre el rebaño habremos de amarnos con los ojos cerrados:
Subir la montaña del sueño, sembrar el canto del aleteo,
Maullar el gato clarividente, en medio de tantos sombreros quemados
En los motines de las abejas.
Alrededor de cientos de colillas sobre la fosa común, rompo la noche
De la Patria con sus pies hartos de caminar en cuclillas,
Con el oasis de sus varices en las piernas, disecados pulmones
Del tráfico, candiles del kerosene en los usos horarios.
(Vos y yo no cabemos en este mundo. Estamos siempre más próximos
Al harapo, yerba mordida por el despeñadero.
Estamos distantes de la Libertad: lo digo iluminado por el brillo
De los alfileres, por la cartilla santa y apostólica de las pesadillas.)
Tose la lágrima sobre el gusano encrespado en el desierto del pecho.
Al paso que vamos, no hay otra realidad posible, —tanta conversión
Purulenta nos muerde los calcañales,
El tabaco tosigoso en mis dedos, el cenicero encorvado del tiempo.
En la canícula del insomnio, ya no caben las yemas de mis dedos.
El augurio ventisquero de la pólvora, la cesta de serpientes en la mesa,
La página yugular de las palpitaciones,
La palidez de las estatuas frente al filo orgásmico de las luciérnagas.
—¿Saldremos ilesos de este parpadeo agónico, candil, a caso de tanta
Herencia, llovido firmamento de los recuerdos, repentino cuervo
Sobre la piedra en muletas?
De cierto que lo sé. En días felices hemos probado el calostro del orgasmo
Con todos los aditivos de una cena suculenta;
Hemos comido bocanadas de sonidos, nombres, pájaros, follajes.
(Vos y yo, no pertenecemos a esta obscenidad de la historia por más
Que nos aferremos a la dialéctica del post mortem, a los veredictos
Constitucionales, a las ausencias de la suerte, al éxtasis secular
De los mosquiteros, al libro blanco colgado de las axilas…)
No pertenecemos al fin de semana del coñac, ni al súbito cambio de status
Del galope, ni a la página social de los periódicos,
Sino a la baldosa andada con zapatos rotos. Es extraño al cambio de piel
De las palabras. Es increíble el fango como génesis. Vos, brasa en mi
Hogaza diaria, —el día o la noche nos rasura, le pone sombrillas rotas
Al destino del tamaño cenagoso de un cirio en la franja larga
De los candelabros.
Asisto, como es costumbre, a la repartición de los cadáveres. Este clima
De túneles hace evidente mis ojos.
De pronto, muerdo las escamas de las campanas eclipsadas
De lo irremediable: a menudo es bonito recordarte en esta oscuridad.
Por eso garabateo el balbuceo en la lluvia…

Barataria, 05.X.2010

martes, 5 de octubre de 2010

TODA IMPRECACIÓN ES PERVERSA

A veces las palabras dicen más de lo que uno quisiere decir.
También un gesto dice más que una palabra, que mil palabras
Dicen, —aunque lo cierto es que nadie las ha contado.
O, al menos, nadie ha tapado el sol con un dedo.
Hay tantos esperando la señal de la cruz, que algunos se asustan
Con el petate del muerto.
Imágenes BLANCO Y NEGRO





TODA IMPRECACIÓN ES PERVERSA




Por qué seguir entregando las palabras del propio porvenir
ahora que toda palabra hacia lo alto es boca ladradora de
cohete, ahora que el corazón de cuanto respira es caída
hedionda?
RENÉ CHAR




A veces las palabras dicen más de lo que uno quisiere decir.
También un gesto dice más que una palabra, que mil palabras
Dicen, —aunque lo cierto es que nadie las ha contado.
O, al menos, nadie ha tapado el sol con un dedo.
Hay tantos esperando la señal de la cruz, que algunos se asustan
Con el petate del muerto.
Que las sombras traguen todos los sueños incendiados.
Que un cuerpo penetre en otro cuerpo en el tiempo justo.
Piérdete en el bosque de la sábana, en la tierra empedernida
Del invierno, salta en el sexo del silbido,
En la cama de la respiración sin paracaídas.
Que cada mariposa vuelva azul tus poros. Sea hecho de alelíes el rehacer
Del fuego, la nuez de la desmesura.
Adoro que viajes en la ráfaga de las gaviotas.
Deshace los ayes en la ducha,
Muerde la memoria salvaje de las pócimas. El encaje viscoso.
En un País como el nuestro, humea en la transparencia.
Los senos se conviertan en paraguas. No sucumba la noche
En las pantorrillas,
Ni el dedo pulgar rompa el sudario de los poros y separe los vilanos.
Bendita sea la palabra que enmudece en el globo de los tomates.
Bendito el cangrejo de las entrepiernas, el viaje de la sed en el torbellino.
Bendita sea la ignición de las pupilas,
La cal viva de la saliva,
La muerte pronta que nos damos en el mendrugo.
“Guárdenos Dios de los que no hablan y del perro que no ladra”.
Que no te duela el sahumerio del trueno,
Ni el rastrojo esparcido como ceniza.
Un día habremos de quitarle toda la sal a los jardines.
Un día deberán enmudecer todas las nubes. Y los golpes de pecho
Nefastos de las máscaras.
Dios haga de los cuervos, mansos pájaros, hartos de tanta carroña.
Ninguna yerba sea para incubar pesadillas.
“El golpe de la sartén , aunque no duela, tizna”.
El libro abierto sea, y no cerrado para que no suceda lo que dice
Don Lope de vega en la Dorotea.
La gracia sin muletas nos acompañe siempre. El salmo y el trino.
A la fosa de los dementes vayan todos los días tristes.
Cómanse las paredes los que están acostumbrados al zarpazo.
Naden en el extravío de los vertederos.
El cerebro les crezca en masturbación asfixiante.
La lengua lama la soledad de las habitaciones.
A veces las palabras se vuelven tizne perdurable. A veces repito,
Las palabras se vuelven tizne delirante, aún así hay que andarlas
De pañuelo o zapatos…

Barataria, 04.X.2010