Imagen cogida de la red
MEDITACIÓN SOBRE EL INSOMNIO
No he domesticado el ojo, ni ese
trajín de las hormigas en el pleno goce
de la tinta, ni esta lágrima que
agudiza y agita los suicidios de las ventanas.
Las aguas ciegas atraviesan
enormes pájaros domesticados en las asimetrías
del sueño: la ciencia de los
dardos muerde las sienes,
el alba del rocío en el rebaño de
la lava y sus juguetes de polvo y risas
y adioses; ante la falta del día,
las tantas veces de la negación, sin
el decoro del pez fiel del braceo.
Uno se acostumbra a largas noches
de manos enmohecidas, ciegas de gritos
y fantasmas, desnudas de jaulas y
vientos escondidos de follajes.
En ese ámbito condenado, el fuego
del ocaso y los muertos, los escapularios
rezados en los atrios, o las
costillas que aúllan de tanto desamparo.
Digamos que no hay una paz vívida
en medio de buenas o malas intenciones;
digamos que uno clausura
innumerables puertas, mientras el extravío
libra sus propias batallas:
mientras te vuelves lenta fábula o sombra desandada
o perverso desvelo en la
desmemoria.
(Me llueven todos los abandonos, el vértigo sordo del olvido: el
pavimento
es cruel ante las explicaciones de la alegría. Es como si de
pronto, caminar fuese
un sarcasmo, un caminar de rodillas ante lo insípido.
En verdad, uno se harta de haber seducido tanta noche, de los
paisajes
que naufragan en las axilas, de tu puchito de confidencia en mis manos.
Todo es confuso en la tristeza cuadrada de los relojes de la
memoria.)
—De lejos sólo recuerdo algas y
guijarros y tu cuerpo vasto entre mis dedos.
Siempre ha sido una tortura el
rasguño de tu caracol en mi olfato…
Barataria, 23.VII.2015