martes, 11 de marzo de 2025

CAMINO DE PERROS

 

Imagen pintura de Roberto Matta, Chile.


CAMINO DE PERROS

 

 

Y siempre estás en él en cualquier sitio: «me posees y yo me entrego» acaso porque desde la infancia viajas conmigo en algún lugar me esperas mientras camino avanzo gris el ciprés vencido del bosque seca la sed como las aguas evaporadas por el viento ahí veo el féretro y la losa la lengua en su largo silencio ¿en qué razón cabe el alma o el alma dentro de qué ecuaciones se puede tasar? me duele Dios la conciencia la memoria la ropa la continuidad del futuro este Ser este otro en el porvenir  del instante en el más allá de los túneles que nos invaden: no hay llanto no lo hay ni angustia solamente ternura en el quedarme en el invierno de la pira muerte eterna desposeída del vaivén trágico morimos en razón de las contradicciones de la vida quién duda de la brasa y el nombre de las cosas poseso abro mis semillas nupciales los dedos de la esperma en el cuenco de la madera lo henchida que se siente la carne con el agua que humedece la entraña todo lo has ido madurando semejante al fruto: átomo lenguaje razón prójimo el mismo creer y descreer en la muerte nada hay de lúgubre en esta calle infalible ¿en qué lugar redimo mis juguetes? ¿en qué deriva el escarabajo de la tumba?  debo pensar en todas las analogías de mi nombre en el espejismo que no deja de ser esquirla en las pupilas en el vértigo desolado que producen los muros en lo irremediable que resulta el último suspiro —(soy verdad)  verdad hoy lo que seré mañana o una conspiración que acaba disolviéndome dentro de la palabra el embrión del sinfín todos aquellos secretos que conlleva la ceniza todas aquellas cruces y alegrías lo mínimo y grande de la sombra este itinerario de la muerte que a ratos no cabe en la geografía de mi pecho y necesita el mar y los pájaros (cada vez se hincha la tierra en lo halagüeño) la luz la piel las uñas a qué me aferro para inmunizarme qué otras torturas habré de vivir ya en el albor del ojo cansado de morar en lo inminente de la tierra en la desesperación del humus profuso  del camino en esta inexpresable voz de lo que ha muerto yo ya me he entregado junto con mis tiliches he hecho creíble el nido de lo irreparable (no hay retorno sino la herida de los deudos) ¿quién magnifica este trance el soplo audaz del  vientre nuevo? jamás puede haber prurito ni pesimismo en el acto solitario de morir si acaso hambre por lo transitorio si acaso serenidad ante el escenario —no me perturbas muerte no me laceras todo lo consumas en el imán de la flor de los embarcaderos todo el lenguaje lo enamoras con esa brasa de la madre última en más de una vez me acongojó la idea hoy me enseñas y te enseño desde ese lenguaje sordo de la herencia tus brazos son promisorios como la trementina del Evangelio sin vanidades ni tragedias ni burlas ya se hace tarde en el sembradío discurren diminutos los segundos: en el fósforo el alabastro del hambre inicia la mariposa su encanecido delirio: es frío el tallo de la piedra y el absurdo de la palabra.

 

Del libro: «Sintaxis de la fuga», Barataria, 2014

©André Cruchaga

Imagen pintura de Roberto Matta, Chile.


sábado, 1 de marzo de 2025

ECOS CALCINADOS

Imagen pintura de André Masson


ECOS CALCINADOS

 

 

Los tristes carbones, los vírgenes leños ahora profanados

perecían lentamente entre las garras sádicas

de las altas y verdes arañas…

ANTONIO SAURA

 

Miro las armaduras y los focos de la noche por la indiferencia,

los castillos demenciales de los espejos, sádicas piras en cuchillos

amarillos y la hojarasca oxidada del tiempo. 

                                        ¿Cómo pervive el ala

fría en la armadura de la salmuera, los vientos sin provisiones,

salvo la fatiga del deambular del hollín, 

el tizne y aún el desequilibrio de los trenes?

—Vengo de lo inhóspito, aunque nieguen mi existencia:

vengo de navegar entre mausoleos y estatuas, masacre de sombras,

en medio del patriotismo funeral de la semana, del galope violento

del mar en los litorales donde el pueblo teje su propio drama:

nada es fortuito, aunque ya no haya tinajas solo atropellos.

Bajo a todos los objetos que iluminan las centellas,

sin medida ni tapices;

vuelvo a la sábana incierta del fango en un país donde se respiran

abismos, al azote carnívoro de los ecos,

sin que existan posibilidades de salida a esta demencia suntuosa

de la saliva que adquiere ciudadanía en el tintero del pulso.

A la altura de las sienes, están las ganzúas sosteniendo las paredes

del aliento, el altillo del desagüe de las aglomeraciones,

los encajes de los paraguas con su margen de torrente tardío.

 

(En la catacumba de la respiración, la humareda y la escoria,

los hirvientes oráculos de lo indecible, esa otra dimensión

de la corrosión devorante.

¿Hasta qué punto la oscuridad se obstina en lo suyo y lo ajeno,

y muerde el ya sordo césped de los andenes?

—De pronto, la hojarasca calcinada es mi trofeo: me aproximo

inevitablemente al despojo, a lo progresivo de los esqueletos

de la noche con sus búhos,

                      a este mal del destrozo de los relámpagos).

 

Otros serán los que descifren, adentrándose en mis precipicios,

el escalofrío y las razones del vómito, la gripe de los murciélagos,

la porcelana del crepúsculo, todo cuanto se volvió desequilibrio

y sospecha, vigilias permanentes.

En cada letargo que produjeron los magullones de este tránsito

sin tregua, todo el tizne acumulado de los ahogos, 

las moscas velando el suicidio, las manos con su árbol de cansancio.

Por más infatigable que sea la devoción por las begonias,

la hostilidad aró su cauce, con todos los objetos de labranza

de la alevosía. Con todos los aperos de la memoria.

Luego, ¿por qué tanto odio en golpe dentro de la sonrisa,

a la hora del desayuno, durante la danza de los vitrales,

en la alegría del alma,

cuando el albor murmura en su oleaje matutino,

cuando la respiración quiere dejar de lado el agobio y los armarios

de la noche en su embriaguez de ceniza? No adivino los vitrales

entre tantos fantasmas, dentro de mi propio paisaje a veces inútil.

Disgrego las sombras con mi parpadeo: ningún tiempo es inocente

a las telarañas, ni a esta tortura que produce el desafío del vértigo.

Los rigores del sin embargo son audibles ahora que el vilano

del eco atraviesa los travesaños del eco calcinado.

 

 

Del libro: «Incendios giratorios», Barataria, 2013

©André Cruchaga

Imagen pintura de André Masson


 

miércoles, 26 de febrero de 2025

RESPIRACIÓN

Imagen pintura de André Masson


RESPIRACIÓN

 

¿Acaso cabe en los neumáticos vacíos del universo, la longitud

de la voz que gira en la sombra y a ras del suelo?

—En pedazos inasibles la batalla librada por la tuberculosis,

y las encías rotas del calendario.

Suenan las sombras con la ropa sucia y el insomnio de peluquero.

Hay días donde el harpa de la niebla nubla mis sentidos, la rosa

lánguida en aquel lejano pez de los latidos;

caída la claridad respiro en pedazos la respiración de la sombra

 

En el tropel de las estatuas, el discurso del método. (Gramsci

hablándonos de catarsis y praxis, Cuadernos de la cárcel; Foucault

y nuestra moral despilfarrada en la incertidumbre).

La barbarie en sus actos de castración también usa escapularios,

y fornica con el dogma y el poder.

Tiembla el ojo en la sombra de lechuza que lo ahoga, innecesario

que enmudece el tiempo cuando ya han sucedido

todas las convulsiones del extraño movimiento de los pedales.

La toz embozada de diablo que nos persigue intensamente.

 

Desde los pies la ceniza celebra el sobresalto y sus vejaciones.

 

Entre lo que se fuga los párpados caídos de la ceniza, las gotas

del sonambulismo en la piel, los fríos oscuros de la respiración

crispada, los acopios de los condenaos en «los flujos vaginales

del territorio» asediado sin defensa por la purulencia.

La oscuridad entreabierta o cerrada adquiere cojines de ojeras.

 

Por la vía del disfraz, el último ardor y el cementerio de las alas:

los andenes acorazados por el pulso, las aguas hasta el cuello

del estremecimiento. (El terror desplaza mi paz sustituyéndola

como diría Faulkner, por un insomnio donde uno puede palparlo

todo), la tormenta de polvo y la depravación de la mesa.

En la estación de la lejanía, los párpados como puertas

derruidas, allí los movimientos sumergidos de las uñas, los nombres

abandonados en la tormenta.

 

En cada movimiento de campanas, la lengua nocturna, impaciente

de los muertos y la ansiedad, vista desde el musgo

de su propio oleaje;

con psicología introspectiva, los minutos ensayan su misal,

ensayan «el fondo con sus vértices negros, lego de alocuciones»,

parapetadas en el presidio del sopor.

 

—Supongo que ya no hay razón para el fuego sostenido

en las manos,

cuando todo alrededor es arrasado por la ebriedad invasora del túnel

que crece en la somnolencia de lo implacable.

Sobre los andenes del picotazo, el tren moribundo de la garganta.

 

 

 

Del libro: «Incendios giratorios», Barataria, 2013
©André Cruchaga
Imagen pintura de André Masson


 

miércoles, 19 de febrero de 2025

AGENDA DEL PAISAJE

 

Imagen pintura de André Masson

AGENDA DEL PAISAJE

 

 

es el cuerpo deshilachado

que se desgrana en el collar de nuestros sueños de olvido

TRISTAN TZARA

 

 

(Vamos, aunque no lo quiera hacia lo inhóspito de las aguas derretidas en las sábanas. Allí los puchitos de linaza colados en los juegos matinales del jardín o, en las horas nocturnas, al antojo de las pulsiones del vaso. Día a día afilamos los labios de la sed, despojamos las manos del frío, buscamos en la rama el pájaro de la muerte, nos volvemos implacables en la bolsa de las ilusiones, dibujamos jaguares para que muerdan nuestras vestimentas, desnudamos la fe en la oscuridad de los orgasmos, el mismo fluir que a menudo se vuelve huraño, —¿podremos un día liberarnos de esta muerte a pausas, romper las aristas de la desazón, escribir otro poema con los gestos típicos del polen? Para reescribir nuestra agenda de arcilla, necesitamos el sexo de las libélulas, la técnica del balanceo del mar o de la tinta, los tranvías colgando de las esquinas de la madrugada) …

 

En la bifurcación del collage evocamos geografías irreales, bordes,

atlas, las palabras trasegadas del crujir de los topónimos,

la aurora con sus pulsiones diurnas antes que mueran las sábanas:

—Por si hay dudas, ya hemos reescrito la idiotez de la melancolía

en todas sus formas posibles, hemos pintado la intemperie

de escaleras y validado los desfiladeros de la agenda del paisaje.

Hacia sueños que ya no conozco, —miradme— donde las mulas

se vuelven obtusas y la memoria mero arbitrio de sinrazones,

la franela de sal del viento, la desesperanza en ferrocarriles de carbón

con sus viejos sótanos de oscuridad.

Nada es hospitalario ni hay reciprocidad en las disonancias del tedio

Sabemos que la bruma es una angostura interminable,

en su magnitud no hay códigos amatorios ni cláusulas certeras.

 

Aquel grifo de las aguas derretidas en la pared de la página

en blanco, y el tiempo que se nos muere en nuestras manos resulta

letal y profuso en sospecha;

dentro de qué pan deben cruzar nuestras hambres, sin que las piedras

de las morgues acechen los segundos del entresueño del tránsito.

Vivimos en el espejismo de la trivialidad, oscilamos entre clavículas

de asco y vértigos de horribles estatuas.

 

La pregunta será siempre la misma. (La muerte será la misma

 muerte, aunque se disfrace de catedral en nuestras vísceras,

aunque el polen extasíe el vuelo).

 

Ya no aquella agenda paralela sin dentífricos y páginas arrugadas.

Sobre el tapiz, las colillas y los sostenes, las edades transpiradas,

el cansancio y la locura que nos llaman, un desierto de sangre

gritándonos, gritándonos…


Del libro: «Incendios giratorios», Barataria, 2013
©André Cruchaga

Imagen pintura de André Masson


sábado, 8 de febrero de 2025

VIAJE INÚTIL

 

Imagen pintura de André Masson


VIAJE INÚTIL

 

 

sur la table de travail dans un vague désert muet

je deviens fou de rage, d’humeu noire…

ÁLVARO MIRANDA

 

 

Las distancias existen.  ¿Dónde queda la tinta del poeta

cuando la voz se extingue? Mi viaje jamás tuvo odio, solamente sequía,

hambre por el mar de los velámenes.

¿Fueron los torvos bolsillos del crepúsculo los que me volvieron

apátrida, y tránsfuga del azúcar?

Hubo paredes que solo rumiaban resentimiento, agua hervida

en la boca, entre vigilia y sueño demasiadas tumbas para llevarlas

en mi barca de mis luchas desnudas.

 

Soy hombre y no pertenezco a marcas ni patentes: tengo la verdad

por horizonte y las manos limpias de limosnas.

A nadie insulto, ni al guitarrón que zumba como duro presagio

entre el tragaluz de los aleros.

Ahora sé que fue inútil aquel viaje sin luna el césped.

Soy esas extrañas palabras inabarcables en medio de la noche,

la palabra que por costumbre habita la nostalgia, la palabra

inventario en las esculturas de la lluvia, la pared oscura

en los anillos grises de la tarde, el paladar que adivina los estatutos

del vinagre y el jengibre.

 

Siempre he sido esa rara avis dibujada en el cuaderno de la ceniza.

La noche desnuda todos mis inviernos y es triste, es triste

como todos los fantasmas que llevas en tu propio vuelo.

«Y fui... y estuve... pero nada traje.»

Sereno, sin embargo, en la humedad de mi cobertizo, tengo aún

en las palabras «lo que pudo caber entre tus manos.»

Es triste ver los ojos fuera de su órbita, en las fauces atropelladas

del pañuelo, en las alas un viaje de heridas invernal.

 

(Las distancias existen, como existen desorbitadas las cuerdas del reloj, como la marea del eco en el aullido de los coyotes. ¿Adónde va la muerte prematura y el bregar dentro del canasto del arcoíris? —Sólo fue noche el lamparazo del rocío, la hoja verde del temblor de los peces, el sol que se perdió en la sombra del deletreo, días y días en el pasto de un pasamontaña, fósforos grises al borde la noche. Las distancias existen. Existe la muerte prematura. En medio de los cáñamos de las sombras, la difícil tarea de salir ileso. Ya me he ido con la furia de las cruces en un campanario de niebla. Se oye el estrépito cuando cae la escalera y se rompen las llagas del alfabeto).

 

 

Del libro: «Incendios giratorios», Barataria, 2013

©André Cruchaga

Imagen pintura de André Masson


domingo, 2 de febrero de 2025

DESDE LO MÁS PROFUNDO DE LA OSCURIDAD

 

Imagen pintura de André Masson


DESDE LO MÁS PROFUNDO DE LA OSCURIDAD

 

 

(Esta voz y esta sombra que no entiendo, los días oscuros, lentos, encorvados sobre la lengua negra de los muros; en el umbral de la línea de la espuma, el corazón de la noche con su presentida herida. La rosa del pájaro que bulle en los sueños inclinados de la sombra sumergida en la garganta: —habrá, un después, me digo —mientras paso la mirada sobre la ceniza y las colillas—; en la humedad del césped, borrón y cuenta nueva).

 

En el río que duerme en las venas, la luna de piedra hacia la noche,

las aguas consagradas al silencio de lo profundo, el interior

navegando como un cristal derretido.

Nada más oscuro que el grito de la piedra en el inminente abismo

Donde los sepultureros acoplan y revuelven la bruma de polvo

de las contradicciones históricas, materia para discutir el drama

de los amedrentamientos o solo la tuberculosis amontonada

del otoño como fruto de la caducidad de la hoguera.

Desde la emoción pretérita de un hospicio maduran y enmohecen

los cementerios y ciertamente también los sueños.

Sobre el candil de las sienes, el espejo siempre de la penumbra,

pétreo, bestial en su danza de pared derruida, justo en la esquina

doliente del viento; en lo profundo de la oscuridad el despojo pierde

su identidad para convertirse en estupefaciente.

—Vamos, digo, que con la simplicidad de la madera: las sombras

descubren el rumbo de la luz y las campanas.

En los versículos de la tortilla, salir del hambre es una epopeya,

sube al patio trasero una constelación de langostas.

 

Del libro: «Incendios giratorios», Barataria, 2013

©André Cruchaga

Imagen pintura de André Masson


jueves, 23 de enero de 2025

AL BORDE, LAS LÁMPARAS

 

Imagen pintura de André Masson


AL BORDE, LAS LÁMPARAS

 

 

(Al borde de las lámparas, el aullido de sangre sobre el cuaderno, las sombras ciegas de la tinta, y hasta los duelos de mis pesadillas. En esta mezcla de escaleras todo es confuso: desesperan los agujeros del aliento, los tantos clavos que sostienen las funerarias, aquel nombre que golpea los platos vacíos sobre la mesa. Arde la opacidad de la tristeza alrededor de esta luz sombría, dentro de la boca de los abanicos).

 

Como ayer, ahora, estoy deshabitado de otros tiempos y lugares.

Debajo del fuego, las baldosas con fervor de moho y recuerdos,

la arcilla con rasguños de quimera, el tallo de la espuma en el ojo

de la sombra ruidos trizados en el bostezo de las puertas.

La luz tiene infinitas formas para desvelarse en los inmóvil

de candados que el tiempo pinta de temblorosos pájaros;

lo sé ahora cuando la vigilia se yergue sobre mi esqueleto rural.

Sólo espero que la luz esté allí mientras tenga sueños, sueños

mientras el tiempo no desdiga el olvido.

Al cabo, estar aquí, es la naturaleza de mi propia caligrafía.

Mi propio reino. Mu reino propio, aunque se destiña con los días.

Nunca supe de otro desde las primeras palabras sembradas,

desde aquella totalidad de surco que abrí junto al postigo de sangre:

si algo ha de vivir siempre es el árbol de la muerte.

Si algo perecerá es la alegría con sus manuscritos de porcelana.

 

 

Del libro: «Incendios giratorios», Barataria, 2013

©André Cruchaga

Imagen pintura de André Masson


sábado, 18 de enero de 2025

FLAMA

 

André Cruchaga

FLAMA

 

 

Mar de ansia y del delirio —he aquí…

SAINT-JOHN PERSE

 

 

en la estancia de madera el fuego hecho de contagiosa religión: dentro del pabilo el papel lacrado en las manos el metalenguaje como un vitral inefable en la redondez de la gota de tinta que quiere convertirse en poema y luego marchar a través de la inmaterialidad del aliento entre esa luz y las reminiscencias del crepúsculo la persiana de los sentidos pronuncian la claridad una y otra vez respiro en el ciego plato de la sombra que me alimenta no importan las semanas y los meses toda la pesadumbre de mi memoria colgando de todos los crímenes del sueño —a menudo me ata la pobreza de mi risa los túneles impasibles de la garganta la mano confundida de la polilla agazapada en la fábula de los tiempos: me sigue sucediendo el tiempo con cierta demencia ¿qué abrigos invento para mis huesos? ¿ qué imágenes dejan de ser voraces en los ojos allí donde cruje el sexo desangrado? vivo en esta suerte de préstamo del calendario y su ataúd en la fila residual de los tragantes ahí donde el alba es trágico azogue mínima ternura en la jerarquía de las cucharas ya no sé si por costumbre reincido en el mismo velorio de mis pensamientos casi a punto de ser extraña criatura en medio de la luz nazco y muero en la mueca de la pesadumbre: mi demencia engendró espejos de tedio y fábulas de nocturnos pómulos quizá la lluvia o el fuego lo resuman todo: las manos sobre la mesa sólo fue un sueño de proporciones iguales al vacío —cuando fui consciente de la pobreza opté por el sacramento de la intemperie y por la lluvia interminable de la avidez olvidado de todo paraíso la acumulación de calles y portales los sonidos huecos cruzando la conciencia hasta colmar de angustia las aceras si hay algo que aja la noción del poema es este folio de hollín mordiendo el entrecejo la meditación sobre las armónicas sepultadas y esa tinta negra que sale de la boca con afasia de migajas me duele el trasluz de las vigas que danza como un fantasma equilibrista en medio de los sonidos de la resina del eucaliptus a veces es la escarcha del crepúsculo la que está sobre el plato: la boca atardece en la taza de café luego los ronquidos de la noche como el aguijón de los nombres agudos los trenes líquidos del suspiro en el largometraje del pie forzado de la décima me quedo así donde («hierven las cosas consumidas por una llama hambrienta que ya alcanzó mi calcañal y muerde me está doliendo el mundo revienta como pústula me duele en mí como un templo destruido») atrás de las puertas la rugosidad de los tapiales y el polvo temible que colma mis poros es aquí donde invoco el arca aunque sólo sea para que mis ojos se salven una sombra tras otras en los sonidos del lenguaje…

 

 

Del libro: «Incendios giratorios», Barataria, 2013

©André Cruchaga

Imagen André Cruchaga


lunes, 13 de enero de 2025

JARDINES YUXTAPUESTOS

 

Imagen pintura de Roberto Matta – Chile


JARDINES YUXTAPUESTOS

 

 

Unimos los jardines de la claridad, al petate difuso de la noche:

altas esferas devoradas en la proporción de la garganta;

a quemarropa el caracol del averno en el ojal amurallado del pétalo,

el ápice de la úvula en la garganta ahumada del filo,

sobre la catacumba del abanico de los charcos:

—cada uno perdió su propia andadura, el año bisiesto del tallo,

¿es cíclico este afán de rasguñar la esperanza,

o apenas una mueca tardía de los jardines malogrados del hambre?

El hambre, digo, junta, allegada con sus cascos de vaguada,

sobre lechos frescos, sobre lechos adustos donde asusta una jarra

perfumada de culatas y aturdimientos.

 

(A menudo hay que reír sosteniendo entre las manos lo deleznable:

la solemnidad y los paréntesis siempre gozan de buena salud).

 

Hay que unir los eslabones del hambre alisando el piso de los ojos.

No sé si en los péndulos hay derecho a vía,

o es mera rotación el movimiento de las aspas del aliento,

la niebla orgásmica del éter, la elipsis del ombligo, la metástasis

de la taxonomía de la cólera, la dulzura unánime del parpadeo.

 

Juro que el escalpelo y la miseria son el mejor verso que se ha escrito

en la historia, digamos Dios y las langostas, silva el viento.

 

 

Del libro: «Incendios giratorios», Barataria, 2013

©André Cruchaga

Imagen pintura de Roberto Matta – Chile


viernes, 3 de enero de 2025

«ABISMO DEL NO SER A SER ABISMO»

 

Imagen pintura Vincent van Gogh


«ABISMO DEL NO SER A SER ABISMO»

 

 

A mitad de camino entre la mar y el suelo

que hace fértil un gesto de vida proseguida,

sobre la arena oscura expuesta al sol, propongo

yo … mi balance…

MARÍA VICTORIA ATENCIA

 

 

Mudo la alegría que me alcanza y deja. Conmigo, golpes de agonía.

Siglos de calendario habitan el grito, cuerpos silenciosos

en el ansia. Siempre este matarme a mi propio olvido.

Siempre entre cielo y tierra, el mar, los litorales.

Siempre una piedra y otra piedra y otra piedra, sombra en mi alma.

Ahora respiro: soy nada sobre el muro de la intemperie.

Sólo me sostiene el golpe de los zapatos de la noche, y la ciudad ciega

quemándose entre mis dedos, vivido foco envuelto en un trapo.

Todo el azogue del tiempo desciende a mis costillas.

El olvido y la lengua a oscuras, el camino de las alucinaciones.

La sal toca el rostro del pájaro en la ventana. Boca enlutada, la boca

mía de siempre, el reloj carcomido en la memoria, el libro desértico

de los peces, esa caricia oscura en el sobresalto.

En todos estos años he gastado equivocadamente mi memoria.

Salí del viento y entré a la tormenta. Cerré los ojos

para extender las manos. Caminé para no irrumpir en la sed.

(En la travesía tus piernas fermentadas de río, el paracaídas

en la ramazón de las vísceras, «esto de no ser más que tiempo

espanta.» Siempre he tenido miedo al miedo y al naufragio;

y al asedio inerme de la sospecha. Pero «tus manos estremecidas»,

han sido para mí el fuego de cada día).

 

Del libro: «Incendios giratorios», Barataria, 2013

©André Cruchaga

Imagen pintura Vincent van Gogh