Entre faroles de frío, colillas parpadeantes, fila de silencios
a goterones: el agua cayendo en el ataúd de la tierra,
abiertas coordenadas, las ventanas de los ojos, el taburete antiguo
a la altura de los murciélagos; a mi modo, hago conjuros al acertijo...
Imagen tomada de Miswallpapers.net
SONAMBULISMO
en la tarde, qué espanto, se transforma
en el más agresivo, legañoso y cenizo
«disparate» goyesco.
ANTONIO MARTÍNEZ SARRIÓN
En el azogue de los silencios, el laberinto, la noche, los sonambulismos,
los armarios olvidados, las alacenas vacías, el día que pierde las ternura
de sus manos, la voz en lo brusco de la saliva:
camino entre los nombres desfallecidos del paisaje,
nada son los arrayanes
acerbos en la boca, cuando la noche es una palpitación desangrada.
Entre faroles de frío, colillas parpadeantes, fila de silencios
a goterones: el agua cayendo en el ataúd de la tierra,
abiertas coordenadas, las ventanas de los ojos, el taburete antiguo
a la altura de los murciélagos; a mi modo, hago conjuros al acertijo
al caníbal inmundo del sifón del traspatio
del calendario con los dedos impares del tabanco
que cuelga de las vigas: zumba el ronquido de la náusea
los modismos subterráneos de los sueños, alrededor sordo
de los estantes, casi impúdicos ante el polvo abrasador de ciertos
anaqueles dispuestos para las sombras,
de torrentes clavados en el sonambulismo, diván de papeles
en los brazos acostumbrados a las paperas de la noche,
a la polución de las postales, a la inusitada rosa pornográfica,
disfrazada de paraguas de éxtasis.
(Hay abrigos quejumbrosos como herejías paralelas a los pájaros,
ritos agridulces, risas desgastadas en la camisa líquida del agua,
un jazz trasnochado, médiums explorando
la diadema de los cementerios, la mueca degollada de los colores,
la braga limando los élitros de la almohada, colosal bodega donde
granizan los escapularios el satín de las escaleras.
Es interminable el fermento de la sal, las horas carnívoras
irrumpiendo en la cama con graznido metálico, sin más flauta
que este invierno trasnochado
de la madrugada, de las tardes, de los párpados sangrantes.)
Llevo días pensando en el cigarro de los siglos: el combate es duro
cuando no se esperan milagros, el azar fantasmal
de las posibilidades, el ojo prohibido discurriendo en la limonada,
cruces y luces acompañan en los ascensores,
aires grises en el cuerpo de los hisopos, lágrimas oxidadas,
sábanas en vendaval entregadas a estufas de leña, al carbón
dispuesto como un ciempiés en el légamo embriagado de le lengua.
Es un ir y venir en medio del barro pegajoso, aluviones arqueados
en la oscuridad: sulfúricos andamios del sonambulismo,
abanicos jugando al acorde infinito, garabatos en la travesía
inaccesible de la ternura: días donde el único arsenal es el desvelo.
Días inaplazables como la fruta madura sin consumirse: pasado
el tiempo, cae el último pájaro de la tormenta…
Barataria, octubre de 2011