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lunes, 24 de octubre de 2011

SONAMBULISMO


Entre faroles de frío, colillas parpadeantes, fila de silencios
a goterones: el agua cayendo en el ataúd de la tierra,
abiertas coordenadas, las ventanas de los ojos, el taburete antiguo
a la altura de los murciélagos; a mi modo, hago conjuros al acertijo...
Imagen tomada de Miswallpapers.net





SONAMBULISMO




en la tarde, qué espanto, se transforma
en el más agresivo, legañoso y cenizo
«disparate» goyesco.
ANTONIO MARTÍNEZ SARRIÓN




En el azogue de los silencios, el laberinto, la noche, los sonambulismos,
los armarios olvidados, las alacenas vacías, el día que pierde las ternura
de sus manos, la voz en lo brusco de la saliva:
camino entre los nombres desfallecidos del paisaje,
nada son los arrayanes
acerbos en la boca, cuando la noche es una palpitación desangrada.
Entre faroles de frío, colillas parpadeantes, fila de silencios
a goterones: el agua cayendo en el ataúd de la tierra,
abiertas coordenadas, las ventanas de los ojos, el taburete antiguo
a la altura de los murciélagos; a mi modo, hago conjuros al acertijo
al caníbal inmundo del sifón del traspatio
del calendario con los dedos impares del tabanco
que cuelga de las vigas: zumba el ronquido de la náusea
los modismos subterráneos de los sueños, alrededor sordo
de los estantes, casi impúdicos ante el polvo abrasador de ciertos
anaqueles dispuestos para las sombras,
de torrentes clavados en el sonambulismo, diván de papeles
en los brazos acostumbrados a las paperas de la noche,
a la polución de las postales, a la inusitada rosa pornográfica,
disfrazada de paraguas de éxtasis.

(Hay abrigos quejumbrosos como herejías paralelas a los pájaros,
ritos agridulces, risas desgastadas en la camisa líquida del agua,
un jazz trasnochado, médiums explorando
la diadema de los cementerios, la mueca degollada de los colores,
la braga limando los élitros de la almohada, colosal bodega donde
granizan los escapularios el satín de las escaleras.
Es interminable el fermento de la sal, las horas carnívoras
irrumpiendo en la cama con graznido metálico, sin más flauta
que este invierno trasnochado
de la madrugada, de las tardes, de los párpados sangrantes.)

Llevo días pensando en el cigarro de los siglos: el combate es duro
cuando no se esperan milagros, el azar fantasmal
de las posibilidades, el ojo prohibido discurriendo en la limonada,
cruces y luces acompañan en los ascensores,
aires grises en el cuerpo de los hisopos, lágrimas oxidadas,
sábanas en vendaval entregadas a estufas de leña, al carbón
dispuesto como un ciempiés en el légamo embriagado de le lengua.
Es un ir y venir en medio del barro pegajoso, aluviones arqueados
en la oscuridad: sulfúricos andamios del sonambulismo,
abanicos jugando al acorde infinito, garabatos en la travesía
inaccesible de la ternura: días donde el único arsenal es el desvelo.
Días inaplazables como la fruta madura sin consumirse: pasado
el tiempo, cae el último pájaro de la tormenta…

Barataria, octubre de 2011

viernes, 21 de octubre de 2011

INSOMNIO CON TORMENTA


Hoy, todas las concavidades son insaciables: palabras quemadas
en la desnudez de las sienes, semejantes a la escoria de otros días,
iguales al tugurio donde permanecen mis zapatos.
Imagen tomada de Miswallpapers.net




INSOMNIO CON TORMENTA




Perteneces -lo sabes- a esa raza estafada
que el dolor acaricia en los andenes.
ÁNGELES MORA




Hoy, bordeando las calles del insomnio bajo la tormenta, la luz
fugitiva entre la breña, el báculo en el barro de cada batalla,
náufrago al filo de mis propias palabras: debajo de mí el ácido
de los pétalos ciegos, la entraña al punto de volverse inerme.
Hoy, igual que ayer, con todo el ungüento del odio en los poros,
la herida cada vez más cerca de lo irreparable,
lúgubre la sed en el cerrojo, los fueros fugaces de la inmortalidad,
este recuerdo siempre de manos furiosas,
pedestal del gallo en el sollozo de la noche de todos los días,
de todas las semanas: los cirios empapan de pus
la hoguera que me vuelve penitente, sin dejar de ser el suplicio,
la indigencia viva que se gesta en cada crepúsculo.

Hoy no duermo. En realidad hace tiempos que no duermo:
sé que es injusto que se quieran perpetuar los pretéritos, las sombras
superpuestas en el sudor, hasta convertirse en voraz espuma.

(Hoy, nosotros, en el desvelo de cada palabra;
no hay oráculos para las horas de fuego, ni fuego en el cuaderno
blanco del sueño, sino obstinados escombros, balbucientes sombras,
en el odre del reloj donde caben
todos los tentáculos de la supervivencia, los oscuros ruidos
de la respiración al punto de trasegar calles desiertas hechas
para ciegos transeúntes, sinuosa espera en esta vaguedad de la madera.
Hoy, la carroña en la boca como una maquinación perversa
de la historia que vivimos y compartimos sin antídotos.)

La perseverancia de la lluvia duele mientras el insomnio subvierte
toda realidad posible: no hay tiempo para poner en orden
las premoniciones, ni lavar la memoria con agua bendita, ni sacar
el escapulario, ni rezar a la diestra de lo inhóspito,
ni volver a la estación difusa de las vitrinas,
ni abrir el zaguán del hambre en medio de tanta sordidez,
ni guardar la alacena trashumante del azúcar,
ni guardar la mazorca insoslayable en el tabanco junto al hollín
que ha subido como cascos aletargados, de aguas grises y señuelos.
Hoy, todas las concavidades son insaciables: palabras quemadas
en la desnudez de las sienes, semejantes a la escoria de otros días,
iguales al tugurio donde permanecen mis zapatos.

Pese a este tedio de almohadas, pese al amanecer sin jadeos,
pese a lo extenuante del aliento,
pese a esta batalla de asedios, al harapo merodeando al sueño,
a la fruta tórrida envuelta en osamentas de antiguas chimeneas,
el insomnio, incólume, atraviesa los desperdicios que deja el extravío,
el tiempo dilatado en la penumbra, este terror sinfín de lo amorfo.
El insomnio sigue: no es falsa mi demencia, ni la paradoja
del próximo poema necesariamente demencial como el tropel
de cualquier asimetría, de cualquier barco en invierno.

Barataria, octubre de 2011

jueves, 20 de octubre de 2011

DELETREO DEL JÚBILO


A menudo tengo que olvidarme de las palabras, de mi propia sombra,
comenzar hoy a olvidar cansado de la noche,
cuando hay cansancio y silban los ataúdes más adustos, precarios,
que he conocido en el litoral de la ceniza.
Fotografía de Alfonso Aguirre




DELETREO DEL JÚBILO




…afirmo que el olvido es fuerte
pues hace no morir lo que vivimos
y vivir, olvidados, nuestra muerte…
WERNER OVALLE LÓPEZ




Digamos que voy hacia la luz. Mis tantas noches terminaron
al momento de sentir la transparencia, el continuo devaneo
del crepúsculo con alguna herida del pasado.
Allí en el deletreo derraman los jardines las aguas solares
del relámpago, a ras de la piedra el sosiego del caracol adherido
al tintineo de las aguas de la proeza.
Ya he olvidado, como el loco, las escaleras de la memoria,
aquellos santuarios oscuros del azogue, el eco a quemarropa
de ser cordero del grito, en medio de minutos agazapados.
La razón siempre la tiene el júbilo: y sin embargo, nos atrapa el caos
y ahoga la boca y vuelve indecibles las calles,
y da vueltas el trompo del alma y combate la noche y el día,
y nunca concluye la lucha de contrarios, y la muerte que derrama
su propio incienso y sus cruces y sus poderes terrenales.

A menudo tengo que olvidarme de las palabras, de mi propia sombra,
comenzar hoy a olvidar cansado de la noche,
cuando hay cansancio y silban los ataúdes más adustos, precarios,
que he conocido en el litoral de la ceniza.
Ahora voy a solas, en los hombros mi propia historia: las palabras
transformadas en boca, la verdad ineludible de los hechos,
diversos espejos de la página: todo emerge de ciertos acordeones
reveladores, los símbolos tienen su propia esencia,
dicen lo que las campanas al escucharlas en silencio, en la propia
voz de lo telúrico, río abajo del arado lavado en el surco.

La sed me mueve a tirar botellas al mar, el paraguas me reinventa
el inventario de la lluvia: las calles malas de este mundo,
el camino obtuso de las sombras consumadas en el devenir
de las palabras escritas en las paredes, de la estación violenta
de la piel. He vivido en ese otro mundo donde ninguna bestia redime
su oscura dentadura, la miseria humana a menudo es infinita.

Lo es porque también el mal es una biblioteca con discursos sutiles;
entre estos dos mundos de solapada paciencia,
trato de ganarle el sentido a las parábolas, revisar las analogías,
permanecer en el equilibrio de la lectura,
escribir como un sobreviviente resuelto a cambiar la tinta del tintero;
y no resulta fácil reinventarse dentro de la nada, entre mundos
en tránsito y caóticos, entre labios y bocas con estigmas.
Al final, a cada sombra le estimulo su propia hambre: nuestra
historia está llena de manchas y osamentas, y repetirlo es seguir
el carnaval patético del disfraz. Fue suficiente la penumbra.
Toca, ahora, nombrar el blanco del libro de la vida, con sus renglones
negros de pájaros hasta que de nuevo comience el tiempo.

Barataria, octubre de 2011

miércoles, 19 de octubre de 2011

MOMENTO DE DECISIONES


Debo fregar las ventanas del murmullo para alzar otros tantos
monumentos a la soledad,
pues hay que vivir de nuevo insaciablemente en medio de la ceniza,
celebrar las pluralidades detrás de las cortinas,
la juerga de papel celofán del Siglo XXI,...
Imagen Snowbird, Utah





MOMENTO DE DECISIONES




Ojos mudos lo ven
labios ciegos intentan precisar tanta deriva…
IDA VITALE




Hemos recorrido la sangre y la memoria, la locura es la única
caja de cristal que nos salva de tantos barrotes oscuros,
de otro modo, tendríamos que pagar el precio de la cordura,
al tanto por ciento del raciocinio,
junto a los demonios que golpearon día a día la sábana,
que fue el agua sobre los cuerpos tendidos por el júbilo.
Sea este tiempo de cicatrices mortales para tomar decisiones:
lavar el guacal de morro de las jornadas parlamentarias
de nuestra comarca que se han vuelto patas de gallina ciega,
en medio de la llovizna de humo del Tercer Mundo.

Debo fregar las ventanas del murmullo para alzar otros tantos
monumentos a la soledad,
pues hay que vivir de nuevo insaciablemente en medio de la ceniza,
celebrar las pluralidades detrás de las cortinas,
la juerga de papel celofán del Siglo XXI,
las monedas desvanecidas que nunca llegan al bolsillo,
pero sirven para jugar al ajedrez de las intrigas, al doble juego
de los sistemas políticos y a sus acólitos alambres retorcidos.

(He vuelto a la luz, después de convivir junto a un repertorio de sombras
nefastas, después de susurrar en la paradoja del filo,
a la respiración casi automática del pulso,
casi a la deriva como tantas infancias en las calles de insoportable
escuela, cerca del bagatela de dudosa cosecha,
próximo al cabeceo de la noche en la garganta, turbias gárgaras
heredadas por la lengua.)

Ya he llegado al punto de la fusión de ala y viento: sólo me asombra
la honda luz en la memoria, las palabras trabajadas por mis manos,
el trabajo sin pavor de las puertas,
aquellos peces que bracean sin fronteras definidas,
el aura como una semilla en la foja del cuaderno, la humana montaña
del semen en el libro del trino que el destello hace evidente.
Frente al rostro, la decisión final que ahora la intuición entrevera:
caminar desde la intimidad hacia la transparencia,
suturar la herida de los cuatro costados del crepúsculo,
sin olvidar que en los parques y calles existen hecatombes
y que los dientes dictan alaridos de cadáveres; sobre todo, cuando
el destino está lleno de contradicciones.

En algunos casos, todavía hoy es ayer: aguas de trasnochada rima,
ausencias anunciadas por guijarros, piedras abiertas como soles,
misteriosas ramas de niebla en el paisaje:
vos, yo, al punto de no ser, para ser todo sin malignidad alguna.
En medio del emporio de las bisuterías, nos quitamos el espejismo
para morder la carne de la lejanía…

Barataria, octubre de 2011

martes, 18 de octubre de 2011

TATUAJES BAJO LA AXILA DEL SUSPIRO

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(Sin duda los tatuajes quedan como ese oleaje en la respiración
que se vislumbra la densidad del poema, rumor a dúo de la noche.)
Imagen tomada de Miswallpapers.net




TATUAJES BAJO LA AXILA DEL SUSPIRO




—¿Recuerdas todavía nuestro éxtasis lejano?
—¿Por qué quieres que vuelva a recordarlo en vano?
PAUL VERLAINE




Náufraga la campana debajo de las axilas, el inconsciente
del piano en la superficie de las mariposas que revolotean
en la boca petrificada de las moscas.
Ante los tatuajes no son necesarias las sombrillas,
nuestro camino es la relativa pestaña de los caminos bifurcados
en el íntimo ombligo del horizonte;
después de todo, los huesos no emblanquecen con desodorantes
de lágrimas, ni hay instructivos para leer las banderas
desde las disidencias, desde la nube que cuelga en el bolsillo
de ciertas noches salvajes sostenidas en la espalda de los grifos.

En el suspiro empiezan las cerraduras a abrirse, a vaciar
toda la escoria del calendario, el secreto de los caracoles,
las abejas sobre la tempestad del inconsciente del costado
del primer sueño puesto en las boyas inflables del cielo con peces
con peces rotundos como ahogarse en las aguas de la cachaza
del ombligo, con la misma matemática de los tulipanes
en un país donde la demencia es igual al frío de los glaciares,
igual a las inundaciones a las orillas del Acelhuate,
igual a todas las fantasías que alimentaron infructuosamente
la infancia, la hoja desgajada desprovista de la ternura necesaria.

(Lo cierto es que todo quedó en palabras muertas, sin sentido;
O, nosotros, pensando en cuentos olorosos a campánulas, perdimos
el rumbo de los mediodías, el humillo de la saliva,
y nos quedamos sólo con el devaneo clandestino de las abejas
buscando el sudor momentáneo de las palabras que describen
nuestra historia, la puesta del pie sin carnaval, sin acomodarse
a la metafísica, sin ser recurrente juego de luces.
Al final me da igual perder el lápiz del horizonte sin tu cuaderno,
traspasar la pizarra seca de la breña,
quedarme en el calcetín estacionario de las nubes. Me da igual.)

Pero hay tatuajes que no se borran con olvido y vaselina, ni fregando
los poros con excremento de gallina negra,
ni cruzando las glándulas sudoríparadas del apetito,
ni dispersando los quejidos del moho, ni la vehemencia del madero.
Nos queda todo el tiempo quemado de las alcancías, en el fondo
del bolero donde la locura es otro universo amamantado,
pubis en esta sed de cielo, perfumado tintineo de silabas, quizá
puerto para la protuberancia del tren húmedo del aire.
He comido todos los tatuajes del pálpito en la canela incandescente
de la fruición; he lamido, desde dentro, la saliva del epicentro,
el retrato jorobado de la sed, la mesa viviente del goteo hasta romper
la inminencia, las hierbas afrodisiacas del presagio,
el estrépito perfumado hasta el cuello.

(Sin duda los tatuajes quedan como ese oleaje en la respiración
donde se vislumbra la densidad del poema, rumor a dúo de la noche.)

Barataria, octubre de 2011

lunes, 17 de octubre de 2011

MEDITACIÓN EN LA CLARIDAD QUE SE ESFUMA


Está claro que la claridad puede verse ataviada de espumas
y cierta bisutería, de sed y hambre, al revés de los latidos buscando
el pulso debajo del quicio de la puerta del estertor.
en la claridad buscamos la luz, pero cuando ya es otoño,...
Imagen tomada de Miswallpapers.net





MEDITACIÓN EN LA CLARIDAD QUE SE ESFUMA




(Todas las palabras esdrújulas,
como los sentimientos esdrújulos,
son naturalmente ridículos.)
FERNANDO PESSOA




La claridad que se esfuma, sí, la realidad que se esfuma, que escapa
de las manos y como un chispazo de luz, sigue la corriente del vértigo,
animal efímero descuajado en los ojos.
En toda vida las estribaciones deletrean al bufón de sartenes,
los clisés que a menudo profanan los balcones,
o la desnudez sin aderezos como la claridad agotada en un tejado,
o los pruritos de vanidad metafórica cuando no se tiene
otra historia y es el mismo disco rayado al pie de la sábana
fantasías de las bóvedas del estío como un corral plagado
de viscosidades y arcilla sinuosa.

Está claro que la claridad puede verse ataviada de espumas
y cierta bisutería, de sed y hambre, al revés de los latidos buscando
el pulso debajo del quicio de la puerta del estertor.
en la claridad buscamos la luz, pero cuando ya es otoño,
hay que poner en remojo el mínimo pudor, traspasar el propio
ego, salir del blanco y negro de la noche;
la belleza del poema está hecha de aguas sutiles; jamás la espuma
estuvo aquí para juntarse con lo perenne, jamás la tinta es blanca
en el despeñadero de la propia conciencia.

Hay escaleras infinitas, sin duda, para subir al cielo, sin dilemas,
ni tribulaciones, ni cuitas, ni convulsiones de amores desesperados:
a cada quien lo suyo, desde el trabajo al cinismo,
desde la desnudez procelosa hasta la necesidad de la miseria,
desde la niebla difusa, hasta las horas pálidas de la tristeza.
—Jamás he podido entender las poses maniqueas
la inseguridad disfrazada de altura,
la parte del todo con esquinas vacías, la tristeza dedicada al olfato,
pegada a la letanía del espejo.

La claridad se esfuma del lugar donde más se busca: nos queda
la espuma, como sábana imaginable, irreparable mesa a la hora
de todos los imaginarios posibles;
un solo antifaz es suficiente para descifrar el misterio del ojo ajeno.
(—¿Hasta cuándo el ángulo obtuso puede convertirse en ángulo
recto? ¿Hasta cuándo el paisaje será el mismo en la ventana,
en la noche que uno construye con tantos absurdos, oscuros
estiajes del aliento, vicio que no alcanza a levantar el propio hálito?)
dicho está que puertas y pasillos no se abren para todos
de la misma forma: pero la claridad es la misma, cambia sin duda,
el aire que flamea en las sienes,
los arcos de la luz sobre el follaje, el ojo que multiplica los féretros.

Después de todo cada quien tiene sus propias caídas y recaídas;
Así está escrito en la antología personal del polvo,
El murmullo, la devaluación de la moneda, serán siempre,
La lombriz en el absurdo de los zapatos,
El disparo esparcido en el ornamento, el parto compartido
En los tendederos, tristes náufragos de manteles a la hora cero.

Barataria, octubre de 2011

domingo, 16 de octubre de 2011

MEMORADO DE BALCONES


Todo cuanto se abre, lo ve el tejado de los ojos,
crece la mata de la respiración desde su tallo de eucalipto;
persigo el corazón hipnotizado de los gorriones,
cada hoja de árbol que cae y fermenta el humus de las cosas,
de tal forma que los ojos deletrean el confín profundo de los muertos;...
Imatge presa de la xarxa





MEMORADO DE BALCONES




Provocador de las grandes fuentes sombrías,
alojado en la voluntad animal.
FRANCISCO MARADIAGA




En la emboscada se abren los balcones clandestinos del aliento,
la aurora en la escalera del aliento, el tiempo desconocido
de las abejas en la rama de las lágrimas que una vez fueron
el vilano de la ebriedad. Como en Luvina, sólo vivimos nosotros,
cargando la hamaca de tantas dudas, el loco caballo perdido
de la cordura, el taburete blando de las nubes,
la puerta que a veces respondió a los dictados del pecho.
Desde la neblina los días huraños de las sombras mordiendo
hasta el cansancio, o el simple delirio de ver la campana del horizonte.

Todo cuanto se abre, lo ve el tejado de los ojos,
crece la mata de la respiración desde su tallo de eucalipto;
persigo el corazón hipnotizado de los gorriones,
cada hoja de árbol que cae y fermenta el humus de las cosas,
de tal forma que los ojos deletrean el confín profundo de los muertos;
veo cierta obsesión por las apariencias,
es una labor de minuciosa competencia, —¿para qué, me digo?—
sin duda para triturar los sueños que no son dados con naturalidad
por los arcanos relámpagos previos a la lluvia,
al peculiar espejo de la miseria humana que nos adentra, sin decirlo,
en otra armadura sin cabellos, sin sesos, sin alma.

Escribo hipnotizado dentro de las paradojas del arco iris,
Abro los espacios de hoy y de mañana, y resulta difícil, no obstante,
caminar entre neumáticos gastados y grasientos,
entrar a comedores donde nadie ríe,
ni ve la ciudad sin camisa sobre el plato, el goteo de las axilas,
el pudor dibujado de los genitales cubierto con servilletas mal lavadas,
saleros que se abren a las moscas como el paisaje de todos los días
en nuestras calles; después de todo, arrimo el pie al taburete
en que la conciencia se sienta cansada de tantos golpes:
¿Qué pasará después, al término del día cuando el café espeso haya
hecho el efecto deseado y sigamos retenidos en el colador mezquino
del subdesarrollo, tras la propia partida del sosiego?
Sin duda, habrá de sacudirse la fatiga, el horizonte amontonado
de piedras, los suspiros de la sed sobre la tierra, el maquillaje
hundiéndonos de los pies hasta las sienes, sonámbulos de tanta
distancia, almendros para hacer la sienta en la madrugada del siguiente
día que nos espera en el guardapolvo de los armarios,
quizá para sofocar el fuego o esconder el cuchillo con avidez
de gargantas de los exploradores de metales.

Al final me resisto a renunciar a la lucidez de un pubis en mis pupilas,
me niego a la espuma y al miedo,
me niego al trance de lo ilusorio, aborrezco los montepíos y las cantinas,
también empiezo a dudar de la alegría con aplausos,
cuando el aliento llega a mis manos puedo recoger las semillas
trabajadas con sudor y tinta, con insaciable papel…

Barataria, octubre de 2011

sábado, 15 de octubre de 2011

AL FONDO DEL CAMINO


Al fondo del camino, las mismas aguas nocturnas; los pies sin traje
de la tristeza, las dulces estribaciones de los alígero,
el azul rutilante del escapulario enredado en las manos…
Fotografía de Alfonso Aguirre




AL FONDO DEL CAMINO




Ahora, como se dice al toro a la hora
de matar, ahora,
cuando el día se ha paseado señalando otra vez
la frente de mi camino,…
PUREZA CANELO




A cambio del estío, tengo caminos definitivos de alas;
en el asombro crecen las palabras, emoción donde el paladar
se torna luz, el tiempo en los ojos que mide las espigas.
Hacia el cuerpo, las aguas del sol,
el destino con la velocidad del viento, suerte de andamio
de la escritura en el poema, la niebla en conjunto a velocidad
de trenes inefables, altar donde a diario se precipita la proeza,
los brazos del agua en la locomoción de las libélulas.
Nudo de abismo el hilo de las palabras
vivir a fondo abriendo la puerta de los caminos: la jarra
de la claridad en el barco del reloj, el ahogo en la travesía
de las esquinas, acumuladas manos en la noche imposible.

Cada niebla acontece en los cedazos del cuerpo,
nuestros caminos dibujados en el granito de la alborada,
manos al soplo del paisaje,
tendidas como un trino en el tejado del crepúsculo, sastrerías
sobre el telón del asfalto, claridades oscuras, rompiendo
el ojo apócrifo de los buques del temporal, apenas ayer, viento
en la solapa de los párpados, fósforos de piedra
en las paredes atisbadas, gritando rostros en el filo del tizón
de tus muslos, sonidos del badajo en el farallón del latido.

(De pronto así es todo el fondo del camino. De cualquier camino
raíles superpuestos junto a la begonia de la brasa,
del tabaco desbordado de la niebla al punto de perder los estribos,
el anís del aire en la pelvis rapaz
de la alborada en un juego de disfraces sutiles.
Todo camino, al fondo, ápice del seno tañido de turgentes ardores,
pujanza del horizonte, toda ciudad del sueño abriéndose
a la húmeda melodía del viento, a la gracia a menudo efímera
del sueño, presencia hurtada del fuego.)

Entre un camino y otro, siempre se bifurcan los deltas:
sobrevivo gracias a esta poción doliente que se entrega a la garganta
como promesa de horas;
sobrevivo gracias a la inclemencia de la ternura,
a la brevedad oreada del césped, a la ladera debajo de la almohada,
a tanta piel redonda alrededor de nocturnas alambrada;
cada palabra es un destello de la noche, correlación inmaterial
de labios, por donde el suspiro alza su telón de labios,
trenes en la lengua de la aurora, frente al polvo ardiente, pinos
aparecidos en el rumor del pecho.

Al fondo del camino, las mismas aguas nocturnas; los pies sin traje
de la tristeza, las dulces estribaciones de los alígero,
el azul rutilante del escapulario enredado en las manos…

Barataria, octubre de 2011

viernes, 14 de octubre de 2011

SOMNOLENCIA DE LA PIEDAD


En estos días cualquier vitrina parece luciérnaga antigua,
escombros a caso de un retrete sin sonidos,
de un luto que de pronto se ha convertido en semilla sorda,
amarillos horizontes de una memoria que se ha vuelto polvo, rostros
entonces parecidos a la nostalgia,
brazos que emigran a las losas y no a la humedad de las almohadas,...
Imagen tomada de Miswallpapers.net





SOMNOLENCIA DE LA PIEDAD




Nunca ha sido la torpeza y la pesadez, amigas del vigía y mucho menos
de la piedad como prurito del buen samaritano.
Torpes gritos tiemblan en los semáforos, paradojas de los imanes
al punto de volverse tempestad cualquier cosa: es en vano pulular
desde las azoteas, invocar las contradicciones del pájaro condenado
a muerte, el mal de ojo de la noche
en la boca que el crepúsculo arrastra como una serpiente.
A fin de cuentas es como estar drogado en medio de las catástrofes:
matamos la lucidez por la exaltación
de ciertos maniquíes acostumbrados al cortejo del País,
al paraguas de la nube que golpea las sienes, animal desnudo
en el poyetón de la historia: aquí el tizne tiene la misma pesadez
de los ojos, los pies sin vida dentro del guacal de gelatina,
quebradas todas las certezas hasta que la propia sombra se vuelve
irrealidad , evidencia pesimista en las urbes del olvido.

No falta quien viva en el océano de los fantasmas.
En estos días cualquier vitrina parece luciérnaga antigua,
escombros a caso de un retrete sin sonidos,
de un luto que de pronto se ha convertido en semilla sorda,
amarillos horizontes de una memoria que se ha vuelto polvo, rostros
entonces parecidos a la nostalgia,
brazos que emigran a las losas y no a la humedad de las almohadas,
no a la certeza de puertas y ventanas, a la miseria que muerde
las ingles como el laberinto de la lengua en la herrumbre,
como el sueño que nunca es exacto entre cuchillos líquidos,
como las alacenas con kilómetros sin lámparas,
como las almas en un clima de verdades y mentiras, conciencias
sin tallos, ensimismadas en las paredes movedizas de los párpados.

¿Dónde está la piedad cuando se desafueran los brazos y las manos?
¿En qué chifurnia se nos ha metido
para ser sólo ardiente hojarasca, destino del ojo desgastado del apetito,
ansia secular de la vigilia, donde se perdieron los ascensores
de la moral, el alto relieve de la lluvia,
el libro de los aspirantes a ser pájaros, y no destino del confeti?

—(Debemos pensar en que todavía hay osamentas por recorrer:
nada es concluyente, después de todo, cuando se piensa que la vida
es una fuerza ensimismada, de espejos, gargantas y minotauros,
de multitudes deslumbradas por el anfiteatro de las fogatas.
Siempre ante la desnudez en los atrios, me viene a la mente
el misterio de las palabras, el precio que hay que pagar por cada
quemadura, los vacíos que van dejando las cucharas en el bote
de la agonía, la necesidad de jugar en el presente
con todos los objetos sagrados de la infancia, sin la zozobra a nuestra
espalda, atravesando el alma…)

Barataria, octubre de 2011

jueves, 13 de octubre de 2011

BALCONES DESEADOS


Voy siempre hacia el pinar del conjuro, hacia lo invisible, primero;
luego hacia lo visible, a la grieta del traspiés,
donde el infinito no tiene edad,
sino vértigo de enredaderas, puertas donde ladra el sigilo
con la adustez semiclara de las lámparas, con las aguas mortales
del poro trotando en el ardor de la sangre.
Imagen tomada de Miswallpapers.net





BALCONES DESEADOS




Semiabiertos al espejo de las pupilas, hondos al viaje que habré
de emprender, veladas huchas del artificio humano, estos balcones
en los que culmina el ala, y tantos vientos lejanos a la razón.
Es posible olvidar y avanzar; lleno de mí, sin embargo, los patíbulos,
la sábana carnívora del polvo, las deudas que nunca caducan,
mientras cruja el eje de la indiferencia.

Me resisto a la torpeza de la mirada en el plato, cada atrocidad
es un espejo viviente, cada quien puede lavar su alma mientras
la lluvia caiga y borre toda sal del cuerpo;
no hay días felices si para ver las semanas usamos mascarillas,
el tren de las luciérnagas es sólo un paso al fuego,
frente al cristal, asoma la militancia de las cosas: internarse
en la sed, pero parpadear,
abrir el horizonte mientras se duerme, luego saltar el peñasco
de los candiles, la espuma que deleita pero es efímera como el tallo
en el páramo, en medio del abrojo donde asoma la breña.

Voy siempre hacia el pinar del conjuro, hacia lo invisible, primero;
luego hacia lo visible, a la grieta del traspiés,
donde el infinito no tiene edad,
sino vértigo de enredaderas, puertas donde ladra el sigilo
con la adustez semiclara de las lámparas, con las aguas mortales
del poro trotando en el ardor de la sangre.
Veo la alacena del horizonte en mis propios zapatos: un hombre
que escribe en la esfera de las palabras, negándose a atardecer
en el andamio de las osamentas, en la metafísica de la angustia;
cada día abro la cerradura de los imanes,
me embrujo en el desorden, para interpretar lo audible,
los balcones deseados donde cada esqueleto no sea miserable trono,
sino íntima parábola del bosque.

No busco la eternidad porque ella es sólo un mausoleo viviente;
cuando miro fijamente las campanas, todas las lágrimas son iguales
al último orgasmo que presenciaron los párpados.
A cada recuerdo le ofrezco una jarra de silencio: me interesa
el vértigo, el ascua cárdena de lo desfigurado para darle forma;
me interesa ver lo mínimo, el rocío por ejemplo en el envés
de mis anteojos, la hoja de la simplicidad, en el hueco de las palabras.
Antes los balcones eran viejos raíles, hierros oxidados;
—(hablo de los tapiales de la penumbra, el frío ininterrumpido;
hablo de aquellas piernas que ardieron en el semen de la tinta
y que ahora, después de todo produce náuseas,
cierto cargo de conciencia que en nada empaña el ojo.)—

Ahora sólo tengo tiempo para descolgar los ríos del incendio,
caminar derecho hacia la acequia confesa del azúcar, hacia el prolijo
orden de la respiración, sin más aperos que la convicción…

Barataria, octubre de 2011

miércoles, 12 de octubre de 2011

MEDITACIÓN EN LA CENIZA


El espejo de cada palabra ahoga las pupilas; la materia converge
con la cruz náufraga de los jardines: se disuelven los nombres,
—mi nombre y tu nombre, todos los nombres esparcidos
en el hemisferio; todas las aguas maduras de la ceniza; los lugares
adyacentes al cuerpo, germinan en el fango del silencio.
Imagen tomada de Miswallpapers.net




MEDITACIÓN EN LA CENIZA




Ayer, tierra mía
deserté de tu barro, de tu agua, de tu niebla y de tu sol,
dejé mi infancia entre tus calles
resonando ecos de risas y juegos.
MERCEDES RIDOCCI




Ahora lento el reflejo del pálpito, el tiempo enfrente, sombra
la orilla de la raíz en los brazos, el principio final de la luz;
tierra que queda, hundida en el centro de la meditación:
bajo el aire, el pájaro caído de la ceniza, el nunca terminar de beber
el día total, la piel con cruz, los ojos con nombre, la comunión
con jardines indescifrables. La ceniza encarna a la noche, a estos
días inciertos donde el puente de la fe con el deseo se ha perdido:
en el centro del mar, la sal calla, agita la razón a cualquier precio;
el ojo es un destino, aunque tenga que volverme ciego para ver,
para no ver que atravieso las agujas que diminutas
perforar la puerta del alma. Pero avanzo; oigo el pétalo
de los sentidos desnudarse ante el ser mismo, ante el horizonte
laxo, en su destino corporal de ceniza.

No hay día sin cielo fecundado de muertos.
El espejo de cada palabra ahoga las pupilas; la materia converge
con la cruz náufraga de los jardines: se disuelven los nombres,
—mi nombre y tu nombre, todos los nombres esparcidos
en el hemisferio; todas las aguas maduras de la ceniza; los lugares
adyacentes al cuerpo, germinan en el fango del silencio.
Ahora me toca esperar: sentir el cuerpo en el oleaje del vacío,
casi en la deshora de las palabras degolladas, fruto gris de la noche
con su presencia de almádana.

Me hundo. Nos hundimos cuando atravesamos el tacto, el centro
de nuestros sueños, el bullicio de la duda,
la sombra que la sangre fluye como los muertos a la deriva.
¿Hacia qué ausencias sed encaminan los pronombres, el enclítico
desangrado de las ramas del olfato, la prosodia naciente,
la yerba que se ha vuelto espuma durante el invierno?
—la ceniza me entrega sus brazos efímeros: empiezo a caminar
sobre la piedra de los reflejos; dentro de poco la meditación
dará sus frutos: saldrán los caballos en celo hacia el olvido, despierto
me arde el mundo en los zapatos, los ojos sin tregua
sobre los espectros, las abejas en la celda del sexo, la memoria
como un saco de tul donde se guardan las reminiscencias,
los días de hoy y los postreros, los que terminan y se funden
en los grises del toldo del latido.

Allá, en no sé qué lugar sangrante, el asedio dentro del latido:
huyo. Quiero huir de estos días de ceniza. (Con vos en lo oscuro
de la luz, cuerpos avanzando sobre el desvelo.)

Barataria, octubre de 2011

martes, 11 de octubre de 2011

RELECTURA DEL ALIENTO


Atizo la llama del candil a la hora de acechar la tinta del cuaderno,
sobre el césped, la ardilla el aliento, la necesidad de pegar
los pedazos de los platos rotos, tocar la piedra del ijar,
entretenerme en el bar de las plenarias legislativas, caminar
sobre el espejo mientras llueve y el barro se hace fango.
Imagen tomada de Miswallpapers.net





RELECTURA DEL ALIENTO




En la armonía de la alacena, la luna llena alumbra en las manos.
En la antesala del alba, la hierbabuena del rocío, el fósforo que trina,
como otro ojo en las pupilas: releo el aliento al abrirse el pulso.
Día a día los barcos en las gaviotas, los trenes en el ala,
casi como una luz alada que nunca termina, sino en el infinito;
en el hervor del poema, todos los sueños: el aleteo franco de la tinta,
cuesta arriba la página en el hambre, el zanco de las líneas
en el alfabeto, como el agua blanca que se cuela en la garganta.
El trajín diario siempre resulta una suerte de sorpresa:
sal, sangre y azúcar, le dan vida al liento desde las pastos del gozo.

Y es así como el espejo transparenta el presente del poema,
la querencia al mantel de las campánulas,
los veleros que internan en las sienes la brecha necesaria
para levantar cada día, la hoguera derramada en la mesa.
A veces hay sombras desvaídas que se vuelven invisibles: sombras
donde se congrega el umbral del aliento;
otros quizá no hagan este ejercicio de transparencia y quemen
a temprana hora los manuscritos del alma,
ardan en el susurro de las calles del tiempo con alma de siervos.

(En la humedad, es propicio lavar la saliva de las paredes,
ofrecer la mano sin manchas y sin miedo al prójimo,
mirar el límite del tobogán del pájaro estacionado en la esquina
de la hoja que se columpia en el evangelio del sexo;
hemos vivido a merced de la noche dejándonos por la mirilla
de las sombras, sin más alcoba que la demencia del País en agonía;
ahora toca desaprender los crepúsculos,
y matar al lobo gris de los recuerdos, la última tumba de los fantasmas
al pie del cielo y los extraños brebajes de la historia.)

Cada relectura nos da la luz necesaria para caminar de nuevo
sobre la desbandada de ventanas que pasa por la rendija del aliento;
veo el subsuelo de la conciencia en perpetuo asedio,
tirada por los caballos del sueño, cascos de póstumo ardimiento,
relojes con la pus a flor del metal,
absurdos que lamen las puntas de las aletas de los peces.
Atizo la llama del candil a la hora de acechar la tinta del cuaderno,
sobre el césped, la ardilla el aliento, la necesidad de pegar
los pedazos de los platos rotos, tocar la piedra del ijar,
entretenerme en el bar de las plenarias legislativas, caminar
sobre el espejo mientras llueve y el barro se hace fango.

Quiero releer de nuevo todo el planeta: me seducen los ciegos
amantes que prolongan su agonía en el pañuelo, los falsos profetas
que aúllan en el barranco de la fosa común de los desamparados.
Me seduce la desnudez, ¿dónde estás Daphe, con tus largas trenzas
amarrando al borracho del deseo?
Sobre la mesa un vaso con agua como el pozo de los deseos…

Barataria, octubre de 2011

lunes, 10 de octubre de 2011

PARED AMANECIDA


No podemos recomponer la historia con el alarido: suspiro en el arco
convulso del suspiro, las paredes son mi eternidad íntima.
Después de todo, cada quien vive sus propias circunstancias,
descifra los nombres a oscuras, palpa la brasa o la escoria.
Imagen tomada de Miswallpapers.net





PARED AMANECIDA




¿Quién decide las voces que suben por la escalera de la conciencia
hasta ser una pared amanecida de sombras, vuelos, cansancios,
quien domina el vértigo terrestre, los pasos rotos en el vacío,
el otro yo, compañera, que me vuelve ciego como el dolor corroído
de la noche en medio de las aguas del pecho,
en medio de tanto tiempo de esquinas, tiritando en las manos
del delirio, en semanas que no se vale soñar, porque hay otras premuras:
sobrevivir al pez que cuelga de las estrellas, distancias imprecisas
de pasillos, puertas resucitadas en la boca?

No sé si gano cuando la saliva se convierte en pedazos,
cuando mi cuerpo es sólo pared de repetidas distancias,
cuando ha dejado de existir un punto de partida y el terror
se ha vuelto un espía, y masticamos, amor, la emboscada mortal.
Todas las premoniciones son ciertas:
¿Tienen que ser así, amor, los días? ¿Estas paredes ahogadas
en el escalofrío, la escama adusta de la intemperie,
los brazos colgados de un viento moribundo?
Todo lo que amanece es roca de oscuridades; uñas suspendidas
en la lengua, repellos de adusta caligrafía,
taburetes quebrados en el acantilado de las pupilas,
algas oscuras que no me dejan ver tu cuerpo, los brazos míos
resbalando en tu polen de germinación prolongada,
de humedad disuelta en mis manos.

En las columnas de cal de las paredes, existen perversiones sutiles:
nada hemos cambiado de las estatuas, ni el grafiti es diferente,
el mismo aire viciado de la ceniza debajo de las sábanas,
el mismo tren del cierzo ascendiendo a nuestros sentidos,
el crujido desfalleciente de la garganta, las insinuaciones del tejado
Al borde del murmullo.
tanto silencio también ahoga las palabras: el desencanto
en la piedra de la Patria, la piedra caída en el zapato, rota la boca
de tanto callar, ante la fatal inminencia, senos que ha perdido
la memoria de tanto supurar ardores.

No podemos recomponer la historia con el alarido: suspiro en el arco
convulso del suspiro, las paredes son mi eternidad íntima.
Después de todo, cada quien vive sus propias circunstancias,
descifra los nombres a oscuras, palpa la brasa o la escoria.
Nos duele todo cuanto ha amanecido en las paredes: no hay gaviotas,
ni pájaros benignos, sólo cuervos esperando revivir el zarpazo,
aquéllos días de oscura horchata, el tizne a ciegas en el temporal
confuso de las calles con pólvora y zaguanes derrumbados;
y sin embargo debemos comulgar con el azor destrenzado,
impacientes y urgidos de abrigos: el toldo de la noche es inmenso
en la almohada, maduran las embolias como un cáncer.

Barataria, octubre de 2011

domingo, 9 de octubre de 2011

INTIMIDAD DEL FRÍO


Hay días como un libro sin letras,
como un ciego sin bastón, como la brisa que se pierde en el tropel
del sonido: conciencia donde no hay equilibrio, ni piedras que sostengan
los arranques, ni un techo para desposarlo.
Imagen tomada de Miswallpapers.net




INTIMIDAD DEL FRÍO





Habito en cada función del desvelo, el frío desmedido que me viene
de la desnudez del subsuelo, umbral de las tormentas.
Frente al desatino, la cama sobrevive dispuesta a la desmedida
respiración de los poros que tiritan con letreros de sal;
nada me resulta más reconfortante que este frío secular.
Supongo que ya es destino preservar el ahogo en que permanezco;
de otra forma pareciera que el tiempo no existe, ni podría
desenfundar el arma vital del enjambre.

Aquí junto al comal de las luciérnagas, precipito los deseos:
espejo sobre espejo, las manos abriéndose al olor, libro ciego,
acaso, de la propia conciencia que cubre la ceniza, lo que será
después, cuando el aliento opaque las fotografías.
Sigue el frío en el agua del alfabeto cuando no hay un cuaderno
que herede la tinta, cuando los rigores de la noche despuntan
en aguijones y se sangra como un pájaro aterido.
A veces las palabras se vuelven un atolladero, golpe de cebollas,
sediciosa mazmorra para el entendimiento;
la poca claridad entumece los poros, el aliento hendido
supura sombras de no sé qué tapiales.

(Siempre el frío habla: me respira a marejadas el pájaro
de la orfandad con sus harapos sordos de sobreviviente, en qué lugar
los anhelos se vuelven girasoles y no panal en el tronco de un árbol;
uno no puede soportar ciertos fríos, los rostros inhóspitos
de los días, la oscuridad del vinagre en las venas,
o la breña que sólo hace sangrar los calcañales.
Hay fríos como la voluntad derribada de un árbol, como la queja
en un cielo de cardos;
hay realidades que están allí, aunque prolonguen la angustia,
aunque embistan la madera, y pongan de cabeza al mundo.)

La vigilia reina en este desatino inquietante: porque, en cierto modo,
ésta también tiene algo de oscuridad, como la falta de guarida
o el exceso de hambre en la conciencia.
Hay días en que el frío es muerte: muerte porfiada, relieve
donde no se ve el horizonte, deseos de creciente osamenta.
Hay días como un libro sin letras,
como un ciego sin bastón, como la brisa que se pierde en el tropel
del sonido: conciencia donde no hay equilibrio, ni piedras que sostengan
los arranques, ni un techo para desposarlo.

A veces el frío es la misma imagen del cuerpo: síntoma del morir,
cansancio de telarañas, sábana del infierno, zumo que se esparce
en las cataras del grito. Hierve el frío como el látigo del verdugo
en la gruesa sal de los golpes, en las manos que ya no saben
de jardines, sino de extraños dientes en desbandada.
Como el tiempo este frío, se rehace tal la materia y sus inventarios.

Barataria, octubre de 2011

sábado, 8 de octubre de 2011

LLAVE DE LAS SOMBRAS


No se trata sólo de descifrar la entumecida viga en el ojo,
sino derrumbar la madera oscura de todos estos días, los de siempre,
el calendario completo que huele a marea putrefacta;
ciego el aire y ciega la luz. Ciega la piedra con su desnudez
absoluta. Ciega la rotación de la ventana en lo invisible,...
Imagen tomada de Miswallpapers.net




LLAVE DE LAS SOMBRAS




Busco la piedra de los poemas.
Busco algo que no huya de mi sombra
y en su paz disperse el eco.
LUIS ALBERTO AMBROGIO




A cada momento las sombras me respiran enmoheciendo
las lavanderías de la lluvia, mordiendo las ventanas
como llaves de ceniza en la pesadumbre del búho.
Mientras amanece llueve en los ojos. Llueve y se acobardan
los pájaros, —vos, sabés que las sombras huelen a penumbra:
la polilla de la fatiga, el smog de los vitrales muerden esta edad
madura de la sombra con el ansia de calles de ceniza.
No se trata sólo de descifrar la entumecida viga en el ojo,
sino derrumbar la madera oscura de todos estos días, los de siempre,
el calendario completo que huele a marea putrefacta;
ciego el aire y ciega la luz. Ciega la piedra con su desnudez
absoluta. Ciega la rotación de la ventana en lo invisible,
rapaz la pesadilla del aceite del plumaje, saliva del calambre
en la epidemia del relieve,
aleteo a secas cuando las temperaturas agrietan las pupilas.

Busco la llave para hacerle una escisión al granito: la lluvia
ha hecho cicatrices hondas, me detengo ante el inminente naufragio,
del girasol que deshace los colores, junto a la verja queda
del oráculo. ¿Cuántas veces debo perder para ganar la claridad,
domesticar la sequía de las tardes, evitar la codicia de los pies,
llegar al poema como un tren infinito?
—Debo pensar que la noche es una historia, nuestra historia
cuyo oficio es la ansiedad, el frío secular, el fuego atizado que chamusca
la lengua, el taller del pecho sin calibrar los metales.

(Los meses a menudo tienen lenguaje de púas: cada estación
acompaña los miedos, gavetas pululando sin centavos,
migas de un paladar sin azúcar. Bolsillos con difíciles candados.
¿Qué llave abrirá la canela de las flautas, esta sombra repetida
de zozobras, el mapa hurtado a la inocencia,
los pañuelos que incursionan en la salmuera, la llave que no abre
ahora ni siquiera la limosna?
Partir, hoy, es un imperativo: avanzan los sonambulismos
con ritmo de pecho, aturde el azogue de la tristeza, el desorden,
el caos, el humo agrio de la densidad del insomnio.)

A la mitad del camino andado, falta la otra mitad: no dejan
de estar presentes, sepulcro y barnices, destellos de saliva,
y aquel sitio donde cuelgan las llaves de las sombras: las sábanas
torpes del propio hervor, las impurezas lamiendo la conciencia,
ese baile de serpientes que desbordan la patria y mi materia.
Busco la puerta desde mi propia trinchera…

Barataria, octubre de 2011

viernes, 7 de octubre de 2011

FRÁGIL CLARIDAD


Me pierdo en el sonambulismo de tantos y tantos proverbios:
nunca conocí la tibieza de mis bisabuelos, el ojo filantrópico
que diera golondrinas, una espiral de lámparas para combatir
la somnolencia, unas campanas húmedas para cegar mis oídos,
un sueño fecundo sin pagarés ni letras de cambio.
Imagen tomada de Miswallpapers.net





FRÁGIL CLARIDAD




Entre sombra y ceniza, a veces la claridad se torna epitafio.
Entre cargos de conciencia pasan tantos nombres que a menudo
debo olvidar el mío, los peldaños carcomidos de las escaleras,
el pájaro oscuro que jamás he vuelto a restañar.
Cuando hablo de claridad llego al punto de convergencia:
la dualidad del tiempo solamente, la ventana que comienza
en la tarde a recibir el cadáver del crepúsculo; el que busca
la claridad, la verdad, siempre está sólo, nadie lo acompaña
en la incertidumbre, albatros en la herida del viento.

Cuando el pabilo se apaga, también se cierran las ventanas,
los sueños rotos tiemblan sin costuras en los árboles,
nací así cuando Heráclito buscaba el mismo pozo para beber
agua, y San Juan gemía en su cama disfrazada de sosiego:
el hastío es como un río de dientes afilados,
aunque haya lámparas es difícil contener el oleaje,
la vuelta a la casa, la sencillez que fue devorada en el camino,
más frágil que el aliento, la claridad pasa leve por las bisagras,
rebota la imagen del reloj en el espejo,
los silencios inasibles de las esferas, la soga disfrazada
de bufanda, enredada en las pupilas.

Me pierdo en el sonambulismo de tantos y tantos proverbios:
nunca conocí la tibieza de mis bisabuelos, el ojo filantrópico
que diera golondrinas, una espiral de lámparas para combatir
la somnolencia, unas campanas húmedas para cegar mis oídos,
un sueño fecundo sin pagarés ni letras de cambio.
Siempre hay un traspiés borrando las huellas de la garganta,
El horizonte es una palabra confusa, sobre todo cuando
se está poseso de lo escurridizo, del tintineo catarroso de la noche.
Quien busca la claridad, siempre encuentra la noche
el tiempo con sus raros violines, los algoritmos podridos
de la secularidad, el excesivo humo en la indiferencia de las calles,
la conciencia fragmentada por el aprendizaje.

Pero la claridad, después de todo, hace lo suyo: contra el impudor
la rotundidad de las rendijas, no los fantasmas simulando
el alfabeto, el párpado dentro de la noche. No.
En aquellos días decapitados fue necesaria la resequedad;
aunque en cada gruta ahorque mis faroles, acojo inocentemente
la hoja que drena la luz en mis manos.
Sé que la claridad es tan frágil como un vilano. Lo sé.
por eso me purifico en las fuentes del rocío, con mis propios
rudimentos, endurecido por oscuros candelabros.
Bajo la madera de las puertas, domestico mis tropiezos, a sabiendas,
A sabiendas que el camino es largo y la noche corta.

Barataria, octubre de 2011

jueves, 6 de octubre de 2011

CERTIDUMBRES


Detrás de cada palabra, hay ciudades envejeciendo
en su trinchera, ciudades que gritan como en los tiempos
sin estrellas ni luna; las zanjas sangran estaciones oscuras.
Imagen tomada de Miswallpapers.net




CERTIDUMBRES




Me pudro con la hábil certidumbre de que tu amor y mi tristeza son todo
lo que me estremecen, lo que existe.
JOSÉ ALBERTO VELÁZQUEZ LÓPEZ




Detrás de cada palabra, hay ciudades envejeciendo
en su trinchera, ciudades que gritan como en los tiempos
sin estrellas ni luna; las zanjas sangran estaciones oscuras.
Alguien nos vigila después de todo,
dejo el árbol metálico de los secretos: un día jugaré al escondite
del humo, a los caballos remotos del grito,
sin que me alcance la pena de muerte de los cementerios.
Ansío un tintero con abejas sobre la página en blanco
que han hecho las telarañas en el sombrero sin dintel de las puertas;
creo ver al vacío sin palabras,
muero viendo el mismo petate oscuro de la desnudez de ciertos
artefactos: ¿Así siempre hay que recorrer el césped?
¿Por qué navegar en las aguas del desierto todos los días,
el mástil agujereado por las contorsiones del viento?
De pronto se acabó la mecha de la tinta y dejaron de existir
las palabras, el espejo envejecido de los resortes.

Toda imagen es la imagen del conjuro o la alegoría que cruza
nuestras sienes; los almácigos son experimentos de la respiración:
descubrimos los surcos siempre y cuando amanezca
y en el techo el musgo anuncie el albor;
nadie sale ileso de la luz o la oscuridad: la desnudez
es la propia voz del ojo, el País quemado que amanece en la impunidad,
las albañilerías con su oscura argamasa de cemento y arena
y palabras goteando en las sisas.

Cuando el agua de la tormenta cubre los cuerpos,
el estío se pierde en las instantáneas del aire como el murmullo
bajo el silencio de la cama oculta del horizonte.
Cuando la alabanza no nos llega, el presente nos parece sepultura:
preferimos cultivar estos hábitos hasta el hartazgo, a ser realistas
y vivir lo que la pesca disponga.
solemos, como dijo el marqués de Santillana: “hartar el puerco
y dar los pies por Dios.” En la angosta hondura de los relámpagos,
también se pueden atar los cordeles de la claridad;
pues que siendo la hoguera nuestra propia sangre, el respiro,
no queda otra opción que pulverizar los crepúsculos.
(En el baldío de la página, no hay aperos que horaden la piedra,
Ni lentejas, sólo el callado ombligo de lo invisible, el mar, la respiración,
apacentadas, la memoria al fondo de los barcos…)
Barataria, 05.XI.2011

miércoles, 5 de octubre de 2011

CONTRAPUNTO DEL ENTUSIASMO


Desperté urgido de regresos, de arideces derivadas del delirio,
regresé inconcluso como los caminos inacabados de los sueños,
olvidé la vuelta al mundo con un destino sangrando
de nostalgias, —de vos, mundo sólo de palabras,...
Imagen tomada de Miswallpapers.net




CONTRAPUNTO DEL ENTUSIASMO




Tal es la conquista, fugaz temeridad del abecedario.
El entusiasmo nos colma, pero ejerce pilares contrapuestos
en cada gozne donde transita la aventura.
Siempre me resulta un desafío, poner la llave en la rendija,
cuando ésta pasa de brasa a ceniza, de inclemencia
a audaz respiración.
En medio de los despojos, rompo los puños para que el viento
haga de la ansiedad, aceite dadivoso;
van los sepultureros con la muerte a cuestas, pero también
los vivos, fábula creyente del fuego, polvo de la historia
en los espejos, bocas densas sin almohadas,
sin abrigo junto a las bancas de los parques: pero no claudico
frente al lugar donde cegaron mis ojos, los recuerdos son sombras,
lo sé, sombras que de pronto alargan mis huesos.

Desperté urgido de regresos, de arideces derivadas del delirio,
regresé inconcluso como los caminos inacabados de los sueños,
olvidé la vuelta al mundo con un destino sangrando
de nostalgias, —de vos, mundo sólo de palabras, de bolsillos
resbaladizos y extraños,
extrañas ternuras hunden la lejanía, también la cercanía
de los litorales desbordados, el cielo inasible, pero tangible
la miseria, la opresión incurable y repetitiva de los círculos.
—Para vos la noche es un destino, para mí el día.
es fácil caminar ahogado en las entrañas. Somos todo y nada.
De ahí que me conozca en la simplicidad de las cosas,
el deseo abate el alma pero no conquista,
ni limpia las ferocidades irascibles de la obsesión en el espejo,
ni es posible apretar la unidad de los almácigos.

Me hace falta el ombligo para contener los recuerdos futuros,
hacer un filme de la llama transitada,
volver los sentidos y el aliento, a la luz desvelada en las manos:
—siempre esta batalla de caminar desterrados,
con las manchas derruidas de la neblina,
sin desahogos más que la queja en la penumbra.
Sopla el viento con su costal de estaño: sobre las losas, los días
perdidos, los mismos algoritmos destruyéndome,
pañuelos implacables al límite del sobrevuelo, tiempo en desorden
al margen del cuaderno de las dudas, desgastadas paredes
donde se erige la intemperie.

Toda la Nada se junta en la ventana: hay una devoción por partir
Siempre hacia el entusiasmo, pese a que aquí, no tiene
Importancia la ternura, sino la pintura y el espejismo,
Los fósiles, la intensidad impalpable de la dicha: lo demás es,
Inagotable despojo, puerta hacia lo sajado.

Barataria, octubre de 2011

martes, 4 de octubre de 2011

NUDO EN LA GARGANTA


Después de cada intimidad vienen los vértigos de la conciencia,
los despojos inverosímiles del desgarramiento, los laberintos
amargos que también invaden a la ciudad,
aquella devoción caminando sola por las calles: toda la existencia
duele con sus melancolías, duelen las noches debajo...
Imagen tomada de Miswallpapers.net





NUDO EN LA GARGANTA




Abismo del lenguaje, elíptica intemperie del cuaderno
donde escribo, el charco de tinta disperso en las colillas,
asunción de la piedra en la garganta, extraños pretéritos
jugando a los contrarios en medio de cortinas hirvientes de ceniza,
junto a los mástiles que las pupilas enarbolan,
como banderas ciegas, insomnes sostenes en los pájaros.

A través de la garganta pasa la gota de sangre de la noche,
hacia los viejos recuerdos de la cal, porque allí,
en la arena dispersa, en el semen del torbellino, el eje del minuto
muerde cada brasa inacabada,
la desnudez confiada que precede a cada palabra,
las extrañas multiplicaciones de la sordidez, a veces impalpables,
dispersas como en un túnel de violentas roturas.

Después de cada intimidad vienen los vértigos de la conciencia,
los despojos inverosímiles del desgarramiento, los laberintos
amargos que también invaden a la ciudad,
aquella devoción caminando sola por las calles: toda la existencia
duele con sus melancolías, duelen las noches debajo
de los párpados, los deliberados juegos de las brasas y abrazos,
la percepción del espejo que se adentra en las raíces,
y hasta el barniz de las sombras, costumbre de la noche.

Todo es ahí filo de círculos hondos,
niebla que va arrastrando puertas hasta cerrarlas, evidencia
donde late la sal de los cadáveres, hasta volverse incertidumbre,
cada consumación de la ceniza, la floración trágica del sueño.
Todo a su vez es ironía en las arenas movedizas de la ferocidad:
la boca insiste en lo mismo, los alrededores invadidos
por la piedra del abismo, la fatiga íntima de la memoria,
los signos del presente que han borrado los puertos
y emergen, como fábula, libélulas envejecidas,
palabras que hieren y sangran, sueños de sobremesa,
arpones de irisados murciélagos,
dobleces de rodilla en la amnesia rota de las cartas,
donde yacía la clave de los sombreros, el principio de las llaves,
la risa que guiaba el interior de la tierra.

Las palabras encarnadas hienden la saliva, la sopa almidonada
de la noche en el polen disecado del zurcido, las bisuterías
que pronto tienen en el mercado encrespadas rentas.
Ahora sucede que el desierto y los páramos se yerguen
como jardines exóticos y se nos vende como retribución del ala,
aún así, amanece en las sombras, aunque prevalezca lo impávido
y uno no entienda, de pronto, tanta insignificancia,
—uno se devana los sesos queriendo entender tanta megalomanía,
pese al vicio de lo execrable, del vejamen que le da paso a lo insano,
de la mejilla anodina que nos parece mansa, aunque sabemos
que en esencia es la medialuz de la toxina…

Barataria, octubre de 2011

lunes, 3 de octubre de 2011

EN EL LUGAR DE SIEMPRE


Alguien viene a visitarme pero los caminos huyen,
es visible la cruz del otoño en mis hombros,
las aceras que arden, domésticas en mis zapatos,
la seducción de las paredes donde cuelga el calendario
sorteando la muerte de todos los días.
Imagen tomada de Miswallpapers.net




EN EL LUGAR DE SIEMPRE




En el mismo lugar de siempre el alfabeto en la alforja
del ascua, a menudo descosido en el plomo de las sombras;
otras veces, otras veces, sinuoso, siempre río de este cuerpo
que sostiene los espejos tentativos del horizonte.
Alguien viene a visitarme pero los caminos huyen,
es visible la cruz del otoño en mis hombros,
las aceras que arden, domésticas en mis zapatos,
la seducción de las paredes donde cuelga el calendario
sorteando la muerte de todos los días.

Debo pensar en el metabolismo del lápiz y el cuaderno,
en el anverso primario de la penumbra, ponientes días
diluidos en mis ojos; debo anticiparme el vuelo en el lugar
siempre: el tapial del códice que guarda la lucidez del vuelo,
la lluvia tocada por la manos de la espina:
estoy siempre repartido entre la flama y el incensario,
entre tardes confiadas y senos entregados,
entre persianas inmutables y arco iris arrancados al tiempo.
Nada culmina a los ojos arrancados a la noche,
cierto granito adormecido en la costumbre, cierta ceniza
decadente en mis dientes, historias que despiden cipreses,
calles que dan la sensación de anfiteatro.

Muerdo el calcañal endurecido del dulzor, el cielo alto
de la agonía, el escudo forjado en el ansia, el hospedaje
oscuro de mi esqueleto, a ratos, frío como el tránsito de la luz
dejada en los tejados,
como las esferas solas que ensayan plegarias en la noche.

Tiemblo en la voz que supura en las puertas:
también hay abismos de luz tardía en el vacío de las cosas,
en la razón que hacen visibles las ventanas,
siempre el horizonte es más espeso en la lejanía de la sal,
desafío cada ángulo de las palabras,
el brillo perecedero de la tinta, la muerte que supone lo irrevocable,
hago escribir los paraguas del olvido, la vieja tristeza
que escribo en capítulos, la silueta del olvido
en el mismo lugar donde el dolor tiene la misma bufanda,
y la mirada presencia de trenes y barcos hundidos
en la herrumbre de la memoria:
nace la presencia de la fuga, este es el lugar de siempre
con sus muchos años de hojarasca, meses de heridas sordas,
días sin amanecer ni explicarse, días enterrados en la palabra,
días inventados buscando la noche,
como el búho dócil de la agonía.

Después de esta vida, despojado de mis tiliches, no sé adónde iré,
no sé las caras que me contendrán, ni los brazos
que cambiaron la transparencia por el destierro:
sigo, sin embargo, en el mismo lugar de siempre, vestido
de tardes, alrededor del crepúsculo…

Barataria, octubre de 2011