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miércoles, 12 de octubre de 2011

MEDITACIÓN EN LA CENIZA


El espejo de cada palabra ahoga las pupilas; la materia converge
con la cruz náufraga de los jardines: se disuelven los nombres,
—mi nombre y tu nombre, todos los nombres esparcidos
en el hemisferio; todas las aguas maduras de la ceniza; los lugares
adyacentes al cuerpo, germinan en el fango del silencio.
Imagen tomada de Miswallpapers.net




MEDITACIÓN EN LA CENIZA




Ayer, tierra mía
deserté de tu barro, de tu agua, de tu niebla y de tu sol,
dejé mi infancia entre tus calles
resonando ecos de risas y juegos.
MERCEDES RIDOCCI




Ahora lento el reflejo del pálpito, el tiempo enfrente, sombra
la orilla de la raíz en los brazos, el principio final de la luz;
tierra que queda, hundida en el centro de la meditación:
bajo el aire, el pájaro caído de la ceniza, el nunca terminar de beber
el día total, la piel con cruz, los ojos con nombre, la comunión
con jardines indescifrables. La ceniza encarna a la noche, a estos
días inciertos donde el puente de la fe con el deseo se ha perdido:
en el centro del mar, la sal calla, agita la razón a cualquier precio;
el ojo es un destino, aunque tenga que volverme ciego para ver,
para no ver que atravieso las agujas que diminutas
perforar la puerta del alma. Pero avanzo; oigo el pétalo
de los sentidos desnudarse ante el ser mismo, ante el horizonte
laxo, en su destino corporal de ceniza.

No hay día sin cielo fecundado de muertos.
El espejo de cada palabra ahoga las pupilas; la materia converge
con la cruz náufraga de los jardines: se disuelven los nombres,
—mi nombre y tu nombre, todos los nombres esparcidos
en el hemisferio; todas las aguas maduras de la ceniza; los lugares
adyacentes al cuerpo, germinan en el fango del silencio.
Ahora me toca esperar: sentir el cuerpo en el oleaje del vacío,
casi en la deshora de las palabras degolladas, fruto gris de la noche
con su presencia de almádana.

Me hundo. Nos hundimos cuando atravesamos el tacto, el centro
de nuestros sueños, el bullicio de la duda,
la sombra que la sangre fluye como los muertos a la deriva.
¿Hacia qué ausencias sed encaminan los pronombres, el enclítico
desangrado de las ramas del olfato, la prosodia naciente,
la yerba que se ha vuelto espuma durante el invierno?
—la ceniza me entrega sus brazos efímeros: empiezo a caminar
sobre la piedra de los reflejos; dentro de poco la meditación
dará sus frutos: saldrán los caballos en celo hacia el olvido, despierto
me arde el mundo en los zapatos, los ojos sin tregua
sobre los espectros, las abejas en la celda del sexo, la memoria
como un saco de tul donde se guardan las reminiscencias,
los días de hoy y los postreros, los que terminan y se funden
en los grises del toldo del latido.

Allá, en no sé qué lugar sangrante, el asedio dentro del latido:
huyo. Quiero huir de estos días de ceniza. (Con vos en lo oscuro
de la luz, cuerpos avanzando sobre el desvelo.)

Barataria, octubre de 2011

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