jueves, 11 de diciembre de 2025

LLÉVAME ENTRE LOS PÁJAROS

 

Imagen tomada de Pinterest


LLÉVAME ENTRE LOS PÁJAROS

 

Take me in and let me sleep

In the coolness of the shadow

In the silence of the deep…

THE ANIMALS

 

 

El polvo atisba el rumor de las aguas, aquí, donde la noche deja

su huella indeleble:

la sombra llega hasta la rama alta

de los pensamientos,

sombras que reducen las pupilas,

el ojo delirante sobre el lento sosiego de la garganta.

Llévame entre los pájaros para embriagarme de tu música.

A menudo hay necesidad de callar:

callar los fuegos sobre la piedra,

callar la placidez que produce el engaño,

aunque al final sea compartida la complicidad,

la brisa falsa del césped,

el hollín que corroe las sienes.

 

Aquí no puedo opacar el polvo bajo el cielo

—hay quien diga que son mejores estas aguas revueltas—

con la lluvia de la poca verdad que circula;

mientras camino entre la adustez,

la escoria salta como adoquines horadados por el tiempo.

Así es de elemental el cuerpo petrificado

en las impurezas cotidianas.

Silencio y porfía —más oscuros que el polvo—

rondan con insistencia la conciencia,

el pensamiento no alcanza a digerir

los relámpagos de la tozudez,

el sentido de la ignorancia que pervive

como ciego escapulario;

—por desgracia así vivo los días: con muertos en mi boca,

con gentes que perdieron el sentido de la verdad y se arropan

con túnica de lobos.

 

Pese a tantos días vividos con engaño,

días de miméticas estrellas,

hoscos cimientos de granito:

me toca respirar en lo invisible para que no vean que respiro;

me toca en secreto taladrar el silencio,

la claridad que al final

desmiente tanta oscuridad,

el polvo que no deja mirar fogata,

la sustancia de los sueños.

 

—Aun así respiro. Respiro en tu mirada insepulta. RESPIRO.

Sé que la sombra de la mentira acecha, ebria,

e invalida las acequias: es más fácil

vivir con ojeras, a estar en pleno goce de la luz:

muchos callan frente al dintel de la puerta,

callan frente al farol profundo del aroma;

callan y sonríen, aunque sus ojos estén en medio del matorral,

son parte del credo de las falacias,

de la magia erguida de las estatuas,

de tanta boca empapada de mentiras.

Entre obligados silencios,

a la verdad se le ponen muros, acechanzas, colmillos…

A menudo, acudo al monólogo,

como expiación no de mis pecados,

sino como manera de abrir caminos,

sacudirme los empedrados

olvidarme de los cascos nocturnos,

contener mi sangre sin dogmas,

musitar el aire de los alelíes.

 

Ante tanto polvo, sólo me toca huir con mis delirios:

la verdad siempre cuesta asimilarla:

siempre hay alguien

que prefiere empapado de oscuridad.

 

 

Del libro: «Testamento del pretérito», 2011

©André Cruchaga

Imagen tomada de Pinterest

Barataria, 2011


sábado, 6 de diciembre de 2025

OTOÑO ÚLTIMO

 

Imagen pintura de Max-Ernst


OTOÑO ÚLTIMO

 

Inevitable es el día del ocio entrando a puertos subterráneos,

los ritos diarios de los ojos y la voz.

Cada uno llega a puerto sin cédula de identidad, si acaso viejas

vestimentas para cubrir el cuerpo de la obsesión de la tierra,

aunque ella misma se encargue de deshacer cuerpo y mortaja.

He afrontado el dolor en los periódicos,

el sigilo de la edad

con tantos escarnios o mi voz de tímido pájaro sobre jardines

cuyo sepia duerme en la respiración.

—Nunca fue fácil el contento frente a las ventanas:

siempre la herrumbre sacó su lengua

enmohecida y lamió el cuerpo sin descifrar los goznes

y las ingles de mi humanidad infructuosa.

La tenacidad mía apenas rasguñó la vida.

Apenas alcancé a abrir

una puerta o quitarles una pluma a los pájaros.

Aprendí saltando en la noche,

siempre yendo sin que nadie me respondiera.

—Tú apenas encendiste el pabilo en tu pecho

para reconocerme en la noche ni saltaron los óvulos

de su espesa madreselva diurna.

Ahora, próximo a un vuelo incierto,

me quedan tantas dudas del fruto que no fue posible.

—Me voy pequeño, sin cuna, tal cual

vine a caminar sobre los sueños de alguien.

 

Para quedarse siempre están hechas las maletas de la partida.

Para eso están las alas que llaman

o amenazan o increpan al barro: esa materia de uno, frágil,

endeble como una sábana tendida en el respiro.

Un mundo que no conozco imanta mi corpórea materia,

un gajo de oquedad fecunda mis sienes en remeros de bajamar,

golpes de martillo descorren mis brazos de oscura tempestad,

—aquí o allá los poderes de lo incierto,

la suma desnuda de la sangre haciendo lo suyo: lo inefable,

lo inimaginado.

 

Sólo encuentro ya el filo de los ecos clavados en la arena;

algo se despeña en el abismo soterrado de los árboles.

Esperé una y otra vez los resplandores de la batalla y jamás

llamaron a la puerta.

 

Ahora, sin embargo, en mi último otoño de negaciones,

los dientes mastican la espera:

el tiempo cobra lo suyo con creces y no siempre deja

dividendos salvo las miradas irreparables.

No siempre palpitó redondo el planeta en mi carne.

Hubo de todo y nada llevo en la memoria agrietada

de los labios y aquella tormenta de dilemas.

Todo lo tangible fue borrado por las latitudes del miedo.

¿Qué me queda en el sigilo fantasmal de la propia respiración,

sino este destino a destiempo de los ríos

y a la opaca transpiración de los dilemas?

—La armonía perdió sus transeúntes en la tormenta.

 

Espejos de húmeda bruma lamen el horizonte de algas.

El final acecha con su blasfemia de silencios.

Ahora la edad sólo tiene un muelle:

—Ese de la renunciación a los segundos, ese de tus manos

ilusorias, ese que concluye en la cruz.

Jamás quise despedirme con la urgencia del fuego,

pero la agonía es tal que me transpiran ensimismadas

campanas, como llamando alma en su clímax sonámbulo.

Todo pesa ya y, por supuesto, nada importa:

ausencias, desvelos, tullidas gallinas en la ansiedad.

La noche me anda en sus zapatos como timbal en el bolsillo,

mientras la boca mastica jardines de polvo,

mientras la voz se quiebra en el mapa de la conciencia.

Ya estoy cerca para cubrirme de césped;

tan cerca que estoy resignado a que otro acaricie tus senos,

tu ombligo y se extasíe en las aguas inmunes del buen augurio.

A solas bebo el conjuro de los pájaros, A SOLAS,

a solas con mi edad,

a solas muriendo con el alma en los escombros.

 

Del libro: «Traspatio», 2009

©André Cruchaga

Imagen pintura de Max-Ernst

Barataria, 2009


viernes, 21 de noviembre de 2025

HUELLAS EN TU RESPIRACIÓN

 

Imagen pintura de Man Ray


HUELLAS EN TU RESPIRACIÓN

 

 

En medio de la noche y de la soledad,
Danza como una antorcha su fantasma en el aire.

CHARLES BAUDELAIRE

 

 

Cada calendario tiene diferente ropa de perro doméstico,

ahí van quedando las huelas como un largo cuello de cisne.

Hay pesadillas en la sombra de los colmillos,

que atardecen en jaulas con pájaros de desencanto,

y en ese abrevadero sin piedad de las entrañas que nos atan.

La sábana de la intemperie rompe los labios.

La bestia ciega de la noche hace jirones las alas nuestras.

—¿Dónde estuve antes, obcecada, (una litera de gotas)

de las falsas alegorías, de los pies rompiendo las nubes?

Nadie lava el alfabeto en medio de abismos.

Sobre gradas agolpadas en los poros descendemos

en el tacto que reclama al viento ciertos

acertijos para acariciar el vitral monocolor de la hojarasca.

El cielo devora los últimos tragaluces del insomnio.

Los brebajes son una retranca para el olvido.

Imposible tejer la roca inerme con la saliva de los pájaros.

 

Imposible abrir la puerta del infinito solo con el pecho.

Los días soleados organizan minuciosamente la caligrafía.

Dafne sobrepasa cualquier señal de pañuelos o sábanas.

La acechanza va más allá a cualquier cubito de hielo

en las sienes; hay huellas de sangre en la terraza del despojo.

Ante las ausencias cualquier color es bueno. Esta ausencia

marcada por la memoria, empeño de los ojos en una ciudad

inmensa, donde todo es sustituido por vigilias de sangre.

Ahí un zoológico de cuchillos insistentes

evidencian las huellas que nos deja el polvo del dolor,

el deseo secular en los prostíbulos bautismales de la progenie,

y esta lápida de comejenes en el pecho, Daphne.

Por eso en el rojo de la medianoche, en el rojo de los pezones,

bebo hostias nutrientes, también la incertidumbre de un pétalo.

 

(Dime que no simulas cuando entras a la zona del delirio,

dime que el reino nuestro está en este mundo,

dime que entrada la noche no seremos cazadores furtivos,

dime que no guardaremos el follaje en armarios en desuso,

dime que el musgo no crecerá en las ventanas).

 

El escombro diario que deja el estiércol deteriora mis zapatos.

Corroe el ángelus, el Padre Nuestro y torna en óxido la hora

primera no la postrera de nuestra «vía purgativa.»

Siempre los espejos son un largo camino en el deseo.

A menudo inmolamos los hangares de las retinas.

En los jardines del búho únicamente hay sombras.

De vez en cuando en los peldaños de la piel se juegan

exorcismos y otras sustancias que nacen de tus entrañas.

De vez en cuando la luz nos muestra los cántaros rotos

de la fantasía, la sal constelada del sollozo,

la lluvia temprana de las cartas y las fotografías.

¿Hasta dónde la zarza del vértigo toca la niebla,

o se torna arma secreta en los senderos,

en las baldosas de la bruma?

 

—Uno siempre va ascendiendo a los jeroglíficos del despojo,

como una burbuja en medio del mercado.

Alguien transita a través de los pedazos de historia.

Alguien se vuelve indecible en la noche, Junto a la apoplejía

de los discursos que de pronto devienen en congoja.

Ser uno es quitarse las dubitaciones, los muros en derredor

de los escombros, la macilencia de las patrañas:

—amanecer corriendo contra la tristeza y las deflagraciones,

vaciar los zumbidos de los guijarros,

y morder algún pájaro en el territorio de la lejanía.

 

Del libro: «Traspatio», 2009

©André Cruchaga

Imagen pintura de Man Ray

Barataria, 2009


martes, 4 de noviembre de 2025

ROMPECABEZAS Y ACERTIJOS

Pintura de Ray Many


ROMPECABEZAS Y ACERTIJOS

 

 

Este País requiere otro traje no el de malhechor y sus trampas:

llevamos más de doscientos años diciendo lo mismo.

No veo en los supermercados el caldo en bolsitas plastificadas

para aderezar las sábanas del nuevo hombre.

Estas piedras del Lempa o del Acelhuate inundan la vida

con ultrajes. No son materia de acertijos.

Mejor déjame vivir: «tirame a1 burro,

quiero ser un soldado saliendo de una casa vacia,

lejos de los poetas,

o de las putas con alas de mariposa» …

No hay otros canales para que el agua no salga en harapos.

—Un día será posible un espantapájaros con caracoles.

O una valium para no sentir la carcoma en los poros.

A veces hay que hacer trizas la boca de las estrellas,

el papel con ciertos ideogramas funestos,

ignorar las ventanas tras la oscuridad de los dedos,

tras las horas cuadradas de las polimetrías de granito.

Al mineral de los ojos caen indelebles los vestidos:

sólo que se derriten a la hora del hambre de los mediodías.

Para armar cántaros de arcilla, nos sirve la escoria

de los tragantes, del snobismo de los muebles,

o del aserrín de conacaste de aserraderos rurales.

Hacen falta mis hermanos

en los pedazos de pupilas que me quedan.

 

Unos aquí, con graneros grises, borobollones donde ardemos

diariamente; otros hablan inglés a oscuras en la turbulencia

de la filatelia de rompecabezas con lloviznas lisiadas.

A veces la nostalgia me pone como un perro tímido.

Lamo así la hojarasca del lenguaje y la estación de las azoteas.

Nunca ha sido fácil lavar la decrepitud con pedazos de lluvia.

Aunque el vinagre de las arrugas tienda a estirarse.

Un día menos pensado ascenderé al solsticio de lo imposible.

—A esa luz que devora las raíces del calendario,

a esa dentadura que muerde la arena de la penuria para combatirla.

De a poco los pedazos de silencio hacen techos y vitrales.

Un día menos pensado será posible navegar de nuevo

en los hilos espesos de la madera, en las formas finales

de los cuentos.

Pero no sé quién dirá el final feliz, ni gritará al unísono

en las piñatas, con un incendio de luz en el aliento.

Alguien recogerá los truenos de los espejos, las hortensias,

los números arábigos y los abrigos que nunca devastan

los recuerdos, y la lengua hastiada de las palabras.

 

Al final sólo me queda lo verosímil de las formas: las sillas

somnolientas de las sílabas y este haz de pequeños infiernos

de estar vivo esperando un puzle de tulipanes.

Al final, debo decir que me anticipé a la fragilidad de las colillas,

al sepia frío de las fotografías y a los años con manos indecisas.

 

Del libro: «Traspatio», 2009

©André Cruchaga

Imagen pintura de Man Ray

Barataria, 2009


 

domingo, 12 de octubre de 2025

SI MUERO, NO INDAGUES MI AUSENCIA

 

Pintura de Jackson Pollock


SI MUERO, NO INDAGUES MI AUSENCIA

 

Si muero,

Dejad el balcón abierto.

FEDERICO GARCÍA LORCA

 

¡Oh, cómo te deslizas, edad mía!

FRANCISCO DE QUEVEDO

         

 Ante la herida, alzo el vuelo.

El rumor eterno del agua

desde la bocanada del vientre.

El hambre con filo de escalpelos,

amarilla tierra

que clava sus horas en la fisura

de tornillos y madera.

 

—Si muero, rompo las cadenas del frío.

Si muero, será muerte sin pesar.

«Cuerpo en calma» diría Nicolás Guillén.

—Si mueres, —me digo—

 la sangre se aquietará y el ala

se evaporará en el confín de ciertas

campanas.

Si muero la fuerza desandará el alambique

de la oscura asunción de la luz.

Atrás de la puerta

el rayo crispado de la noche,

los peces, una flor sobre el corazón,

las aguas del seno lamiendo mis anhelos.

(«nosotros,  migajas,

como muerte de hormigas»).

Seré espuma del alfabeto que se agota,

en «una caja simple», sin clavos,

pero con gaviotas.

Aquí esta duda horrible hasta el cuello,

esta difusa risa de la duda,

esta muda enajenación insepulta,

este sorbido arcano sin tregua.

 

Extraños recuerdos levantan su lecho,

lápices del vuelo descendido,

aire oscuro avanzando en el cuerpo.

 

Si muero, 

en medio la luz, el cuerpo indivisible,

aquí he sido y estuve:

dejo memoria, letras y un nido

para que ahí caigan las hojas, barco del latido,

puerto infinito para un templo sin puertas,

umbral en fin, del papel y los colores

que me fueron negados.

 

El Universo

comienza aquí, en la unidad de las pupilas,

cielo abierto.

—(No indagues dolor, porque mi ataúd

es hoy tintero y «hierba nueva»).

Siempre arde la lejanía brotada del desvelo;

la leche del sofoco se vuelve dardo,

—el bosque del destino, espina

—insisto— que de pronto perfora las campanas

de esa abadía intrépida de las venas.

Y herido en el sueño,

con apremio, la agonía se torna un ghetto

de procaz albedrío.

Ya no hay talismanes para este afluente humano.

Hacia dentro el vértigo del aire,

hacia la fosa lo confiado.

 

Cuando el viaje deja de ser mera invención,

el azor no olvida desperdicio,

y a su juicio se entra sin preguntas.

Cuando ya la música de la cripta es ciega,

lo  vivido gira en el halo de la sed

—descalza vela del labriego.

 

Si muero,  no me sirve la presencia del rocío

ni la hostia de lo recóndito.

No me sirve la luz ni la sombra

clandestina de las formas.

No me sirve el aliento

ni esta pasión de brasas en la ropa

ni la atadura del desquicio.

 

Si muero, sólo quiero que olviden mi vuelo.

Si muero, sólo seré otra oscuridad en la mudanza.

Si muero, en fin,

dejadme ahí que perviva en mi extravío.

Todo está ya fuera de mis ojos:

el último viaje

jamás es pródigo en fatiga.

 

 

Del libro: «Contrasombra del peregrino», Barataria, 2009

©André Cruchaga

Imagen  Pintura de  Jackson Pollock

Barataria, 2009