Todo parece real, aún el pálpito ahogado en los litorales,
la arena movediza de los pasos, los defensores de la verdad
también parecen reales, los fornicadores de puertas,
los que nunca palpitaron frente a un pubis, los que perdieron
la alegría de ver siendo videntes, parecen reales:
desde las venas rotas del pálpito, la pústula de las bocacalles,...
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PARECE REAL LA MARGEN AHOGADA DEL PÁLPITO
Una estatua desnuda en la memoria
marca tu clara fuga, tu albo término.
JOAQUÍN PASOS
Todo parece real, aún el pálpito ahogado en los litorales,
la arena movediza de los pasos, los defensores de la verdad
también parecen reales, los fornicadores de puertas,
los que nunca palpitaron frente a un pubis, los que perdieron
la alegría de ver siendo videntes, parecen reales:
desde las venas rotas del pálpito, la pústula de las bocacalles,
las márgenes gelatinosas
del cielo, el trueno en el fondo de la sangre,
el puntapié de la ceniza en las alfombras,
la hiel sin pomada de los perros que merodean
el ombligo de la noche con cierto sigilo de goteras, parecen reales.
Pero sobrevivo a esta realidad de irrealidades:
es un desafío entender el mundo cuando uno aprendió a leer
y escribir, cuando los filósofos nos pierden en sus transgresiones,
—en sus digresiones, digo, poco convencionales—,
cuando la noche pestañea sin abrigo y hay que buscar
el alimento en las aceras del downtown y no en la Bolsa de Valores,
ni en el fósforo que cobra vida
cuando se pone en la superficie del espejo.
Parece real, hoy en día, el equilibrio; pero en realidad
es el pie acostumbrado a los malabarismos de la canela
o la hierbabuena, a los zapatos domesticados en medio del estiércol,
al cardo del ángelus domesticado por inciertos escapularios:
también los transeúntes parecen reales; huyo de las cebollas
y los tomates, del repollo lanzado al vuelo,
de los perfiles trazados por la Policía Nacional Civil, de la entrega
inmediata de los couriers,
de mi desenfrenado erotismo sobre la piedra pómez
de la penumbra. Siempre la realidad es irrealidad en el sexo absuelto
de la ensalada: camino en las altas horas de la noche,
queriendo apaciguar la tormenta de las banderas,
los ojos absurdos de las casas encaladas.
Vivo anclado en las playas de medianoche, sueño con los pañuelos
del equipaje; el no dormir también es síntoma de irrealidad,
la realidad ahogada en el vértigo de mi camisa, la mujer que arde
en mi boca también es irreal, salió de las aguas y se perdió
en las aguas que disolvió la conciencia. Recuerdo la piel y el olvido
que dejó huérfana el alma,
los días cuando el pálpito fue hondo mar,
hondas aguas deshaciendo los encajes. Después de todo,
estoy bien en esta suma de irrealidades; los días transcurren
como en los niños, abiertos al eco del ambiente.
Barataria, agosto de 2011