lunes, 28 de marzo de 2016

MIEDO A LOS UMBRALES

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MIEDO A LOS UMBRALES




Como el día cansado de ciertos pájaros, uno no traspasa el umbral del vértigo.
Allí hay ciegos y heridas y hasta cristales inclinados en las sombras.
Caen o reptan las bocanadas del aliento, las cucarachas en su círculo interminable 
y hasta el vacío de la locura que nos despierta.
Uno sabe intuir esos lentos parajes de los pies.
Los miedos desatan sus memorables cadáveres, los sobresaltos y los antiguos olvidos como los juegos del mordisco o los tropezones en ayunas.
¿En qué rostros los ojos no juegan con la noche, ni con el bisturí de la saliva,     
ni con cementerios sepultados debajo de las aguas del presentimiento?
Todavía no puedo olvidar los péndulos del magma, ni de la noche incendiada
de cuevas, ni del titubeo en la boca de las baldosas.
Descubro verdades en la tos perenne de las suposiciones.
En un territorio de cansancios uno ya no sabe pronunciar palabras: a cada quien 
le sustrajeron la ropa y la alegría, la cobija del día y las certezas.
En la punta del dintel parece inapelable la zozobra, e inclusive la  mariposa oscura 
del aliento o el puchito de huellas astrales del delirio.
En el fondo de la bruma se lanzan los cadáveres y quedan sometidos al vacío.
Ningún umbral es tan intenso como este postigo donde tiembla el dolor.
Ningún destino es tan cierto, al menos en apariencia, como el de las estatuas.
Existen zonas entristecidas en la creación de la mirada.
Hoy, o mañana,  dejaremos el puñal del extravío, o esos ruiditos de la orina
en el pedestal disidente de las esquinas: uno sabe que estas aguas son un telar
de húmedas razones. O si se quiere un riíto miserable…
Barataria, 2016

viernes, 25 de marzo de 2016

CON CIERTA DEMENCIA

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CON CIERTA DEMENCIA




Ahora mientras camino, arrastro cierta demencia, los grandes filos insaciables 
del andrajo alrededor de las lámparas sexuales y fúnebres de las aceras.
El desconcierto es mayor cuando el conjuro se disfraza de fraternidad,
y los sofocos castran el reino de paraguas en disputas.
Uno vive a merced de tantas muertes e idiotas. (Desde los que se visten de blanco 
hasta los que equivocan el crepúsculo. Desde aquella sed de alcoba,
hasta las extrañas ganancias que provocan ciertos laberintos. Desde los relojes omnímodos del poder, hasta los pacificadores de la fosforescencia.
Uno entiende eso del teatro y el caballo de Troya, de ciertos peinados y perfumes,
del modo en que se absuelven los tropezones en ayunas,
las demasiadas colillas póstumas del viento, esa extraña coincidencia del absurdo
y las oscuridades sucesivas del canibalismo.
Yo no sé si el pedazo de diente de la mañana, sirva para entender el dolor,
los pálidos peces que se enredan en las sombras, el pájaro de piedra en puntillas 
sobre las sienes, el mea culpa que atiza al nosotros en el momento no esperado.
Afuera la noche es igual pese a los cientos de padrenuestros, excepto una gotita 
de semen prolongada en algún espejo.)
Ahora resulta que se quiere dar vigencia a las esquinas salientes de los cuentos
de hadas. Alguien ha abolido la alegría para que prevalezca el grito.
Ya no sé qué hacer con tantos recuerdos: el suplicio es otra calle con igual número 
de muertos. Es noche, la alcancía del sol en nuestras manos…
Al otro lado de ella de seguro hay juguetes y no tantas tumbas y olvidos…
Barataria, 02.III.2016

miércoles, 23 de marzo de 2016

INVENTARIO DE IRREALIDADES

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INVENTARIO DE IRREALIDADES




En las habitaciones de los burdeles, los lavatorios oscuros del oráculo.
La soledad de los andenes desploma todos los inventarios de las heridas
del país, toda la locura que se arrastra a borbotones.
El país es inenarrable, tampoco llega a la categoría de póstumo: envejeció
luego en las proclamas del aullido, crece en las paradojas de los termómetros.
(No existe duda alguna de esto. Vivimos una farsa continua de gestos
y coronas, de fiebres como lava esparcida: jamás hay excepciones
en el sobresalto. La sombra aúlla semejante al abrazo.)
En todas direcciones el sarampión repite sus poderíos inútiles.
No solo es la irrealidad consagrada de las estaciones, sino este infatigable tiempo 
de muertos, el que nos sale al encuentro y nos degüella.
Uno bebe sólo esperanzas en este guacal de cuchillos y versiones acumuladas 
del tizne: entre las antorchas quemadas de la lengua, los testaferros y sus lentes 
oscuros y las rodillas gastadas y los ojos magullados de la masturbación.
Llegamos a la humedad abyecta del sollozo, allí la risa arrancada a la sangre,
las calles incomprensibles sobre mis ingles, la locura extrema de los falsos contrarios, colgando de algún mecate de saliva.
Aquél únicamente devora bichos raros en su delirium tremens, o (síndrome confusional agudo); mi mente prefiere el suicidio a tanto insulto, a tantos cadáveres y pelos 
en la comida: hay que ser imbécil para pretender tapar el sol
con un dedo. Toda esta seudo caridad es una tortura.
Mañana siempre estaremos deshabitados alrededor del terror.
Barataria, .2016

lunes, 21 de marzo de 2016

DESTINO DE LA NOCHE

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DESTINO DE LA NOCHE




Sobre el tejado, en la sangre, esta laboriosidad de clavos y carpinteros.
Conviene decir que la noche madura en el aliento, lo sé desde el alba.
Desde las manos tuyas y mías que estrujan trozos de naturaleza desvelada.
Desde el rocío hasta las paredes donde se vislumbra el aprendizaje atroz
de las intemperies, del tren de la palabra al grafiti, la raja de ocote pulida
dentro del sórdido brebaje del país.
El país sitiado por una oscuridad de espejos: ruido y sombras nos desvisten;
a la luz de esta lujuria, el desvarío abrasador en la aorta.
No tiene nombre el abismo diario alrededor de la mesa, ni límite sin que se sienta 
la jaula de las aguas abrasadoras de los nubarrones: pareciera que nunca
expiran los moscardones y que los cadáveres se tornan inhabitables.
Entre todos los olvidos, uno quisiera olvidar a este país de brebajes amargos.
(Resulta inexplicable la mutación que han sufrido los letargos y el horizonte,
las cobijas y la carne en el centro de la muerte.
El sinfín desaparece desnudo y encarnizado, bestial como una crónica incesante
de huesos. Excepto la hipnosis, lo demás son grietas. Son pómulos rotos.
Son ojos sajados en torno al oleaje del cuello de las pesadillas.
Vos sabés que en cada calle nos acecha una gota de sangre y que en la mañana, 
nos asalta de manera impune el chorrito de frío. Vos lo sabés.)
Perdido el país, nos queda la noche y su miseria mordiendo los encajes.
Quizá a la luz de tu sexo, la realidad no sea tan devastadora…
Barataria, 27.II.2016

sábado, 19 de marzo de 2016

ABERTURA DE LOS BRAZOS

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ABERTURA DE LOS BRAZOS




Muere el tiempo interior de las palabras, el ojo frente al fuego del eucalipto,
los días arrojados a la tristeza: si solo crepitaran los brazos abiertos
y no el yute de las latitudes infinitas, si no hubiese tanto drama y falsos equilibristas 
de la memoria histórica,
verías mis manos humedecidas de pájaros y de estaciones no caducas,
verías este apero de brazos con ventanas y no los escombros, ni la oscurana
de tanta humanidad agazapada en el abandono.
Nadie, —al parecer— ha aprehendido en ojo prudente de la parábola.
En medio del polvo del lenguaje, lo único cierto es la hamaca de sangre
de los modernos servilismos: cada segundo nos sacude la garganta ese predio
baldío de copiosas elegías. (La polilla no desaparece humedeciéndola
en lavatorios de porcelana, cuando la mentira se aglomera en los cuartones amarillos 
de la indiferencia. La vida nacional, —después de todo—,  carece
de filantropía y de candiles y de risa con sabor a mangos de infancia.
Después de tanto tiempo de padecerla, la violencia se ha vuelto igual que la risa,
igual que la boca de fuego de los poyetones,
igual que vos, entre chiriviscos y rodillas anegadas de moretes y raspones.
Supongo que nada ha cambiado después de todo: sigue el hollín y el humo
de los matapalos, y la pelambre engañosa de los espejos.)
Un día de estos me desembrujaré de los fermentos, de cada velorio apostado
en mis pupilas: sigue el extravío y esa miseria del odio…
—Vos, entre mis brazos de las siete plagas de los cadáveres.
Barataria, 2016

miércoles, 16 de marzo de 2016

GRIFOS HUMEANTES

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GRIFOS HUMEANTES




En el retablo de las cerraduras de la sed, el armario de pájaros humeantes alrededor 
del grifo que cuelga de las cornisas del sinfín.
Durante la lluvia desciende a los ojos, la historia que se rehace en las lunas
negras de la boca, en el chorro seco de las plegarias: la memoria se abre
a las enredaderas de la tarde con sus alas de cemento.
Como una mancha en las paredes del aliento, el oficio de las estaciones junto 
a las ventanas de sal que emanan de los ojos.
En el recuerdo la hoja seca del agua y su grifo inconcluso de sopores.
Mientras pienso en la oscuridad del silencio el cántaro de la realidad con golpes 
de pecho, o el pétalo de granito subterráneo muriendo en el aliento.
Estupefacto en el sepia del alhelí,
la lengua de sed gotea, sin que se humedezca la risa, ni lo inhumano del pulso vacío,
 ni la orquídea de cieno de las veleidades.
¿Acaso desfallece el rostro ante el humo enajenado que horada las pupilas?
¿Es sangre o noche la tormenta que arrecia en los calcañales?
Es gris el brazo desnudo del aire y la garganta que embriagan los candiles.
Sobre la breve luz de las palabras, aquella muchacha desnuda como la imagen
del mar, alta marea de senos y estertores.
En esta voz mía, sólo las esquinas del tiempo y el bahareque de la tristeza:
cuando el humo se enreda en los zapatos, y los caminos se libran del tatuaje,
 el grifo de la niebla asciende a sudario de país…
Barataria, 2016

lunes, 14 de marzo de 2016

PÁJAROS DE CENIZA

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PÁJAROS DE CENIZA




¿Tiene la rosa de luz el frenesí desnudo de la ceniza, la forma impúdica
de los relojes, o  es únicamente la mueca del ala amarilla de los columpios?
En torno a la danza de los semáforos la memoria de los pájaros de ceniza,
alrededor de los güishtes del miedo en la garganta.
—Vos, siempre en medio de esos enjambres  de cielo falso, desbordando
los ojos ante el zapateo en las aceras.
¿Quién más sabe de las luciérnagas drogadas de las ventanas? ¿Quién más a estas 
manos que devoran calendarios de madera y hacen tajuillas en la arcilla?
¿Quién mordió los abanicos de salmuera en un plato con lombrices?
Uno se acostumbra a morder los residuos de las brasas.
Uno se estremece cuando cuelgan de los párpados las enredaderas.
Delante de la saliva seca las tantas regresiones de los cascos, la franela
de la luna a punto de romperse, las flechas del polvo como el mapamundi
que uno jamás desea: agonizan los merenderos públicos del horizonte,
y las ramitas de incienso de la ira.
Uno ya no sabe si para salvar la boca es necesario un bozal, o un esparadrapo.
¿Qué hay de cierto de los campanarios en perpetuo fermento? ¿Tiene sentido
aquel amor que se desnudó sobre la efusión de escamas de los minutos?
Amanecida la tierra,  la porfía y la escarcha, los cementerios de lo recóndito.
En el mundo de la ceniza, sin duda hay una rosa de epístolas a la altura del libro 
de los imaginarios: en el lóbulo de la sed, las noticias de los periódicos asesinando 
a mansalva como los alfileres de humo en las pupilas…
Barataria, 21.II.2016

sábado, 12 de marzo de 2016

NOSTALGIA

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NOSTALGIA




Ella solía caminar, —me lo dijo una vez—,  sobre los viejos pólipos
de los andenes y la hojarasca: nada extraño soportar los miedos en una ciudad desconocida con semáforos fríos y zonas peatonales sucias.
Yo sé que la nostalgia es una telaraña que rompe el pedazo de tempestad
de alguna guitarra dejada sobre las vísceras de la eternidad.
Durante muchos años se gastaron las uñas en el asfalto del grito del horizonte,
en esa demasiada carga de los sueños que nunca caben en los brazos.
Ella solía caminar, —me lo dijo una vez—,  junto a la nieve y a los rascacielos
de un tiempo de marcadas contradicciones.
Allí la hirieron de muerte la falta de ternura y las barbas sin afeites
de los aparcaderos, la rutina del miedo, en un paraíso de ratas y crepúsculos.
Solía ir y venir tras los golpes descuajados del aliento.
Siempre fueron agónicas las madrugadas en el vacío, irresuelta la espera.
(En Des Monies aletean las cicatrices del frío, duelen los desvelos blancos de toda 
la bruma. Duele anclado el corazón en este hielo de Seneca St., u Oneida hasta
perderse uno en Lost Island)…
Al final de todos estos silencios, ¿quiénes somos en lo remoto de la lejanía?
Ignoro si es memorable este lento follaje que envuelve la memoria,
todas las estaciones imposibles, los fuegos grises de la hoguera, los conjuros convocados, o las tantas noches de nieblas y remolinos.
Ella solía caminar, —me lo dijo una vez—,  justo hasta perderse en las gradas
del espejismo. Siempre el mismo personaje jugando con su sombra.
Barataria, 2016

jueves, 10 de marzo de 2016

TRASTIENDA

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TRASTIENDA




Dentro del armario de la memoria, todos estos años de fatídicas rendijas.
Sobre la poca luz de la noche, la fotografía amarilla de paraguas y sombreros,
la vigilia y su extraño hollín a quemarropa, las aguas turbias de la modorra:
uno sabe —después de todo— de la sombra de humo en la boca,
sabe de los cálculos políticos en la ruralidad del país, uno entiende la trastienda 
del día y su feligresía;
mientras por otro lado, suenan los rayos de la intemperie, o ciertos carnavales, hermetismos, o ciertos cónclaves a puerta cerrada.
Además de los días sumergidos, el mundo talla sus herrajes.
Los baúles y sus minucias se clavan en las pupilas, luego se respiran epitafios
de héroes desasidos, doloridos en su protagonismo de náufragos.
¿Qué hay detrás del desvelo y la desesperación, de las palabras inimaginables,
del hombre nuevo? —Por cierto que hemos confundido la integridad;
la conjetura parece ser la moneda de uso normal,
la historia se obstina a sus propios fuegos, ningún despojo puede ser salvado
por esos simples actos de fe a los que estamos acostumbrados.
De pronto, uno tiene que escoger entre el fanatismo y la buena saludad:
a la altura del aliento, están los ataúdes de lo incierto, o esa gota de sueños
que se convierte en pillaje. Cada vez se van disolviendo los andenes
de esa transtienda siniestra, en donde ya no es posible lo velado e inmóvil.
Importa, —mientras hago comestible la risa—, ver las anclas de la ropa sucia colgada del insomnio disfrazadas de relámpagos.
Barataria, 16.II.2016

martes, 8 de marzo de 2016

PARADOJAS

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PARADOJAS




Uno no se distingue entre el ala siniestra del cuervo y el de las moscas.
Entre un troll y los cachivaches en los andenes, a fin de cuentas esta geografía
es un concepto decadente en donde el morbo y la obscenidad pululan
como los ciudadanos del hampa. Uno se acostumbra a ver el pillaje a diario.
No es locura mórbida el búho de la ignominia mordiendo las heridas.
A veces las libélulas de la ficción tienen sombrillas y paraguas, por si acaso.
A veces, el azul solo es posible en la asimetría de los ojos.
A veces, en una página se oxida el pedal del cardumen, el interior ciego
del polen, los ojos multifocales de los comedores públicos.
A veces, uno trepa al cielo, a través del delantal del viento.  Desde el nudo 
enmohecido de las agujas, ¿quién pespunta el farol de las luciérnagas?
Existen balanzas con rostro de trapecio sobre la espalda y galopes oscuros
en el camuflaje de la hojarasca. (Entre tantos nombres, el de la madre sola
y la tarde con sus baches incontables y el aliento tupido de la oscuridad
y la bolsa de los ojos con sus arrugas de cansancio y este ambiente de calles
con cuetes silbadores y esa enfermedad prolongada por el poder
y esos absolutos como un puntapiés o manotazo y ese escabullirse sin disimulo
y ese cántaro de la memoria que se quiebra con la adustez.)
—Uno quiere hablar sin dañar la mollera del  establishment, sin que se quiebre
el pocillo de sed, ni se cuartee el alma con el mal de ojo de las ojeras.
Vos sabés que a ratos hay necesidad de hacerse el sordo. La cruz Pispilea,
—de pronto—, como el rezo de tantos difuntos…
Barataria, 2016

domingo, 6 de marzo de 2016

SEMEJANTE SOMBRA

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SEMEJANTE SOMBRA




Igual a un trapo con agujeros permanentes, esta sombra coagulada de resinas
en la memoria: sombra, en fin, aun en la brasa del pájaro.
Sobre las estatuas áridas de las pulsaciones, el humo denso del silencio
junto al caballo de espinas que galopa en el aliento, insomnio de barrotes.
Uno sabe a las cabales, quién huye y quien se queda: los muros son implacables
al momento de saltar las fronteras, o la sombra nuestra, agónica en su remolino.
Siempre uno huye de los recuerdos sordos del sollozo.
—Vos, te mirás en el tiempo con un poco de extrañeza, con ese poco
de destrozo que nunca acaba sino en la sucesión obstinada del tiempo.
Algo, —a veces—, es más vasto que nuestras miradas: las aguas cuyo fondo
rebasan la infancia, los fuegos de la opacidad, o los vértigos del alma.
Crece vagamente la sombra que nos recuerda en la garganta.
Semejante sombra, adherida a las costillas, incomoda.
Después de todo no hablamos en subjuntivo, sino en este indicativo feroz      
que apremia en las buenas y malas conciencias. (Al lado, —tuyo y mío—,
los ventanales fieros de la noche, o la madrugada, esta realidad que muere junto
a nosotros, gastada o envejecida como los recuerdos: todo es esta suerte
de silabario confuso, espuma esquelética en los goznes de las estaciones.
Ahora, ante todos los despojos, la boca de la polilla, o del asfalto, el horizonte roto 
del paraíso, o la úlcera del grito debajo de paraguas vacilantes.)
En medio de la afonía de los demonios, semejante vos al abismo de mi sombra.
Barataria, 2016

viernes, 4 de marzo de 2016

ADENTRO DEL LABERINTO

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ADENTRO DEL LABERINTO




No es suficiente abrir la verja o la puerta para que salgan los demonios
y se vean los testaferros oscuros del tiempo, las excepciones, las costumbres
la penumbra oculta en el aliento y la conciencia.
Uno transita todos los días el territorio insólito de las calles y avenidas.
Hay un reino oscuro detrás del atlas de los muros, habita techos y azoteas,
y amarillas sombras más allá de lo obvio de las tardes.
(La sucesión del tiempo no se detiene en las retrospectivas de las ventanas;
ni la realidad se agota en las  noticias periodísticas, en los jirones
de las distancias que muerden las fronteras,
ni en los rostros que nunca se ven, salvo en la complicidad de la sombra.
Hay una persecución constante desde los viejos recuerdos de la herrumbre;
en cualquier pasamontañas está la sensación de desvelo que no escapa
al río de hielo de las conspiraciones.
Por supuesto no son espejismos estas formas diversas de las sombras.
¿Quién más que el tiempo que acaba de desvelar todas las conspiraciones
y a sus respectivos demonios?  No se necesita un astrolabio para ver máscaras
tras el espejo, ni la altura, ni la asfixia del horizonte.
Por si acaso, el tiempo acaba también  aboliendo todos estos hálitos de muerte.)
Todo el rocío que tenemos es solo una argucia.
En el blanco y negro de las nomenclaturas, quizá necesitemos de psiquiatras;
todo mundo juega a lo nauseabundo o vacía su fiebre en alucinaciones.
Ojalá se den cuenta que la regresión no es memoria ni luz.
Barataria, 2016