Imagen cogida de la red
ADENTRO DEL LABERINTO
No es suficiente abrir la verja o
la puerta para que salgan los demonios
y se vean los testaferros oscuros
del tiempo, las excepciones, las costumbres
la penumbra oculta en el aliento
y la conciencia.
Uno transita todos los días el
territorio insólito de las calles y avenidas.
Hay un reino oscuro detrás del
atlas de los muros, habita techos y azoteas,
y amarillas sombras más allá de
lo obvio de las tardes.
(La sucesión del tiempo no se detiene en las retrospectivas de las
ventanas;
ni la realidad se agota en las
noticias periodísticas, en los jirones
de las distancias que muerden las fronteras,
ni en los rostros que nunca se ven, salvo en la complicidad de la
sombra.
Hay una persecución constante desde los viejos recuerdos de la
herrumbre;
en cualquier pasamontañas está la sensación de desvelo que no
escapa
al río de hielo de las conspiraciones.
Por supuesto no son espejismos estas formas diversas de las
sombras.
¿Quién más que el tiempo que acaba de desvelar todas las
conspiraciones
y a sus respectivos demonios?
No se necesita un astrolabio para ver máscaras
tras el espejo, ni la altura, ni la asfixia del horizonte.
Por si acaso, el tiempo acaba también aboliendo todos estos hálitos de muerte.)
Todo el rocío que tenemos es solo
una argucia.
En el blanco y negro de las
nomenclaturas, quizá necesitemos de psiquiatras;
todo mundo juega a lo nauseabundo
o vacía su fiebre en alucinaciones.
Ojalá se den cuenta que la
regresión no es memoria ni luz.
Barataria, 2016
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