Imagen cogida de la red
ABERTURA DE LOS BRAZOS
Muere el tiempo interior de las
palabras, el ojo frente al fuego del eucalipto,
los días arrojados a la tristeza:
si solo crepitaran los brazos abiertos
y no el yute de las latitudes
infinitas, si no hubiese tanto drama y falsos equilibristas
de la memoria
histórica,
verías mis manos humedecidas de
pájaros y de estaciones no caducas,
verías este apero de brazos con
ventanas y no los escombros, ni la oscurana
de tanta humanidad agazapada en
el abandono.
Nadie, —al parecer— ha aprehendido
en ojo prudente de la parábola.
En medio del polvo del lenguaje, lo
único cierto es la hamaca de sangre
de los modernos servilismos: cada
segundo nos sacude la garganta ese predio
baldío de copiosas elegías. (La polilla no desaparece humedeciéndola
en lavatorios de porcelana, cuando la mentira se aglomera en los
cuartones amarillos
de la indiferencia. La vida nacional, —después de todo—, carece
de filantropía y de candiles y de risa con sabor a mangos de
infancia.
Después de tanto tiempo de padecerla, la violencia se ha vuelto
igual que la risa,
igual que la boca de fuego de los poyetones,
igual que vos, entre chiriviscos y rodillas anegadas de moretes y
raspones.
Supongo que nada ha cambiado después de todo: sigue el hollín y el
humo
de los matapalos, y la pelambre engañosa de los espejos.)
Un día de estos me desembrujaré
de los fermentos, de cada velorio apostado
en mis pupilas: sigue el extravío
y esa miseria del odio…
—Vos, entre mis brazos de las
siete plagas de los cadáveres.
Barataria, 2016
No hay comentarios:
Publicar un comentario