ACTO DE FE
Noches sin fin
Lentamente, lentamente las agujas tornan la noche en
alba…
HENRI MICHAUX
Una somnolencia de polvo abre las persianas de las
pupilas;
el sopor del contra invierno sigue mordiendo el
horóscopo.
En unas gotas de neblina intento salvarme de los
últimos días
y echar a la suerte este calor que hace sangrar el
alma.
Desde tiempos remotos hay una embestida de gaviotas,
pelambres que lamen la penuria, dinteles lamidos
por la intemperie, un pez cosido en sus aletas, arcos
negros.
Crepúsculos encendidos lamen la atmósfera con antiguos
relámpagos de abisales acequias.
Resuena la palabra de Dios sobre un nicho de pantanos.
Prófugo el velero de los amuletos, el chapoteo de
pezuñas
en el infinito, la vulgaridad cada vez se hace turba.
En el infortunio de una mirada trágica se resarcirá
una hogaza
de esperanza y una democracia sin muletas.
(Cualquiera puede ver las
luciérnagas de la Vía Láctea
a través de su imaginario, y
los millones de rostros invisibles
en la conciencia del tiempo.
También se ven los grandes
hangares donde los niños lloran,
cuando la orfandad les quema
las pupilas y el dolor se yergue
como única riqueza, extraña
riqueza robándose el aire
y las almohadas).
Hasta cuándo serán las manos invisibles del universo,
o, por el contrario, la alacena para refrescar la
historia
del presente ese futuro incierto al cual invocamos
con todos los ángeles encarnados a kilómetros luz del
fuego
vital de nuestro forcejeo.
Ya la lluvia ha caído en raciones diarias de agonía.
Ya el confeti de la hojarasca ha lamido nuestros
rostros
con su profundo libro en sepia,
ya los fósiles crecieron en su liturgia de siglos
utópicos.
Ahora es necesario explorar en la frente de los
pájaros:
nacer en la simplicidad del hálito perdurable,
en los meses de las raíces, en la rama
de los espejos hasta poner en su perennidad el agua de
los ríos.
Nada es más cruel que una casa habitada y sin mañanas,
sin saber que la luz —en su jardín milagroso—
nos puede sacar de las osamentas,
y elevar nuestros días a escenas de sábanas limpias.
Nada es más gratificante que recrearse en los ojos de
los niños
y ver la hamaca de luciérnagas de sus brazos,
su boca de relámpagos deshaciendo la somnolencia,
su pequeña sucesión de umbrales,
despertar sin el despojo umbilical del caos y el
vejamen,
sin la intensa salmuera de la basura.
Tenemos tiempos de jugar a la noche y a sus trenzas
desasidas.
A sus golpes redondos, o cóncavos.
(Nuestro íntimo lamento es de
la tierra: ahí nos hundimos
divididos en dolor y
alegrías. Habremos de tener paciencia).
El viento ha hecho cuevas en la tumba de la
conciencia.
Nos toca descorrer la nada, las esquinas del veneno,
el titubeo de las colillas, las puertas cerradas del
espíritu,
los rostros cruzando
persianas de olvidados muros de lamentaciones.
Y desde allí, imaginar los relojes con agujas limpias.
Imaginar que la vida es una puerta sin cerraduras.
Y desde allí ni féretros ni tumbas ni puñales con
salmuera.
Y desde allí, el día, el principio del fuego,
el principio del agua con estampas de fortificada
razón,
sin nadie que sangre páginas heridas.
La boca sin espinas es posible. Es posible la mesa y
la risa.
Es posible el sendero sin estiércol en calendarios
tribales.
Es posible el aire jugando a pájaro,
a
dóciles mañanas de cosecha.
El amor es posible con sus peces de curiosa premura.
El amor es posible aún entre las paredes oscuras del
abuso,
en los túneles donde las sombras se vuelven espadas.
Aún en esta noche donde la lluvia arrecia con taza de
mendigo
y los antiguos dioses
todavía supuran en manuales de aviesas pasiones,
es posible ser
uno derribando el odio.