Imagen cogida de la red
DIALECTO
Vuelvo al eco y a la querencia de
aquella edad perdida. El pájaro del tiempo
y las calles me persiguen:
ventanas, puertas, muelles y zapatos —embarcaderos
de la misma lluvia del extravío.
Al menos hoy, ya conozco la
esquina profética de la miseria, las paradojas
que conlleva reír o tener hambre,
la indiferencia de los pechos contritos,
esta suerte infinita de las
distancias.
(En el tránsito, uno aprende a sobrevolar sobre los discursos y a
reinventarse
desde la ciénaga de la noche. El mejor antídoto es desaparecer
de esas largas filas de la impaciencia.)
Más allá de los paroxismos, cada
quien tiene su propia recompensa.
Barataria, 19.V.2014