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TRASUNTO DEL FRÍO
Pálida la
embriaguez de aquellos brazos oscuros de la intemperie, frío el cálido césped
de lo inexorable, mórbido el riel roto de los trenes en plena marcha.
Debajo de la
tormenta las axilas escapadas de las aguas.
En toda la redondez
de los cansancios brama el feroz ojo de la oscuridad.
Uno acaba
siendo la rama desgreñada del viento, o la orilla del jadeo, siempre
el jirón del
sesgo, o la esquirla hacia el ojo de la herrumbre.
A veces sólo
se es dueño del sustantivo que lo nombra a uno, de las caídas
y de los
bocetos de la muerte, de las asfixias que ahogan los dientes,
de los
truenos del moho que la soledad cárdena guarda en el pecho.
No es
posible fiarse del destello de los acasos, sin inquirir en la boca que abre
sus aperos:
uno vive o se disuelve en la claridad o la sombra.
Uno, por
cierto, es humano aguacero hecho de tiempo y viento y de carpas
y de
silencios. Aquí o allá la flecha del reloj nos abrasa con potente rabia,
hasta
hacernos sangrar de noches y olvidos.
Uno es dócil
a la palabra que asoma su alma y la revela en la conciencia.
En el
trasunto del frío, ─supongo─, también existen abismos de anticipadas
sombras,
─hoy lo advierto cuando los zapatos miran con cautela
todas las
noches amarradas al aliento.
(El pabilo en las sienes une la luz mientras
asciendo al delirio que me crea.
Quizá todo sea fúnebre, el río de lava blanca, la
súbita flor que me embriaga,
desde la infancia ya ida, hasta la ciega materia
de la flama.
Quizá solo al final podamos gozar la libertad aun
entre legiones de miedos.)
Barataria,
30.IV.2016
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