Foto de Occhi Di Menta, Cogida del FB de Hedes Andrea
CUMPLIDA LEJANÍA
A fuerza de disfraz, el fuego
repetido. Deshago todo tránsito cercano
al mismo tiempo que subo a la
escalera de lo rotundo: restauro así,
las averías del aliento, y todas
las ojeras de la ruleta rusa.
(Para hacer nido ignoro la oscuridad del tiempo, bástame sólo el
camino
y aquel frío doliente en los hombros: el tiempo presente que todo ilumina.)
En la rama del invierno, parece
mar la verdad del horizonte;
construyo mi propia historia
lejos de la hipérbole, a más distancia
la verdad nos parece más próxima,
borramos la mentira
(hay un silencio que deslumbra en el humillo de la página: un
silencio
que enciende mis sentidos.)
—Ya trascendido el abismo, no hay tropezones ni rabias desbocadas.
Uno deja de ser señuelo en los troncos del
estanque:
cualquier cercanía sólo es
claridad efímera, para eso los espejos y el espejismo,
los pensamientos sumergidos en la
sombra, la mano invisible que desangra,
la intimidad sin cobija de las
pupilas,
y el empujón mortecino del aire
en el ojo cansado de la ceniza.
¿Algo es mejor a la luz del
pensamiento cuando el peligro se descifra?
¿Vive el ala en la herida del
recuerdo?
¿Sangra de claridad el espejo
cuando descubrimos el filo de la saeta?
(La espina se clava en la llaga. Lastima quien aguza sobre el
pecho
su rescoldo de grito, el eco perverso del delirio.)
Por suerte me alejo de los
esqueletos del páramo y de la evocación
de señuelo, único riel del
desengaño;
el litoral abre su propio fuego,
lejos —diría— de la escarcha, del prematuro
estiaje, o de la telaraña del
equívoco en su murmullo.
Dicho y acontecido el
estremecimiento, me alcanza el hálito para seguir
en este misterio del poema, —que
el poema es la palabra-espejo
de cuanto pervive y se esfuma (así camino de cerca con mis soledades),
y lejos de la saliva agónica de
las sombras.
—Cuando uno separa las aguas
turbias del pensamiento y los absurdos,
deviene otra vez la inocencia con
su total palabra:
(el alba sangra su voz blanca en mi boca, el tiempo pulsa sin
fantasmas.)
Destituida la oscuridad, vuelvo a
ser la claridad en mis ojos:
así de simple, sin las dudas de
la noche; así de suave, sin rugosidades.
(Nunca el mal tiempo puede ser un absoluto)
Ahora que he desmontado la
escalera, del suelo a la lumbre,
queda por escribirse el epílogo,
o acaso dibujado el testamento de aquello
de que habla la memoria frente al
espejo, —latido, ojo y palabra—
la máscara desierta en su pira,
tan claro el sentido que se ha
tornado en cumplida lejanía…
Barataria, 17.III.2013
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