Imagen cogida de la red
REMINISCENCIAS
En la hoja amarilla que se
desprende de las ojeras, los recuerdos imprecisos
del vaho, las sombras y los
barquitos de papel. Caminos desabridos del tiempo
en los coágulos de la saliva y la
herrumbre;
en la cavidad informe de los
peldaños de la escalera, existen paredes oscuras
y opacidades ineluctables:
desconozco si las luciérnagas pueden alumbrar
todo este bosque y lavar los
tantos equívocos de las vestiduras.
(Ignoro, claro, si las extravagancias poseen algún tipo de movilidad;
si la saliva
arqueada es solo un juego de líneas contrarias a las líneas rectas.
Si una rama puede sostener al pájaro desvaído de la luz, o
extender las semillas
desmemoriadas del crepúsculo.
Si vos o yo, podemos indefinidamente estar de rodillas frente a la
infinitud;
si ante cada tristeza sea mejor cerrar los ojos para morder lo
interminable.
Hemos ido, con alguna perversidad, construyendo nuestros
despojos.)
Además de la fatalidad, ¿qué nos
sobrevive?
Seguimos junto a la envoltura
rota de los portarretratos, agazapadas las puertas
y ventanas, los nudos ciegos
de las lágrimas y el infinito.
En la ropa de las reminiscencias,
los tabúes y cierto grado de locura;
(a ratos me río y pienso frenéticamente en las onomatopeyas), me pienso
en alguna remota estación de
trenes, mordiendo las impurezas de la melancolía
o, simplemente, disolviéndome en
mis propias transpiraciones.
Al final siempre nos queda la
duda y la luz descolorida de ciertas legumbres.
Barataria, 27.VIII.2015
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