Imagen cogida de la red
ÍNTIMA JORNADA
Todavía en el pozo de la noche,
quiero olvidar este tiempo de cementerios
y tumbas; olvidar, por ejemplo, la sombra que se
adentra en la cueva del ojo,
toda esta prehistoria de raptos y
tortura.
¿En qué círculos de sueños nos
desvela el futuro, ese ruido chuña
de los cuervos, el reencuentro
con la vida y sus destellos. Después de este
crujir de cuchillos y pólvora,
cuántas dolencias más debe soportar la herida,
nuestra condición humana frente
al mal de conciencia.
En realidad, uno camina mudo y
ciego, no se sabe quién es el enemigo,
ni en qué lugar el miedo hará su
tarea.
Permeado todo el corazón del alba
y el cierzo, tampoco nos sirven de resguardo
las cornisas, el maizal, el nudo
de los escombros. La muerte siempre resulta
audaz en un país de ciegos. Ante
cada ruina masticamos piedras.
No hay tiempo para leer la
tersura de los alelíes.
No hay tiempo para resucitar
vocales, sin que se rompan las ventanas.
No hay tiempo para explicaciones,
la realidad ha hecho todo visible.
No hay quietud, la desesperación
es una locura interminable.
Ante la bruma del espejo, el
aliento de los cadáveres, los huecos movedizos
que deja la saliva en los goznes
grises de la ciudades.
Hay callejones donde la
respiración es otra soledad devorada del absoluto.
Aterido en esta jornada de heces,
la inocencia pasa a segundo plano:
Nunca supuse que caminar, era
también andar entre breñales…
Barataria, 14.IX.2015
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