Imagen cogida de la red
GEOGRAFÍA PROFUNDA
Antes, nadie había entrado a
estas cavidades profundas de la geografía.
Nadie sabía de tanta dureza: desperté
en la noche arrojado por las sombras;
envuelto en hollín, el desvelo en
la piel y el áspero despojo de la piedra.
No sé en qué remolino de bestias
la sed emerja intacta,
cuando en todas direcciones se vive el diluvio, el
abandono y las carnicerías.
Desconozco si los roperos esperan
desenlaces mejores, al desplome
de la noche y su cordel de
pájaros ardiendo en el fuego. El miedo es todo
lo que tengo de esta geografía,
la ropa dejándome: vos lo sabés porque vivís
también estos juegos peligrosos,
estas agrias hondonadas de conciencia.
En cada acera o camino hay
cicatrices abiertas, esquinas impactadas
por la emboscada y olores con residuos de historias diarias,
horizontes oxidados capaces de cegar los ojos. Capaces de nublar el mediodía.
(Arqueado el aliento y amortajada esta tragedia de falsas llaves y
vastos jadeos,
¿qué me queda? ¿A quién acudo con este moho de las semanas, a
quién
sino a este matadero que es el país, donde existe una fascinación
inexplicable
por la muerte? Hay en todo esto cierta farsa y cierta anulación:
lo saben
los paréntesis, los símbolos patrios y la saliva y los llamados a la no violencia:
después de todo se habla de cualquier cosa menos de la
imaginación.)
En el disfraz del arcoíris, la
sobremesa posible es el esplendor de la ceniza
y el verdugo con sórdidos argumentos.
Otros, —entretanto—, escrutan
las ventanas, las puertas y hasta
la sintaxis de la muchedumbre…
Barataria, 16.IX.2015
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