Imagen cogida de la red
ENTRE RUINAS
El dolor es esta incertidumbre de
no saber en dónde terminará mi locura.
Hoy son más los miedos que las
alegrías, los hechos que fundan eclipses,
y monólogos adentro del pozo de
la historia.
La percusión de su escritura es
agridulce, como un epitafio por adelantado.
Las estrofas de huesos muerden el
paraíso terrenal: los travesaños del grito
caen sobre las atrocidades del
camuflaje.
En la fila india de los agujeros,
el estribillo de las antenas parabólicas.
Llueven histerias mientras centellea
la sal en el arpa de los párpados.
(Los huesos acaban siendo los espejos de la semana, la espléndida
historia
de nuestras tristezas, la antesala a las vacas flacas del
apocalipsis.
Para armonizar con todas estas anulaciones, el silencio es necesario;
en modo
alguno, la súplica o el pudor o la irradiación del Evangelio.)
En la fisura de las lavanderías
públicas, el intrincado alfabeto de la espuma.
En realidad todo destiempo
aprieta las costillas.
En este campo de batalla, la
neutralidad perdió su ciudadanía: ahora tenemos
un trasmundo de hollín y el
consecuente ixcanal en el aliento.
Al final, uno no sabe en dónde
desemboca tanta atrocidad y en qué hangar
duermen los cuervos; aun recuerdo
el rastrojo amargo de los piojos.
Existen ojos de desenfreno en
medio de todos los escombros.
Tal vez la ropa ya no sea
necesaria cuando la alta noche regresa a los pies.
Lo inexplicable de no ser tiene
sentido en esta condición en que vivimos.
(Siempre te recuerdo por el absurdo de los poros en mi olfato, por
la luz sonora
del tacto en el alambique, por tus orillas de garganta sin
naufragio.)
—En cada quemadura, vos, y el
doble tatuaje que fluye en el aliento…
Barataria, 17.IX.2015
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