Imagen cogida de la red
APRENDIZ DE AGONÍAS
No acabo de entender este
territorio de inaudible parpadeo, estas carpinterías
del desatino, las múltiples
sastrerías en la yema de los dedos.
¿Es acaso perenne este juego de
negaciones, la desnudez del presentimiento?
(Me reclino en la verja de la memoria, por si acaso. Después de
tanto,
ya no es inocente la puerta o la ventana, el murmullo de la olla, las
calles todas
que dejaron de ser seguras: ahora las desmorona el luto,
el eco ahogado del aullido o el escalofrío, la sombra atávica, no
la inocencia.
En algún sitio, ahora, saltan de su lugar, sombrillas y paraguas,
alguna puerta
secreta en donde desboca el aliento su medianoche.
Uno camina con vestimentas de vaga esperanza y tiznados cuellos: ¿quién
le da
prioridad a las pelucas? ¿Quién escribe una carta, de pronto,
antes de cerrar
la boca? Un simple movimiento de cabeza puede cambiar el rumbo
de los colores, esa latitud que enciende el quinqué de los sueños.
¿Quién cultiva con fervor, la oscuridad de conciencia, o se
adelante mordaz
a las esquinas donde cabalgan con arrojo, los hacedores de la
herrumbre?)
Seguro que soy solo un aprendiz
de agonías.
Penden del tablero del
calendario, los sedimentos anónimos de la ceniza.
¿Hay quórum para superar la vena
rota de las raíces?
¿Hacia qué costado del humo nos
arrimamos? En la cercanía del ojo, a mansalva
los espectros, y esta espina en
los calcañales que parece eterna.
Sí, —me digo con un dejo
endemoniado—, la boca del miedo, nos entrega
a ese desconcierto que dura más cien
años…
Barataria, 06.IX.2015
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