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LA PALABRA
Antes no
tuve tiempo para contemplarla —primero desenterré la Esperanza.
Mordí las
piedras y la madera y el olvido —ayuné y después tuve pan.
Desde las
sábanas presentí su preñez
—fue desde
el origen del arco iris
mi propio talismán: vertical mapa y sonido.
Desde la
vocación de mi madre
—del
territorio del alfabeto soy visitante:
hay
noches y días y mojada trementina.
Mi primer
palabra fue mamá
—era mi
pasaporte hacia el mundo,
lluvia y caricia.
Entonces,
cada palabra tenía inofensivos caracoles
—territorio
de ámbar
y
porcelana intacta, lunas de maíz resplandeciente.
En la arena
aprendí a escribir el abecedario
—luego, la
sal del mar formó
con su altar de espuma una
plantación de huellas de delirante memoria.
Ahora
después de tantos años
—años de
porfiado tiempo y canícula,
el hombre la
desviste en su cuaderno y combate al País
con cada
sílaba
de su ternura.
De la vocal
a la palabra —llama entre mis manos, sol en las pupilas,
pequeños
relámpagos tirando hojas a las sienes
—seno
contenido en el cuerpo.
Luz al fin
desde el comienzo —tea donde los pájaros andan descalzos.
Puerta de la
entraña al alma —remos entreabiertos en el camino,
Guitarras en
vigilia, en el regazo hondo del suspiro
—28
campanadas y amanece.
Hacia lo
lejos el tranvía del firmamento ―el día
bebe la luz de la noche.
En las calles
los libros como pájaros —innumerable expresión de la lluvia
en los
labios. Aquella que salpica
desde los
neumáticos hasta las fotografías.
A veces la
increpo en mi desesperanza —íntima zona vista en espejos.
Entre la
tierra y el cielo del sueño
—el
pensamiento brilla contra las abominaciones.
La luna
silba con un lápiz en las entrañas —savia de
hormigas bebe el viento.
Atrios de
musgo sobre los tejados —la noche en su
vaho de mendigo.
“Cuando el tiempo las haya
consumido” —la libertad
ya no será tiniebla,
ni laberinto
la cruz, amenazando al mundo; ni sombra, sino obra de luz.
Ella da vida
al cuerpo, casa del designio —antorcha presidiendo los sueños.
Desgarradora
en sus heridas, hiriente en sus tildes
[— honda entraña de la espesura.
Monótona en
el vacío
—antorcha
ahora de la tierra, antes barro en la faena.
Lágrima a
veces rodando en las manos —lágrima muda en la lengua.
Es pura y es
cruel en las pupilas —la brisa la recrea y se embriaga
[para el barbecho.
Toda palabra
es un río acechante —la lengua desborda su cauce.
Aprendiz soy
de su aserradero
—los límites
los pone la oscuridad o la claridad
del día, el mirar sin fondo cierto, los
zapatos y banderas frente
a la
torre del horizonte.
En la
comunión del mundo florece —se hizo verbo cuando halló un lugar
para vivir:
cuando las hojas de la noche dejaron de alimentar la oscuridad.
La palabra
es la otra cara de los trenes —infinitos rieles sostienen su canto.
La palabra
es el otro lado del bisturí —otra forma parecida a la hoguera.
Es otra
forma de la fiebre y la locura
—otra manera
de hacer volar los pájaros
desde su
nido hasta aquello que trepa a las formas de lo indecible.
La palabra
anuncia ventanas y campanas
—es la luz
misma descarnada.
En el tacto
se hace carne, nombra, despierta
—es tal vez
Diógenes haciendo
el camino, un río andando entre los
trompos de las rocas.
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