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TODOS
LOS NOMBRES
Sobre el papel todos los nombres: el agua y el fuego
y el viento. Todos los nombres:
la sed y el hambre.
La saliva, la garganta, esta locura del vuelo, la Paz
en los delantales afirmativos del rocío, el respiro del hampa,
con cipreses de evaporada sangre, las sienes cazadas
como pájaros, los párpados oscuros de la violencia.
De un día a otro la luna muerta del cielo, los cabellos blancos
del miedo. Día a día, aquí, la muerte asedia con colmillos
de luz ciega: —No sé si es el signo de los tiempos,
(la
transición, dirán los politólogos con dejo de sapiencia).
Quien la vive la consume. Sí porque sube todas las mañanas
a los andenes. Sí porque es real cuando atraviesa a deshoras
el beso rojo de los días para tornarlo en ostensible sal.
Sí porque comulga con nosotros en el atrio o el púlpito.
Sí porque su puño no padece de fatiga,
si porque desvela anticipadamente los sueños,
sí porque trota como un grito en el silencio,
sí porque se volvió caos el infinito de los sexos,
si porque el azul pasó a ser una zona de abisales grises,
sí porque nos ha hecho perder las llaves del mundo,
sí porque sus esqueletos ya nos
volvieron indulgentes,
es esa violencia que arrecia ensimismada y sin fatiga.
La piedra ha vuelto a ser el arma terca de otros días.
No es combate el que se libra mano a
mano, sino asalto
y golpe y sofoco. Igual que muros, crece tumba.
Igual que caverna la fosa del mal amor despierto,
igual que esquirlas los fragmento humanos en los abrojos,
igual que ayer el ojo de la tormenta arrecia,
igual que sin piernas el dibujo del horizonte,
igual que una alengua cortada la rotación de la tierra.
Igual que la hipnosis la
ensoñación sin genitales.
Igual que la pústula en la piel los cadáveres en las zonas
baldías, en los retretes públicos, en los antros consumidos
por la sal corrosiva de la orina…
Antes el fusil o las armas de asalto, ahora el cuchillo,
y su tormenta de sangre y su noche de martillos.
Antes la acechanza clandestina, ciego bosque de huellas,
ahora es como el confetti entre millones de acuarios.
Antes era tan lejana que parecía una sombra artificial,
ahora está ahí, como un gajo de lágrimas penitentes.
Sobre el papel o la mesa las palabras quebradas:
—esa diáspora de moscas y moscardones sin peritos,
esa desnudez de los sesos como una tormenta sin tregua.
La violencia entumece las rodillas. No deja en pie
los puntos cardinales, ni descansan a fin de cuentas
los cementerios, ni el sueño reposa en los cumpleaños.
Es necesario decirlo sin invitados a la mesa:
hay buitres y perros tras la carroña, chorreando sangre:
el reino de este mundo no se quiebra con estornudos,
ni los ángeles cambian el cielo por el océano:
quizá sea necesario masticar tabaco y ponerlo sobre la herida.
Barataria, 20.VI.2009
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