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martes, 6 de noviembre de 2012

LA PALABRA

Imagen tomada de miswallpapers.net






LA PALABRA




Antes no tuve tiempo para contemplarla —primero desenterré la Esperanza.
Mordí las piedras y la madera y el olvido —ayuné y después tuve pan.
Desde las sábanas presentí su preñez
—fue desde el origen del arco iris
                                                           mi propio talismán: vertical mapa y sonido.
Desde la vocación de mi madre 
—del territorio del alfabeto soy visitante:
                                           hay noches y días y mojada trementina.
Mi primer palabra fue mamá
—era mi pasaporte hacia el mundo,
 lluvia y caricia.
Entonces, cada palabra tenía inofensivos caracoles
—territorio de ámbar
                                             y porcelana intacta, lunas de maíz resplandeciente.
En la arena aprendí a escribir el abecedario
—luego, la sal del mar formó
             con su altar de espuma una plantación de huellas de delirante memoria.
Ahora después de tantos años 
—años de porfiado tiempo y canícula,
el hombre la desviste en su cuaderno y combate al País
con cada sílaba
       de su ternura.

De la vocal a la palabra —llama entre mis manos, sol en las pupilas,
pequeños relámpagos tirando hojas a las sienes
—seno contenido en el cuerpo.
Luz al fin desde el comienzo —tea donde los pájaros andan descalzos.
Puerta de la entraña al alma —remos entreabiertos en el camino,
Guitarras en vigilia, en el regazo hondo del suspiro
—28 campanadas y amanece.
Hacia lo lejos el tranvía del firmamento  ―el día bebe la luz de la noche.
En las calles los libros como pájaros —innumerable expresión de la lluvia
en los labios. Aquella que salpica
desde los neumáticos hasta las fotografías.
A veces la increpo en mi desesperanza —íntima zona vista en espejos.
Entre la tierra y el cielo del sueño
—el pensamiento brilla contra las abominaciones.
La luna silba con un lápiz en las entrañas —savia de  hormigas bebe el viento.
Atrios de musgo sobre los tejados —la noche  en su vaho de mendigo.

“Cuando el tiempo las haya consumido” —la libertad ya no será tiniebla,
ni laberinto la cruz, amenazando al mundo; ni sombra, sino obra de luz.
Ella da vida al cuerpo, casa del designio —antorcha presidiendo los sueños.
Desgarradora en sus heridas, hiriente en sus tildes
                                                          [— honda entraña de la espesura.
Monótona en el vacío
—antorcha ahora de la tierra, antes barro en la faena.
Lágrima a veces rodando en las manos —lágrima muda en la lengua.
Es pura y es cruel en las pupilas —la brisa la recrea y se embriaga
                                                                                   [para el barbecho.
Toda palabra es un río acechante —la lengua desborda su cauce.
Aprendiz soy de su aserradero
—los límites los pone la oscuridad o la claridad
        del día, el mirar sin fondo cierto, los zapatos y banderas frente
                                      a la torre del horizonte.
En la comunión del mundo florece —se hizo verbo cuando halló un lugar
para vivir: cuando las hojas de la noche dejaron de alimentar la oscuridad.
La palabra es la otra cara de los trenes —infinitos rieles sostienen su canto.
La palabra es el otro lado del bisturí —otra forma parecida a la hoguera.
Es otra forma de la fiebre y la locura
—otra manera de hacer volar los pájaros
desde su nido hasta aquello que trepa a las formas de lo indecible.
La palabra anuncia ventanas y campanas
—es la luz misma descarnada.
En el tacto se hace carne, nombra, despierta
—es tal vez Diógenes haciendo
        el camino, un río andando entre los trompos de las rocas.  

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