martes, 23 de octubre de 2012

TROPIEZOS

Imagen tomada de rodisi-byn.blogspot.com




TROPIEZOS




A fuerza de tropiezos y reveses
la piel de la esperanza se me enfría.
ANTONIO GALA




Como el cuenco de la sed, el fuego en el vuelo. —Lluvia
de gaviotas sobre un mar de risas; palabras que no permanecen
en el aire, ni prolongan los brazos, ni ahondan en la grieta
de la noche. Cualquier cosa es posible cuando se rompe
el cordón umbilical del rocío…
Los caminos moviéndose en la órbita de los ojos; el cuerpo
cada vez más cerca sólo de recuerdos: En la luna de la memoria
se juntan los espejos; con la palabra, la voz,  invoca al viento;
con la tinta, todas las sombras que no caben en los ruidos.

Ayer el vuelo era como un día sin grises.
La muerte tenía menos días y fantasmas…

Ahora la tierra me encuentra vivo por casualidad. Vos y yo
viéndonos en los tragaluces de la edad: Puertas antiguas donde
apenas vemos el arco iris, calles de piedra donde tambalean
nuestras sombras. Ayer las manos abarcaban plenamente la lluvia;
ayer el mundo era un barco con cuadernos verdes; ayer el frío
no titubeaba en los poros, ni los perros atravesaban su propio
aullido en las paredes. Ayer las pupilas eran palabras inaugurales,
—centellas de la propia vida, sombreros de las horas: Techos
para albergar la desnudez de los espejos.

Ayer el vuelo era como un día sin grises.
La muerte tenía menos días y fantasmas…

Como una boca al cielo, el suelo desfondado, de inmenso funeral.
Junto a la áspera breña sobre las piedras, la noche hosca
mordiendo las paredes, el aire mudo sobre la espuma que lo abraza.
Allí vibra la madera del tiempo, la propia materia entre sus aguas.
Anochece en el rostro y con la ropa a cuestas. —Detrás un fondo
de póstumas miradas, litorales de polvo, ríos del grito apagándose
en la garganta, jardines que fueron, sombras que ya no son.
Los días queman como un hierro candente en la carne: quema
el mar, queman las palabras, quema la lumbre de los fósforos,
quema la sombra que se rompe para que el alma sea libre…

Ayer el vuelo era como un día sin grises.
La muerte tenía menos días y fantasmas…

Como el último paso, el suspiro en el tránsito de su propio ataúd.
Las botas de combate en el armario, el juicio mío removido,
bebiéndose a secas, sin ropaje,   trenes de respiración proscrita.
Y es que, al final, aunque nada se apague, la conciencia restaura
todas esas codornices del sueño a manera de que el sol siga
en áureo esfuerzo, prodigando sus hilos de color sobre los ojos.
Al final uno no sabe si gana o pierde con tantas ausencias:
no  se sabe aunque la memoria de pronto se convierta en placenta,
o que el rocío en su hábito desvele las semillas. Los días y mi voz,
de pronto, son esa arcilla que la brizna revela en su inclemencia.

Barataria, 09.IV.2009
 

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