lunes, 22 de octubre de 2012

CAVERNA

Imagen tomada de ojodefuego.blogspot.com





CAVERNA



¡Me ahogan estas cosas,
me matan de dolor estas escenas!
JOSÉ MARÍA GABRIEL Y GALÁN




Avancé solo hacia la lluvia escribiendo cartas de espesa neblina,
bajo la noche nadie hablaba conmigo, salvo la misma noche
con tazas de prolongados bostezos, salvo la misma lluvia
zarandeándome los sueños entre glosas y epitafios y lamentos.
En este afán de viajes inconclusos, he ido perdiendo los segundos
de mis días y este silencio, —de siglos, de ferrocarriles, se ha hecho
salvaje e inhumano, eterna lengua sin zapatos, historia oscura.
Entonces, la historia me hizo más confuso, las máscaras patrióticas,
el sinfín de los relámpagos en las vocales de los periódicos.
Los ataúdes de cansada vida parecen detonar catedrales sin
renunciar a los albañales del día y a las ingles de los sombreros.
No faltan calles que acompañen esta congelada flor del abandono
y la deshora de la lágrima que turba como el calendario.
No faltan ventanas donde concluyan las miradas, ni ojales
para perderse en el borde  de las líneas de un país inconcluso.

Sobre los espejos he llorado algunos siglos. Todavía Dios supura
en la sal de las olas, en el tórrido folclor de los domingos,
en el futuro de esta hambruna —infatigable maquinaria del caos.
Después de noches incesantes, la noche sigue con sus cabellos oscuros,
con su toalla mordiendo al prójimo, con su vieja moneda de póker.
La deshora se aproxima en mis sienes. Y, pese a ello, guardo
todavía cartas para enviárselas a esa ración del calendario,
a ese tragaluz inventado en mi caverna, a esos barcos que se hunden
en el horizonte dejando las aguas dispersas de las olas…

(Hacia qué huesos ensaya mi cabeza su temperatura, hacia qué
machacadas hierbas, el aliento empuja las bocas, y la sombra
de los aserraderos disuelve el espanto de la madera y el olor
a trozos de abejas y a horas de sufridos golpes, hacia qué trocitos
de pájaros, las tablas de multiplicar se vuelven instrumentos
necesarios para sacar  los baúles de culpa debajo del silencio.)

En mis propias cavilaciones zumban los analgésicos su hidrocefalia.
En algún lugar remoto,  las cartas seguramente tienen  alguna perennidad
más allá de los martillazos del consciente y no son muecas del delirio,
como este escribir, hambriento, solo y con una morgue a cuestas.
Ahora los murciélagos del calendario se amontonan en mis sienes.
Ahora entre barricadas de basura, la esperanza inventa inviernos
para lavar el diccionario y reemplazar los muros por ventanas.

Ahora mis seres queridos devalúan la claridad de las lágrimas.
Es decir, mi destierro en la misma tierra, rodeado de adoquines,
asfalto y puertas.  Quizá merezca mi carne todos los reproches,
quizá deba buscar en los armarios el rostro de antes, y el oficio
de hablar con las paredes, dispersarme en las   pupilas
de tantos ojos, lavar secretamente la memoria de mi travesía
y decir un adiós rotundo a este magma donde los colores
se arremolinan para hacer de la boca un aliento de flemas
o simplemente, una sombra donde cielo y tierra se juntan.
Barataria, 09-10.V.2008.
 





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