Imagen cogida de la red
SOBRESALTOS
En la lectura de los portones el
termómetro de la conciencia igual que la lluvia.
Caen en trace los paraguas de las
letras y el hierro petrificado de la intemperie,
y el gris mojado del ala del
pájaro entre las manos.
(Uno sabe hacia dónde van las súplicas y las linternas, la piel de
la noche,
el embudo arrugado de tantos náufragos. Claro, uno no se toma el
atol
con el dedo, aunque la otra orilla de la garganta esté sitiada.
Cualquiera puede creer
que son meras sospechas. Y no, tras el último golpe uno
se hace del ojo
pacho, porque si no, le derriban a uno la puerta.)
El arte de la política es una
miserable ensalada, el mismo cuento con diferentes
francotiradores: la misma sed en
nuestra apiñada geografía.
Cada quien anuda una piedra en el
cuello.
En el coro infinito de la
expiación, persevera el vacío de escaleras
para encontrar cobija. A menudo
es inútil ser sólo sombra el paladar cuando duele
la boca del estómago. Y no
hay esparadrapos para cubrir la herida.
En los andenes de la congoja, la
condena propia y ese más acá del ojo sumido
en el abrevadero de sal de las
tapicerías.
Sobre las lápidas derruidas de la
trama, las continuas hipotecas de la esperanza.
(No es rumor ni simple percepción la marea rota de la tormenta
que nos arrastra hacia las oxidadas vigilias del lucro.)
Sufrimos el aullido irremediable
de los tantos vinagres del fuego.
Estamos entre secretas
carpinterías cortando el sonido de la madera…
(Ignoro si en los costados se pueden leer los remordimientos, o al
menos el viento
con sus ojos expansivos. Al menos el aliento y su posible polilla.)
Barataria, 2016
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