Imagen cogida de la red
RINCÓN DEL HUMO
Aquí no hay ningún lugar cierto
para que la infancia se amarre los zapatos.
Sólo brilla en las aceras la flor
descalza del asfalto y las uñas sucias
de la pobreza, los chorritos de
orina maldiciendo a la ropa usada del presente,
a las manos en la bandera atroz
que no existe.
En la sombra ciega de la mesa,
esta demencia en trocitos sin que se olviden
las catástrofes, esas piedras en
el corazón de la geografía.
Humo denso con aceites
embriagantes y altares con plegarias de fuego.
El calendario arde con un grito
de resplandecientes moscardones.
Palpita la inocencia imposible
con sus ojos abiertos como puerta de par en par.
¿Quién, en realidad tiene tiempo
para soñar al borde del tejado?
El que quiera salvarse que esté
siempre en tránsito. (La herida es
demencial
como un desierto de gritos. No hay rieles limpios en trenes de
oscuros alaridos,
ni tantos durmientes que sostengan la oscuridad.)
Alguien deberá cultivar
sanguijuelas para curar su propio delirio.
Desde mi infancia he visto destierros
y alfileres de ennegrecidos abrazos.
El país siempre ha sido un
incendio de pulsaciones siniestras. (Es
una confitura
que no alcanza para tanto delirio y sin embargo muchos se aferran
a su plato.)
Muchos sufren estremecimientos
orgásmicos.
Muchos cuentan historias
divertidas de cadáveres en las cunetas.
Muchos dejaron de amanecer con
saldos en rojo.
Ante mi presencia, un niño se
aferra a sus zapatos, por si acaso…
Barataria, 2016
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