Imagen cogida de la red
NINGÚN CATECISMO
De rodillas nadie puede cruzar
los albañales, ni siquiera asirse de los viejos
catecismos del dogma. Cada
desvelo engendra sombras: en los puntos
cardinales de la zozobra, esta
suerte del tiempo con muletas.
Nadie se libera de nadie, ni de
nada en este desandar las trampas de la fábula,
ni siquiera de las epístolas de
la melancolía.
Uno apenas es visible a través de
las regiones del deseo.
En el diluvio del aliento, los
exilios con su gangrena de pájaros y el duro diente
de la luz en las cucharas.
Cada quien busca la explicación
del júbilo arrancado al zodíaco.
(Yo busco la mía ─la más íntima─ haciendo la necesaria transfusión
del arco iris
para no olvidar la sed, ni la alianza que tengo con el jardín del
horizonte
y las ventanas y la hoja verde del aliento.)
Desde el olvido y los durmientes desabridos
del delirio, los pórticos del sueño,
o la tarde y sus vastas cenizas
sagradas.
Alrededor de los cataclismos de
la herrumbre, los fundadores del miedo rodando
como un calendario de monedas
rotas.
Todo catecismo nos sobrecoge en
ese ciego harapo del conformismo.
(Uno sabe que del grito se desprenden múltiples alientos de fuego,
distintas calles
desnudas y violadas, martirizadas sombras a la luz de lo
intangible.
A veces cruzan sobre nuestros ojos las arrugas densas de la
pesadumbre.
Supongo que el vacío es sólo este quejido tórrido, mientras se
abren las ramas
del cierzo, escucho al duro pájaro, desnudo, del tórax cayendo
en un despeñadero. Cayendo en la sombra de la tumba.)
—Sofoco y estruendo, muerden esta
memoria fúnebre de las cobijas…
Barataria, 2016
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