Imagen cogida de la red
BOSQUE INDEFENSO
Como hundir las manos en el río,
esta suerte de la noche y sus plegarias reveladas:
ante lo inminente ni
siquiera la piedad asoma sus esquinas.
Nunca existe un buen aposento
para la tortura.
Vivo en medio de la plaga del siglo: no tiene límites, sino
boca insaciable.
Hay lugares tan absurdos como los
candelabros haciendo penitencia
en parques; a lo largo de esta
ferocidad del desvarío, la desgracia nunca expira,
ni siquiera el reverbero de la
mueca.
Alrededor de mis zapatos, el anzuelo
de la violencia ha encontrado sus propios peces: cada vez, más grande la grieta
y menos los lugares libres.
Uno de lava la cara con los
tantos muertos y tumbas a cielorraso: aprendemos
a fenecer en cada ropa amarilla
que queda en las cunetas.
Me miro y me miran frente al
miedo: todos los días se han tornado en bancos
de cadáveres. No hay espacio
vacío sin dolor, ni otro país con moscas
que sangre a deshoras, ni otro
galope más quemante en los aperitivos
de la ceniza, ni otros cansancios
en la rosa desnuda de la respiración y el jadeo.
En un solo día la mesa se llena
de piedras y moscardones.
Nadie se cansa, ni el que mata ni
el que muere.
El país es un río o una boca con
una sola estación: dentro de poco, tampoco
tendremos sueños, sólo un puñado de sombras
como camino.
Es dura la tierra calcinado el
aliento.
Arden, después de todo, las
palabras y ese pájaro en dirección a la boca
de la muerte, y esa muerte rota
de la entraña…
Barataria, 20.III.2016
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