Imagen cogida de la red
FALSOS EQUILIBRIOS
Todo el tiempo allí, el ojo y sus
falsos equilibrios: uno no sabe en qué filos
de ásperos durmientes, guarda el
aliento su entero destello.
Alrededor envejecen los vacíos
seculares de los espejos y sus sombras.
En una geografía indefensa, las
alucinaciones son parte del festín de las aceras.
El país cruje con toda la ropa de
sal y cementerios con que se viste.
En cada discurso o noticia uno
anticipa ardientes cópulas de ceniza: las grietas
son hondas a tal punto que
las cárcavas naturales resultan inexplicables.
Frente a nuestros ojos, se
desploman cada día los durmientes de la muerte,
y la gangrena que ha tatuado la
noche.
Todas las semanas olemos a ijillo
con los cadáveres desconocidos ante los ojos
nuestros, tallados en la cocina
doméstica de nuestra ritualidad.
Esta lluvia fúnebre nos lleva por
caminos más distantes al pálpito: agrios
candelabros, reverberan en el salmo, o
en la parábola de la memoria.
La esperanza a ciegas hace
comestible cualquier patraña: veo los muñones
erguidos en los muros, la tinta
hirviente como siniestra carcajada.
Sobre la mesa, masticamos ─por
supuesto─, esos rayitos de luz que escapan
de la publicidad con cierta
voracidad inextinguible.
(Uno sabe, al escarbar, que hay manos en otras manos; y que frente
al desalojo,
no existen explicaciones sobrenaturales, sino máscaras, y
convidados para castrar desvanes, y espíritus animosos que les gusta vivir de
la oscuridad.)
Las doctrinas que explican la
desnudez nuestra, por cierto, han fracasado…
Barataria, 21.III.2016
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