Imagen cogida de la red
INVIERNO DESENTERRADO
Cerca de
todos los nombres de la niebla, el invierno desenterrado del aliento
y sus
afluentes: la noche y la palpitación de los recuerdos, los meses
de escarcha
sobre los párpados, los ataúdes desprendidos del calendario,
sin
posibilidades de olvido, a veces el pasmo y el bostezo,
en la
aglomeración de alfileres. A veces únicamente este oficio del desuello.
En toda esta
boca de inventarios, el aroma muerto de los jardines.
Sobre el
sudor, las aspas de sal de los paraísos perdidos, los candiles errantes
del
deseo, el cuentagotas ciego de la limosna, la alforja cuyo umbral nunca
se llena,
sino que esta allí como un cuerpo desvestido.
En el
cuaderno de fósforo de la desnudez, sólo se escribe el parpadeo
y, si acaso,
la asfixia traslúcida de los espejos.
Ha crecido
tanto la podredumbre o la parálisis que uno ya no sabe
a qué
atenerse, ni a qué bando asirse cuando el vinagre es la bebida cotidiana.
Los tantos
inviernos desenterrados son ahora la tormenta del día.
Cuando todo
acabe si es que sucede, ya habrá pasado al olvido toda la polilla,
y mis meses
de abusiva mortalidad y mis pronósticos.
Hay que
aceptarlo: todo es nada, así lo dice el éter. En el precipicio se pierde
hasta
el olfato, las mortajas, el aleteo, el
zumbido de los funerales.
Nada queda
después para los dolientes.
Echado todo
a la perversidad como debe ser la altura de los envenenamientos,
uno debe
soltar la preñez de los ataúdes hasta que dance el ave negra
de la noche
con su orgía irreconocible.
(Uno sabe que las aguas de las calles desvelan
inviernos inauditos,
como el oficio del bostezo sin aldabas. Cada día
los sofocos aturden la garganta.)
Barataria,
03.VI.2016
No hay comentarios:
Publicar un comentario