Imagen cogida de la red
UNIVERSO ÚLTIMO
Quizá aunque avance ya no exista.
El cuerpo en los vagones amarillos
de las campanas, la mirada rota
en medio de unos brazos: el universo mío
es el silencio último que
propalan las tormentas, o la brasa irreparable.
La tierra hendida en bóvedas de
tizne, desnudo el poro sobre el cemento.
El filo entre las manos mordiendo
el litoral de la tinta, la arruga del relámpago,
la letra absoluta de otros
universos:
una piedra muerde cada uno de los
horcones que sostienen el pensamiento.
Es simple cuando llegamos al
límite de la huida, al borde abatido
de las mochetas, al cofre donde
se guardan las ramas del absoluto.
Un espejo de colmillos duplica
las noches, llueve a la orilla de la deshora.
Espumoso el delirio donde la
ciudad desamarra fatiga y hedores, crines, niños
que juegan a las carcajadas y los
incendios.
Ahora tocamos burdeles
mortíferos, tristes caballos que doblan la sequía;
no solo descendemos al zapato que
yace al ras del suelo, sino a la truculencia
del mercado y la avaricia, a los
dramas que suscita el silencio y la melancolía.
Hay trenes que reclaman vagones
para celebrar los funerales del tiempo:
cuando se retorna de la ruina
dejan de gotear las cucharas del frío,
los peces oscuros de la
soñolencia, las alas sedientas de ramas…
Junto a la estación o calle de
los emplazamientos, musita el pescuezo
de lo maltrecho, la caverna y su
desfile de horrores.
Algunos piensan en los
cementerios y en el polvillo del duelo: nosotros, claro,
solo en esta vieja soledad de
ojos, en esta larga fatiga de la tarde…
Barataria, 15.XII.2015
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