Imagen cogida de la red
ESTADO DE LA DERIVA
Vamos amarrados con los brazos
del aguacero en la piel. Los largos cementerios
de la noche anidan en el pecho:
uno no sabe si saltar el cerco
de piedra, o darle un puntapié a
la hojarasca, a esta soledad con ojos
de contemplación, a las tantas
alambradas resonando en las sienes.
—Vos, después de todo lo sabés
cuando la boca se ha tornado huracán, también
cuando las aguas nos desintegran
sin explicaciones de nada.
Llueve el sonambulismo sobre los
techos desparramados y desafiantes.
A ratos personificamos el humo o
las ventanas.
Maquinamos debajo de cada cobija,
el tren del oleaje y sus rieles y en ese éter
sumergido en el hervor, la otra
página del designio: caminamos sobre caballos
de aguas multiplicadas, todo lo
inundable de los rostros.
Después de las palabras
verticales de las manos y el horizonte al borde
del aliento, merecemos existir
frente a frente sin miedos, sin escombros.
Es cierto, uno de pronto no se
alcanza a ver en plena luz, por eso la oscuridad.
En este viento atroz, uno
quisiera unificar todos los sobresaltos, las distancias,
borrar las culpas, o hacerse de
la tormenta sorda.
Mis ojos, a más de ya no ser
inocentes, con el tiempo se han tornado vulnerables, oscuros como el azogue,
distraídos como los destellos pausados
de las luciérnagas. (A partir de la sed, la invención mágica del
pecado:
la cadencia del aire me dice cuando vienes o la simple flama del
candil;
solo desnudando las palabras soy capaz de conocer la libertad.)
Barataria, 22.XI.2015
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