Imagen cogida de la red
BAJO LA NIEBLA
¿Acaso es necesario un semáforo
de fuego para estos imposibles bajo la niebla
de noviembre? —Lamo sobrecogido
todos los cansancios, el goteo cercano
en el que transcurrimos, la leche
rancia de las rupturas en los ojos, o la puerta
en la que se detienen las
campanas con sus aleluyas.
Siempre la ciudad deja inmóvil
las palabras; bajo el cielo, el drama de la luz
y la mochetas lentas del aliento
donde el titubeo aletarga los cascos
de la estampida. Soy animal en
desbandada, pese a la asfixia de la rigidez
y los miedos, pese al rotundo
vejamen del cuerpo.
(Alrededor del ombligo nos devoran las panaderías. Nos perdemos en
la mordedura
del peñasco, en la húmeda lápida de la disputa.
A través de los pasos hemos gastado innumerables zapatos: todas
las calles
tienen su propio drama: en esta latitud, por cierto, la esperanza
es sólo drama,
o costumbre, o pocilga. Los balbuceos son espesos en la cara.)
La niebla nos inunda en demasía y
desmesura.
¿Quién puede con este lenguaje
que nos devuelve bocas colmadas de grises?
¿Quién reposa mientras otros
buscan lo audible, la risa o la compañía?
¿Será la niebla el paisaje
instalado junto a los espejos, el eco de la espuma, el ardor ascendente en la
garganta, la sorda lucidez del infinito?
—A menudo los asedios tienen su
propio universo. Grita la sed de la urgencia.
Grita el gris despiadado en las
pupilas; abrasa su ebria noche.
Allá en lo apagado giran mis ojos
como dos cuervos urgentes…
Barataria, 10.XII.2015
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