Imagen cogida de la red
CENTELLEO Y MAREJADAS
Todo el centelleo oscila en los
anillos atardecidos de los pies. Avanza el disfraz
de la marejada, junto a esas
distancias próximas de la miseria.
Todo es alboroto en la sal de los
párpados. Oigo el rumor manifiesto
de la madera triturada, y los
trozos de angustia arrastrados por la garganta.
Uno es frágil cuando ha sido
saqueada la conciencia: alguna vez, —en medio
de la clandestinidad— nos hemos
arropado en las antípodas.
(Hasta donde sé, ninguna defunción es un afrodisíaco; solo los
arrecifes escarlata
de la saliva sobre el ombligo de mis pesadillas.)
—Cruzo las calles y hay rótulos
verdes en las esquinas, actos deliberados
de dolor y sobre todo espejos
como naturalezas muertas.
En los agujeros del calendario,
cuelgan los pelos interminables del mar,
La ola que se sumerge y roza la
piel, los recuerdos tirados a las calles, antes
de que vuelvan cadáver la
sonrisa.
Por encima de cualquier brida,
están las vivencias jugando al absurdo,
están los muchos cuerpos de la
noche tiritando en mis sienes.
Están los grados centígrados de
los grillos, los huesos oliendo a palabras
derruidas, la mañana a la deriva
del oleaje.
Uno nunca sabe para cuantos
comensales alcanza la olla con frijoles. (La
medida
exacta se la dejamos a la boca), o al flujo diario de telarañas.
En el tiempo pasado, la piel del
alba fue nuestro refugio, y desde allí,
la historia de los peces, las
leyendas, los dormitorios diversos, los periódicos.
Barataria, 04.XII.2015
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