jueves, 18 de julio de 2024

TESTIGO DE LA TORMENTA

 

Imagen tomada de Pinterest


TESTIGO DE LA TORMENTA

 

Caminante de la madera del alma: testigo de extrañas aves.

Testigo de las quejas presentes, allí, en las aceras azotadas

por el tabaco, en las orillas donde no late el sol, (sino el antro

y los cuchitriles), en la risa lenta y enigmática de la noche.

A través del agua el cortejo del goteo, de los pinceles envolventes

de la realidad con todo el filo del agua en los párpados.

Mira cómo sollozan las hojas de la palpitación.

En el campo y la ciudad murmura el miasma y todos sus parajes

oscuros. Y toda la política de la moralidad ciega.

¿Quién se atreve a recoger estos jirones de arcilla, a ocultarse

en la hojarasca, a no gemir cuando está abrazado por la ciénaga?

(Hueso tras hueso como hojas carcomen la estancia o la partida.

Uno conoce las sombras tras el destello del relámpago,

tras la pulsación del polvo convertido en ceniza.

Tras ello, el galope sumido en la angustia, el estatismo implacable

de los muros. Los nombres traslúcidos de cada instante).

Rodeados por el pantano de la agonía, el sosiego solo llega

a recuerdo; en cambio, la bestia, sigue entregada al fuego

y la zozobra. A lo oscuro que puede ser también la virtud.

 

Después del sollozo, la rama seca del aliento.

Como entre la mugre, vivimos dentro de una jaula infiel.

Somos la carnada en la calle frente a la tormenta,

el periódico reclinado sobre las alcantarillas, ese blanco y negro

de las democracias en nuestros países pobres.

Siempre es una maravilla amanecer leyendo

los periódicos y conocer, claro, de primera mano, a los testaferros,

sicarios y proxenetas. A los que siempre son la escarcha del poder.

Ellos abren y cierran cualquier puerta: jamás,

hay punto de inflexión en el fango, ni en esta tragedia que vivimos.

Uno aprende, ahora, que la tormenta carece de jurisprudencia

y aplausos. Y que esto u otra cosa es el cielo en la tierra.

Uno aprende, —por supuesto— que hay obscenidad en todo

este himno salobre del país que ya ha perdido su magia.

Bosteza el ser y el deber ser de la tierra que rumia paradojas y eleva

cantos desde las iglesias y los bares, cementerios negros, estudiantes

costureras y maridos borrachos, pobres difuntos llegados del día

y la noche, costureras de abanicos e incensarios, cerrajeros

de profecías, los demonios ebrios de Poe, un pez en la solapa

de Hemingway, el Bar Lutecia de las antiguas milicias urbanas,

pero nadie es Dostoievski, Chejov. Gorki o Gógol,

todo el país es persuadido por una plaga de langostas y charlatanes.

(Supongo que es así cuando cacarean los recuerdos resignados

a las alimañas —en el diente oscuro de la pupila la herida al límite

de lo inmóvil y la desnudez del sollozo como un mueble irreparable

odio las úlceras y a quienes husmean desde la sombra abyecta

mejor sigo a solas con mi compañera

antes de que la pestilencia me alcance se me viene todo el dolor

como si la muerte no fuera ardiente sed, hermana

transitoria de los confines odio la falsa luz y lágrima).

 

 

Del libro: «Ámbito del náufrago», 2015

©André Cruchaga

Imagen tomada de Pinterest


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