PUERTAS
DECAPITADAS
Ante el
musgo de plomo de las puertas, el umbral con cántaros;
en la
sombra las manos alcanzan los anillos de las sombras
y sus años
bisiestos: días y noches las ventanas lamen el reloj
hasta tocar
el ojo amarillo del viento de los adioses.
A media
penumbra las puertas maniatadas por las penas.
En la
antesala de la escarcha, el sabor de la noche sabe a ausencias.
Degollados
ventana y espejos, solo queda el desatino para agarrarse
del
cuchillo y su gotita de ecos y su página hundida en un vaso
de sombras:
después es fácil olvidar el sabor decapitado de los pájaros
entre
huesos y húmedas extremidades.
Uno nunca
sabe, por cierto, qué hace el servicio de las sombras,
la lejanía
y su mar de extravíos escuchando a los muertos,
las
infidencias con el mecate al cuello resistiendo los sofocos,
los
incisivos que destrozan la viña de los violines,
o esta
suerte de lluvia donde desfilan todos los domingos
a pulmón
abierto. En los que uno cava un grano de esperanza.
Uno debe
abrirse paso a través de las grietas del parpadeo:
los minutos
arden en el celofán de cada golpe de ceniza,
en la
rapiña oscura de espectros.
Uno habita
en este ambiente de súbitas decapitaciones: nos hartan
dentaduras
ciegas y mochetas de polilla.
Hoy, ante
todo, caminamos con heridas y hondonadas.
(La
herrumbre es profunda como el polvo que nos abrasa.
La sombra
de los féretros burbujea desde aquí al dintel dejando
cicatrices.
Como una rama quebrada de lamento sobre una tumba.
Sobre el
asta de la patria, el mercado y sus monedas extremas).
Es terrible
encontrarse cada mañana con kilómetros de niebla.
Es terrible
esta lección de dientes: crece el sopor, los ahogos
y los
dardos. Y es agria la voz del corazón.
Sólo queda
cerrar los ojos y esperar que pase la noche agarrada
de la mano
con el grito de la luna, junto al despojo…
Solos, la
mujer y el hombre, tambaleando entre los alfileres
del viento.
Solos, entumecidos, esperando a lo que dicta la noche
abierta de
paréntesis.
—Solos,
atrás de los balcones donde crece la vegetación del miedo,
a la espera
de la ráfaga que muerda los sentidos…
A la espera
de que en la tierra se escuchen las plegarias en este largo
silencio de
éxodo, persignándose copado de precipicios.
Vivimos
acosados por el terror de serpientes y su retórica penitente,
así todos
los días en épica eternidad.
En anillos
de fuego la irracionalidad es poderosa e indolente.
Al frente
de nosotros está la noche llevándose el paisaje cotidiano,
El Salvador
decapitado y desaparecido, nosotros, Nada, ciegos,
en una
geografía resquebrajada, en sus muchas promesas de paloma
mensajera
junto a juguetes imaginarios y fotografías irreales.
Hemos
maquillado la realidad con crayolas de agua y epitafios
de extraños
ojos, de extraña hechicería la arqueología de la histeria,
los
comensales de antibióticos, las sombras amarillas en bacinicas
de
hegemonía y violencia con episodios donde no es difícil
recordar un
poema de César Vallejo, un perro que muerde
en
urinarios públicos periódicos de desesperanza.
Fuera de
los sueños colectivos, pobres los payasos sin compañía
de Dios,
pobre un saltamontes de barro en la Plaza Cívica.
Del libro: «Ámbito del náufrago», 2015
©André Cruchaga
Imagen tomada de Pinterest
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