ANOCHECER EN EL ESTANQUE
Maniobra la noche en
el viejo paraguas del estanque. Allí, callado
el brocal de las
sombras, la neblina que deshojan las luciérnagas,
el viento metálico
como una soga al cuello.
No hay nada y sin
embargo oigo los cascos de caballos
deshaciéndose, una
orqueta de agua y vacíos, el silencio mismo
que ronda mi cabeza,
entre estatuas y litografías, las partituras
de nuestra historia
patria y ciertos payasos alrededor del fango.
Junto a las
orquídeas, anochece, todo se funde en una mitología
dentro de tiestos
carbonizados.
Es casi sorda la hora
al borde del horizonte que se amarra al polvo:
nada nuevo brota de
las semillas de las certezas, salvo las mismas
conjeturas, salvo la
ciudad que se desvanece con sus calles.
Pero no sólo anochece
en la nostalgia, sino en el rostro que va
perdiendo habitantes,
brazos, fluidez de palabras.
Ahora dudo hasta del
agua que aún brota a borbollones;
Una luna de gabardina
blanca cuelga de la pared de piedra de la casa.
—Tengo tantos
recuerdos, como aquellos cuando andaba descalzo
sobre la arena,
hundidos pies en la alacena del entusiasmo.
Ahora en las cunetas
la orfebrería destruida.
(Todo lo humano se pierde en las mareas amargas del
tiempo).
Debí saber que el
presente es transitivo y no fuego encarnado
en los dientes; no
sustancia de víveres inmutables.
el libro: «Final de
espantapájaros», 2013
©Fotografía André
Cruchaga
©André Cruchaga
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